/ martes 6 de julio de 2021

Cambiavía | Una aproximación a la poesía de Juan Ramón Jiménez

Primera de dos partes

“¡Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas! Que mi palabra sea la cosa misma creada por mi alma nuevamente”. J. R. J.

Animal de fondo fue publicado en 1949 por el poeta español Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel de Literatura (1956). Contiene dos partes: “Animal de fondo” y “Dios deseado y deseante”. El poemario incluye una serie de elementos en los que se puede apreciar la importancia de acercarse a lo eterno e inmanente, y a un dios, no necesariamente el cristiano, sino más bien a una religiosidad en la que está presente también el panteísmo. Otros elementos recurrentes son el cromatismo, los neologismos, la confrontación con la naturaleza y con el interior de uno mismo; ideas ya claramente expuestas en Platero y yo.

Lo más evidente con respecto de la idea de un dios, se aprecia en el poema “La transparencia, dios, la transparencia”, cuando define Juan Ramón Jiménez a “su” y a “nuestro” dios como un ser con presencia sensorial que le permite ser receptivo ante lo creado:

“No eres mi redentor, ni eres mi ejemplo,

ni mi padre, ni mi hijo, ni mi hermano;

eres igual y uno, eres distinto y todo;

eres dios de lo hermoso conseguido,

conciencia mía de lo hermoso”.

Es un dios que habita en él, que ya está en él, en el amor que es belleza: “porque estás ya a mi lado, / en mi eléctrica zona, / como está en el amor el amor lleno”.

Y ese dios que el sujeto percibe, es un dios luminoso, un ser de gran luz. Para expresar esta luminosidad, el poeta recurre a los neologismos, a los efectos sensoriales, en especial los que posee la propia naturaleza; así configura un dios que, en oposición a la idea del hombre creado por un ser superior, es el sujeto lírico quien “crea” su mundo y todo lo que existe en él:

“Eres la gracia libre,

la gloria del gustar, la eterna simpatía,

el gozo del temblor, la luminaria

del clariver, el fondo del amor,

el horizonte que no quita nada;

la transparencia, dios, la transparencia,

el uno al fin, dios ahora solito en lo uno mío,

en el mundo que yo por ti y para ti he creado”.

En el poema “De nuestros movimientos naturales” expresa una religiosidad más cercana al budismo zen que al cristianismo, pues importa demasiado su relación con la naturaleza, y como soporte de la creación del todo, aparecen, desde luego, los cuatro elementos fundamentales: el aire, la tierra, el fuego y el agua. Esa presencia manifiesta la belleza, pero también el amor:

“Aquí estás en ejemplo y en espejo

de la imaginación, de mi imaginación en movimiento,

estás en elemento triple incorporable,

agua, aire, alto fuego,

con la tierra segura en todo el horizonte”.

Pero el amor también existe en el beso, un beso que se da en los ojos, de quien todo lo siente y todo lo ve, el dios omnipresente: “a besarle los ojos, sus estrellas, / con cuatro besos solos de amor vivo; / el primero, en los ojos de su frente; / el segundo, el tercero, en los ojos de sus manos, / y el cuarto, en ese ojo de su pie de alta sirena”.

Es clara la intención del poeta de expresar su fascinación por los colores para referirse al mar, en especial aquel donde habita su dios. En el poema “En mi tercero mar”, el poeta recuerda cómo, en diálogo con su dios, ya le había hablado del blanco, un blanco que es la suma, el continente de todo, al igual que el mar, el “color de todos los colores”: “De ese rumor de todos los rumores / que siempre perseguí, con el color, / por aire, tierra, agua, fuego, amor, / tras el gris terminal de todas las salidas”. ¿Es el gris, el color de la muerte? ¿Es una duda?

En el poema también está presente la idea de la dualidad que se expresa en la esencia y en la sustancia, en lo objetivo y en lo subjetivo, en lo interior y exterior: “El amor más completo, amor, tú eres, / con la sustancia toda / (y con toda la esencia) / en los sentidos todos de mi cuerpo / (y en todos los sentidos de mi alma)”.

Esta dualidad del dios materia y esencia, es a la vez, la conciencia de saber que es uno y es todo, que el dios es uno mismo, aquí la sinestesia participa para acentuar cómo es el dios omnipresente, omnisciente, contenido en el mar (el mayor contenedor natural) que a la vez lo refleja: “porque tú, mi deseado dios estás visible / estás audible, estás sensible / en rumor y en color de mar, ahora; / porque eres espejo de mí mismo / en el mundo, mayor por ti, que me ha tocado.”

Primera de dos partes

“¡Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas! Que mi palabra sea la cosa misma creada por mi alma nuevamente”. J. R. J.

Animal de fondo fue publicado en 1949 por el poeta español Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel de Literatura (1956). Contiene dos partes: “Animal de fondo” y “Dios deseado y deseante”. El poemario incluye una serie de elementos en los que se puede apreciar la importancia de acercarse a lo eterno e inmanente, y a un dios, no necesariamente el cristiano, sino más bien a una religiosidad en la que está presente también el panteísmo. Otros elementos recurrentes son el cromatismo, los neologismos, la confrontación con la naturaleza y con el interior de uno mismo; ideas ya claramente expuestas en Platero y yo.

Lo más evidente con respecto de la idea de un dios, se aprecia en el poema “La transparencia, dios, la transparencia”, cuando define Juan Ramón Jiménez a “su” y a “nuestro” dios como un ser con presencia sensorial que le permite ser receptivo ante lo creado:

“No eres mi redentor, ni eres mi ejemplo,

ni mi padre, ni mi hijo, ni mi hermano;

eres igual y uno, eres distinto y todo;

eres dios de lo hermoso conseguido,

conciencia mía de lo hermoso”.

Es un dios que habita en él, que ya está en él, en el amor que es belleza: “porque estás ya a mi lado, / en mi eléctrica zona, / como está en el amor el amor lleno”.

Y ese dios que el sujeto percibe, es un dios luminoso, un ser de gran luz. Para expresar esta luminosidad, el poeta recurre a los neologismos, a los efectos sensoriales, en especial los que posee la propia naturaleza; así configura un dios que, en oposición a la idea del hombre creado por un ser superior, es el sujeto lírico quien “crea” su mundo y todo lo que existe en él:

“Eres la gracia libre,

la gloria del gustar, la eterna simpatía,

el gozo del temblor, la luminaria

del clariver, el fondo del amor,

el horizonte que no quita nada;

la transparencia, dios, la transparencia,

el uno al fin, dios ahora solito en lo uno mío,

en el mundo que yo por ti y para ti he creado”.

En el poema “De nuestros movimientos naturales” expresa una religiosidad más cercana al budismo zen que al cristianismo, pues importa demasiado su relación con la naturaleza, y como soporte de la creación del todo, aparecen, desde luego, los cuatro elementos fundamentales: el aire, la tierra, el fuego y el agua. Esa presencia manifiesta la belleza, pero también el amor:

“Aquí estás en ejemplo y en espejo

de la imaginación, de mi imaginación en movimiento,

estás en elemento triple incorporable,

agua, aire, alto fuego,

con la tierra segura en todo el horizonte”.

Pero el amor también existe en el beso, un beso que se da en los ojos, de quien todo lo siente y todo lo ve, el dios omnipresente: “a besarle los ojos, sus estrellas, / con cuatro besos solos de amor vivo; / el primero, en los ojos de su frente; / el segundo, el tercero, en los ojos de sus manos, / y el cuarto, en ese ojo de su pie de alta sirena”.

Es clara la intención del poeta de expresar su fascinación por los colores para referirse al mar, en especial aquel donde habita su dios. En el poema “En mi tercero mar”, el poeta recuerda cómo, en diálogo con su dios, ya le había hablado del blanco, un blanco que es la suma, el continente de todo, al igual que el mar, el “color de todos los colores”: “De ese rumor de todos los rumores / que siempre perseguí, con el color, / por aire, tierra, agua, fuego, amor, / tras el gris terminal de todas las salidas”. ¿Es el gris, el color de la muerte? ¿Es una duda?

En el poema también está presente la idea de la dualidad que se expresa en la esencia y en la sustancia, en lo objetivo y en lo subjetivo, en lo interior y exterior: “El amor más completo, amor, tú eres, / con la sustancia toda / (y con toda la esencia) / en los sentidos todos de mi cuerpo / (y en todos los sentidos de mi alma)”.

Esta dualidad del dios materia y esencia, es a la vez, la conciencia de saber que es uno y es todo, que el dios es uno mismo, aquí la sinestesia participa para acentuar cómo es el dios omnipresente, omnisciente, contenido en el mar (el mayor contenedor natural) que a la vez lo refleja: “porque tú, mi deseado dios estás visible / estás audible, estás sensible / en rumor y en color de mar, ahora; / porque eres espejo de mí mismo / en el mundo, mayor por ti, que me ha tocado.”