/ martes 13 de julio de 2021

Cambiavía | Una aproximación a la poesía de Juan Ramón Jiménez

Segunda y última

La búsqueda del “dios deseado y deseante” tiene que darse, necesariamente, en el interior. Hay que cavar adentro, hay que llegar a las entrañas para alcanzar la luz en la obscuridad: “Todo está dirigido / a este tesoro palpitante, / dios deseado y deseante, / de mi mina en que espera mi diamante; / a este rayo movimiento / de entraña abierta (en su alma) con el sol / del día que te va pasando en éxtasis”. La búsqueda es, a la vez, un deseo, y al deseo se le busca en la conciencia, adentro y afuera, arriba y abajo para alcanzar la unidad con el ser supremo: “Para llevarme en cuerpo y alma / al ámbito de todos los confines, a ser el yo que anhelo / y a ser el tú que anhelas en mi anhelo, / conciencia hoy de vasto azul, / conciencia deseante y deseada”.

En “Todas las nubes arden” está presente la idea de lo eterno, pues todo es, todo fue o todo será; además, la insistencia en las repeticiones, en este caso la de subir, no es más que el empeño de alcanzar el misticismo y la manifestación, de nuevo, de lo eterno y del querer conocerlo todo: “Todas las nubes que existieron, / que existen y que existirán / me rodean con signos de evidencia / ellas son para mí / la afirmación alzada de este hondo / fondo de aire en que yo vivo; / el subir verdadero del subir, / el subir del hallazgo en lo alto profundo”.

“Esa órbita abierta” expresa con toda claridad la idea de lo inmanente y eterno; para ello recurre a la contraposición de las ideas, la antítesis permite establecer su inmanencia al contrastar los términos: “Los pájaros del aire / se mecen en las ramas de las nubes, / los pájaros del agua / se mecen en las nubes del mar”. Además de que esta estrofa recrea lingüísticamente las sensaciones que produce el mar, el mecer de las olas, el vaivén, el movimiento constante, permanente, interminable. Por tanto, el mar juega un papel importantísimo, pues es a la vez, fondo de aire, fondo de agua. Es, a fin de cuentas, el lugar más propicio para hallar lugar la conciencia: “En mi fondo de aire en que te tengo, / encima de este mar, fondo de agua”.

Y si el mar es fondo y aire, es el aire la transparencia, la luz. En el mismo poema, versos más adelante, el poeta expresa el sentido último de la belleza: “Este término hermoso cegador / al que me vas entrando tú, / contento de ser tuyo y de ser mío / en lo mejor que tengo, mi expresión”. Y qué es sino la poesía, la expresión por la que se alcanza la belleza, la expresión para verbalizar, en el sentido del verbo, como la palabra fundacional y creadora.

Otros elementos naturales frecuentemente referidos en la poesía de Juan Ramón Jiménez que merecen ser comentados son la luz y el sol. Ambos, evidentemente, son la transparencia, pero al mismo tiempo son el dios anhelado y siempre buscado por la claridad que posee. Es alcanzar en el sentido místico, la iluminación, la búsqueda de la luz, como la energía creadora, dadora de vida y de amor, como en el gran poema “Soy animal de fondo”: “Ahora sobre el mar; pasado, como el aire, por un sol / que es carbón allá arriba, mi fuera, y me ilumina / con su carbón el ámbito segundo destinado”. En este poema la alusión al ser y estar, que cuestiona precisamente el ser que no es lo mismo que el estar. El fondo que es “el pozo sagrado de mí mismo”. Es decir, que la búsqueda del ser y del estar, de encontrar la luz, la conciencia, implica un viaje al interior, pues el estado ideal habita en uno mismo. Se trata de profundizar. Pero, siguiendo el juego de oposiciones de Juan Ramón Jiménez, en la medida en que uno profundiza, de manera inversa uno se eleva, por eso el juego de palabras: ascenso-descenso, luz-obscuridad, interioridad-exterioridad.

Y es que ese diálogo con el dios que es y está, que es uno mismo y otro, termina por fundir en uno solo, un solo dios, el “todo es uno”, la unidad, la fusión: “Lo eras para hacerme pensar que tú eras tú, / para hacerme sentir que yo era tú, / para hacerme gozar que tú eras yo, para hacerme gritar que yo era yo / en el fondo de aire en donde estoy”.

Y aquí termina la búsqueda, toda vez que el poeta se encuentra consigo mismo, mediante la forma, la expresión, la belleza y el amor. El amor como una vía para trascender y a la vez como la gran virtud:

El amor más completo, amor, tú eres,

con la sustancia toda

(y con toda la esencia)

en los sentidos todos de mi cuerpo

(y en todos los sentidos de mi alma)

que son los mismos en el gran saber

de quien, como yo ahora, todo, en luz, lo sabe.

“Animal de fondo” es un ir y venir, como el mar, como las olas, es subir y bajar, perpetuo movimiento, es luz y es aire, la transparencia, es un viaje que lo mismo puede elevar que caer, cielos y abismos, un viaje al interior y al exterior, es navegar para alcanzar la iluminación en el sentido más panteísta y auténtico.

Segunda y última

La búsqueda del “dios deseado y deseante” tiene que darse, necesariamente, en el interior. Hay que cavar adentro, hay que llegar a las entrañas para alcanzar la luz en la obscuridad: “Todo está dirigido / a este tesoro palpitante, / dios deseado y deseante, / de mi mina en que espera mi diamante; / a este rayo movimiento / de entraña abierta (en su alma) con el sol / del día que te va pasando en éxtasis”. La búsqueda es, a la vez, un deseo, y al deseo se le busca en la conciencia, adentro y afuera, arriba y abajo para alcanzar la unidad con el ser supremo: “Para llevarme en cuerpo y alma / al ámbito de todos los confines, a ser el yo que anhelo / y a ser el tú que anhelas en mi anhelo, / conciencia hoy de vasto azul, / conciencia deseante y deseada”.

En “Todas las nubes arden” está presente la idea de lo eterno, pues todo es, todo fue o todo será; además, la insistencia en las repeticiones, en este caso la de subir, no es más que el empeño de alcanzar el misticismo y la manifestación, de nuevo, de lo eterno y del querer conocerlo todo: “Todas las nubes que existieron, / que existen y que existirán / me rodean con signos de evidencia / ellas son para mí / la afirmación alzada de este hondo / fondo de aire en que yo vivo; / el subir verdadero del subir, / el subir del hallazgo en lo alto profundo”.

“Esa órbita abierta” expresa con toda claridad la idea de lo inmanente y eterno; para ello recurre a la contraposición de las ideas, la antítesis permite establecer su inmanencia al contrastar los términos: “Los pájaros del aire / se mecen en las ramas de las nubes, / los pájaros del agua / se mecen en las nubes del mar”. Además de que esta estrofa recrea lingüísticamente las sensaciones que produce el mar, el mecer de las olas, el vaivén, el movimiento constante, permanente, interminable. Por tanto, el mar juega un papel importantísimo, pues es a la vez, fondo de aire, fondo de agua. Es, a fin de cuentas, el lugar más propicio para hallar lugar la conciencia: “En mi fondo de aire en que te tengo, / encima de este mar, fondo de agua”.

Y si el mar es fondo y aire, es el aire la transparencia, la luz. En el mismo poema, versos más adelante, el poeta expresa el sentido último de la belleza: “Este término hermoso cegador / al que me vas entrando tú, / contento de ser tuyo y de ser mío / en lo mejor que tengo, mi expresión”. Y qué es sino la poesía, la expresión por la que se alcanza la belleza, la expresión para verbalizar, en el sentido del verbo, como la palabra fundacional y creadora.

Otros elementos naturales frecuentemente referidos en la poesía de Juan Ramón Jiménez que merecen ser comentados son la luz y el sol. Ambos, evidentemente, son la transparencia, pero al mismo tiempo son el dios anhelado y siempre buscado por la claridad que posee. Es alcanzar en el sentido místico, la iluminación, la búsqueda de la luz, como la energía creadora, dadora de vida y de amor, como en el gran poema “Soy animal de fondo”: “Ahora sobre el mar; pasado, como el aire, por un sol / que es carbón allá arriba, mi fuera, y me ilumina / con su carbón el ámbito segundo destinado”. En este poema la alusión al ser y estar, que cuestiona precisamente el ser que no es lo mismo que el estar. El fondo que es “el pozo sagrado de mí mismo”. Es decir, que la búsqueda del ser y del estar, de encontrar la luz, la conciencia, implica un viaje al interior, pues el estado ideal habita en uno mismo. Se trata de profundizar. Pero, siguiendo el juego de oposiciones de Juan Ramón Jiménez, en la medida en que uno profundiza, de manera inversa uno se eleva, por eso el juego de palabras: ascenso-descenso, luz-obscuridad, interioridad-exterioridad.

Y es que ese diálogo con el dios que es y está, que es uno mismo y otro, termina por fundir en uno solo, un solo dios, el “todo es uno”, la unidad, la fusión: “Lo eras para hacerme pensar que tú eras tú, / para hacerme sentir que yo era tú, / para hacerme gozar que tú eras yo, para hacerme gritar que yo era yo / en el fondo de aire en donde estoy”.

Y aquí termina la búsqueda, toda vez que el poeta se encuentra consigo mismo, mediante la forma, la expresión, la belleza y el amor. El amor como una vía para trascender y a la vez como la gran virtud:

El amor más completo, amor, tú eres,

con la sustancia toda

(y con toda la esencia)

en los sentidos todos de mi cuerpo

(y en todos los sentidos de mi alma)

que son los mismos en el gran saber

de quien, como yo ahora, todo, en luz, lo sabe.

“Animal de fondo” es un ir y venir, como el mar, como las olas, es subir y bajar, perpetuo movimiento, es luz y es aire, la transparencia, es un viaje que lo mismo puede elevar que caer, cielos y abismos, un viaje al interior y al exterior, es navegar para alcanzar la iluminación en el sentido más panteísta y auténtico.