/ martes 20 de octubre de 2020

Cambiavía | Una habitación propia

En 1928 Virginia Woolf fue invitada a impartir una conferencia sobre las mujeres. De ahí resultó un ensayo que se ha convertido en un instrumento de lucha por las libertades de la mujer. El texto lleva por título A room of one’s own, el cual se ha traducido como Una habitación propia. La idea central del ensayo establece que una mujer puede sobresalir al mismo nivel que los hombres y para ello necesita tener una habitación propia y ser financieramente independiente.

Tiempo, espacio, independencia y dinero también se necesitan para conocer el mundo, para dejar atrás las cosas vanas y superficiales y acercarse al universo creativo. Dicho libro, como se sabe, ha tenido y tiene una enorme influencia entre las mujeres y ha puesto a pensar seriamente a muchos hombres.

Debo decir que siempre he estado de acuerdo con lo que expresó Virginia Woolf: “es esencial que las mujeres asuman su independencia material con respecto del hombre”. La dinámica actual obliga a los seres humanos a ser competentes, a prepararse a lo largo de la vida para poder hacer frente a los desafíos que impone este mundo liberal, cambiante, que transita en lo que se ha dado en llamar sociedades del conocimiento.

Es por eso que no se debe aceptar que, en estos días, una mujer, al contraer matrimonio, deje de estudiar o trabajar. Esa renuncia puede resultar muy “cómoda”, pero se corren varios peligros. Uno de ellos es que pierde su libertad, su independencia. Al permitir que sea el varón el que se haga cargo del hogar, él toma el control no sólo de la casa en que habitan, sino de la esposa y los hijos. Se asume como un “todopoderoso” que dispone qué, cómo, dónde y cuándo debe hacerse tal o cual cosa.

Cuando la pareja comienza a tener problemas en su relación, es muy fácil que el hombre la trate mal, la “castigue” limitando el presupuesto familiar, dejándole de hablar por largos periodos, o tomando decisiones con las cuales los hijos o la esposa podrían no estar de acuerdo.

Que una mujer tenga una habitación propia, significa también que tenga dinero propio. No estoy planteando que cada quien haga su vida, no. Estoy diciendo que una mujer debe mantener una identidad y libertad de movimiento. Los proyectos de vida, los sueños de la pareja, se podrán alcanzar más rápido y ambos se sentirán satisfechos de haberlo conseguido juntos.

Pero el asunto va más allá de eso. Pensemos que en algún momento dado la relación de pareja ya no funciona. Alguien se desenamora o engaña, o no logran mantener un estado de armonía. Entonces llega el caso en que el esposo le pide el divorcio. ¡Saz!

Si la mujer deja de trabajar uno, dos, cinco o diez años, en este mundo tan ferozmente competitivo, se queda ante la imposibilidad de volver a conseguir un empleo. La tecnología habrá cambiado, los requisitos de contratación, también. Las habilidades que la persona había desarrollado se han atrofiado o se han olvidado. Y sobre todo, la edad. ¡No es lo mismo que una mujer solicite trabajo a los 25 años que a los 40! Se queda en la total indefensión. Porque ya sabemos cómo ocurren los divorcios. Generalmente el hombre se queda con todo, porque fue muy romántico que los bienes quedarán a nombre de quien los compró.

Así que la mujer tendrá que rentar una casa, buscarse un empleo y hacerse cargo del cuidado de los hijos. Por muy ventajosa que resulte la pensión alimenticia no será suficiente para salir adelante con los gastos que se tendrán que enfrentar: escuela, alimentación, vestido, etc. Como se ve, además del dolor ante la pérdida de la pareja, habrá que hacer frente a una nueva vida, para la cual ya no se está suficientemente preparada.

Estas son algunas de las razones por las que la mujer debe tener una habitación propia, un empleo, ser independiente. Creo que a partir de la publicación de ese ensayo de la Woolf el mundo ha cambiado, pero no los hombres. Me parece que aún existen miles y miles que no están a la altura de la nueva mujer que se perfila en este incipiente siglo XXI.

Hoy, los hombres tienen miedo de no ser más el “príncipe azul”, de aceptar que el mundo ha cambiado. Les cuesta tanto entender que ya no existen las mujeres que “dejan todo por amor”. Ahora, están buscando a un hombre que todavía no existe y paradójicamente, el hombre sigue empeñado en buscar a una mujer que, afortunadamente, ya “casi” no existe.

Afortunadamente, abundan mujeres que ya han saboreado el éxito, que disfrutan tomar decisiones propias, gastar su dinero, y vivir en un espacio que solo a ellas les pertenece. Esas mujeres no darán un paso atrás. No existe un camino de regreso. Ellas han planteado nuevas formas de relación, de intimidad, de caminar. Son conscientes del significado de la equidad y por eso expresan nuevas formas para decidir trayectorias en común. Virginia Woolf publicó Una habitación propia en 1929, en ella expresaba que: “Dentro de cien años, pensé llegando a la puerta de mi casa, las mujeres habrán dejado de ser el sexo protegido. Lógicamente, tomarán parte en todas las actividades y esfuerzos que antes les eran prohibidos. La niñera repartirá carbón. La tendera conducirá una locomotora. Todas las suposiciones fundadas en hechos observados cuando las mujeres eran el sexo protegido habrán desaparecido”. Es cierto que la Woolf no logró vislumbrar los avances tecnológicos ni la nueva oferta laboral, pero queda claro las mujeres han avanzado mucho en conquistar lo que antes eran espacios solo para hombres.

Añade este pisateclas la importancia que Virginia Woolf otorga a la independencia financiera: “Es notable el cambio de humor que unos ingresos traen consigo. Ninguna fuerza en el mundo puede quitarme mis quinientas libras. Tengo asegurados para siempre la comida, el cobijo y el vestir. Por tanto, no sólo cesan el esforzarse y luchar, sino también el odio y la amargura. No necesito odiar a ningún hombre: no tiene nada que darme. De modo que, imperceptiblemente, fui adoptando una nueva actitud hacia la mitad de la especie humana. Era absurdo culpar a ninguna clase o sexo en conjunto”.

Por mi parte, creo que los hombres no estamos a la altura de esta nueva mujer, pero deberíamos hacernos a la idea, porque así habrá de ser. Para bien o para mucho mejor, no hay marcha atrás.

Besitos a las niñas azules, a las mariposas amarillas. Beso en caída libre para mi gaviota, quien extiende alas para volar libre y segura por el firmamento.

En 1928 Virginia Woolf fue invitada a impartir una conferencia sobre las mujeres. De ahí resultó un ensayo que se ha convertido en un instrumento de lucha por las libertades de la mujer. El texto lleva por título A room of one’s own, el cual se ha traducido como Una habitación propia. La idea central del ensayo establece que una mujer puede sobresalir al mismo nivel que los hombres y para ello necesita tener una habitación propia y ser financieramente independiente.

Tiempo, espacio, independencia y dinero también se necesitan para conocer el mundo, para dejar atrás las cosas vanas y superficiales y acercarse al universo creativo. Dicho libro, como se sabe, ha tenido y tiene una enorme influencia entre las mujeres y ha puesto a pensar seriamente a muchos hombres.

Debo decir que siempre he estado de acuerdo con lo que expresó Virginia Woolf: “es esencial que las mujeres asuman su independencia material con respecto del hombre”. La dinámica actual obliga a los seres humanos a ser competentes, a prepararse a lo largo de la vida para poder hacer frente a los desafíos que impone este mundo liberal, cambiante, que transita en lo que se ha dado en llamar sociedades del conocimiento.

Es por eso que no se debe aceptar que, en estos días, una mujer, al contraer matrimonio, deje de estudiar o trabajar. Esa renuncia puede resultar muy “cómoda”, pero se corren varios peligros. Uno de ellos es que pierde su libertad, su independencia. Al permitir que sea el varón el que se haga cargo del hogar, él toma el control no sólo de la casa en que habitan, sino de la esposa y los hijos. Se asume como un “todopoderoso” que dispone qué, cómo, dónde y cuándo debe hacerse tal o cual cosa.

Cuando la pareja comienza a tener problemas en su relación, es muy fácil que el hombre la trate mal, la “castigue” limitando el presupuesto familiar, dejándole de hablar por largos periodos, o tomando decisiones con las cuales los hijos o la esposa podrían no estar de acuerdo.

Que una mujer tenga una habitación propia, significa también que tenga dinero propio. No estoy planteando que cada quien haga su vida, no. Estoy diciendo que una mujer debe mantener una identidad y libertad de movimiento. Los proyectos de vida, los sueños de la pareja, se podrán alcanzar más rápido y ambos se sentirán satisfechos de haberlo conseguido juntos.

Pero el asunto va más allá de eso. Pensemos que en algún momento dado la relación de pareja ya no funciona. Alguien se desenamora o engaña, o no logran mantener un estado de armonía. Entonces llega el caso en que el esposo le pide el divorcio. ¡Saz!

Si la mujer deja de trabajar uno, dos, cinco o diez años, en este mundo tan ferozmente competitivo, se queda ante la imposibilidad de volver a conseguir un empleo. La tecnología habrá cambiado, los requisitos de contratación, también. Las habilidades que la persona había desarrollado se han atrofiado o se han olvidado. Y sobre todo, la edad. ¡No es lo mismo que una mujer solicite trabajo a los 25 años que a los 40! Se queda en la total indefensión. Porque ya sabemos cómo ocurren los divorcios. Generalmente el hombre se queda con todo, porque fue muy romántico que los bienes quedarán a nombre de quien los compró.

Así que la mujer tendrá que rentar una casa, buscarse un empleo y hacerse cargo del cuidado de los hijos. Por muy ventajosa que resulte la pensión alimenticia no será suficiente para salir adelante con los gastos que se tendrán que enfrentar: escuela, alimentación, vestido, etc. Como se ve, además del dolor ante la pérdida de la pareja, habrá que hacer frente a una nueva vida, para la cual ya no se está suficientemente preparada.

Estas son algunas de las razones por las que la mujer debe tener una habitación propia, un empleo, ser independiente. Creo que a partir de la publicación de ese ensayo de la Woolf el mundo ha cambiado, pero no los hombres. Me parece que aún existen miles y miles que no están a la altura de la nueva mujer que se perfila en este incipiente siglo XXI.

Hoy, los hombres tienen miedo de no ser más el “príncipe azul”, de aceptar que el mundo ha cambiado. Les cuesta tanto entender que ya no existen las mujeres que “dejan todo por amor”. Ahora, están buscando a un hombre que todavía no existe y paradójicamente, el hombre sigue empeñado en buscar a una mujer que, afortunadamente, ya “casi” no existe.

Afortunadamente, abundan mujeres que ya han saboreado el éxito, que disfrutan tomar decisiones propias, gastar su dinero, y vivir en un espacio que solo a ellas les pertenece. Esas mujeres no darán un paso atrás. No existe un camino de regreso. Ellas han planteado nuevas formas de relación, de intimidad, de caminar. Son conscientes del significado de la equidad y por eso expresan nuevas formas para decidir trayectorias en común. Virginia Woolf publicó Una habitación propia en 1929, en ella expresaba que: “Dentro de cien años, pensé llegando a la puerta de mi casa, las mujeres habrán dejado de ser el sexo protegido. Lógicamente, tomarán parte en todas las actividades y esfuerzos que antes les eran prohibidos. La niñera repartirá carbón. La tendera conducirá una locomotora. Todas las suposiciones fundadas en hechos observados cuando las mujeres eran el sexo protegido habrán desaparecido”. Es cierto que la Woolf no logró vislumbrar los avances tecnológicos ni la nueva oferta laboral, pero queda claro las mujeres han avanzado mucho en conquistar lo que antes eran espacios solo para hombres.

Añade este pisateclas la importancia que Virginia Woolf otorga a la independencia financiera: “Es notable el cambio de humor que unos ingresos traen consigo. Ninguna fuerza en el mundo puede quitarme mis quinientas libras. Tengo asegurados para siempre la comida, el cobijo y el vestir. Por tanto, no sólo cesan el esforzarse y luchar, sino también el odio y la amargura. No necesito odiar a ningún hombre: no tiene nada que darme. De modo que, imperceptiblemente, fui adoptando una nueva actitud hacia la mitad de la especie humana. Era absurdo culpar a ninguna clase o sexo en conjunto”.

Por mi parte, creo que los hombres no estamos a la altura de esta nueva mujer, pero deberíamos hacernos a la idea, porque así habrá de ser. Para bien o para mucho mejor, no hay marcha atrás.

Besitos a las niñas azules, a las mariposas amarillas. Beso en caída libre para mi gaviota, quien extiende alas para volar libre y segura por el firmamento.