/ lunes 23 de julio de 2018

Cartas de un ángel guardián


Soyde las huestes celestiales, en las que por jerarquías están los serafines, querubines, tronos, potestades, virtudes, dominaciones, principados y arcángeles.


Soy un arcángel, raza afortunada, mensajero de Dios, ejecutor de su voluntad, compañero, confidente y protector de los humanos. Soy el último eslabón entre el mundo espiritual y la materia terrenal. Cuidar humanos es mi obligación. Es un trabajo poco beatifico. Lo sé. Lucifer anda hiperactivo.


Soy un arcángel ocupado, difícilmente hay tiempo para el aburrimiento, pero no me quejo, si las cosas fueran de otra manera seguramente los querubines, los más santos entre los santos, tendrían mi quehacer.


Mi tarea es escrudriñar en las profundidades del alma humana. Intuir qué hay más alla del rostro y modales. Hay almas perdidas en alquimias nefastas y extrañas, que a la alegría convierten en desorden, la amistad en hipocresía, la providencia en mezquindad, la indignación en rabia, la lealtad en traición, la humildad en arrogancia, la moderación en glotonería y el amor en vanidad. Existen almas que fatalmente sufrieron una metamorfosis hacia los pecados capitales; que estudie bajo una estricta metodología sin que revelara ninguna tendencia rara o sorprendente.


No me quejo. Tengo claro a quién debo fidelidad. Lucifer lo sabe. Y solo le queda ser más ingenioso para atrapar a individuos desprevenidos. ¿Su estrategia? Estudiar al mínimo detalle a sus confiadas víctimas; confundir, engañar, corromper y dividir antes de apoderarse de sus almas ya exangües.


Fausto hizo un pacto con Mefistófeles, le vendió su alma a cambio de juventud y toda la riqueza posible. “ Lucifer le dijo que la vida le sería retirada cuando colmara todos sus deseos, y Fausto, adepto a la filosofía, pensó que si la envidia es un sentimiento eterno, nada bastaría para apaciguarla. Pocos logran engañar al diablo. No pude hacerle ver que era una trampa. Ahora se encuentra en uno de los nueve círculos del infierno de Dante, donde reza una inscripción desesperada, “los que vais a entrar, dejad fuera toda esperanza”.


Soyde las huestes celestiales, en las que por jerarquías están los serafines, querubines, tronos, potestades, virtudes, dominaciones, principados y arcángeles.


Soy un arcángel, raza afortunada, mensajero de Dios, ejecutor de su voluntad, compañero, confidente y protector de los humanos. Soy el último eslabón entre el mundo espiritual y la materia terrenal. Cuidar humanos es mi obligación. Es un trabajo poco beatifico. Lo sé. Lucifer anda hiperactivo.


Soy un arcángel ocupado, difícilmente hay tiempo para el aburrimiento, pero no me quejo, si las cosas fueran de otra manera seguramente los querubines, los más santos entre los santos, tendrían mi quehacer.


Mi tarea es escrudriñar en las profundidades del alma humana. Intuir qué hay más alla del rostro y modales. Hay almas perdidas en alquimias nefastas y extrañas, que a la alegría convierten en desorden, la amistad en hipocresía, la providencia en mezquindad, la indignación en rabia, la lealtad en traición, la humildad en arrogancia, la moderación en glotonería y el amor en vanidad. Existen almas que fatalmente sufrieron una metamorfosis hacia los pecados capitales; que estudie bajo una estricta metodología sin que revelara ninguna tendencia rara o sorprendente.


No me quejo. Tengo claro a quién debo fidelidad. Lucifer lo sabe. Y solo le queda ser más ingenioso para atrapar a individuos desprevenidos. ¿Su estrategia? Estudiar al mínimo detalle a sus confiadas víctimas; confundir, engañar, corromper y dividir antes de apoderarse de sus almas ya exangües.


Fausto hizo un pacto con Mefistófeles, le vendió su alma a cambio de juventud y toda la riqueza posible. “ Lucifer le dijo que la vida le sería retirada cuando colmara todos sus deseos, y Fausto, adepto a la filosofía, pensó que si la envidia es un sentimiento eterno, nada bastaría para apaciguarla. Pocos logran engañar al diablo. No pude hacerle ver que era una trampa. Ahora se encuentra en uno de los nueve círculos del infierno de Dante, donde reza una inscripción desesperada, “los que vais a entrar, dejad fuera toda esperanza”.