/ lunes 30 de abril de 2018

Cine contexto, libro digital de Raciel Martínez

Cada espectador de cine tiene una versión heterogénea de la película vista. Oscila desde la general hasta la específica. Cada quien es portador de una opinión. Criticar no es opinar, es analizar con juicios estéticos- el filme. Alarma leer en los diarios o portales de Internet algunas “críticas” de películas cuando en realidad son sólo re- señas anémicas, inexactas e incompletas.

Hacer crítica de cine es, an- tes que nada, un ejercicio de escritura donde la capacidad como espectador cabe en estos versos de Fernando Pessoa: “Lo esencial es saber ver,/ saber ver cuando se ve,/ y no pensar cuando se ve/ ni ver cuando se piensa”. Porque el cine es una ecuación: intelecto y corazón

Escribir crítica de cine es enfrentarse a la posibilidad de entender que una película, también, es un ejercicio de escritura. El acto de escribir es un acto siempre, ineludible, de reescritura donde el crítico tiene que sumergirse en los abismos del lenguaje para encontrar luces que ayuden a ver la película tanto como un producto estético como un fenómeno social, porque el cine en su ejecución final: la pantalla grande es un suceso artístico de una sociedad ensanchada por la historicidad y la estética, por el poderío de la imaginación y el hecho intrínseco de la dialéctica.

Es decir, el cine es lenguaje y es significado, es contexto y pretexto de eso que Platón llamaba un puro devenir en términos del tránsito irremediable de los sucesos.

Es un festín de signos donde el espectador acude a una cita, en la sala de cine y ahora en las dimensiones pequeñas, luminosas, de las laptop o aparatos android , bajo la guía de ese Baco moderno que es el crítico de cine.

El cine es magia, es tiempo congelado. Es fuego literario, vino embriagador, oscuridad luminosa. El cine es la manera humana de la eternidad.

El cine es tela y rayo láser, penumbra de Eros y vientre de geografías impronunciables. Por el cine sabemos que la vida no alcanza en esta vida. El cine nos lleva de la lágrima a la risa, del inmoral pensamiento al hálito absorto.

El cine es fantasía, realidad, espejo, voz de buitre y canto de cisne. El cine es traslado a mundos de imposible acceso, a vidas de héroes que nos mintieron y están a revisión.

Con el cine hacemos una rutina, un catálogo de quehaceres donde el invento de los Lumiere nos acompaña y, muchas de las veces, es nuestra agenda principal. El cine es complemento, alimento, divertimento.

Al cine uno llega desarmado, indefenso a ser invadido por imágenes que penetran en la sangre, en la médula, y estalla en la retina para reinstalarnos su reino inamovible: la ficción

El cine es amo del ojo. El cine es pasión, visión, cosmovisión. Con el cine comprobamos que el mundo es breve, con barrios universales donde hay rostros conocidos, historias que nos atañen.

El cine es refugio de solitarios, idioma de apartados. El cine cabe en nuestra casa, en el rectángulo de un celular o una pantalla de 50 metros, aunque el espacio propicio del cine es la memoria. El cine es conocimiento, valor moral y ético.

Nada se parece al cine, porque el cine es único y para cada quien. El cine es aprendizaje y denuncia, es belleza y batahola

de sórdidas preguntas. El cine es caníbal: come de las demás artes para ofrecernos un platillo suculento de magia, de música, de cielos, de montañas, de senderos, de ríos, de noches, de olores a hierba y países remotos.

El filósofo francés Emile Bréhier apunta que: “Cuando el escalpelo corta la carne, el primer cuerpo produce sobre el segundo no una propiedad nueva, sino un nuevo atributo, el de ser cortado, expresado siempre por un verbo, lo que quiere decir que no es un ser sino un manera de ser”

De igual, manera Raciel Martínez, en su libro "Cine contexto" tomó el bisturí del cinéfilo atento, del crítico agudo para diseccionar un puñado de películas finiseculares del siglo veinte pasado para interrogar su semiótica y concatenarlas al espectador actual, no para disminuir sus fallas o insuficiencias estéticas, sino para contextualizarlas en lo que Raciel bien señala en su líneas a manera de introducción que el discurso y el contexto se justifican en su interacción social.

Si todo significa, si todo es susceptible de una interpretación, el cine como el inquilino más nuevo de las Bellas Artes, naturalmente posee una semiótica. Y, usando el punto que enfatiza Charles Sanders Peirce que: “La Lógica no es sino otro nombre de la semiótica”.

Se tiene que los ensayos y aproximaciones de críticas cinematográficas que nos entrega Raciel en este libro electrónico, son miradas reposadas, con el oficio del académico y el cinéfilo, bajo una lógica donde los significados de filmes como "El vengador del futuro" de Paul Verhoeven, "Robocop" o "Darkman" son factibles de una extrapolación metafílmica, consensuada en la interacción social que “sin adquirir la obligación visible de significar”, se transforman en “fenómenos culturales, que son signos que parecen tener otras funciones no comunicativas”.

Cada espectador de cine tiene una versión heterogénea de la película vista. Oscila desde la general hasta la específica. Cada quien es portador de una opinión. Criticar no es opinar, es analizar con juicios estéticos- el filme. Alarma leer en los diarios o portales de Internet algunas “críticas” de películas cuando en realidad son sólo re- señas anémicas, inexactas e incompletas.

Hacer crítica de cine es, an- tes que nada, un ejercicio de escritura donde la capacidad como espectador cabe en estos versos de Fernando Pessoa: “Lo esencial es saber ver,/ saber ver cuando se ve,/ y no pensar cuando se ve/ ni ver cuando se piensa”. Porque el cine es una ecuación: intelecto y corazón

Escribir crítica de cine es enfrentarse a la posibilidad de entender que una película, también, es un ejercicio de escritura. El acto de escribir es un acto siempre, ineludible, de reescritura donde el crítico tiene que sumergirse en los abismos del lenguaje para encontrar luces que ayuden a ver la película tanto como un producto estético como un fenómeno social, porque el cine en su ejecución final: la pantalla grande es un suceso artístico de una sociedad ensanchada por la historicidad y la estética, por el poderío de la imaginación y el hecho intrínseco de la dialéctica.

Es decir, el cine es lenguaje y es significado, es contexto y pretexto de eso que Platón llamaba un puro devenir en términos del tránsito irremediable de los sucesos.

Es un festín de signos donde el espectador acude a una cita, en la sala de cine y ahora en las dimensiones pequeñas, luminosas, de las laptop o aparatos android , bajo la guía de ese Baco moderno que es el crítico de cine.

El cine es magia, es tiempo congelado. Es fuego literario, vino embriagador, oscuridad luminosa. El cine es la manera humana de la eternidad.

El cine es tela y rayo láser, penumbra de Eros y vientre de geografías impronunciables. Por el cine sabemos que la vida no alcanza en esta vida. El cine nos lleva de la lágrima a la risa, del inmoral pensamiento al hálito absorto.

El cine es fantasía, realidad, espejo, voz de buitre y canto de cisne. El cine es traslado a mundos de imposible acceso, a vidas de héroes que nos mintieron y están a revisión.

Con el cine hacemos una rutina, un catálogo de quehaceres donde el invento de los Lumiere nos acompaña y, muchas de las veces, es nuestra agenda principal. El cine es complemento, alimento, divertimento.

Al cine uno llega desarmado, indefenso a ser invadido por imágenes que penetran en la sangre, en la médula, y estalla en la retina para reinstalarnos su reino inamovible: la ficción

El cine es amo del ojo. El cine es pasión, visión, cosmovisión. Con el cine comprobamos que el mundo es breve, con barrios universales donde hay rostros conocidos, historias que nos atañen.

El cine es refugio de solitarios, idioma de apartados. El cine cabe en nuestra casa, en el rectángulo de un celular o una pantalla de 50 metros, aunque el espacio propicio del cine es la memoria. El cine es conocimiento, valor moral y ético.

Nada se parece al cine, porque el cine es único y para cada quien. El cine es aprendizaje y denuncia, es belleza y batahola

de sórdidas preguntas. El cine es caníbal: come de las demás artes para ofrecernos un platillo suculento de magia, de música, de cielos, de montañas, de senderos, de ríos, de noches, de olores a hierba y países remotos.

El filósofo francés Emile Bréhier apunta que: “Cuando el escalpelo corta la carne, el primer cuerpo produce sobre el segundo no una propiedad nueva, sino un nuevo atributo, el de ser cortado, expresado siempre por un verbo, lo que quiere decir que no es un ser sino un manera de ser”

De igual, manera Raciel Martínez, en su libro "Cine contexto" tomó el bisturí del cinéfilo atento, del crítico agudo para diseccionar un puñado de películas finiseculares del siglo veinte pasado para interrogar su semiótica y concatenarlas al espectador actual, no para disminuir sus fallas o insuficiencias estéticas, sino para contextualizarlas en lo que Raciel bien señala en su líneas a manera de introducción que el discurso y el contexto se justifican en su interacción social.

Si todo significa, si todo es susceptible de una interpretación, el cine como el inquilino más nuevo de las Bellas Artes, naturalmente posee una semiótica. Y, usando el punto que enfatiza Charles Sanders Peirce que: “La Lógica no es sino otro nombre de la semiótica”.

Se tiene que los ensayos y aproximaciones de críticas cinematográficas que nos entrega Raciel en este libro electrónico, son miradas reposadas, con el oficio del académico y el cinéfilo, bajo una lógica donde los significados de filmes como "El vengador del futuro" de Paul Verhoeven, "Robocop" o "Darkman" son factibles de una extrapolación metafílmica, consensuada en la interacción social que “sin adquirir la obligación visible de significar”, se transforman en “fenómenos culturales, que son signos que parecen tener otras funciones no comunicativas”.