/ viernes 16 de febrero de 2018

Cine tailandés exquisito

Elempiezo del filme es más que elocuente: la otredad es el testimonio de un presente que requiere de todos los fantasmas para confirmar eso que llamamos realidad. Y el director tailandés Apichatpong Weerasethakul (autonombrado Joe para evitar lo impronunciable de su nombre) lo explaya y contiene en La leyenda del tío Boonmee (Loong Boonmee raluek chat)/Tailandia-Alemania-Gran Bretaña-Francia-España-2010.

Susan Sontag apuntaba que “los sueños son los otros habitantes de la realidad”. En La leyenda del tío Boonmee lo onírico pareciera transcurrir en un plano anfibio: en el insomnio de la memoria y en la disfuncionalidad de la muerte ante la presencia de otras presencias naturales (abstractas y palpables) que se alojan acaso en las creencias y los mitos reconstruidos generacionalmente.

La enfermedad mortal del tío Boonmee en su finca al norte de Tailandia lo convertirá en un Robinson Crusoe, cuya isla está hecha de los recuerdos de su esposa y de su hijo muertos años atrás.

Los fantasmas de ambos delatarán una ambigüedad existencial y ontológica que convivirán en una reunión tanto expectante como natural. Para Weerasethakul la naturaleza es inmortal y de asimilaciones variadas. Es reencarnación y continuidad (de allí lo extraño de la vaca al principio o del pez gato después), es transfiguración del espacio irreal a un suprarreal donde el hálito racional se estrella con lo sensorial, lo nimio con la inmediatez visual.

El hijo de Boonmee, peludo, simiesco, no es distante de las geometrías del alma que delimitan al budismo o al hinduismo. Tiene la constitución mimética y consubstancial al arreglo cósmico-espiritual planteado por Weerasethakul para antinarrar un filme sin orillas y cuyos centros son la tradición, el miedo al más allá y a la convivencia entre las almas.

Estamos tal vez ante la primera obra road movie espiritual del siglo veintiuno ya que emprende viajes hacia las dimensiones de lo corporal y de las inmanencias que para el efecto hay que abrir “otros ojos”.

Película tan etérea como densa, La leyenda del tío Boonmee no es lo que aparenta ser: una exudación intelectual y estética refinada. Hay padecerías, ahora sí, de la realidad de Tailandia. La secuencia donde aparecen soldados acompañados de homínidos o simios (en clara crítica a los regímenes militares de ese país), y los diálogos donde el director se deslinda de edulcoraciones místicas (cuando el fantasma de su mujer le dice a Boonmee que en el cielo no hay nada, y que los fantasmas están ligados a personas no a lugares) redondean la inteligente apuesta fílmica del mayor cineasta tailandés que en 2010 obtuvo por este filme la Palma de Oro en Cannes, Francia…

Elempiezo del filme es más que elocuente: la otredad es el testimonio de un presente que requiere de todos los fantasmas para confirmar eso que llamamos realidad. Y el director tailandés Apichatpong Weerasethakul (autonombrado Joe para evitar lo impronunciable de su nombre) lo explaya y contiene en La leyenda del tío Boonmee (Loong Boonmee raluek chat)/Tailandia-Alemania-Gran Bretaña-Francia-España-2010.

Susan Sontag apuntaba que “los sueños son los otros habitantes de la realidad”. En La leyenda del tío Boonmee lo onírico pareciera transcurrir en un plano anfibio: en el insomnio de la memoria y en la disfuncionalidad de la muerte ante la presencia de otras presencias naturales (abstractas y palpables) que se alojan acaso en las creencias y los mitos reconstruidos generacionalmente.

La enfermedad mortal del tío Boonmee en su finca al norte de Tailandia lo convertirá en un Robinson Crusoe, cuya isla está hecha de los recuerdos de su esposa y de su hijo muertos años atrás.

Los fantasmas de ambos delatarán una ambigüedad existencial y ontológica que convivirán en una reunión tanto expectante como natural. Para Weerasethakul la naturaleza es inmortal y de asimilaciones variadas. Es reencarnación y continuidad (de allí lo extraño de la vaca al principio o del pez gato después), es transfiguración del espacio irreal a un suprarreal donde el hálito racional se estrella con lo sensorial, lo nimio con la inmediatez visual.

El hijo de Boonmee, peludo, simiesco, no es distante de las geometrías del alma que delimitan al budismo o al hinduismo. Tiene la constitución mimética y consubstancial al arreglo cósmico-espiritual planteado por Weerasethakul para antinarrar un filme sin orillas y cuyos centros son la tradición, el miedo al más allá y a la convivencia entre las almas.

Estamos tal vez ante la primera obra road movie espiritual del siglo veintiuno ya que emprende viajes hacia las dimensiones de lo corporal y de las inmanencias que para el efecto hay que abrir “otros ojos”.

Película tan etérea como densa, La leyenda del tío Boonmee no es lo que aparenta ser: una exudación intelectual y estética refinada. Hay padecerías, ahora sí, de la realidad de Tailandia. La secuencia donde aparecen soldados acompañados de homínidos o simios (en clara crítica a los regímenes militares de ese país), y los diálogos donde el director se deslinda de edulcoraciones místicas (cuando el fantasma de su mujer le dice a Boonmee que en el cielo no hay nada, y que los fantasmas están ligados a personas no a lugares) redondean la inteligente apuesta fílmica del mayor cineasta tailandés que en 2010 obtuvo por este filme la Palma de Oro en Cannes, Francia…