/ lunes 9 de diciembre de 2019

Con café y a media luz | Complejo 2020

Marcelo Ebrard ha sido, desde hace muchos años, el “brazo derecho” de Andrés Manuel López Obrador. Ebrard Casaubón es, quizá, la figura que ha estado dando equilibrio cuando el tabasqueño es superado por la visceralidad que todos le conocemos y que es un fragmento de personalidad en su ya, de por sí, polémico comportamiento cuando las cosas no suceden como él lo espera.

Durante los últimos diez y ocho años, Marcelo ha ocupado puestos importantes de carácter público en lugares estratégicos como la Capital de la República Mexicana, además de estar siempre cercano a AMLO en la estructura orgánica de los escaparates políticos que ha conformado y encabezado este último, ya sea el PRD, “Honestidad Valiente” y, últimamente, Morena.

Con la llegada de López Obrador al poder, Marcelo Ebrard ha sido llamado a cumplir, tal vez, el compromiso laboral más serio y difícil que ha tenido en toda su carrera política, y es que no es lo mismo lidiar con rivales connacionales emergidos de corrientes priistas o panistas, que con personajes políticos de talla internacional que “mueven los hilos” del país más poderoso del mundo.

Ha sido tal, la participación de Ebrard en la actual administración pública federal que, en más de una ocasión le ha quitado los reflectores a la mismísima titular de la Secretaría de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, así como al secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Francisco Alfonso Durazo.

El canciller mexicano ha hecho un papel estupendo como secretario de Relaciones Exteriores, en la medida de las posibilidades que le han dado las circunstancias cada vez más adversas del contexto político internacional que han decidido crear el presidente de los Estados Unidos Mexicanos y su homólogo estadounidense, Dondald Trump. Esto último hay que subrayarlo.

En temas como el muro limítrofe en el norte, la porosidad de la frontera sur de nuestra nación, la permisividad de las autoridades en relación con el fenómeno de las caravanas migrantes y la amenaza del cierre comercial a los productos mexicanos o, en su caso, el incremento al impuesto arancelario, el ir y venir de Ebrard a los Estados Unidos de Norteamérica, se ha vuelto “el pan nuestro de cada día”.

Recientemente una nueva arremetida discursiva ha encendido “los focos amarillos” en la oficina de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Después de la masacre de la familia LeBarón –de ambas nacionalidades, por cierto– el mandatario de la autollamada “nación más poderosa del mundo” ha manifestado la intención de declarar órganos terroristas a los cárteles mexicanos.

Ello, implicaría un trámite meramente sencillo ante la Organización de las Naciones Unidas, por parte de los americanos para penetrar con su ejército en nuestro país, lo cual resulta más que preocupante por todo lo que implica, política, social y geográficamente. Además de que, en la conciencia colectiva de los países del orbe, la soberanía nacional mexicana quedaría por los suelos.

De permitirse este fenómeno, hacia el interior, AMLO y todo su gabinete estarían asumiendo que no han podido controlar el problema de la inseguridad propiciada por los miembros del crimen organizado y, al mismo tiempo, le estarían dando la razón a los opositores de este gobierno, que tanto se han empeñado en declarar que la estrategia de “abrazos y no balazos” no funciona.

Y, como es costumbre, las opiniones ya se polarizaron en este tenor.

Por una parte, están aquellos que señalan a Ebrard como la pieza clave en esta negociación con el vecino del norte pues, dicen los que saben, que el otrora mandatario capitalino tiene “la vara alta” con el congreso estadounidense y, por ello consiguió, heroicamente, que Mr. Trump diera marcha atrás a la intentona de etiquetar de “terroristas” a los miembros de la delincuencia, curiosamente, recién así los llamó el mandatario estatal Francisco Javier García Cabeza de Vaca.

Por otra, están aquellos que indican que el Gobierno mexicano, desde la amenaza arancelaria, se colocó, sumisamente, las cuerdas en las extremidades para convertirse en el títere de la unión americana. Así, cuando a “los gringos” algo no les pareciera, amedrentarían con una amenaza comercial, social, política o de seguridad al régimen de nuestro México lindo y qué herido y este último tendría que ceder ante las presiones del país de “las barras y las estrellas”.

De cara al 2020, la Cuarta Transformación se ha echado a cuestas “un paquete” que nunca se imaginó, pues después del primer año de gobierno cerca de un centenar de promesas se han cumplido, pero con cero por ciento de resultados en materia de seguridad, crecimiento y desarrollo económico y, si a esa sumatoria le agregamos las difíciles relaciones con el vecino, no dudamos que el asunto tome “color de hormiga”.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

Marcelo Ebrard ha sido, desde hace muchos años, el “brazo derecho” de Andrés Manuel López Obrador. Ebrard Casaubón es, quizá, la figura que ha estado dando equilibrio cuando el tabasqueño es superado por la visceralidad que todos le conocemos y que es un fragmento de personalidad en su ya, de por sí, polémico comportamiento cuando las cosas no suceden como él lo espera.

Durante los últimos diez y ocho años, Marcelo ha ocupado puestos importantes de carácter público en lugares estratégicos como la Capital de la República Mexicana, además de estar siempre cercano a AMLO en la estructura orgánica de los escaparates políticos que ha conformado y encabezado este último, ya sea el PRD, “Honestidad Valiente” y, últimamente, Morena.

Con la llegada de López Obrador al poder, Marcelo Ebrard ha sido llamado a cumplir, tal vez, el compromiso laboral más serio y difícil que ha tenido en toda su carrera política, y es que no es lo mismo lidiar con rivales connacionales emergidos de corrientes priistas o panistas, que con personajes políticos de talla internacional que “mueven los hilos” del país más poderoso del mundo.

Ha sido tal, la participación de Ebrard en la actual administración pública federal que, en más de una ocasión le ha quitado los reflectores a la mismísima titular de la Secretaría de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, así como al secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Francisco Alfonso Durazo.

El canciller mexicano ha hecho un papel estupendo como secretario de Relaciones Exteriores, en la medida de las posibilidades que le han dado las circunstancias cada vez más adversas del contexto político internacional que han decidido crear el presidente de los Estados Unidos Mexicanos y su homólogo estadounidense, Dondald Trump. Esto último hay que subrayarlo.

En temas como el muro limítrofe en el norte, la porosidad de la frontera sur de nuestra nación, la permisividad de las autoridades en relación con el fenómeno de las caravanas migrantes y la amenaza del cierre comercial a los productos mexicanos o, en su caso, el incremento al impuesto arancelario, el ir y venir de Ebrard a los Estados Unidos de Norteamérica, se ha vuelto “el pan nuestro de cada día”.

Recientemente una nueva arremetida discursiva ha encendido “los focos amarillos” en la oficina de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Después de la masacre de la familia LeBarón –de ambas nacionalidades, por cierto– el mandatario de la autollamada “nación más poderosa del mundo” ha manifestado la intención de declarar órganos terroristas a los cárteles mexicanos.

Ello, implicaría un trámite meramente sencillo ante la Organización de las Naciones Unidas, por parte de los americanos para penetrar con su ejército en nuestro país, lo cual resulta más que preocupante por todo lo que implica, política, social y geográficamente. Además de que, en la conciencia colectiva de los países del orbe, la soberanía nacional mexicana quedaría por los suelos.

De permitirse este fenómeno, hacia el interior, AMLO y todo su gabinete estarían asumiendo que no han podido controlar el problema de la inseguridad propiciada por los miembros del crimen organizado y, al mismo tiempo, le estarían dando la razón a los opositores de este gobierno, que tanto se han empeñado en declarar que la estrategia de “abrazos y no balazos” no funciona.

Y, como es costumbre, las opiniones ya se polarizaron en este tenor.

Por una parte, están aquellos que señalan a Ebrard como la pieza clave en esta negociación con el vecino del norte pues, dicen los que saben, que el otrora mandatario capitalino tiene “la vara alta” con el congreso estadounidense y, por ello consiguió, heroicamente, que Mr. Trump diera marcha atrás a la intentona de etiquetar de “terroristas” a los miembros de la delincuencia, curiosamente, recién así los llamó el mandatario estatal Francisco Javier García Cabeza de Vaca.

Por otra, están aquellos que indican que el Gobierno mexicano, desde la amenaza arancelaria, se colocó, sumisamente, las cuerdas en las extremidades para convertirse en el títere de la unión americana. Así, cuando a “los gringos” algo no les pareciera, amedrentarían con una amenaza comercial, social, política o de seguridad al régimen de nuestro México lindo y qué herido y este último tendría que ceder ante las presiones del país de “las barras y las estrellas”.

De cara al 2020, la Cuarta Transformación se ha echado a cuestas “un paquete” que nunca se imaginó, pues después del primer año de gobierno cerca de un centenar de promesas se han cumplido, pero con cero por ciento de resultados en materia de seguridad, crecimiento y desarrollo económico y, si a esa sumatoria le agregamos las difíciles relaciones con el vecino, no dudamos que el asunto tome “color de hormiga”.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!