/ viernes 25 de septiembre de 2020

Con café y a media luz | Amarrar al animalote

Ni la carta de renuncia del otrora secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, había levantado tanto escozor al interior del aparato del actual Gobierno federal con aquella frase “lamento no haberle podido transmitir mi postura en torno al control de los puertos y aduanas por el ejército y marina mexicanos”, como el que ocasionó Jaime Cárdenas al momento de separarse de la encomienda de la titularidad del INDEP.

La serie de anomalías declaradas en su papel de despedida ponen a la “cuarta transformación” de cara a una autocrítica inevitable y que, quizá, muchos mexicanos sabíamos que tarde o temprano se sobrevendría y otros tantos nos negamos a aceptarlo: Reconocer que el fenómeno de la corrupción en el sistema burocrático nacional originado, tristemente, en los hábitos y costumbres de los servidores públicos, es un problema sumamente grave y difícil de erradicar.

Este renglón cobra gravedad particular por dos razones que apuntan a la figura de AMLO –el de campaña- y al presidente López Obrador. La denuncia señala a una dependencia cuyo nombre enarbola las buenas intenciones de la visión de gobierno que ha propuesto el tabasqueño: “Devolverle al pueblo lo robado”. Fue en el estricto sentido del origen de este órgano, que se declaró que la función fundamental era poner en manos de la sociedad mexicana las riquezas de aquellos que, amparados en las actividades ilícitas como la corrupción, amasaron durante tantos años.

Se recalcó la nobleza del INDEP y de la decencia de los funcionarios que participarían en esa gesta que, a la postre, se convertiría en uno de los medios más importantes para la obtención de recursos que se traducirían en el sustento de los programas de asistencia social. En otras palabras, sería uno de los motores económicos para constituir y mantener la repartición de becas y apoyos a los grupos vulnerables. La desafortunada carta del exdirector pone en entredicho “la buena fe” que se resume en el párrafo anterior.

Si bien es cierto que Cárdenas Gracia enlista en cinco cuartillas todos los beneficios que se otorgaron a través del instituto y reconoce que muchas de las irregularidades detectadas devienen de las administraciones pasadas, también es verdad que declara la falta de liquidez por parte de esta dependencia para atender asuntos actuales y hace del dominio público cosas como la mutilación de joyas, las subastas amañadas para beneficio de unos cuantos y el pendiente del recurso otorgado en febrero por la Fiscalía General de la República.

Por lo dicho, los cuestionamientos no se dejaron esperar en las conferencias matutinas que encabeza todos los días el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador quien, al momento de responder a los representantes de la prensa nacional ocupó frases para etiquetar al excolaborador, a su acción y a la situación a afrontar.

Esos adjetivos a las tres entidades incidentes hicieron notar el escozor del que le hablé al momento de abrir la entrega que hoy pongo a su amable dispensa. “No pudo”, “No quiso”. “Tuvo miedo”. Esas fueron tres de las frases con las que el mandatario demeritó la capacidad administrativa y burocrática de Cárdenas Gracia.

Cosa que, en un momento dado, está en su función por la relación laboral que existió de “superior-subordinado”. Empero, también, hace cuestionable la calidad ética del hombre al que confió la labor de dirigir a la institución a pesar de que, para muchos, el antes funcionario público apeló a la honorabilidad y decidió renunciar al verse superado por un aparato que, al parecer, ha olvidado su objetivo medular.

“Pensó que era fácil”, “Para ser servidor público se requieren ganas”, “...no son tamalitos de chipilín”, continuó con su estilo característico el hombre originario de Macuspana. Sin embargo, no pude evitar recordar al candidato que durante su campaña por todos los medios posibles recalcó que al llegar a la presidencia del país de inmediato se acabaría la corrupción porque “tenía la autoridad moral”. Por ahí circula la entrevista en la que asegura que este fenómeno se acabaría el 1 de diciembre de 2018.

Y es justo cuando lanza la frase que contradice la postura que tanto tiempo señaló: “¡Está muy grande el animalote!” Al parecer, por primera vez en lo que va de su administración, el presidente López se ve de frente con “la bestia” que prometió acabar. Quizás es el momento en que ve directo a los ojos al monstruo de la corrupción.

Pero no es aquel anquilosado por los sexenios transcurridos. Ese lo conoce a la perfección y, aunque aseguró abatirlo de la noche a la mañana gracias a esa fuerza moralizadora, aún es un éxito que no alcanza, a pesar de que ha repetido a lo largo de los casi dos años que lleva al frente del Poder Ejecutivo que ya falta poco para limpiar al sistema en su totalidad.

El terrible “Goliat” -como él mismo lo llamó- se incubó frente a sus ojos y no se percató de ello. Fue al interior del órgano que le devolvería al pueblo “lo robado” en el que el robo continuó, las subastas se acomodaron, las joyas se mutilaron, el dinero recuperado no puede ser ejercido y la liquidez es menos que nada y todo, por lo menos se redacta en la renuncia, es causa de actos de corrupción.

Se puede pensar que, a este instituto, que junto al INSABI conforman la identidad burocrática de la 4T, ya “le brotó el padecimiento” contra el que tanto se está luchando con una “lealtad ciega” al pueblo de México. Esa metástasis de corruptela confronta los ideales que AMLO planteó en campaña y, en varios sentidos, echa por tierra los dichos del presidente López el cual, según una entrevista concedida por Jaime Cárdenas, fue avisado de las irregularidades desde hace tres meses que llegó al INDEP y señaló que, más allá de recibir respaldo a sus observaciones, estas ocasionaron malestar en el mandatario.

Ahora más que nunca, el presidente López está comprometido con sus afirmaciones y deberá demostrar que la corrupción está por extinguirse, incluso en las instituciones que él mismo fundó y en las que no debería existir estas anomalías por la naturaleza política y burocrática de las que emergieron, de lo contrario, un nuevo señalamiento pesará sobre una 4T.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

Ni la carta de renuncia del otrora secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, había levantado tanto escozor al interior del aparato del actual Gobierno federal con aquella frase “lamento no haberle podido transmitir mi postura en torno al control de los puertos y aduanas por el ejército y marina mexicanos”, como el que ocasionó Jaime Cárdenas al momento de separarse de la encomienda de la titularidad del INDEP.

La serie de anomalías declaradas en su papel de despedida ponen a la “cuarta transformación” de cara a una autocrítica inevitable y que, quizá, muchos mexicanos sabíamos que tarde o temprano se sobrevendría y otros tantos nos negamos a aceptarlo: Reconocer que el fenómeno de la corrupción en el sistema burocrático nacional originado, tristemente, en los hábitos y costumbres de los servidores públicos, es un problema sumamente grave y difícil de erradicar.

Este renglón cobra gravedad particular por dos razones que apuntan a la figura de AMLO –el de campaña- y al presidente López Obrador. La denuncia señala a una dependencia cuyo nombre enarbola las buenas intenciones de la visión de gobierno que ha propuesto el tabasqueño: “Devolverle al pueblo lo robado”. Fue en el estricto sentido del origen de este órgano, que se declaró que la función fundamental era poner en manos de la sociedad mexicana las riquezas de aquellos que, amparados en las actividades ilícitas como la corrupción, amasaron durante tantos años.

Se recalcó la nobleza del INDEP y de la decencia de los funcionarios que participarían en esa gesta que, a la postre, se convertiría en uno de los medios más importantes para la obtención de recursos que se traducirían en el sustento de los programas de asistencia social. En otras palabras, sería uno de los motores económicos para constituir y mantener la repartición de becas y apoyos a los grupos vulnerables. La desafortunada carta del exdirector pone en entredicho “la buena fe” que se resume en el párrafo anterior.

Si bien es cierto que Cárdenas Gracia enlista en cinco cuartillas todos los beneficios que se otorgaron a través del instituto y reconoce que muchas de las irregularidades detectadas devienen de las administraciones pasadas, también es verdad que declara la falta de liquidez por parte de esta dependencia para atender asuntos actuales y hace del dominio público cosas como la mutilación de joyas, las subastas amañadas para beneficio de unos cuantos y el pendiente del recurso otorgado en febrero por la Fiscalía General de la República.

Por lo dicho, los cuestionamientos no se dejaron esperar en las conferencias matutinas que encabeza todos los días el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador quien, al momento de responder a los representantes de la prensa nacional ocupó frases para etiquetar al excolaborador, a su acción y a la situación a afrontar.

Esos adjetivos a las tres entidades incidentes hicieron notar el escozor del que le hablé al momento de abrir la entrega que hoy pongo a su amable dispensa. “No pudo”, “No quiso”. “Tuvo miedo”. Esas fueron tres de las frases con las que el mandatario demeritó la capacidad administrativa y burocrática de Cárdenas Gracia.

Cosa que, en un momento dado, está en su función por la relación laboral que existió de “superior-subordinado”. Empero, también, hace cuestionable la calidad ética del hombre al que confió la labor de dirigir a la institución a pesar de que, para muchos, el antes funcionario público apeló a la honorabilidad y decidió renunciar al verse superado por un aparato que, al parecer, ha olvidado su objetivo medular.

“Pensó que era fácil”, “Para ser servidor público se requieren ganas”, “...no son tamalitos de chipilín”, continuó con su estilo característico el hombre originario de Macuspana. Sin embargo, no pude evitar recordar al candidato que durante su campaña por todos los medios posibles recalcó que al llegar a la presidencia del país de inmediato se acabaría la corrupción porque “tenía la autoridad moral”. Por ahí circula la entrevista en la que asegura que este fenómeno se acabaría el 1 de diciembre de 2018.

Y es justo cuando lanza la frase que contradice la postura que tanto tiempo señaló: “¡Está muy grande el animalote!” Al parecer, por primera vez en lo que va de su administración, el presidente López se ve de frente con “la bestia” que prometió acabar. Quizás es el momento en que ve directo a los ojos al monstruo de la corrupción.

Pero no es aquel anquilosado por los sexenios transcurridos. Ese lo conoce a la perfección y, aunque aseguró abatirlo de la noche a la mañana gracias a esa fuerza moralizadora, aún es un éxito que no alcanza, a pesar de que ha repetido a lo largo de los casi dos años que lleva al frente del Poder Ejecutivo que ya falta poco para limpiar al sistema en su totalidad.

El terrible “Goliat” -como él mismo lo llamó- se incubó frente a sus ojos y no se percató de ello. Fue al interior del órgano que le devolvería al pueblo “lo robado” en el que el robo continuó, las subastas se acomodaron, las joyas se mutilaron, el dinero recuperado no puede ser ejercido y la liquidez es menos que nada y todo, por lo menos se redacta en la renuncia, es causa de actos de corrupción.

Se puede pensar que, a este instituto, que junto al INSABI conforman la identidad burocrática de la 4T, ya “le brotó el padecimiento” contra el que tanto se está luchando con una “lealtad ciega” al pueblo de México. Esa metástasis de corruptela confronta los ideales que AMLO planteó en campaña y, en varios sentidos, echa por tierra los dichos del presidente López el cual, según una entrevista concedida por Jaime Cárdenas, fue avisado de las irregularidades desde hace tres meses que llegó al INDEP y señaló que, más allá de recibir respaldo a sus observaciones, estas ocasionaron malestar en el mandatario.

Ahora más que nunca, el presidente López está comprometido con sus afirmaciones y deberá demostrar que la corrupción está por extinguirse, incluso en las instituciones que él mismo fundó y en las que no debería existir estas anomalías por la naturaleza política y burocrática de las que emergieron, de lo contrario, un nuevo señalamiento pesará sobre una 4T.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.