/ viernes 22 de enero de 2021

Con café y a media luz | Chocar con la realidad

No hay realidad más cruda, directa y cruel que aquella que estamos empecinados en negar. En no aceptar. En rechazar a pesar de que, muy en el fondo, sabemos que existe y que no tendrá empacho en hacernos ver nuestros errores, descuidos y omisiones, a través de las consecuencias generadas por dichos deslices que, llegado el momento, deberemos afrontar.

Esta reflexión, gentil amigo lector, tiene su origen en un entorno muy distante a la política, tema que hemos abordado en repetidas ocasiones en este espacio que compartimos cada tercer día. Por el contrario, tiene fundamento en la experiencia que ha arrojado, en los jóvenes estudiantes de los niveles medio superior y superior, el haberse sentido dueños del tiempo, el recurso digital y el espacio en el que deambularon simulando que estudiaban desde casa.

Perdone usted la crudeza del último término empleado. Pero es verdad. Así como muchos estudiantes hicieron su mejor esfuerzo para sacar adelante el semestre en el que se habían inscrito, asumiendo con responsabilidad las condiciones de confinamiento y las encomiendas realizadas por sus profesores. También hubo otros, la mayoría, que no supieron valorar la oportunidad de desempeñarse eficientemente desde la comodidad de su hogar y se dedicaron a vagar de un cuarto a otro, de una cama a otra, del patio a la cocina, etcétera.

Y es que esta reflexión que le invito que compartamos el día de hoy, va más allá del quehacer en el aula entre alumno y docente. Se proyecta más allá de una mera calificación que distingue a un alumno de otro con base en el aprovechamiento mostrado a lo largo del ciclo escolar. Esta cavilación se debe plantear desde el paradigma de la globalización laboral a la que, queramos o no, ya hemos entrado de forma atropellada a causa del Covid-19.

A usted y a mí, nos ha tocado participar del llamado “Trabajo en casa” o “Home Office”, en la etapa inicial del proceso. No buscamos otro centro de trabajo, ni proyectamos nuestros servicios más allá de lo que la misma pandemia y la tecnología nos lo han permitido durante los últimos once meses que lleva, por lo menos en nuestro país, este fenómeno de salud. Por otra parte, en ese mismo lapso, a los estudiantes de esta generación les tocó cursar cinco o seis materias desde el hogar paterno a través del internet.

Cuando estos muchachos egresen al mundo laboral. Deberán desenvolverse en un entorno completamente distinto al que se conoce hoy. En muchas actividades, el concepto “trabajo en casa” habrá vivido un proceso de maduración y gracias a los artefactos electrónicos y las redes digitales, se convertirá en “trabajo en cualquier lugar” o como ya lo han llamado “Home Everywhere”.

Empero, aunque nos guste o no, lo preocupante del caso tiene su origen en el índice de reprobación y deserción que se ha sentido en el semestre que acaba de concluir.

Aunque la presencia de ambos fenómenos académicos pudiera atribuirse a cuestiones económicas que orillaron al estudiante a trabajar en lugar de estudiar, la carencia de servicios digitales o de una computadora o cualquier otro elemento que le permitiera mantener contacto con el profesor, la lamentable realidad es otra.

Factores como la apatía, la flojera, el descuido, la irresponsabilidad y un ego malentendido hicieron que muchos de nuestros jóvenes optaran por tomar clases acostados, con música, con la televisión encendida, jugando con los hermanos, participando en redes sociales mientras simulaban ponerle atención al profesor y, primero de forma involuntaria y después, con toda intención, dejaron de convertir la información en conocimiento, ocasionando que muchos fueran reprobados.

¿El tiempo y el dinero invertidos? ¡Esos ya se perdieron!

Aquí hay varios detalles que inciden en el fracaso de esta población estudiantil que debemos revisar como sociedad.

Por principio de cuentas si el muchacho fue irresponsable y cedió el trabajo serio por las actividades lúdicas, es porque ese comportamiento lo ha aprendido por instrucción o por imitación de alguien cercano; además de la condición propia de la adolescencia que lo llama a la relajación.

El segundo factor es que, culturalmente, pareciera que no somos una sociedad madura que puede crear, proponer y asumir autolimitaciones y disciplina. Para explicarme mejor, permítame planteárselo a manera de pregunta. “¿Cómo le podemos exigir al estudiante que cumpla con horas, espacios y momentos para estudiar sin distracciones, si la sociedad no puede cumplir con confinamientos, sana distancia y el uso del cubrebocas?”

Y tercera. Ha quedado demostrado que la escuela y, en especial, el aula, son entornos insustituibles para la construcción del conocimiento, por lo menos en los jovencitos que pueden, sin distracciones, atender las explicaciones de los profesores, concentrarse en los libros de texto, plasmar sus ideas en los cuadernos y esforzarse en aprender para ser ciudadanos ejemplares que coadyuven en la construcción del México que tanto deseamos y tanta falta nos hace.

Hoy, más que nunca, me he encontrado a amigos catedráticos de los dos niveles que le comenté al inicio de la entrega de este día que me muestran con sorpresa los índices de reprobación mientras me cuestionan de manera inquisidora: “¿Cómo lo evalúo?” ¡Si no entregó tareas, ni presentó exámenes y mucho menos me mandó trabajos!

Lo más triste es que el padre de familia y el maestro chocan con una realidad vergonzosa que les causa pesar y sentimiento de derrota; un fracaso de alguien que, por lo que se observa, está más preocupado por ver en su teléfono celular, cuántos “likes” generó su última publicación, sin percatarse que, en sus manos, literal y figuradamente, está la herramienta con la que desarrollará su trabajo en el futuro.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

No hay realidad más cruda, directa y cruel que aquella que estamos empecinados en negar. En no aceptar. En rechazar a pesar de que, muy en el fondo, sabemos que existe y que no tendrá empacho en hacernos ver nuestros errores, descuidos y omisiones, a través de las consecuencias generadas por dichos deslices que, llegado el momento, deberemos afrontar.

Esta reflexión, gentil amigo lector, tiene su origen en un entorno muy distante a la política, tema que hemos abordado en repetidas ocasiones en este espacio que compartimos cada tercer día. Por el contrario, tiene fundamento en la experiencia que ha arrojado, en los jóvenes estudiantes de los niveles medio superior y superior, el haberse sentido dueños del tiempo, el recurso digital y el espacio en el que deambularon simulando que estudiaban desde casa.

Perdone usted la crudeza del último término empleado. Pero es verdad. Así como muchos estudiantes hicieron su mejor esfuerzo para sacar adelante el semestre en el que se habían inscrito, asumiendo con responsabilidad las condiciones de confinamiento y las encomiendas realizadas por sus profesores. También hubo otros, la mayoría, que no supieron valorar la oportunidad de desempeñarse eficientemente desde la comodidad de su hogar y se dedicaron a vagar de un cuarto a otro, de una cama a otra, del patio a la cocina, etcétera.

Y es que esta reflexión que le invito que compartamos el día de hoy, va más allá del quehacer en el aula entre alumno y docente. Se proyecta más allá de una mera calificación que distingue a un alumno de otro con base en el aprovechamiento mostrado a lo largo del ciclo escolar. Esta cavilación se debe plantear desde el paradigma de la globalización laboral a la que, queramos o no, ya hemos entrado de forma atropellada a causa del Covid-19.

A usted y a mí, nos ha tocado participar del llamado “Trabajo en casa” o “Home Office”, en la etapa inicial del proceso. No buscamos otro centro de trabajo, ni proyectamos nuestros servicios más allá de lo que la misma pandemia y la tecnología nos lo han permitido durante los últimos once meses que lleva, por lo menos en nuestro país, este fenómeno de salud. Por otra parte, en ese mismo lapso, a los estudiantes de esta generación les tocó cursar cinco o seis materias desde el hogar paterno a través del internet.

Cuando estos muchachos egresen al mundo laboral. Deberán desenvolverse en un entorno completamente distinto al que se conoce hoy. En muchas actividades, el concepto “trabajo en casa” habrá vivido un proceso de maduración y gracias a los artefactos electrónicos y las redes digitales, se convertirá en “trabajo en cualquier lugar” o como ya lo han llamado “Home Everywhere”.

Empero, aunque nos guste o no, lo preocupante del caso tiene su origen en el índice de reprobación y deserción que se ha sentido en el semestre que acaba de concluir.

Aunque la presencia de ambos fenómenos académicos pudiera atribuirse a cuestiones económicas que orillaron al estudiante a trabajar en lugar de estudiar, la carencia de servicios digitales o de una computadora o cualquier otro elemento que le permitiera mantener contacto con el profesor, la lamentable realidad es otra.

Factores como la apatía, la flojera, el descuido, la irresponsabilidad y un ego malentendido hicieron que muchos de nuestros jóvenes optaran por tomar clases acostados, con música, con la televisión encendida, jugando con los hermanos, participando en redes sociales mientras simulaban ponerle atención al profesor y, primero de forma involuntaria y después, con toda intención, dejaron de convertir la información en conocimiento, ocasionando que muchos fueran reprobados.

¿El tiempo y el dinero invertidos? ¡Esos ya se perdieron!

Aquí hay varios detalles que inciden en el fracaso de esta población estudiantil que debemos revisar como sociedad.

Por principio de cuentas si el muchacho fue irresponsable y cedió el trabajo serio por las actividades lúdicas, es porque ese comportamiento lo ha aprendido por instrucción o por imitación de alguien cercano; además de la condición propia de la adolescencia que lo llama a la relajación.

El segundo factor es que, culturalmente, pareciera que no somos una sociedad madura que puede crear, proponer y asumir autolimitaciones y disciplina. Para explicarme mejor, permítame planteárselo a manera de pregunta. “¿Cómo le podemos exigir al estudiante que cumpla con horas, espacios y momentos para estudiar sin distracciones, si la sociedad no puede cumplir con confinamientos, sana distancia y el uso del cubrebocas?”

Y tercera. Ha quedado demostrado que la escuela y, en especial, el aula, son entornos insustituibles para la construcción del conocimiento, por lo menos en los jovencitos que pueden, sin distracciones, atender las explicaciones de los profesores, concentrarse en los libros de texto, plasmar sus ideas en los cuadernos y esforzarse en aprender para ser ciudadanos ejemplares que coadyuven en la construcción del México que tanto deseamos y tanta falta nos hace.

Hoy, más que nunca, me he encontrado a amigos catedráticos de los dos niveles que le comenté al inicio de la entrega de este día que me muestran con sorpresa los índices de reprobación mientras me cuestionan de manera inquisidora: “¿Cómo lo evalúo?” ¡Si no entregó tareas, ni presentó exámenes y mucho menos me mandó trabajos!

Lo más triste es que el padre de familia y el maestro chocan con una realidad vergonzosa que les causa pesar y sentimiento de derrota; un fracaso de alguien que, por lo que se observa, está más preocupado por ver en su teléfono celular, cuántos “likes” generó su última publicación, sin percatarse que, en sus manos, literal y figuradamente, está la herramienta con la que desarrollará su trabajo en el futuro.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.