/ miércoles 2 de junio de 2021

Con café y a media luz | Cuando el ciego ignora su ceguera

¿Qué ciega más, la oscuridad o la luz? ¡Qué interesante pregunta! Porque la respuesta nos llevaría al mismo limbo reflexivo, aunque por causas distintas en las que la voluntad se ve manifestada en diferentes sentidos. En el primero de ellos se atiende la intención de descubrir aquello que se esconde entre las sombras y apretamos los párpados en señal de hacer un franco esfuerzo para conseguir nuestro cometido, mientras que, en el segundo, la claridad es tal que nos impele a entrecerrar los párpados para minimizar el daño que pudiera ocasionar tal fulgor.

La visión política, la preferencia, la simpatía o la vinculación existente entre el ciudadano y los partidos, así como con sus respectivos candidatos durante la campaña y funcionarios cuando han resultado electos, no son características de esa “ceguera” a la que me quiero referir el día de hoy y que, quizá, por plantear mi punto de vista, me gane el resentimiento de algunos de los lectores que se sentirán – aunque lo nieguen – identificados con la cavilación que este día pongo a sus amables juicio y dispensa, gentil amigo lector.

Lo que en realidad nos ciega es la pasión. Ese sentimiento que nubla cualquier propósito de razonamiento y que nos hace actuar de tal manera y con fuerza inaudita que, por momentos, nos hace olvidar el cansancio, el fastidio y la desdicha, por otra parte, nos lleva a proferir palabras de alabanza desproporcionadas a las virtudes humanas a las que se pudiera referir el interlocutor y, por ello, exagera ante los demás los logros, éxitos y cualidades de lo que considera como único y benéfico. Asimismo, en sentido contrario, no media para lanzar insultos, remoquetes, ofensas y hasta deseos de daño y muerte, para el que considera su rival.

Empero, cuando a alguien que está transitando por esa estadía de súbitos y hormonales cambios, se vuelven imposibles algunas condiciones de diálogo, convivencia o vinculación. El apasionado desconoce los defectos de aquello que él proclama como verdad. Los niega con rotunda e inquebrantable voluntad y, cuando es imposible manifestar lo contrario, los minimiza, los disfraza o los compara con antecesores y hasta los convierte en consecuentes sanciones de causales protagonizados por aquellos que etiqueta de rivales en turno y, en curioso contrasentido, también es negado totalmente a alguna posible afirmación positiva o pequeña cualidad del que considera su “enemigo” y, por tanto, de todos los demás.

Dicho lo anterior y, como anécdota, le he de compartir que hace días publiqué en mis redes sociales una noticia generada por una reciente acción protagonizada por el ejecutivo federal y, en el entendido de que estaba escribiendo en mi muro personal, comenté dicha información de manera informal. ¡Pocas veces he tenido esa cantidad de respuestas, tanto a favor como en contra de lo que allí se decía! Empero, lo que llamó poderosamente mi atención, fue que entre los usuarios que coincidieron en torno al comentario, unos empezaron a insultar a otros hasta llegar al uso del lenguaje altisonante, ofensivo y hasta amenazador. Esto último me obligó a borrar aquellos dichos que contenían palabras impropias y ajenas a lo que debía ser un diálogo cordial.

Al paso de los días volví a realizar una publicación y, nuevamente, uno de mis interlocutores la contestó argumentando una comparativa con gobiernos pasados a manera de justificar los equívocos del actual. Acto seguido, sentenció que las obras locales y estatales serían las causantes de un determinado número de decesos de lugareños y turistas por no contar con el visto bueno del hombre originario de Macuspana, Tabasco y del partido que lo había llevado a ocupar el poder: MORENA.

Ante esa respuesta y con la confianza que siento para con este personaje por los casi 25 años que llevo de amistad con él, me atreví a hablarle en privado. Después de los saludos y de asegurarle que aún no sabía por quién votaría – cosa que es cierta – preparé mentalmente dos o tres sutiles comentarios para explicarle lo mucho que valoro su opinión y, a la vez, solicitarle amablemente que evitara los improperios en ciberespacios ajenos que están pensados en la coincidencia social y no en la discordia humana emergida por la práctica política.

Así que, sin más, le comenté que yo me sentía lejano al mundo político porque lo consideraba un tanto perverso. Él apoyó esta postura, lo que me animó a continuar de la siguiente manera: “No hay que apasionarse. No te apasiones”, le comenté. Esas dos frases fueron las que detonaron en una nueva tanda de folclóricos y mexicanísimos términos coloquiales de maternal connotación. Este, aquel, aquel otro e, incluso, este servidor no nos escapamos de la furia que mi camarada plasmaba en cada una de sus sentencias antes de concluir sus comentarios que se convirtieron en gritos, aseguró “¡Yo no soy apasionado!” Después, colgó la conversación dejando en su lugar un tono intermitente.

¿Cómo se le explica a un ciego que nació en esa condición, lo que es la luz? ¡Qué difícil! Pero ¿Cómo se le explica a alguien que asume esa condición y que niega estar en ella? ¡Es imposible! Lo mejor, creo, es retirarse lentamente y esperar a que, como cualquier otro apasionamiento de índole distinta, este concluya y las emociones y las hormonas vuelvan a su nivel, quizá entonces se pueda volver a la mansedumbre de la charla.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

¿Qué ciega más, la oscuridad o la luz? ¡Qué interesante pregunta! Porque la respuesta nos llevaría al mismo limbo reflexivo, aunque por causas distintas en las que la voluntad se ve manifestada en diferentes sentidos. En el primero de ellos se atiende la intención de descubrir aquello que se esconde entre las sombras y apretamos los párpados en señal de hacer un franco esfuerzo para conseguir nuestro cometido, mientras que, en el segundo, la claridad es tal que nos impele a entrecerrar los párpados para minimizar el daño que pudiera ocasionar tal fulgor.

La visión política, la preferencia, la simpatía o la vinculación existente entre el ciudadano y los partidos, así como con sus respectivos candidatos durante la campaña y funcionarios cuando han resultado electos, no son características de esa “ceguera” a la que me quiero referir el día de hoy y que, quizá, por plantear mi punto de vista, me gane el resentimiento de algunos de los lectores que se sentirán – aunque lo nieguen – identificados con la cavilación que este día pongo a sus amables juicio y dispensa, gentil amigo lector.

Lo que en realidad nos ciega es la pasión. Ese sentimiento que nubla cualquier propósito de razonamiento y que nos hace actuar de tal manera y con fuerza inaudita que, por momentos, nos hace olvidar el cansancio, el fastidio y la desdicha, por otra parte, nos lleva a proferir palabras de alabanza desproporcionadas a las virtudes humanas a las que se pudiera referir el interlocutor y, por ello, exagera ante los demás los logros, éxitos y cualidades de lo que considera como único y benéfico. Asimismo, en sentido contrario, no media para lanzar insultos, remoquetes, ofensas y hasta deseos de daño y muerte, para el que considera su rival.

Empero, cuando a alguien que está transitando por esa estadía de súbitos y hormonales cambios, se vuelven imposibles algunas condiciones de diálogo, convivencia o vinculación. El apasionado desconoce los defectos de aquello que él proclama como verdad. Los niega con rotunda e inquebrantable voluntad y, cuando es imposible manifestar lo contrario, los minimiza, los disfraza o los compara con antecesores y hasta los convierte en consecuentes sanciones de causales protagonizados por aquellos que etiqueta de rivales en turno y, en curioso contrasentido, también es negado totalmente a alguna posible afirmación positiva o pequeña cualidad del que considera su “enemigo” y, por tanto, de todos los demás.

Dicho lo anterior y, como anécdota, le he de compartir que hace días publiqué en mis redes sociales una noticia generada por una reciente acción protagonizada por el ejecutivo federal y, en el entendido de que estaba escribiendo en mi muro personal, comenté dicha información de manera informal. ¡Pocas veces he tenido esa cantidad de respuestas, tanto a favor como en contra de lo que allí se decía! Empero, lo que llamó poderosamente mi atención, fue que entre los usuarios que coincidieron en torno al comentario, unos empezaron a insultar a otros hasta llegar al uso del lenguaje altisonante, ofensivo y hasta amenazador. Esto último me obligó a borrar aquellos dichos que contenían palabras impropias y ajenas a lo que debía ser un diálogo cordial.

Al paso de los días volví a realizar una publicación y, nuevamente, uno de mis interlocutores la contestó argumentando una comparativa con gobiernos pasados a manera de justificar los equívocos del actual. Acto seguido, sentenció que las obras locales y estatales serían las causantes de un determinado número de decesos de lugareños y turistas por no contar con el visto bueno del hombre originario de Macuspana, Tabasco y del partido que lo había llevado a ocupar el poder: MORENA.

Ante esa respuesta y con la confianza que siento para con este personaje por los casi 25 años que llevo de amistad con él, me atreví a hablarle en privado. Después de los saludos y de asegurarle que aún no sabía por quién votaría – cosa que es cierta – preparé mentalmente dos o tres sutiles comentarios para explicarle lo mucho que valoro su opinión y, a la vez, solicitarle amablemente que evitara los improperios en ciberespacios ajenos que están pensados en la coincidencia social y no en la discordia humana emergida por la práctica política.

Así que, sin más, le comenté que yo me sentía lejano al mundo político porque lo consideraba un tanto perverso. Él apoyó esta postura, lo que me animó a continuar de la siguiente manera: “No hay que apasionarse. No te apasiones”, le comenté. Esas dos frases fueron las que detonaron en una nueva tanda de folclóricos y mexicanísimos términos coloquiales de maternal connotación. Este, aquel, aquel otro e, incluso, este servidor no nos escapamos de la furia que mi camarada plasmaba en cada una de sus sentencias antes de concluir sus comentarios que se convirtieron en gritos, aseguró “¡Yo no soy apasionado!” Después, colgó la conversación dejando en su lugar un tono intermitente.

¿Cómo se le explica a un ciego que nació en esa condición, lo que es la luz? ¡Qué difícil! Pero ¿Cómo se le explica a alguien que asume esa condición y que niega estar en ella? ¡Es imposible! Lo mejor, creo, es retirarse lentamente y esperar a que, como cualquier otro apasionamiento de índole distinta, este concluya y las emociones y las hormonas vuelvan a su nivel, quizá entonces se pueda volver a la mansedumbre de la charla.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.