/ lunes 19 de julio de 2021

Con café y a media luz | Cuestión de ópticas

Antes de iniciar la entrega de este día, gentil amigo lector, considero necesario puntualizar varias cosas. El primer detalle es que en ningún momento persigo hacerle cambiar su ideología política. ¡Es más! Se puede considerar a la columna de hoy como una entrega netamente social y ajena a cualquier tipo de intención oculta o macabra. El segundo elemento es que, fundamentado en lo antes dicho y sin importar si usted profesa simpatía o no por el jefe del estado mexicano, los renglones aquí vertidos procuran, meramente, hacer un llamado a la reflexión en torno a la forma en que se pueda ver la realidad nacional.

Dicho lo anterior y para poder contextualizar el punto al que se desea llegar, debemos señalar que, durante poco más de 18 años que duraron las campañas y precampañas de Andrés Manuel López Obrador, él aseguró que podía solucionar todos y cada uno de los problemas que aquejaban a nuestra nación, curiosamente, todos ellos tenían – y tienen – su origen en un grupo que el tabasqueño apuró a nombrar “la mafia del poder”.

A lo largo de casi dos decenas de años, el hombre originario de Macuspana compartía, en cada oportunidad, cómo haría él las cosas y los resultados que se tendrían. Quizá, para el tiempo en el que AMLO – el de campaña – pechaba sus decires, le respaldaba la razón y la certeza, sin embargo, cuando llegó al poder, la estrategia prometida era obsoleta o estaba afectada por variables que, otrora, no estaban contempladas; cito como ejemplo a la pandemia ocasionada por el virus SARS-CoV-2 y la enfermedad que ocasiona, Covid – 19.

Y, aunque el presidente López, de antemano sabía que la encomienda para la que quería ser contratado por todos los mexicanos a través del voto, no iba a resultar sencilla, tampoco se imaginó que le resultaría tan compleja pues, una vez que empezó el sexenio, se percató que las variables imprevistas, las circunstancias nacionales e internacionales, los detractores de siempre, los rivales nuevos y los traidores a su movimiento, se convertían en constantes “piedras del camino” que le han imposibilitado el andar, como él quisiera, aunque repita insistentemente que “tiene otros datos”.

Pero ¿Qué quiere decir el redactor con tanta palabreja?

En primer término, quiero traer a colación aquellas declaraciones del mandatario en las que aseguró que el análisis del desarrollo económico del país ya no estaría fundamentado en indicadores como el producto interno bruto, sino en la felicidad del pueblo mexicano. No obstante que el concepto de la felicidad es totalmente abstracto e individualista, puesto que lo que hace feliz a alguien no forzosamente causa el mismo efecto en otra persona, se debe puntualizar que esta idea “romántica” de películas como “Nosotros los pobres” en las que la felicidad y el bienestar iban, generalmente, de la mano de la carestía, están distantes de la realidad y no dejan de ser eso: Filmes productos de la imaginación.

Esta propuesta, a mi gusto, es pintar de colores atractivos el gris fracaso de una estrategia que, insisto, tal vez en otros tiempos hubiera cosechado grandes frutos, sin embargo, cuando fue aplicada a partir del 2018, solo se trató de un severo descalabro en la realidad nacional. Así que lo mejor era tratar de analizar el frío déficit de la productividad, con la cálida mirada del sentimentalismo. En otras palabras, convencer de que es más importante tener un pueblo feliz que un país poco productivo.

Como segundo factor de la ecuación, debemos recordar que, en la última semana, el ejecutivo federal ha insistido en el tema de crear una nueva clase media con dimensión social cuyas características sean el humanismo y la fraternidad y no caiga en los vicios del individualismo y el materialismo. O sea, se está planteando el mismo escenario, pero en el estricto nivel de la particularidad, en el que desear progresar y medir la estabilidad con base en el ingreso económico se vuelve una cuestión más que aberrante.

Con lo planteado en el párrafo anterior, también se supone una estrategia fallida de reducción de los niveles de pobreza en nuestro país y, en cruel contrasentido, no solo no se contuvo la pobreza, sino que, con el desempleo, la desaceleración el freno a las inversiones y los programas clientelares, el número de familias en situación crítica aumentó de manera exponencial desde que empezó la presente administración. Así que, nuevamente, escuchamos la invitación a volvernos como cierto personaje del entrañable Roberto Gómez Bolaños, quien ante cualquier adversidad o problemática invitaba a todos a tomar y mirar las cosas “por el lado amable” a manera de un consuelo momentáneo.

Hoy, pareciera que esa fuera la estrategia final del mandatario. Si el país no produce, no hay PIB, estamos en condiciones críticas en inversiones y con severos problemas al interior en materia de salud y seguridad, ¡Qué importa! ¡El pueblo es feliz, feliz, feliz! Y no hay mejor indicador que ese. Si hay más pobres, desempleo, comercio informal, bajos ingresos económicos por familia, incremento en combustibles y en la canasta básica que se ha vuelto inalcanzable, ¡no debemos preocuparnos!, por el contrario, ¡Es que, de la noche a la mañana, se ha pasado a engrosar las filas de una nueva clase social que no es la pobreza y sí es ajena a los bajos deseos materialistas y con un alto sentido humanista!

Después de 18 años en campaña y tres en la presidencia, con una buena cantidad de resultados cuestionables y que se contraponen a lo que tanto se declaró y prometió en las redes sociales, quizá el presidente López, esté llegando al punto de aceptar que es más fácil cambiar “el cristal con que se mira” que los hechos que construyen una lamentable realidad.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

Antes de iniciar la entrega de este día, gentil amigo lector, considero necesario puntualizar varias cosas. El primer detalle es que en ningún momento persigo hacerle cambiar su ideología política. ¡Es más! Se puede considerar a la columna de hoy como una entrega netamente social y ajena a cualquier tipo de intención oculta o macabra. El segundo elemento es que, fundamentado en lo antes dicho y sin importar si usted profesa simpatía o no por el jefe del estado mexicano, los renglones aquí vertidos procuran, meramente, hacer un llamado a la reflexión en torno a la forma en que se pueda ver la realidad nacional.

Dicho lo anterior y para poder contextualizar el punto al que se desea llegar, debemos señalar que, durante poco más de 18 años que duraron las campañas y precampañas de Andrés Manuel López Obrador, él aseguró que podía solucionar todos y cada uno de los problemas que aquejaban a nuestra nación, curiosamente, todos ellos tenían – y tienen – su origen en un grupo que el tabasqueño apuró a nombrar “la mafia del poder”.

A lo largo de casi dos decenas de años, el hombre originario de Macuspana compartía, en cada oportunidad, cómo haría él las cosas y los resultados que se tendrían. Quizá, para el tiempo en el que AMLO – el de campaña – pechaba sus decires, le respaldaba la razón y la certeza, sin embargo, cuando llegó al poder, la estrategia prometida era obsoleta o estaba afectada por variables que, otrora, no estaban contempladas; cito como ejemplo a la pandemia ocasionada por el virus SARS-CoV-2 y la enfermedad que ocasiona, Covid – 19.

Y, aunque el presidente López, de antemano sabía que la encomienda para la que quería ser contratado por todos los mexicanos a través del voto, no iba a resultar sencilla, tampoco se imaginó que le resultaría tan compleja pues, una vez que empezó el sexenio, se percató que las variables imprevistas, las circunstancias nacionales e internacionales, los detractores de siempre, los rivales nuevos y los traidores a su movimiento, se convertían en constantes “piedras del camino” que le han imposibilitado el andar, como él quisiera, aunque repita insistentemente que “tiene otros datos”.

Pero ¿Qué quiere decir el redactor con tanta palabreja?

En primer término, quiero traer a colación aquellas declaraciones del mandatario en las que aseguró que el análisis del desarrollo económico del país ya no estaría fundamentado en indicadores como el producto interno bruto, sino en la felicidad del pueblo mexicano. No obstante que el concepto de la felicidad es totalmente abstracto e individualista, puesto que lo que hace feliz a alguien no forzosamente causa el mismo efecto en otra persona, se debe puntualizar que esta idea “romántica” de películas como “Nosotros los pobres” en las que la felicidad y el bienestar iban, generalmente, de la mano de la carestía, están distantes de la realidad y no dejan de ser eso: Filmes productos de la imaginación.

Esta propuesta, a mi gusto, es pintar de colores atractivos el gris fracaso de una estrategia que, insisto, tal vez en otros tiempos hubiera cosechado grandes frutos, sin embargo, cuando fue aplicada a partir del 2018, solo se trató de un severo descalabro en la realidad nacional. Así que lo mejor era tratar de analizar el frío déficit de la productividad, con la cálida mirada del sentimentalismo. En otras palabras, convencer de que es más importante tener un pueblo feliz que un país poco productivo.

Como segundo factor de la ecuación, debemos recordar que, en la última semana, el ejecutivo federal ha insistido en el tema de crear una nueva clase media con dimensión social cuyas características sean el humanismo y la fraternidad y no caiga en los vicios del individualismo y el materialismo. O sea, se está planteando el mismo escenario, pero en el estricto nivel de la particularidad, en el que desear progresar y medir la estabilidad con base en el ingreso económico se vuelve una cuestión más que aberrante.

Con lo planteado en el párrafo anterior, también se supone una estrategia fallida de reducción de los niveles de pobreza en nuestro país y, en cruel contrasentido, no solo no se contuvo la pobreza, sino que, con el desempleo, la desaceleración el freno a las inversiones y los programas clientelares, el número de familias en situación crítica aumentó de manera exponencial desde que empezó la presente administración. Así que, nuevamente, escuchamos la invitación a volvernos como cierto personaje del entrañable Roberto Gómez Bolaños, quien ante cualquier adversidad o problemática invitaba a todos a tomar y mirar las cosas “por el lado amable” a manera de un consuelo momentáneo.

Hoy, pareciera que esa fuera la estrategia final del mandatario. Si el país no produce, no hay PIB, estamos en condiciones críticas en inversiones y con severos problemas al interior en materia de salud y seguridad, ¡Qué importa! ¡El pueblo es feliz, feliz, feliz! Y no hay mejor indicador que ese. Si hay más pobres, desempleo, comercio informal, bajos ingresos económicos por familia, incremento en combustibles y en la canasta básica que se ha vuelto inalcanzable, ¡no debemos preocuparnos!, por el contrario, ¡Es que, de la noche a la mañana, se ha pasado a engrosar las filas de una nueva clase social que no es la pobreza y sí es ajena a los bajos deseos materialistas y con un alto sentido humanista!

Después de 18 años en campaña y tres en la presidencia, con una buena cantidad de resultados cuestionables y que se contraponen a lo que tanto se declaró y prometió en las redes sociales, quizá el presidente López, esté llegando al punto de aceptar que es más fácil cambiar “el cristal con que se mira” que los hechos que construyen una lamentable realidad.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.