/ lunes 12 de octubre de 2020

Con café y a media luz | De cambios, consolidaciones y aberrantes adaptaciones

El Covid-19 convirtió al año 2020 en el periodo de transformación más drástico que ha vivido el hombre “moderno” en esta etapa del nuevo milenio. La sociedad sufrió una reconversión obligada bajo los conceptos de “nueva normalidad”, “nuevo estilo de convivencia” o “nueva etapa de cercanía” o como guste usted llamarla, gentil amigo lector.

Pero esta mutación social –y permítame llamarle así– no fue uniforme y, mucho menos, armónica, por haber estado enmarcada en una crisis sanitaria que, hasta el momento, pareciera no tener fin pues, aunque hay fechas tentativas para salir del confinamiento de manera absoluta, continúan prevaleciendo las incógnitas en torno a la vacuna y sus efectos, los posibles rebrotes, las nuevas oleadas de contagio provenientes de otras naciones y más.

Debemos reconocer que el factor fundamental para que este año de transición tuviera éxito se encontraba en el hombre mismo, a través de su comportamiento y su disciplina. Curiosamente, las personas de edad madura asumieron con responsabilidad las medidas recomendadas, aunque, eso sí, algunas vivieron un momento de incredulidad al principio de esta crisis, hasta que fueron testigos cercanos de la presencia y consecuencias mortales de este mal.

Lamentablemente los adultos jóvenes y los mozalbetes, durante la etapa más severa de contagios se empeñaron en salir a las calles, organizar reuniones, no respetar la sana distancia y aprovechar el resto del día en consumir información poco provechosa para el integral desarrollo de su ser.

Fueron los jovencitos quienes lograron la consolidación de los servicios de televisión bajo demanda y fue por ellos que se incrementó el número de cuentas en redes sociales que al principio de este problema eran incipientes y hoy son considerados como empresas “monstruo” en el mundo del internet. En ambos casos, gran parte del contenido que se consume y se produce es basura.

Mientras esa industria “hace su agosto”, en nuestra región leer un libro es una actividad que solo han aprovechado los adultos mayores y, encontrar una librería en nuestros días, es poco menos que imposible. Se pueden contabilizar dos establecimientos en la zona norte que ofrecen ejemplares para formación académica. Dos almacenes que, entre sus departamentos, cuentan con el de libros y tres establecimientos muy cerca del centro que se dedican a la reventa de ejemplares.

Antes se etiquetaban a los jóvenes con adjetivos como “bachiller” o “universitario” y eso ya representaba un verdadero orgullo para la familia pues en el México del ayer, acceder a la educación media superior y superior era una labor titánica. Hoy, los jóvenes tienen acceso a todo tipo de becas, educación en línea y asistencia del profesor casi personalizada. A pesar de todo eso, para las nuevas generaciones pareciera que los adjetivos por los que “vale la pena” luchar son: “youtuber”, “influencer”, y un último remoquete del que pensé que me estaban jugando una broma, “tiktoker”. Sí. Es verdad que esas actividades ya existían desde antes de la pandemia, pero vivieron una lastimosa consolidación a lo largo de este lapso bajo el pretexto de “no tener algo que hacer”.

Los padres de muchos de estos jóvenes perdieron su fuente de ingresos y, mientras “sus bodoques” se entretenían grabándose en el celular o escogiendo una película en la televisión, los progenitores se improvisaban como repartidores, reposteros, estilistas a domicilio y un sinfín de oficios que les permitiera continuar satisfaciendo las necesidades que les demandaban el hogar y su familia.

Mientras eso ocurría, los maestros se preparaban para dar clase desde el hogar. Los docentes tomaron capacitaciones sobre el uso y aplicación de las nuevas tecnologías de la información, compraron equipo para la transmisión de sus clases, pagaron por tener en su casa un servicio de internet de calidad y adecuaron un espacio de su vivienda para la enseñanza a distancia. Estoy seguro de que, para esta fecha, no hay un solo profesor que no desee volver a su salón de clases y “gozar” de la educación presencial. Los miembros de la comunidad docente sabían que su trabajo aumentaría, pero nunca se imaginaron que el incremento de la carga sería exponencial y, con todo eso, no han dejado “tirado” el quehacer que tanto aman: Formar.

Esta atropellada adaptación a la “normalidad pandémica” le ha costado a México más de 83 mil muertes, una pérdida de más de un millón de empleos formales, una caída de la producción, una inversión casi nula y la peor desaceleración económica en la historia de nuestro país y ya se corre el rumor de que se continuará así hasta marzo y será en mayo de 2021 cuando volvamos a las calles, escuelas y trabajos sin las medidas de seguridad que adoptamos aunque sí en un nuevo contexto de cercanía social.

Y con todo lo anterior, me sorprende que, en su mayoría, los más preocupados por sacar adelante a esta nación sean los hombres y mujeres a los que se empeñan en llamarlos “ancianos” y los padres de familia quienes, a pesar de haber sido desocupados de sus empleos, han buscado la manera de mantenerse activos económicamente. En tanto que los imberbes se despiertan únicamente para tomar clases acostados, sin realizar apuntes y con la mente divagando, simulando poner atención al profesor, y esperando a que les llamen a la mesa para comer. Después retornan a su cama para, mientras ven la televisión, “copiar y pegar” una tarea que subirán a la plataforma y continuar en el “dulce reposo”. Aquellos que se sentirán “productivos” invertirán el tiempo en sus redes para tratar de hacerse “virales” y así, de la nada, generar dinero propio. Solo muy pocos estarán estudiando, trabajando en un oficio, ayudando a sus papás y ocupándose en solucionar esta realidad que nos tocó vivir.

Y yo me preguntó: ¿Qué futuro le espera a México si se está consolidando la industria de la información basura y está aumentando el número de sus consumidores jóvenes quienes, en buena parte, han perdido el interés de estudiar y plasman como su futuro ideal, el volverse figurines del internet?

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

El Covid-19 convirtió al año 2020 en el periodo de transformación más drástico que ha vivido el hombre “moderno” en esta etapa del nuevo milenio. La sociedad sufrió una reconversión obligada bajo los conceptos de “nueva normalidad”, “nuevo estilo de convivencia” o “nueva etapa de cercanía” o como guste usted llamarla, gentil amigo lector.

Pero esta mutación social –y permítame llamarle así– no fue uniforme y, mucho menos, armónica, por haber estado enmarcada en una crisis sanitaria que, hasta el momento, pareciera no tener fin pues, aunque hay fechas tentativas para salir del confinamiento de manera absoluta, continúan prevaleciendo las incógnitas en torno a la vacuna y sus efectos, los posibles rebrotes, las nuevas oleadas de contagio provenientes de otras naciones y más.

Debemos reconocer que el factor fundamental para que este año de transición tuviera éxito se encontraba en el hombre mismo, a través de su comportamiento y su disciplina. Curiosamente, las personas de edad madura asumieron con responsabilidad las medidas recomendadas, aunque, eso sí, algunas vivieron un momento de incredulidad al principio de esta crisis, hasta que fueron testigos cercanos de la presencia y consecuencias mortales de este mal.

Lamentablemente los adultos jóvenes y los mozalbetes, durante la etapa más severa de contagios se empeñaron en salir a las calles, organizar reuniones, no respetar la sana distancia y aprovechar el resto del día en consumir información poco provechosa para el integral desarrollo de su ser.

Fueron los jovencitos quienes lograron la consolidación de los servicios de televisión bajo demanda y fue por ellos que se incrementó el número de cuentas en redes sociales que al principio de este problema eran incipientes y hoy son considerados como empresas “monstruo” en el mundo del internet. En ambos casos, gran parte del contenido que se consume y se produce es basura.

Mientras esa industria “hace su agosto”, en nuestra región leer un libro es una actividad que solo han aprovechado los adultos mayores y, encontrar una librería en nuestros días, es poco menos que imposible. Se pueden contabilizar dos establecimientos en la zona norte que ofrecen ejemplares para formación académica. Dos almacenes que, entre sus departamentos, cuentan con el de libros y tres establecimientos muy cerca del centro que se dedican a la reventa de ejemplares.

Antes se etiquetaban a los jóvenes con adjetivos como “bachiller” o “universitario” y eso ya representaba un verdadero orgullo para la familia pues en el México del ayer, acceder a la educación media superior y superior era una labor titánica. Hoy, los jóvenes tienen acceso a todo tipo de becas, educación en línea y asistencia del profesor casi personalizada. A pesar de todo eso, para las nuevas generaciones pareciera que los adjetivos por los que “vale la pena” luchar son: “youtuber”, “influencer”, y un último remoquete del que pensé que me estaban jugando una broma, “tiktoker”. Sí. Es verdad que esas actividades ya existían desde antes de la pandemia, pero vivieron una lastimosa consolidación a lo largo de este lapso bajo el pretexto de “no tener algo que hacer”.

Los padres de muchos de estos jóvenes perdieron su fuente de ingresos y, mientras “sus bodoques” se entretenían grabándose en el celular o escogiendo una película en la televisión, los progenitores se improvisaban como repartidores, reposteros, estilistas a domicilio y un sinfín de oficios que les permitiera continuar satisfaciendo las necesidades que les demandaban el hogar y su familia.

Mientras eso ocurría, los maestros se preparaban para dar clase desde el hogar. Los docentes tomaron capacitaciones sobre el uso y aplicación de las nuevas tecnologías de la información, compraron equipo para la transmisión de sus clases, pagaron por tener en su casa un servicio de internet de calidad y adecuaron un espacio de su vivienda para la enseñanza a distancia. Estoy seguro de que, para esta fecha, no hay un solo profesor que no desee volver a su salón de clases y “gozar” de la educación presencial. Los miembros de la comunidad docente sabían que su trabajo aumentaría, pero nunca se imaginaron que el incremento de la carga sería exponencial y, con todo eso, no han dejado “tirado” el quehacer que tanto aman: Formar.

Esta atropellada adaptación a la “normalidad pandémica” le ha costado a México más de 83 mil muertes, una pérdida de más de un millón de empleos formales, una caída de la producción, una inversión casi nula y la peor desaceleración económica en la historia de nuestro país y ya se corre el rumor de que se continuará así hasta marzo y será en mayo de 2021 cuando volvamos a las calles, escuelas y trabajos sin las medidas de seguridad que adoptamos aunque sí en un nuevo contexto de cercanía social.

Y con todo lo anterior, me sorprende que, en su mayoría, los más preocupados por sacar adelante a esta nación sean los hombres y mujeres a los que se empeñan en llamarlos “ancianos” y los padres de familia quienes, a pesar de haber sido desocupados de sus empleos, han buscado la manera de mantenerse activos económicamente. En tanto que los imberbes se despiertan únicamente para tomar clases acostados, sin realizar apuntes y con la mente divagando, simulando poner atención al profesor, y esperando a que les llamen a la mesa para comer. Después retornan a su cama para, mientras ven la televisión, “copiar y pegar” una tarea que subirán a la plataforma y continuar en el “dulce reposo”. Aquellos que se sentirán “productivos” invertirán el tiempo en sus redes para tratar de hacerse “virales” y así, de la nada, generar dinero propio. Solo muy pocos estarán estudiando, trabajando en un oficio, ayudando a sus papás y ocupándose en solucionar esta realidad que nos tocó vivir.

Y yo me preguntó: ¿Qué futuro le espera a México si se está consolidando la industria de la información basura y está aumentando el número de sus consumidores jóvenes quienes, en buena parte, han perdido el interés de estudiar y plasman como su futuro ideal, el volverse figurines del internet?

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.