/ lunes 26 de octubre de 2020

Con café y a media luz | De inmadurez en la pandemia

A principios del nuevo milenio, cuando la necesidad de encontrar trabajo era mucha y el espíritu aventurero era quien dictaba las decisiones que se tomaban en la vida, paré un rato en la hermosa ciudad de Aguascalientes, capital del estado del mismo nombre y centro de la República Mexicana.

Esta urbe, caracterizada principalmente por su hermosa feria, merenderos, iglesias y barrios rebosantes de cultura y tradición, también cuenta entre sus múltiples detalles, con una sociedad, cuyos miembros están formados con una interesante visión de responsabilidad y madurez. Así, podemos ver a familias enteras que cada viernes abarrotan –o abarrotaban– el teatro de la ciudad para escuchar a la sinfónica, cuentan con un psicólogo de cabecera, leen la mayor cantidad de libros posibles y, por inquietud y voluntad propias, participan en conferencias, talleres de superación, capacitaciones y diplomados tanto de carácter profesionalizante como de crecimiento personal.

Invitado a uno de esos eventos que escribí en la última línea del párrafo anterior, escuché a un conferencista que aseguraba que, en la generalidad, la conducta del mexicano era similar a la de un rebelde adolescente que subleva los goces y los placeres sin medir las consecuencias de sus actos con premisas como “Nada más se vive una vez”, “Es solamente tantito” y “Ahí veo luego cómo lo resuelvo”.

Ese personaje, que de momento se me escapa su nombre por lo que ofrezco una sentida disculpa, se atrevió a indicar que había sitios del país en los que era más evidente ese comportamiento. En su exposición destacó a las grandes urbes –Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara– y las zonas costeras. La primera acepción por la diversidad cultural que se agolpa en una metrópoli y es evidente por el enorme número de pobladores y, la segunda, porque era parte de la naturaleza social del “costeño”, el cual, por factores como la situación geográfica, el clima y la cultura, adopta hábitos de relajación e inmadurez.

Debo confesar que, en ese momento, gentil amigo lector, me molesté mucho con aquel individuo. Por respeto al amigo que me había invitado me quedé hasta el final del simposio, empero, disentí de los postulados escuchados y traté de demostrarle a mi compañero que lo pronunciado por el “experto” contenía un cúmulo de errores e inconsistencias. La retahíla de palabrejas usadas para ofender la inteligencia del expositor fue abundante por el coraje sentido en ese momento. Con el paso del tiempo, retiré uno a uno los adjetivo usados.

En este fin de semana, ante el comportamiento de muchos de nosotros, no me quedó más remedio que concederle buena parte de razón y atino a aquel aguascalentense.

En el marco de un evidente rebrote –que se tenía pronosticado– de Covid-19 en nuestro país, con cifras de enfermos activos y fallecidos que van en franco crecimiento y con una vacuna que, aunque segura, aún se antoja lejana y distante a la realidad nacional, a los habitantes del sur de Tamaulipas pareciera importarles muy poco y, con un semáforo amarillo que anuncia medidas preventivas, han abarrotado la playa Miramar, la laguna del Carpintero y los almacenes de la ciudad.

Tal pareciera que, al grito de “Más vale enterrados que encerrados” o “Es mejor una caja que en la casa”, la sociedad ha olvidado la situación por la que estamos atravesando, la cual ha cobrado la vida de amigos y familiares, y lo mucho que hace falta para salir de este trance y este oscuro callejón se ve alargado por el comportamiento de la población.

Mientras que a mitad de la semana anterior se anunció que durante el fin de semana se esperaban cerca de cinco mil bañistas en el máximo paseo turístico; en el transcurso del viernes y como nota del sábado circuló la información de un comerciante de ese sitio contagiado con el virus que tiene asolados a gobierno y población.

Las calles del centro de la ciudad están plenas de ciudadanos que, olvidando la sana distancia y muchos de ellos sin cubrebocas, se arremolinan frente a aparadores y vitrinas para ver los objetos de temporada. En el acceso de muchos de estos comercios ya se olvidó la importancia del filtro sanitario y, como única medida, ponen un frasco con gel para manos sobre un banco a un costado de la puerta principal quedando a la consideración del comprador si se lo pone o no.

Si se da una vuelta por el bulevar Perimetral del vaso lacustre del centro de la ciudad, observará con sorpresa y reprobación a los deportistas que han dejado de lado las medidas de protección. Aunque debemos reconocer que no son todos, no podemos dejar de ser enfáticos al señalar que es creciente el número de corredores que ya se contabilizan sin el cubrebocas y marchando acompañados.

O acuda a los pasillos comunes del macrocentro comercial ubicado en el cruce de las avenidas Ejército Mexicano y Cuauhtémoc. Los jovencitos pueden estar en las bancas en pequeños grupos y parejas y, en un acto de verdadera irresponsabilidad y rebeldía se quitan el cubrebocas hasta que uno de los guardias de seguridad le pide que recobre la compostura y lo llama al orden.

¿Nunca hemos ido a la playa?, ¿Jamás hemos estado frente a un aparador?, ¿No podemos asumir por un instante de nuestras vidas un poco de responsabilidad por bien propio y de nuestros semejantes? ¿Por qué actuamos de forma inmadura cuando vemos tan próxima la “segunda oleada”? ¿Debemos esperar a que un familiar o amigo forme parte de la estadística? Por lo menos a este servidor ya le costaron dos familiares consanguíneos y dos políticos y no deseo aumentar la cuenta.

En estos momentos debemos ser un poco más maduros y pensar que la “playita” puede esperar un poco.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

A principios del nuevo milenio, cuando la necesidad de encontrar trabajo era mucha y el espíritu aventurero era quien dictaba las decisiones que se tomaban en la vida, paré un rato en la hermosa ciudad de Aguascalientes, capital del estado del mismo nombre y centro de la República Mexicana.

Esta urbe, caracterizada principalmente por su hermosa feria, merenderos, iglesias y barrios rebosantes de cultura y tradición, también cuenta entre sus múltiples detalles, con una sociedad, cuyos miembros están formados con una interesante visión de responsabilidad y madurez. Así, podemos ver a familias enteras que cada viernes abarrotan –o abarrotaban– el teatro de la ciudad para escuchar a la sinfónica, cuentan con un psicólogo de cabecera, leen la mayor cantidad de libros posibles y, por inquietud y voluntad propias, participan en conferencias, talleres de superación, capacitaciones y diplomados tanto de carácter profesionalizante como de crecimiento personal.

Invitado a uno de esos eventos que escribí en la última línea del párrafo anterior, escuché a un conferencista que aseguraba que, en la generalidad, la conducta del mexicano era similar a la de un rebelde adolescente que subleva los goces y los placeres sin medir las consecuencias de sus actos con premisas como “Nada más se vive una vez”, “Es solamente tantito” y “Ahí veo luego cómo lo resuelvo”.

Ese personaje, que de momento se me escapa su nombre por lo que ofrezco una sentida disculpa, se atrevió a indicar que había sitios del país en los que era más evidente ese comportamiento. En su exposición destacó a las grandes urbes –Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara– y las zonas costeras. La primera acepción por la diversidad cultural que se agolpa en una metrópoli y es evidente por el enorme número de pobladores y, la segunda, porque era parte de la naturaleza social del “costeño”, el cual, por factores como la situación geográfica, el clima y la cultura, adopta hábitos de relajación e inmadurez.

Debo confesar que, en ese momento, gentil amigo lector, me molesté mucho con aquel individuo. Por respeto al amigo que me había invitado me quedé hasta el final del simposio, empero, disentí de los postulados escuchados y traté de demostrarle a mi compañero que lo pronunciado por el “experto” contenía un cúmulo de errores e inconsistencias. La retahíla de palabrejas usadas para ofender la inteligencia del expositor fue abundante por el coraje sentido en ese momento. Con el paso del tiempo, retiré uno a uno los adjetivo usados.

En este fin de semana, ante el comportamiento de muchos de nosotros, no me quedó más remedio que concederle buena parte de razón y atino a aquel aguascalentense.

En el marco de un evidente rebrote –que se tenía pronosticado– de Covid-19 en nuestro país, con cifras de enfermos activos y fallecidos que van en franco crecimiento y con una vacuna que, aunque segura, aún se antoja lejana y distante a la realidad nacional, a los habitantes del sur de Tamaulipas pareciera importarles muy poco y, con un semáforo amarillo que anuncia medidas preventivas, han abarrotado la playa Miramar, la laguna del Carpintero y los almacenes de la ciudad.

Tal pareciera que, al grito de “Más vale enterrados que encerrados” o “Es mejor una caja que en la casa”, la sociedad ha olvidado la situación por la que estamos atravesando, la cual ha cobrado la vida de amigos y familiares, y lo mucho que hace falta para salir de este trance y este oscuro callejón se ve alargado por el comportamiento de la población.

Mientras que a mitad de la semana anterior se anunció que durante el fin de semana se esperaban cerca de cinco mil bañistas en el máximo paseo turístico; en el transcurso del viernes y como nota del sábado circuló la información de un comerciante de ese sitio contagiado con el virus que tiene asolados a gobierno y población.

Las calles del centro de la ciudad están plenas de ciudadanos que, olvidando la sana distancia y muchos de ellos sin cubrebocas, se arremolinan frente a aparadores y vitrinas para ver los objetos de temporada. En el acceso de muchos de estos comercios ya se olvidó la importancia del filtro sanitario y, como única medida, ponen un frasco con gel para manos sobre un banco a un costado de la puerta principal quedando a la consideración del comprador si se lo pone o no.

Si se da una vuelta por el bulevar Perimetral del vaso lacustre del centro de la ciudad, observará con sorpresa y reprobación a los deportistas que han dejado de lado las medidas de protección. Aunque debemos reconocer que no son todos, no podemos dejar de ser enfáticos al señalar que es creciente el número de corredores que ya se contabilizan sin el cubrebocas y marchando acompañados.

O acuda a los pasillos comunes del macrocentro comercial ubicado en el cruce de las avenidas Ejército Mexicano y Cuauhtémoc. Los jovencitos pueden estar en las bancas en pequeños grupos y parejas y, en un acto de verdadera irresponsabilidad y rebeldía se quitan el cubrebocas hasta que uno de los guardias de seguridad le pide que recobre la compostura y lo llama al orden.

¿Nunca hemos ido a la playa?, ¿Jamás hemos estado frente a un aparador?, ¿No podemos asumir por un instante de nuestras vidas un poco de responsabilidad por bien propio y de nuestros semejantes? ¿Por qué actuamos de forma inmadura cuando vemos tan próxima la “segunda oleada”? ¿Debemos esperar a que un familiar o amigo forme parte de la estadística? Por lo menos a este servidor ya le costaron dos familiares consanguíneos y dos políticos y no deseo aumentar la cuenta.

En estos momentos debemos ser un poco más maduros y pensar que la “playita” puede esperar un poco.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.