/ lunes 11 de mayo de 2020

Con café y a media luz | De juicios, cifras y obtenciones

Como usted recordará, gentil amigo lector, el 8 de mayo se llevó a cabo la acostumbrada conferencia mañanera y, en la última parte de esta, un reportero cuestionó acerca del cobro de impuestos y las ganancias derivadas de las subastas que últimamente ha hecho el gobierno. El mandatario, Andrés Manuel López Obrador, comenzó a responder y para rematar su contestación dijo una frase: “… para ver cuánto se obtenió.”(sic). Este pequeño, y aparentemente insignificante, detalle ha ocasionado una serie de críticas y de alabanzas radicales para el tabasqueño, fortaleciendo la polarización de las opiniones de la masa mexicana.

Los detractores han hecho videos, análisis y hasta reportajes completos sobre los constantes errores y omisiones que AMLO tiene sobre el uso del idioma español, así como problemas de pronunciación, carencia de recursos lingüísticos y más. Ello les ha hecho cuestionar “rudamente” –perdone usted el término, no encontré otro– la capacidad que tiene el hombre originario de Macuspana para dirigir una nación.

Por el otro, los defensores de AMLO alaban esa involuntaria y equívoca manifestación coloquial del uso del español y sostienen que “así habla la gente de abajo”, “habló así porque es un representante emergido del pueblo” y “nada tiene que ver su conocimiento del lenguaje para beneficiar a la gente”. De entre todos los comentarios que pude leer hubo uno que me llamó la atención: “En lugar de estarse fijando cómo habla, deberían ver lo bien que va su mandato”.

Así que no pude evitar el echarme un clavado en el internet para ver los comparativos de las cifras del presidente López y le puedo comentar, con absoluto respeto mi querido amigo, que la situación actual está muy distante de ser de “plácemes” para los mexicanos pues los índices de desempleo, homicidios dolosos, delincuencia en general, pérdidas económicas, inversión extranjera y otros, están más altos que nunca en la historia contemporánea de nuestro país.

¿Cuáles son los factores que hacen la diferencia ante ambos enjuiciamientos? Me atrevo a decir que la retórica y los programas endulzados en una cultura popular profundamente arraigada.

Una de las grandes virtudes que AMLO ha sabido cultivar a lo largo de sus 18 años de campaña es el saber decirle a la masa de votantes lo que esta quiere escuchar con frases bien pensadas que “dice la gente”: “Barrer las escaleras”, “Primero los pobres”, “Basta de que ganen nomás los de arriba”, “Este es el gobierno de los de abajo” y un sinfín de etcéteras que se repiten constantemente en las conferencias de prensa que ofrece cada mañana desde Palacio Nacional.

Cuando señalo a la “cultura arraigada” me refiero a aquella parte ideológica del mexicano que está construida, la gran mayoría de las ocasiones, por varios supuestos que se repiten de manera constante. El primero de ellos que dicta que se es pobre porque “tocó serlo” y no hay forma de cambiar el destino. El segundo que señala que solo es “buena persona” aquel que ayuda a los pobres y esa “ayuda” consiste en regalar algo, ropa, comida o dinero; de preferencia eso último. De igual manera se indica que “regalar” una oportunidad de empleo no es un verdadero obsequio, es, por el contrario, la opción en la que el “de arriba” siga gozando de su posición a costa del que está abajo.

El tercer supuesto del que se amparan muchos mexicanos es que aquel que tiene una posición económica mejor “es forzosamente rico” y, seguramente consiguió esa “fortuna” por ser ladrón, corrupto o porque “le dieron un hueso” pero nunca porque durante muchos años se esforzó, trabajó e invirtió su dinero hasta hacer de su producto o servicio algo indispensable.

Si hacemos la sumatoria de dichos elementos tendremos como resultado que los empresarios –grandes, medianos o pequeños– poseen una fortuna, es decir son millonarios y seguramente lo son por corruptos, por tanto, tienen la obligación de “regalarle algo” a los de abajo, de preferencia dinero, aunque este provenga de programas gubernamentales que se nutren con los impuestos. Al no querer regalar “ese algo”, los empresarios no son buenas personas. En conclusión, para muchos mexicanos, el sector empresarial es el verdadero villano de la historia y AMLO es una especie de “Robin Hood” de la política o un “Chucho el Roto” de la era moderna.

Para los empresarios, las condiciones fiscales que se pudieran llamar ordinarias en un contexto económico negativamente extraordinario son casi imposibles de satisfacer. Y la negativa al diálogo por parte de la autoridad, así como una interpretación a modo de la solicitud de prórroga para el pago de impuestos han hecho que los capitales de los grandes consorcios se vean disminuidos de golpe “de la noche a la mañana”. El precepto fundamental es que “si no hay ingreso, no puede haber egreso”.

Asimismo, los dueños de empresas aseguran que para mantener su negocio “vivo”, deben afrontar medidas extraordinarias desde el interior, pues muchos se han resignado a no tener consideraciones por parte del Gobierno actual. La primera de ellas es recortar la compra de insumos, al no haber materia prima no existe producción. La segunda es ya no invertir en cuestiones innecesa-rias como la publicidad de su producto o servicio. La tercera, a pesar de la indicación del ejecutivo de la nación de no hacerlo, es el despido de personal.

Esta situación, de continuar, traerá consigo desempleo, delincuencia, derrumbamiento de la economía y un nuevo incremento a la mayoría de los índices que platicamos al inicio de la entrega de este día.

A todo lo anterior, le debemos agregar la crisis petrolera y el desplome de la economía mundial, la crisis sanitaria por el virus SARS – CoV–2 y la enfermedad que produce, un endeudamiento con Estados Unidos por haber absorbido la baja de producción de combustible que nos correspondía a nosotros ante la OPEP, etcétera.

Lo cierto es que, a mitad de este problema, todos los mexicanos opinamos –descalificamos o aplaudimos al protagonista– sin “ponernos en los zapatos” del que está enfrente. Las cifras en general no están bien y eso es algo que nadie puede negar y, mucho menos, ocultar. Por último, aunque nos guste o no, los empresarios no podrán soportar la carga fiscal en estos momentos de contracción económica y las subastas serán insuficientes para mantener programas clientelares y proyectos “sello” para la federación puesto que se debe cuantificar lo que se obtuvo, y no lo que se “obtenió”.

Y hasta aquí pues, como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Como usted recordará, gentil amigo lector, el 8 de mayo se llevó a cabo la acostumbrada conferencia mañanera y, en la última parte de esta, un reportero cuestionó acerca del cobro de impuestos y las ganancias derivadas de las subastas que últimamente ha hecho el gobierno. El mandatario, Andrés Manuel López Obrador, comenzó a responder y para rematar su contestación dijo una frase: “… para ver cuánto se obtenió.”(sic). Este pequeño, y aparentemente insignificante, detalle ha ocasionado una serie de críticas y de alabanzas radicales para el tabasqueño, fortaleciendo la polarización de las opiniones de la masa mexicana.

Los detractores han hecho videos, análisis y hasta reportajes completos sobre los constantes errores y omisiones que AMLO tiene sobre el uso del idioma español, así como problemas de pronunciación, carencia de recursos lingüísticos y más. Ello les ha hecho cuestionar “rudamente” –perdone usted el término, no encontré otro– la capacidad que tiene el hombre originario de Macuspana para dirigir una nación.

Por el otro, los defensores de AMLO alaban esa involuntaria y equívoca manifestación coloquial del uso del español y sostienen que “así habla la gente de abajo”, “habló así porque es un representante emergido del pueblo” y “nada tiene que ver su conocimiento del lenguaje para beneficiar a la gente”. De entre todos los comentarios que pude leer hubo uno que me llamó la atención: “En lugar de estarse fijando cómo habla, deberían ver lo bien que va su mandato”.

Así que no pude evitar el echarme un clavado en el internet para ver los comparativos de las cifras del presidente López y le puedo comentar, con absoluto respeto mi querido amigo, que la situación actual está muy distante de ser de “plácemes” para los mexicanos pues los índices de desempleo, homicidios dolosos, delincuencia en general, pérdidas económicas, inversión extranjera y otros, están más altos que nunca en la historia contemporánea de nuestro país.

¿Cuáles son los factores que hacen la diferencia ante ambos enjuiciamientos? Me atrevo a decir que la retórica y los programas endulzados en una cultura popular profundamente arraigada.

Una de las grandes virtudes que AMLO ha sabido cultivar a lo largo de sus 18 años de campaña es el saber decirle a la masa de votantes lo que esta quiere escuchar con frases bien pensadas que “dice la gente”: “Barrer las escaleras”, “Primero los pobres”, “Basta de que ganen nomás los de arriba”, “Este es el gobierno de los de abajo” y un sinfín de etcéteras que se repiten constantemente en las conferencias de prensa que ofrece cada mañana desde Palacio Nacional.

Cuando señalo a la “cultura arraigada” me refiero a aquella parte ideológica del mexicano que está construida, la gran mayoría de las ocasiones, por varios supuestos que se repiten de manera constante. El primero de ellos que dicta que se es pobre porque “tocó serlo” y no hay forma de cambiar el destino. El segundo que señala que solo es “buena persona” aquel que ayuda a los pobres y esa “ayuda” consiste en regalar algo, ropa, comida o dinero; de preferencia eso último. De igual manera se indica que “regalar” una oportunidad de empleo no es un verdadero obsequio, es, por el contrario, la opción en la que el “de arriba” siga gozando de su posición a costa del que está abajo.

El tercer supuesto del que se amparan muchos mexicanos es que aquel que tiene una posición económica mejor “es forzosamente rico” y, seguramente consiguió esa “fortuna” por ser ladrón, corrupto o porque “le dieron un hueso” pero nunca porque durante muchos años se esforzó, trabajó e invirtió su dinero hasta hacer de su producto o servicio algo indispensable.

Si hacemos la sumatoria de dichos elementos tendremos como resultado que los empresarios –grandes, medianos o pequeños– poseen una fortuna, es decir son millonarios y seguramente lo son por corruptos, por tanto, tienen la obligación de “regalarle algo” a los de abajo, de preferencia dinero, aunque este provenga de programas gubernamentales que se nutren con los impuestos. Al no querer regalar “ese algo”, los empresarios no son buenas personas. En conclusión, para muchos mexicanos, el sector empresarial es el verdadero villano de la historia y AMLO es una especie de “Robin Hood” de la política o un “Chucho el Roto” de la era moderna.

Para los empresarios, las condiciones fiscales que se pudieran llamar ordinarias en un contexto económico negativamente extraordinario son casi imposibles de satisfacer. Y la negativa al diálogo por parte de la autoridad, así como una interpretación a modo de la solicitud de prórroga para el pago de impuestos han hecho que los capitales de los grandes consorcios se vean disminuidos de golpe “de la noche a la mañana”. El precepto fundamental es que “si no hay ingreso, no puede haber egreso”.

Asimismo, los dueños de empresas aseguran que para mantener su negocio “vivo”, deben afrontar medidas extraordinarias desde el interior, pues muchos se han resignado a no tener consideraciones por parte del Gobierno actual. La primera de ellas es recortar la compra de insumos, al no haber materia prima no existe producción. La segunda es ya no invertir en cuestiones innecesa-rias como la publicidad de su producto o servicio. La tercera, a pesar de la indicación del ejecutivo de la nación de no hacerlo, es el despido de personal.

Esta situación, de continuar, traerá consigo desempleo, delincuencia, derrumbamiento de la economía y un nuevo incremento a la mayoría de los índices que platicamos al inicio de la entrega de este día.

A todo lo anterior, le debemos agregar la crisis petrolera y el desplome de la economía mundial, la crisis sanitaria por el virus SARS – CoV–2 y la enfermedad que produce, un endeudamiento con Estados Unidos por haber absorbido la baja de producción de combustible que nos correspondía a nosotros ante la OPEP, etcétera.

Lo cierto es que, a mitad de este problema, todos los mexicanos opinamos –descalificamos o aplaudimos al protagonista– sin “ponernos en los zapatos” del que está enfrente. Las cifras en general no están bien y eso es algo que nadie puede negar y, mucho menos, ocultar. Por último, aunque nos guste o no, los empresarios no podrán soportar la carga fiscal en estos momentos de contracción económica y las subastas serán insuficientes para mantener programas clientelares y proyectos “sello” para la federación puesto que se debe cuantificar lo que se obtuvo, y no lo que se “obtenió”.

Y hasta aquí pues, como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”.