/ miércoles 29 de septiembre de 2021

Con café y a media luz | De la crisis y el humanismo

“Bienvenidos hermanos haitianos a tierras tamaulipecas”, pude leer en los comentarios de una nota que publicó en sus redes oficiales, EL SOL DE TAMPICO. Esta oración escrita por un miembro de dicha comunidad cibernética era en torno a la donación de comida que un grupo de familias tampiqueñas habían realizado a los migrantes haitianos varados en la central de autobuses de esta ciudad.

El comentario abundaba, además, a la bonhomía que caracteriza a la población mexicana y hacía alusión a los gestos de solidaridad y apoyo internacional que, como pueblo hermano de las naciones del mundo, hemos entregado a través de víveres, ropa y demás en los momentos de tragedia en otras latitudes. Dicho sea de paso y como un mero ejemplo al calce de esta idea es que recientemente fue enviada ayuda humanitaria a Haití a causa de un fenómeno natural que devastó a la isla.

El hombre expresaba de forma inocente “… pueden quedarse en nuestras tierras el tiempo que sea necesario…” Si bien es cierto que el caballero propietario de la cuenta no era una autoridad para ofrecer albergue a través de un medio tan informal como las redes sociales, también es verdad que la oferta manifestada de manera pública generó una andanada de reproches, sanciones y etiquetas ofensivas a la inteligencia humana. De manera coincidente, como pocas veces he visto en espacio tan plural como el internet, no había respuestas a favor o de respaldo.

Con esta declaratoria – que insisto, aunque en la oficialidad es representativa de nada, en la cognición de un imaginario colectivo, dice mucho – se sucedieron dos detalles más de los que pude ser testigo y le comparto a continuación.

Antes de continuar con nuestra plática de hoy, le suplico, gentil y querido amigo lector, de la manera más atenta, que no considere este escrito como un gesto de racismo o de insensibilidad ante la necesidad humana, por el contrario, persigue el hecho de evitar condiciones qué lamentar más adelante para las sociedades – nacional y extranjera – que inciden en este fenómeno.

El primero de ellos, que usted también habrá notado, está en el tenor periodístico. De unas semanas a la fecha, los medios de comunicación regionales han dado lugar en su agenda informativa a notas relacionadas con la presencia o, por lo menos, tránsito de los migrantes desde el contexto del hecho y ya no, meramente, de las declaraciones de las figuras de autoridad, con encabezados que han pasado del bloqueo del puente de “Las piñas” en Altamira para poder llegar a Reynosa, hasta la demanda de apoyo a autoridades de municipios conurbados.

Pasando, por supuesto, por el nacimiento de un bebé en el hospital de Ciudad Madero; la búsqueda de empleo por parte de los extranjeros a través de una carta de residencia; los intentos de dormir en iglesias de la localidad; la ocupación de la central de autobuses y el posterior desalojo por parte del INM; la aparición de pequeños grupos en calles y avenidas pidiendo apoyo económico; la solicitud de atención en materia de salud a las dependencias públicas sanitarias y más.

El segundo de ellos es una integración informal que está ocurriendo de manera velada ante nuestros ojos y, poco a poco, está generando una condición de “normalidad” la cual, más tarde que temprano, puede acarrear severos problemas a la estructura social.

Esto lo ejemplificaré con una singular situación que pude observar desde los vitrales de un edificio de la zona norte de Altamira. Desde una dependencia ubicada a un costado de la carretera Tampico Mante, miré con atención cómo un grupo de seis o siete migrantes se acercaban a los trabajadores que comían en la orilla de la rúa. En menos de lo que se lo cuento, los alarifes compartieron sus alimentos y agua, mientras se sentaban todos en círculo en derredor de la comida. Después de unos minutos de descanso, los haitianos se despidieron y cruzaron la calle, desde ese punto miraban con atención a la estación Fito- zoosanitaria; de repente avanzaron con rumbo a la colonia aledaña hasta perderse en las entrecalles. Una persona que estaba conmigo me dijo: “Van a rodear la cuarentenaria”.

Con esta situación no pude evitar recordar los comentarios de un buen amigo profesional de la sociología y la filosofía “… es normal (la integración) porque es parte de la naturaleza humana, pero no significa que sea permisible y correcto social, económica, sanitaria y jurídicamente hablando…” y agregó “… ya que la inmigración por necesidad genera consigo situaciones irregulares que detonan en problemas y, la gran mayoría de estos, trascienden hasta convertirse en hechos delictivos”.

Al no encontrar trabajo aquí por su condición de ilegal, algunos de los migrantes se verán orillados a robar y a organizarse para ello. Los que sean detenidos serán separados de la familia que continuará en la calle. Otros más deberán practicar la mendicidad exponiéndose a ser víctimas de la delincuencia. Aquellos más afortunados generarán ingresos en la informalidad lo que generará un severo golpe a la economía, primero en lo local; después en lo regional y, por último, en lo nacional. El caso más triste y riesgoso es que se vean incorporados por la fuerza a una célula delictiva de la que ya no podrán escapar. Los hombres en el uso de las armas y, por otra parte, las mujeres como objeto de comercio.

Todo ello tiene en alerta a las autoridades. El problema es una realidad. La crisis como tal es apenas y una muestra de lo que se viene. La solución está en manos de las autoridades, tanto mexicanas como haitianas. A nosotros nos corresponde estar al pendiente y ayudar hasta donde sea prudente y nos sea permitido.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota” Escríbame y recuerde, será un gran día.

licajimenezmcc@hotmail.com

“Bienvenidos hermanos haitianos a tierras tamaulipecas”, pude leer en los comentarios de una nota que publicó en sus redes oficiales, EL SOL DE TAMPICO. Esta oración escrita por un miembro de dicha comunidad cibernética era en torno a la donación de comida que un grupo de familias tampiqueñas habían realizado a los migrantes haitianos varados en la central de autobuses de esta ciudad.

El comentario abundaba, además, a la bonhomía que caracteriza a la población mexicana y hacía alusión a los gestos de solidaridad y apoyo internacional que, como pueblo hermano de las naciones del mundo, hemos entregado a través de víveres, ropa y demás en los momentos de tragedia en otras latitudes. Dicho sea de paso y como un mero ejemplo al calce de esta idea es que recientemente fue enviada ayuda humanitaria a Haití a causa de un fenómeno natural que devastó a la isla.

El hombre expresaba de forma inocente “… pueden quedarse en nuestras tierras el tiempo que sea necesario…” Si bien es cierto que el caballero propietario de la cuenta no era una autoridad para ofrecer albergue a través de un medio tan informal como las redes sociales, también es verdad que la oferta manifestada de manera pública generó una andanada de reproches, sanciones y etiquetas ofensivas a la inteligencia humana. De manera coincidente, como pocas veces he visto en espacio tan plural como el internet, no había respuestas a favor o de respaldo.

Con esta declaratoria – que insisto, aunque en la oficialidad es representativa de nada, en la cognición de un imaginario colectivo, dice mucho – se sucedieron dos detalles más de los que pude ser testigo y le comparto a continuación.

Antes de continuar con nuestra plática de hoy, le suplico, gentil y querido amigo lector, de la manera más atenta, que no considere este escrito como un gesto de racismo o de insensibilidad ante la necesidad humana, por el contrario, persigue el hecho de evitar condiciones qué lamentar más adelante para las sociedades – nacional y extranjera – que inciden en este fenómeno.

El primero de ellos, que usted también habrá notado, está en el tenor periodístico. De unas semanas a la fecha, los medios de comunicación regionales han dado lugar en su agenda informativa a notas relacionadas con la presencia o, por lo menos, tránsito de los migrantes desde el contexto del hecho y ya no, meramente, de las declaraciones de las figuras de autoridad, con encabezados que han pasado del bloqueo del puente de “Las piñas” en Altamira para poder llegar a Reynosa, hasta la demanda de apoyo a autoridades de municipios conurbados.

Pasando, por supuesto, por el nacimiento de un bebé en el hospital de Ciudad Madero; la búsqueda de empleo por parte de los extranjeros a través de una carta de residencia; los intentos de dormir en iglesias de la localidad; la ocupación de la central de autobuses y el posterior desalojo por parte del INM; la aparición de pequeños grupos en calles y avenidas pidiendo apoyo económico; la solicitud de atención en materia de salud a las dependencias públicas sanitarias y más.

El segundo de ellos es una integración informal que está ocurriendo de manera velada ante nuestros ojos y, poco a poco, está generando una condición de “normalidad” la cual, más tarde que temprano, puede acarrear severos problemas a la estructura social.

Esto lo ejemplificaré con una singular situación que pude observar desde los vitrales de un edificio de la zona norte de Altamira. Desde una dependencia ubicada a un costado de la carretera Tampico Mante, miré con atención cómo un grupo de seis o siete migrantes se acercaban a los trabajadores que comían en la orilla de la rúa. En menos de lo que se lo cuento, los alarifes compartieron sus alimentos y agua, mientras se sentaban todos en círculo en derredor de la comida. Después de unos minutos de descanso, los haitianos se despidieron y cruzaron la calle, desde ese punto miraban con atención a la estación Fito- zoosanitaria; de repente avanzaron con rumbo a la colonia aledaña hasta perderse en las entrecalles. Una persona que estaba conmigo me dijo: “Van a rodear la cuarentenaria”.

Con esta situación no pude evitar recordar los comentarios de un buen amigo profesional de la sociología y la filosofía “… es normal (la integración) porque es parte de la naturaleza humana, pero no significa que sea permisible y correcto social, económica, sanitaria y jurídicamente hablando…” y agregó “… ya que la inmigración por necesidad genera consigo situaciones irregulares que detonan en problemas y, la gran mayoría de estos, trascienden hasta convertirse en hechos delictivos”.

Al no encontrar trabajo aquí por su condición de ilegal, algunos de los migrantes se verán orillados a robar y a organizarse para ello. Los que sean detenidos serán separados de la familia que continuará en la calle. Otros más deberán practicar la mendicidad exponiéndose a ser víctimas de la delincuencia. Aquellos más afortunados generarán ingresos en la informalidad lo que generará un severo golpe a la economía, primero en lo local; después en lo regional y, por último, en lo nacional. El caso más triste y riesgoso es que se vean incorporados por la fuerza a una célula delictiva de la que ya no podrán escapar. Los hombres en el uso de las armas y, por otra parte, las mujeres como objeto de comercio.

Todo ello tiene en alerta a las autoridades. El problema es una realidad. La crisis como tal es apenas y una muestra de lo que se viene. La solución está en manos de las autoridades, tanto mexicanas como haitianas. A nosotros nos corresponde estar al pendiente y ayudar hasta donde sea prudente y nos sea permitido.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota” Escríbame y recuerde, será un gran día.

licajimenezmcc@hotmail.com