/ miércoles 23 de septiembre de 2020

Con café y a media luz | De la que suena

En 1948 la radio mexicana se embelesaba con la voz del ídolo Pedro Infante. El plan de cantor de música ranchera se había hecho un poco de lado –aunque no del todo– para darle paso al actor que interpretaría al héroe popular “Martín Corona”, papel que, cuatro años después, sería bien recibido por los seguidores del originario de Guamúchil y “abrazado” por la túnica platinada del cine nacional.

Acompañado, como decía el corrido que José Alfredo Jiménez había compuesto exclusivamente para este filme, “de su siempre fiel compañero”, un “viejillo de porra” -como le decía el mismo Martín, a quien solo llamaban “El Piporro”- el héroe, salía triunfante de sus múltiples aventuras. Este icónico papel le valió al neoleonés, Eulalio González, no solo el reconocimiento internacional sino, además, el mote artístico que le acompañaría hasta los últimos días de su vida.

En una charla con varios amigos, la discusión pasó, del estereotipo del norteño “francote” y dicharachero, muy vacilador con los amigos y las mujeres, a la política actual y a una especie de campaña disimulada proveniente del interior de palacio nacional que, hasta este momento, tienen como escaparate las conferencias matutinas del presidente de México Andrés Manuel López Obrador.

“De la que suene; la brillosa”, mencionó uno de mis conversadores y después abundó, “¡Como le gustaba al Piporro!”, acto seguido lanzó al aire una estrepitosa carcajada que retumbó en la sala de la casa que tan amablemente, nos había recibido.

El resto de los visitantes cruzaron miradas al momento de escuchar el comentario pues, en ese instante, no pudieron hallar relación entre el tabasqueño y el oriundo de “Los Herreras”, este que le escribe, solo se limitó a esbozar una leve sonrisa pues, al conocer la postura política del emisor de tal mensaje, me supuse la causa y la intención de la analogía echada sobre la mesa de discusión.

A los pocos minutos de haber iniciado la película “Ahí viene Martín Corona”, el protagonista y su escudero se encuentran recuperando una cantidad de dinero saqueada a una víctima que dejan amarrada en un árbol. Haciéndose pasar por desconocidos, ambos personajes se sientan en la misma mesa y empiezan a “desvestir” al tahúr responsable del jolgorio. Y, mientras que Martín Corona le pide al tallador que le pague en billetes, el Piporro le solicita monedas con adjetivos como “las que suenan”, “las que brillan”, “las que hacen ruido”.

¿Por qué insistir en un discurso diario en el que el presidente López todas las mañanas es la víctima, el perseguido por los opositores, por boas de intelectualoides orgánicos y pasquines malintencionados que no tienen otro quehacer que dedicarse a desprestigiar de manera infundada las acciones del jefe del Estado mexicano?

Desde hace varias semanas el presidente Andrés Manuel López Obrador ha intensificado sus discursos para desatar la molestia de la sociedad en contra de los mandatarios a los que etiqueta –y con sobrada razón- de corruptos, por decir lo menos. Lo curioso es que, después de la verborrea de rencor, el jefe del Estado mexicano señala que, si dependiera de él, ninguno de sus antecesores sería enjuiciado.

¿Por qué, entonces, tanto esfuerzo en señalar a los expresidentes, desde Salinas hasta Peña Nieto, si no desea que se les llame a rendir cuentas?

La respuesta, según mi camarada de café, es sencilla y está en la voz del “rey del taconazo”: Llevarlos a la “hoguera” de la plaza pública y ponerlos a disposición mediática para el linchamiento simbólico del pueblo enardecido, le representan a López Obrador, “monedas de las que suenan”, “de las que brillan”, “de las que hacen ruido”. En otras palabras, en una campaña que pareciera no tener fin, tentar “al cerbero de mil cabezas” abona más al capital político de los “morenos”, necesario para la gesta del 2021. Y lo mismo ocurrió con la rifa del avión sin avión o con una ceremonia del grito de la independencia en la que, por razones de sanidad, no asistió el pueblo.

El “ceder la estafeta mediatizada” del juicio popular a la Fiscalía General de la República; la proyección social de la ceremonia cívica a Conaculta o a Radioeducación; o la rifa del valor de la aeronave enteramente a la Lotería Nacional, hubieran representado “billetes” de contundencia innegable para la efectividad de las acciones presidenciales y la relación con las instancias que conforman al aparato gubernamental en la totalidad. Empero, esas acciones que serían los billetes -continuando con la analogía- aunque más jugosos y sólidos, de un poder adquisitivo mayor, “no suenan”, “no brillan”, “no hacen ruido” en el imaginario colectivo popular.

Mi interlocutor de edad avanzada prosiguió recordando al “BOA” o al movimiento “FRENAA” y aseguró que, así como AMLO no tuvo empacho en “mitificar” a los intelectuales al momento de exhibirlos, también lo haría con los dirigentes del cuadro de oposición recientemente plantado en la Ciudad de México, pues, dijo: “De nada sirven las monedas si no se tiene en qué invertirlas y, para el presidente, el espectáculo político es un negocio que le ha dejado buenos dividendos”.

Y mientras este nuevo “bailazo” de la 4T, como compuso el “rey del tomate” en su canción “El taconazo”, se construye con dicharachos, villanos, mártires y protestantes, la sociedad mexicana, partida en dos, observa la conferencia mañanera en la que algunos aplauden la cercanía al pueblo y otros rechiflan la campaña eterna de un candidato que ya llegó a donde tanto deseaba y pareciera que no se ha dado cuenta de ello.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

En 1948 la radio mexicana se embelesaba con la voz del ídolo Pedro Infante. El plan de cantor de música ranchera se había hecho un poco de lado –aunque no del todo– para darle paso al actor que interpretaría al héroe popular “Martín Corona”, papel que, cuatro años después, sería bien recibido por los seguidores del originario de Guamúchil y “abrazado” por la túnica platinada del cine nacional.

Acompañado, como decía el corrido que José Alfredo Jiménez había compuesto exclusivamente para este filme, “de su siempre fiel compañero”, un “viejillo de porra” -como le decía el mismo Martín, a quien solo llamaban “El Piporro”- el héroe, salía triunfante de sus múltiples aventuras. Este icónico papel le valió al neoleonés, Eulalio González, no solo el reconocimiento internacional sino, además, el mote artístico que le acompañaría hasta los últimos días de su vida.

En una charla con varios amigos, la discusión pasó, del estereotipo del norteño “francote” y dicharachero, muy vacilador con los amigos y las mujeres, a la política actual y a una especie de campaña disimulada proveniente del interior de palacio nacional que, hasta este momento, tienen como escaparate las conferencias matutinas del presidente de México Andrés Manuel López Obrador.

“De la que suene; la brillosa”, mencionó uno de mis conversadores y después abundó, “¡Como le gustaba al Piporro!”, acto seguido lanzó al aire una estrepitosa carcajada que retumbó en la sala de la casa que tan amablemente, nos había recibido.

El resto de los visitantes cruzaron miradas al momento de escuchar el comentario pues, en ese instante, no pudieron hallar relación entre el tabasqueño y el oriundo de “Los Herreras”, este que le escribe, solo se limitó a esbozar una leve sonrisa pues, al conocer la postura política del emisor de tal mensaje, me supuse la causa y la intención de la analogía echada sobre la mesa de discusión.

A los pocos minutos de haber iniciado la película “Ahí viene Martín Corona”, el protagonista y su escudero se encuentran recuperando una cantidad de dinero saqueada a una víctima que dejan amarrada en un árbol. Haciéndose pasar por desconocidos, ambos personajes se sientan en la misma mesa y empiezan a “desvestir” al tahúr responsable del jolgorio. Y, mientras que Martín Corona le pide al tallador que le pague en billetes, el Piporro le solicita monedas con adjetivos como “las que suenan”, “las que brillan”, “las que hacen ruido”.

¿Por qué insistir en un discurso diario en el que el presidente López todas las mañanas es la víctima, el perseguido por los opositores, por boas de intelectualoides orgánicos y pasquines malintencionados que no tienen otro quehacer que dedicarse a desprestigiar de manera infundada las acciones del jefe del Estado mexicano?

Desde hace varias semanas el presidente Andrés Manuel López Obrador ha intensificado sus discursos para desatar la molestia de la sociedad en contra de los mandatarios a los que etiqueta –y con sobrada razón- de corruptos, por decir lo menos. Lo curioso es que, después de la verborrea de rencor, el jefe del Estado mexicano señala que, si dependiera de él, ninguno de sus antecesores sería enjuiciado.

¿Por qué, entonces, tanto esfuerzo en señalar a los expresidentes, desde Salinas hasta Peña Nieto, si no desea que se les llame a rendir cuentas?

La respuesta, según mi camarada de café, es sencilla y está en la voz del “rey del taconazo”: Llevarlos a la “hoguera” de la plaza pública y ponerlos a disposición mediática para el linchamiento simbólico del pueblo enardecido, le representan a López Obrador, “monedas de las que suenan”, “de las que brillan”, “de las que hacen ruido”. En otras palabras, en una campaña que pareciera no tener fin, tentar “al cerbero de mil cabezas” abona más al capital político de los “morenos”, necesario para la gesta del 2021. Y lo mismo ocurrió con la rifa del avión sin avión o con una ceremonia del grito de la independencia en la que, por razones de sanidad, no asistió el pueblo.

El “ceder la estafeta mediatizada” del juicio popular a la Fiscalía General de la República; la proyección social de la ceremonia cívica a Conaculta o a Radioeducación; o la rifa del valor de la aeronave enteramente a la Lotería Nacional, hubieran representado “billetes” de contundencia innegable para la efectividad de las acciones presidenciales y la relación con las instancias que conforman al aparato gubernamental en la totalidad. Empero, esas acciones que serían los billetes -continuando con la analogía- aunque más jugosos y sólidos, de un poder adquisitivo mayor, “no suenan”, “no brillan”, “no hacen ruido” en el imaginario colectivo popular.

Mi interlocutor de edad avanzada prosiguió recordando al “BOA” o al movimiento “FRENAA” y aseguró que, así como AMLO no tuvo empacho en “mitificar” a los intelectuales al momento de exhibirlos, también lo haría con los dirigentes del cuadro de oposición recientemente plantado en la Ciudad de México, pues, dijo: “De nada sirven las monedas si no se tiene en qué invertirlas y, para el presidente, el espectáculo político es un negocio que le ha dejado buenos dividendos”.

Y mientras este nuevo “bailazo” de la 4T, como compuso el “rey del tomate” en su canción “El taconazo”, se construye con dicharachos, villanos, mártires y protestantes, la sociedad mexicana, partida en dos, observa la conferencia mañanera en la que algunos aplauden la cercanía al pueblo y otros rechiflan la campaña eterna de un candidato que ya llegó a donde tanto deseaba y pareciera que no se ha dado cuenta de ello.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.