/ viernes 11 de septiembre de 2020

Con café y a media luz | El esfuerzo de los estudiantes

A lo largo de las últimas entregas relativas al tema del proceso de enseñanza y el sistema educativo mexicano que puse a su amable dispensa, gentil amigo lector, hablamos con mucho ánimo de los cambios, procesos, adecuaciones e implementaciones que harían las partes que incidían en este, para continuar haciendo prevalecer el más sagrado de los derechos a los que tiene un ser humano: El saber.

Hablamos de cómo la pandemia había obligado a todo el sistema educativo, desde el mismo secretario Esteban Moctezuma hasta el maestro de comunidades apartadas a improvisar medios y formas para que un ciclo escolar que estaba cubierto en un setenta por ciento pudiera concluir con un éxito poco reprochable. Y así fue. Los comentarios negativos que se escucharon fueron pocos, pero valiosos.

Las autoridades educativas pudieron analizar los programas académicos para establecer estrategias desde el interior para plantearse cómo serían difundidos a través de los sistemas digitales alternativos de nueva generación que son tan comunes en los instrumentos electrónicos que hay en algunos hogares. Insisto, “algunos hogares”.

Se brindó capacitación a los maestros en el uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Se les explicó cuáles serían los medios de comunicación que establecerían con los padres de familia para la recepción y revisión de las tareas encargadas a los menores. Y, por último, se les instruyó en el mejor uso y aprovechamiento de las plataformas tecnológicas de reciente creación enfocadas en la impartición de la cátedra desde hogares dotados de internet y equipos de cómputo. Insisto, “hogares dotados de internet y equipos de cómputo”.

La llegada de las vacaciones dio pauta para que se hicieran convenios con cuatro televisoras privadas para la distribución de los contenidos programáticos a través de canales asignados exclusivamente para este fin y así, satisfacer la necesidad educativa en aquellas casas en las que la economía no les permite acceder a teléfonos celulares, señal de internet y equipos de cómputo, pero están enclavados en regiones en las que, afortunadamente, sí llegan las señales televisivas. Insisto, “a las que sí llegan las señales televisivas”.

Hablamos del esfuerzo de los padres de familia por continuar haciendo llegar ingreso económico para satisfacer las necesidades más apremiantes de su hogar y, a parte, conseguir un extra para adquirir un teléfono inteligente para que el menor esté en contacto con las videoconferencias de los profesores, a la par de que la madre, esté al pendiente de la hora en la que inicia la programación acorde a la edad y nivel escolar para sentar a la criatura frente a la televisión, aprovechando que los pequeños no tienen que ir a trabajar. Insisto, “los que no tienen que ir a trabajar”.

Pero ¿Y los que sí deben ir a trabajar para conseguir ese “ingreso extra” que les permita estar al pendiente de su educación?

Y planteo esta introducción tan larga porque el pasado miércoles coincidieron dos situaciones de carácter personal que me permito compartirle.

La primera de ellas es la llegada a mi bandeja de correo de una captura de pantalla en el que se apreciaba un comentario público en redes sociales, de una maestra que pide a la SEP detener el ciclo escolar porque ha recibido constantes mensajes de sus alumnos que le piden más tiempo para entregar sus tareas, clases de menos minutos, trabajos con menos hojas, cambios de hora de la clase y otros detalles más. La razón de estas súplicas, según describe la profesora, es la condición económica de los niños, empero, más allá de eso, explica la mentora que la mayoría de sus alumnos trabajan.

Razones como “Me cobran más en el cyber (sic) si me paso de la hora”, “No me alcanza lo que gano para una recarga de tiempo más cara”, “Tengo que trabajar a la hora de la clase”, “Me alcanzó solo para dos hojas”, etcétera, son las que dieron cuenta de una situación que no se había contemplado. La ausencia del progenitor como figura de apoyo y, en algunos casos de ambos padres, son causales de que “el niño empleado” deba decidir entre estudiar o salir a trabajar para poder comer.

Antes de concluir la redacción, la profesora declara las veces que ella paga las copias que regala a sus alumnos, las ocasiones que lleva su computadora para exponer un video, las situaciones en las que ha tenido que regalar su almuerzo porque una criatura no lleva algo de comer al plantel y más.

Concluí la lectura del correo y, entonces, fue cuando sucedió el segundo detalle que ahora le comparto.

Al volver a la bandeja de entrada, había un mensaje de un alumno de nuevo ingreso al que le daría clases justo antes de la hora en que hago esta redacción. El joven, de evidente condición humilde, a manera de pregunta y justificación me pedía un trato diferencial de sus demás compañeros.

“Profe, ¿no me va a reprobar si no entro a su clase, pero sí le mando las tareas y sí le presento el trabajo final? Es que en el ejido donde vivo no hay cybers (sic) y me cuesta mucho ir hasta Aldama todos los días”.

¿Cuántos niños y jóvenes están en esta situación en nuestro país?

No creo que sea prudente el detener el ciclo escolar como tal. La educación no solo es un derecho que tiene toda la población y una obligación que guarda el Estado mexicano. Si no, además, es un servicio que se debe dar a niños y jóvenes con la mayor calidad posible y ante un buen número de adversidades que hoy se agravan o, por lo menos, se descubren a causa de la pandemia y la desaceleración económica.

Lo que sí debemos considerar son las circunstancias que, pareciera, se añejan y anquilosan, en ese México “disparejo” en el que no todos los ciudadanos tenemos las mismas oportunidades.

Los maestros, sin duda, deben apelar a esa parte humana y hacer empatía con los jóvenes que tratan con toda su fuerza de salir de la condición en las que lamentablemente les tocó nacer. Nunca se sabe si ese niño o muchacho, el día de mañana, será el médico o el científico que erradique el virus que hoy le complica tanto el poder educarse.

Y hasta aquí, pues como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana, ¡despierte, no se duerma que será un gran día!

A lo largo de las últimas entregas relativas al tema del proceso de enseñanza y el sistema educativo mexicano que puse a su amable dispensa, gentil amigo lector, hablamos con mucho ánimo de los cambios, procesos, adecuaciones e implementaciones que harían las partes que incidían en este, para continuar haciendo prevalecer el más sagrado de los derechos a los que tiene un ser humano: El saber.

Hablamos de cómo la pandemia había obligado a todo el sistema educativo, desde el mismo secretario Esteban Moctezuma hasta el maestro de comunidades apartadas a improvisar medios y formas para que un ciclo escolar que estaba cubierto en un setenta por ciento pudiera concluir con un éxito poco reprochable. Y así fue. Los comentarios negativos que se escucharon fueron pocos, pero valiosos.

Las autoridades educativas pudieron analizar los programas académicos para establecer estrategias desde el interior para plantearse cómo serían difundidos a través de los sistemas digitales alternativos de nueva generación que son tan comunes en los instrumentos electrónicos que hay en algunos hogares. Insisto, “algunos hogares”.

Se brindó capacitación a los maestros en el uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Se les explicó cuáles serían los medios de comunicación que establecerían con los padres de familia para la recepción y revisión de las tareas encargadas a los menores. Y, por último, se les instruyó en el mejor uso y aprovechamiento de las plataformas tecnológicas de reciente creación enfocadas en la impartición de la cátedra desde hogares dotados de internet y equipos de cómputo. Insisto, “hogares dotados de internet y equipos de cómputo”.

La llegada de las vacaciones dio pauta para que se hicieran convenios con cuatro televisoras privadas para la distribución de los contenidos programáticos a través de canales asignados exclusivamente para este fin y así, satisfacer la necesidad educativa en aquellas casas en las que la economía no les permite acceder a teléfonos celulares, señal de internet y equipos de cómputo, pero están enclavados en regiones en las que, afortunadamente, sí llegan las señales televisivas. Insisto, “a las que sí llegan las señales televisivas”.

Hablamos del esfuerzo de los padres de familia por continuar haciendo llegar ingreso económico para satisfacer las necesidades más apremiantes de su hogar y, a parte, conseguir un extra para adquirir un teléfono inteligente para que el menor esté en contacto con las videoconferencias de los profesores, a la par de que la madre, esté al pendiente de la hora en la que inicia la programación acorde a la edad y nivel escolar para sentar a la criatura frente a la televisión, aprovechando que los pequeños no tienen que ir a trabajar. Insisto, “los que no tienen que ir a trabajar”.

Pero ¿Y los que sí deben ir a trabajar para conseguir ese “ingreso extra” que les permita estar al pendiente de su educación?

Y planteo esta introducción tan larga porque el pasado miércoles coincidieron dos situaciones de carácter personal que me permito compartirle.

La primera de ellas es la llegada a mi bandeja de correo de una captura de pantalla en el que se apreciaba un comentario público en redes sociales, de una maestra que pide a la SEP detener el ciclo escolar porque ha recibido constantes mensajes de sus alumnos que le piden más tiempo para entregar sus tareas, clases de menos minutos, trabajos con menos hojas, cambios de hora de la clase y otros detalles más. La razón de estas súplicas, según describe la profesora, es la condición económica de los niños, empero, más allá de eso, explica la mentora que la mayoría de sus alumnos trabajan.

Razones como “Me cobran más en el cyber (sic) si me paso de la hora”, “No me alcanza lo que gano para una recarga de tiempo más cara”, “Tengo que trabajar a la hora de la clase”, “Me alcanzó solo para dos hojas”, etcétera, son las que dieron cuenta de una situación que no se había contemplado. La ausencia del progenitor como figura de apoyo y, en algunos casos de ambos padres, son causales de que “el niño empleado” deba decidir entre estudiar o salir a trabajar para poder comer.

Antes de concluir la redacción, la profesora declara las veces que ella paga las copias que regala a sus alumnos, las ocasiones que lleva su computadora para exponer un video, las situaciones en las que ha tenido que regalar su almuerzo porque una criatura no lleva algo de comer al plantel y más.

Concluí la lectura del correo y, entonces, fue cuando sucedió el segundo detalle que ahora le comparto.

Al volver a la bandeja de entrada, había un mensaje de un alumno de nuevo ingreso al que le daría clases justo antes de la hora en que hago esta redacción. El joven, de evidente condición humilde, a manera de pregunta y justificación me pedía un trato diferencial de sus demás compañeros.

“Profe, ¿no me va a reprobar si no entro a su clase, pero sí le mando las tareas y sí le presento el trabajo final? Es que en el ejido donde vivo no hay cybers (sic) y me cuesta mucho ir hasta Aldama todos los días”.

¿Cuántos niños y jóvenes están en esta situación en nuestro país?

No creo que sea prudente el detener el ciclo escolar como tal. La educación no solo es un derecho que tiene toda la población y una obligación que guarda el Estado mexicano. Si no, además, es un servicio que se debe dar a niños y jóvenes con la mayor calidad posible y ante un buen número de adversidades que hoy se agravan o, por lo menos, se descubren a causa de la pandemia y la desaceleración económica.

Lo que sí debemos considerar son las circunstancias que, pareciera, se añejan y anquilosan, en ese México “disparejo” en el que no todos los ciudadanos tenemos las mismas oportunidades.

Los maestros, sin duda, deben apelar a esa parte humana y hacer empatía con los jóvenes que tratan con toda su fuerza de salir de la condición en las que lamentablemente les tocó nacer. Nunca se sabe si ese niño o muchacho, el día de mañana, será el médico o el científico que erradique el virus que hoy le complica tanto el poder educarse.

Y hasta aquí, pues como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana, ¡despierte, no se duerma que será un gran día!