/ miércoles 17 de noviembre de 2021

Con café y a media luz | El mal despertar

Después del bombardeo mediático de tipo mercadológico al que fue expuesta, principalmente, la clase media de nuestro país, conformada en su mayoría por trabajadores asalariados, en el que se les invitaba a “aprovechar las ofertas de locura” por el Buen Fin. Hoy, se están enfrentando al mal despertar de este embeleso vivido cuando vieron, “de golpe y porrazo” las cuentas bancarias infladas por el adelanto del aguinaldo.

Las tiendas nuevamente se vieron abarrotadas por aquellos que buscaban gastar el fruto final de su esfuerzo en cosas que, en el estricto sentido de la realidad, no necesitaban.

Las filas para adquirir un celular nuevo – aunque fuera igual de moderno que el anterior – en los grandes almacenes de la conurbación eran interminables. Los vendedores no se daban abasto por cantidad de personas que querían tal o cual modelo. Llegó el momento en que a algunos se les informaba que su producto llegaría una o dos semanas después ya que, en la bodega, la existencia de éste se había agotado desde las primeras horas del jueves.

Lo mismo acontecía con las pantallas. Aquí no importa propiamente la modernidad y vanguardia del equipo, sino el tamaño que este tiene para que el jefe del hogar vea jugar a su equipo favorito de futbol o la señora admire a su galán predilecto de las telenovelas de media tarde. La televisión anterior no se desecha, se manda al cuarto de los niños para que “no estén dando guerra”.

Vi a un considerable número de compradores admirando pantallas a las que se les puede hablar si se tiene un asistente electrónico en el hogar. Desde encender el equipo y cambiar el canal hasta subir el volumen y programar el contenido y más funciones sin tener que mover un solo dedo. “¡Qué maravilla!”, exclamó más de un obeso que construía en su imaginación el escenario ideal en el que él y su gordura no harían otra cosa más que disfrutar el espectáculo que ofrecían las 75 pulgadas de alta definición.

Para Santa Claus, este adelanto del aguinaldo representa una “garantía” de que los juguetes aparecerán bajo el pino navideño el 25 de diciembre; es una “bocanada de oxígeno” para una billetera que se ve golpeada por los regalos, la cena, los adornos y otras cosas a las que el trabajador se ve obligado a adquirir por compromiso, costumbre o cualquier otro argumento que consideramos una obligación.

Los juguetes se vuelven cada vez más caros porque se acercan al entorno digital. Un muñeco o muñeca pierde su atractivo para el infante de nuestros días si no habla, se mueve, cuenta chistes, canta, baila, le ayuda con la tarea y se actualiza conforme se conecta al wifi y si se vincula a una aplicación del celular, ¡qué mejor!

O, algunos ya más grandecitos, le apuestan a exigir celulares a sus papás y a estos últimos ya no les resulta conveniente la interrogante aquella que se planteaba a manera de excusa: “¿Y tú para qué quieres celular?” Porque de inmediato, el chamaco le cambia la solicitud por una tableta electrónica para adolescentes, misma que resulta más onerosa.

¿Qué ocurre cuando “las ofertas” pasan y concluye el “furor” de sentirse con dinero por el aguinaldo?

Despertamos, como lo dije al inicio de la entrega de este día, con la cruda realidad de darnos cuenta de que la suntuosa promoción de 18 meses sin intereses nos obligará a continuar pagando incluso después de “el Buen Fin” del año entrante y, la pesadilla, se vuelve aún peor, cuando nos percatamos que no fue una, sino varias, las compras que realizamos con este modelo de pago parcializado.

Buscamos vender el teléfono inteligente antiguo presumiendo las mil maravillas que realiza; o publicamos la pantalla en las redes sociales de compraventa esperando recibir una buena cantidad de dinero a cambio porque “es un producto de marca, con buena resolución, sin detalles y poco uso”; también llevamos la tableta al empeño para que sea valuada conforme a las grandiosas cualidades que posee.

Entonces ¿Si los productos que ya se tenían en casa, eran tan buenos, por qué se decidió deshacerse de ellos? La respuesta es muy sencilla. En esta sociedad consumista, nos enseñaron a valorar a un individuo por lo que tiene, y este debe presumir con qué cuenta para ocupar una posición importante de estatus en el imaginario colectivo de la comunidad a la que pertenece.

Así, usted empezará a ver y a escuchar a personas que, mientras enseñan su teléfono nuevo a un compañero o amigo, le dirá: “Mira, lo compré en el Buen Fin”, aunque por dentro, esté lamentándose el haber caído en la promoción del mejor fin de semana del año.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a:

  • licajimenezmcc@hotmail.com

Después del bombardeo mediático de tipo mercadológico al que fue expuesta, principalmente, la clase media de nuestro país, conformada en su mayoría por trabajadores asalariados, en el que se les invitaba a “aprovechar las ofertas de locura” por el Buen Fin. Hoy, se están enfrentando al mal despertar de este embeleso vivido cuando vieron, “de golpe y porrazo” las cuentas bancarias infladas por el adelanto del aguinaldo.

Las tiendas nuevamente se vieron abarrotadas por aquellos que buscaban gastar el fruto final de su esfuerzo en cosas que, en el estricto sentido de la realidad, no necesitaban.

Las filas para adquirir un celular nuevo – aunque fuera igual de moderno que el anterior – en los grandes almacenes de la conurbación eran interminables. Los vendedores no se daban abasto por cantidad de personas que querían tal o cual modelo. Llegó el momento en que a algunos se les informaba que su producto llegaría una o dos semanas después ya que, en la bodega, la existencia de éste se había agotado desde las primeras horas del jueves.

Lo mismo acontecía con las pantallas. Aquí no importa propiamente la modernidad y vanguardia del equipo, sino el tamaño que este tiene para que el jefe del hogar vea jugar a su equipo favorito de futbol o la señora admire a su galán predilecto de las telenovelas de media tarde. La televisión anterior no se desecha, se manda al cuarto de los niños para que “no estén dando guerra”.

Vi a un considerable número de compradores admirando pantallas a las que se les puede hablar si se tiene un asistente electrónico en el hogar. Desde encender el equipo y cambiar el canal hasta subir el volumen y programar el contenido y más funciones sin tener que mover un solo dedo. “¡Qué maravilla!”, exclamó más de un obeso que construía en su imaginación el escenario ideal en el que él y su gordura no harían otra cosa más que disfrutar el espectáculo que ofrecían las 75 pulgadas de alta definición.

Para Santa Claus, este adelanto del aguinaldo representa una “garantía” de que los juguetes aparecerán bajo el pino navideño el 25 de diciembre; es una “bocanada de oxígeno” para una billetera que se ve golpeada por los regalos, la cena, los adornos y otras cosas a las que el trabajador se ve obligado a adquirir por compromiso, costumbre o cualquier otro argumento que consideramos una obligación.

Los juguetes se vuelven cada vez más caros porque se acercan al entorno digital. Un muñeco o muñeca pierde su atractivo para el infante de nuestros días si no habla, se mueve, cuenta chistes, canta, baila, le ayuda con la tarea y se actualiza conforme se conecta al wifi y si se vincula a una aplicación del celular, ¡qué mejor!

O, algunos ya más grandecitos, le apuestan a exigir celulares a sus papás y a estos últimos ya no les resulta conveniente la interrogante aquella que se planteaba a manera de excusa: “¿Y tú para qué quieres celular?” Porque de inmediato, el chamaco le cambia la solicitud por una tableta electrónica para adolescentes, misma que resulta más onerosa.

¿Qué ocurre cuando “las ofertas” pasan y concluye el “furor” de sentirse con dinero por el aguinaldo?

Despertamos, como lo dije al inicio de la entrega de este día, con la cruda realidad de darnos cuenta de que la suntuosa promoción de 18 meses sin intereses nos obligará a continuar pagando incluso después de “el Buen Fin” del año entrante y, la pesadilla, se vuelve aún peor, cuando nos percatamos que no fue una, sino varias, las compras que realizamos con este modelo de pago parcializado.

Buscamos vender el teléfono inteligente antiguo presumiendo las mil maravillas que realiza; o publicamos la pantalla en las redes sociales de compraventa esperando recibir una buena cantidad de dinero a cambio porque “es un producto de marca, con buena resolución, sin detalles y poco uso”; también llevamos la tableta al empeño para que sea valuada conforme a las grandiosas cualidades que posee.

Entonces ¿Si los productos que ya se tenían en casa, eran tan buenos, por qué se decidió deshacerse de ellos? La respuesta es muy sencilla. En esta sociedad consumista, nos enseñaron a valorar a un individuo por lo que tiene, y este debe presumir con qué cuenta para ocupar una posición importante de estatus en el imaginario colectivo de la comunidad a la que pertenece.

Así, usted empezará a ver y a escuchar a personas que, mientras enseñan su teléfono nuevo a un compañero o amigo, le dirá: “Mira, lo compré en el Buen Fin”, aunque por dentro, esté lamentándose el haber caído en la promoción del mejor fin de semana del año.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a:

  • licajimenezmcc@hotmail.com