/ lunes 5 de octubre de 2020

Con café y a media luz | En el tiempo de la improductividad

Durante las últimas semanas he tenido la oportunidad de leer en revistas especializadas de economía, finanzas y ciencias sociales cosas relacionadas con la improductividad financiera y el aletargamiento de la dinámica del circulante en el mercado internacional. Este conjunto de fenómenos –entre muchos otros relacionados– ha sido etiquetado por los expertos con adjetivos como “el año negro”, “el año muerto” o “el año cero”.

Engloban al fenómeno sanitario de la pandemia y a la consecuencia económica como a un “todo” en el que no caben más aristas y no hay evidencia de más “flaquezas” que las que se pueden percibir en las arcas de los gobiernos y en los bolsillos de los ciudadanos. La razón es natural. La presencia del efectivo determina la capacidad de satisfacer necesidades individuales y sociales en todas las escalas del equilibrio al que llamamos bienestar.

Empero, salvo su mejor opinión, se está abusando del concepto de “ojos ciegos” ante un panorama más complejo y terrible aun o, por lo menos, hay una vista parcial que no nos permite apreciar a los actores que infieren en un escenario más amplio y complejo el cual, en un momento dado, nos impele a hacer referencia a una “generación muerta”.

Y le suplico, gentil amigo lector, como en otras ocasiones que antes de hacer llamado al reproche o la censura tenga a bien acompañarme en el texto que pongo a su amable dispensa y consideración y no me malentienda cuando utilizo el macabro y cadavérico adjetivo. No es en el sentido literal. Lo circunscribo, únicamente, en la temática de la improductividad a la que hacíamos referencia al inicio de la entrega de hoy.

El fenómeno al que me refiero se está presentando en las aulas universitarias en las que está ingresando la primera generación de jovencitos nacidos en el siglo XXI. Es decir, aquellos que vieron la primera luz a partir del 2001 cuando las nuevas tecnologías y la comunicación digital, también hacían su arribo a la vida del hombre, pomposamente llamado, “moderno”.

Este grupo que cuenta entre los 18 y 19 años vieron transcurrir su infancia con plataformas de video, canales de reproducción musical individuales y autoprogramables, muros sociales en los que se podía juzgar a los demás a cambio de poner a juicio de otros nuestras vidas y servicios de divulgación inmediata que cobraron fuerza con la llegada de los teléfonos inteligentes y otros accesorios.

Esa generación abundó su vida en chistes gráficos y auditivos, bromas pesadas grabadas en video y difundidas con la intención de hacerlas virales, se dejó vencer ante retos que, al final, pedían la comisión de actos en contra de su integridad física, moral y psicológica con el único fin de ganar “seguidores” y una cantidad de “me gusta” que determinara su valía en el vacío mundo del internet.

Es una generación que en su mayoría y hasta el momento, ha invertido tiempo dinero y esfuerzo en borrar la integridad y la responsabilidad del manejo de la información para gozar con la creación, divulgación y administración de noticias falsas y observar las consecuencias de estas en una sociedad mundial que se enfrenta todos los días a la inseguridad, la guerra, los vicios, las enfermedades, la depreciación de la moneda, las confrontaciones civiles y más.

Podríamos suponer que esta juvenil pericia acrecentada por los años de desenvolvimiento en el mundo virtual y el manejo de los equipos inteligentes, serían los factores determinantes para que esta generación viviera con éxito y gusto el desarrollo e implementación de las clases virtuales a los que, con tanto esfuerzo, se vieron obligados a participar los docentes.

Al principio, los errores propios de los profesores en el manejo de las tecnologías de la comunicación y la información fueron motivo de burla de los chamacos que veían el padecer de sus mentores por tratar de llevarles conocimiento “hasta la comodidad” de sus hogares. Solo era cuestión de tiempo para que la realidad asomara su rostro y convirtiera las risas de los imberbes en muecas y gestos de desagrado y la frustración de los docentes por involucrarse en un entorno nuevo, en angustia y desesperación al observar las carentes habilidades de sus educandos.

El joven universitario del “nuevo milenio” es un maestro en el uso lúdico del internet y de los aparatos de última generación, no obstante, esta dedicación ha mostrado, en la etapa de la pandemia, una capacidad casi nula para consumir, analizar, reproducir, interpretar y aplicar información que deba traducirse en conocimiento nuevo que le permita continuar con su formación académica.

Además de unas deficientes habilidades básicas como lectura de comprensión, correcta expresión escrita – ortografía y sintaxis gramatical – y uso elemental de la matemática, el estudiante está viendo un deterioro considerable en la capacidad para la resolución de problemas y conflictos y, en lugar de buscar solución, espera que el profesor le diga cómo resolver y utilizar el teléfono que tiene en sus manos. Eso hace que el muchacho choque “de golpe” contra su propia realidad, al darse cuenta de que las computadoras, tabletas y teléfonos tienen otras funciones además de las de escuchar música, “hacer memes”, “chatear” y dar y recibir “likes”.

Lo peor, gentil amigo lector, es que pareciera no importarles. La preocupación del joven es por un instante, empero, al final, deja que sea el profesor quien se preocupe de cómo resolver la problemática, obligándolo a buscar alternativas menos “estresantes” para el estudiante y, este último, se “apoltrona” en su sillón virtual como “rey” esperando a que el mundo le solucione el conflicto.

Los expertos señalan que se necesitarán alrededor de cinco años para que la aceleración económica cobre la dinámica que tenía y la mella ocasionada sea cosa del pasado y del olvido, sin embargo, si consideramos que los improductivos y aletargados jóvenes que hoy están en la universidad, en ese mismo lapso emigrarán de las aulas como los profesionistas encargados de guiar al mundo en ese camino de productividad, la situación está como para recalcularse más de una vez, ¿No cree usted, gentil amigo lector?

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.






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Durante las últimas semanas he tenido la oportunidad de leer en revistas especializadas de economía, finanzas y ciencias sociales cosas relacionadas con la improductividad financiera y el aletargamiento de la dinámica del circulante en el mercado internacional. Este conjunto de fenómenos –entre muchos otros relacionados– ha sido etiquetado por los expertos con adjetivos como “el año negro”, “el año muerto” o “el año cero”.

Engloban al fenómeno sanitario de la pandemia y a la consecuencia económica como a un “todo” en el que no caben más aristas y no hay evidencia de más “flaquezas” que las que se pueden percibir en las arcas de los gobiernos y en los bolsillos de los ciudadanos. La razón es natural. La presencia del efectivo determina la capacidad de satisfacer necesidades individuales y sociales en todas las escalas del equilibrio al que llamamos bienestar.

Empero, salvo su mejor opinión, se está abusando del concepto de “ojos ciegos” ante un panorama más complejo y terrible aun o, por lo menos, hay una vista parcial que no nos permite apreciar a los actores que infieren en un escenario más amplio y complejo el cual, en un momento dado, nos impele a hacer referencia a una “generación muerta”.

Y le suplico, gentil amigo lector, como en otras ocasiones que antes de hacer llamado al reproche o la censura tenga a bien acompañarme en el texto que pongo a su amable dispensa y consideración y no me malentienda cuando utilizo el macabro y cadavérico adjetivo. No es en el sentido literal. Lo circunscribo, únicamente, en la temática de la improductividad a la que hacíamos referencia al inicio de la entrega de hoy.

El fenómeno al que me refiero se está presentando en las aulas universitarias en las que está ingresando la primera generación de jovencitos nacidos en el siglo XXI. Es decir, aquellos que vieron la primera luz a partir del 2001 cuando las nuevas tecnologías y la comunicación digital, también hacían su arribo a la vida del hombre, pomposamente llamado, “moderno”.

Este grupo que cuenta entre los 18 y 19 años vieron transcurrir su infancia con plataformas de video, canales de reproducción musical individuales y autoprogramables, muros sociales en los que se podía juzgar a los demás a cambio de poner a juicio de otros nuestras vidas y servicios de divulgación inmediata que cobraron fuerza con la llegada de los teléfonos inteligentes y otros accesorios.

Esa generación abundó su vida en chistes gráficos y auditivos, bromas pesadas grabadas en video y difundidas con la intención de hacerlas virales, se dejó vencer ante retos que, al final, pedían la comisión de actos en contra de su integridad física, moral y psicológica con el único fin de ganar “seguidores” y una cantidad de “me gusta” que determinara su valía en el vacío mundo del internet.

Es una generación que en su mayoría y hasta el momento, ha invertido tiempo dinero y esfuerzo en borrar la integridad y la responsabilidad del manejo de la información para gozar con la creación, divulgación y administración de noticias falsas y observar las consecuencias de estas en una sociedad mundial que se enfrenta todos los días a la inseguridad, la guerra, los vicios, las enfermedades, la depreciación de la moneda, las confrontaciones civiles y más.

Podríamos suponer que esta juvenil pericia acrecentada por los años de desenvolvimiento en el mundo virtual y el manejo de los equipos inteligentes, serían los factores determinantes para que esta generación viviera con éxito y gusto el desarrollo e implementación de las clases virtuales a los que, con tanto esfuerzo, se vieron obligados a participar los docentes.

Al principio, los errores propios de los profesores en el manejo de las tecnologías de la comunicación y la información fueron motivo de burla de los chamacos que veían el padecer de sus mentores por tratar de llevarles conocimiento “hasta la comodidad” de sus hogares. Solo era cuestión de tiempo para que la realidad asomara su rostro y convirtiera las risas de los imberbes en muecas y gestos de desagrado y la frustración de los docentes por involucrarse en un entorno nuevo, en angustia y desesperación al observar las carentes habilidades de sus educandos.

El joven universitario del “nuevo milenio” es un maestro en el uso lúdico del internet y de los aparatos de última generación, no obstante, esta dedicación ha mostrado, en la etapa de la pandemia, una capacidad casi nula para consumir, analizar, reproducir, interpretar y aplicar información que deba traducirse en conocimiento nuevo que le permita continuar con su formación académica.

Además de unas deficientes habilidades básicas como lectura de comprensión, correcta expresión escrita – ortografía y sintaxis gramatical – y uso elemental de la matemática, el estudiante está viendo un deterioro considerable en la capacidad para la resolución de problemas y conflictos y, en lugar de buscar solución, espera que el profesor le diga cómo resolver y utilizar el teléfono que tiene en sus manos. Eso hace que el muchacho choque “de golpe” contra su propia realidad, al darse cuenta de que las computadoras, tabletas y teléfonos tienen otras funciones además de las de escuchar música, “hacer memes”, “chatear” y dar y recibir “likes”.

Lo peor, gentil amigo lector, es que pareciera no importarles. La preocupación del joven es por un instante, empero, al final, deja que sea el profesor quien se preocupe de cómo resolver la problemática, obligándolo a buscar alternativas menos “estresantes” para el estudiante y, este último, se “apoltrona” en su sillón virtual como “rey” esperando a que el mundo le solucione el conflicto.

Los expertos señalan que se necesitarán alrededor de cinco años para que la aceleración económica cobre la dinámica que tenía y la mella ocasionada sea cosa del pasado y del olvido, sin embargo, si consideramos que los improductivos y aletargados jóvenes que hoy están en la universidad, en ese mismo lapso emigrarán de las aulas como los profesionistas encargados de guiar al mundo en ese camino de productividad, la situación está como para recalcularse más de una vez, ¿No cree usted, gentil amigo lector?

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

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Y recuerde, será un gran día.






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