/ lunes 1 de junio de 2020

Con café y a media luz | En la controversia del silencio

La libertad de expresión, la de pensamiento y la crítica constructiva son las partes emisoras que buscan la generación de un concepto abstracto que llamamos democracia. Las partes receptoras de este diálogo pluralista deberían ser el respeto, la tolerancia, la conciencia y la reflexión. Pareciera que, en este momento, en México tales cosas estuvieran pagando una pena de silencio.

Y muy lamentable el sino para aquel insulso que, sin miramiento alguno, haga la intentona de romper la macabra uniformidad de este “conservador oscurantismo” con un atisbo de luz a manera de opinión opuesta y, mayor reprobación para quien ose lanzar un cuestionamiento que evidencie falta, omisión o error, sin importar si estos hayan sido con total intención o por un mero descuido.

Antes de que cualquiera se pueda sentir aludido por las palabras de este redactor o, por el contrario, ya prepare el filo de su conciencia para señalar a un contrario -familiar, amigo, vecino o compañero de trabajo- sepa que los dos párrafos anteriores están referidos a todos los sectores políticos y sociales o, mejor dicho, a ninguno en particular, pues en la actualidad, la inconformidad manifiesta proveniente de cualquier trinchera es motivo de censura, difamación, calumnia y condena.

Lo anteriormente escrito se pudiera resumir en un viejo adagio de origen campirano que reza sobre burdéganos y coces, el cual, bien ampararía en estos momentos la idea que trae a colación el infame redactor. Para ilustrar lo anterior citaré dos ejemplos. En el primero de ellos, debo reconocer, gentil amigo lector, que no solo soy testigo sino, también, protagonista.

En una de las recientes “conferencias mañaneras” del presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Andrés Manuel López Obrador, se refirió a la administración de los recursos en materia energética y la respuesta se extendió tanto, como es costumbre, que terminó hablando de detalles históricos y al final resumió su postura con la frase “Autoridad política es igual a autoridad moral”.

En la historia de nuestra nación sería imposible enlistar a las figuras que, teniendo autoridad política, han carecido totalmente de moralidad. Así que, sin pensar, escribí de forma pública en los comentarios que se vierten en vivo en la red social del Gobierno federal lo siguiente: “¿Autoridad política es autoridad moral?”. ¡Vaya pecado el mío!

De inmediato cayó sobre mí, a manera de respuesta a esas cinco palabras, una tormenta impía de ataques, amenazas y ofensas tanto públicas como privadas, como si este que le escribe fuera el culpable de la deshonra de la nación. Hubo unas tan absurdas que me provocaron risa, y otras de folclórica y maternal tonalidad que son indignantes, pero todas me llamaron poderosamente la atención.

“Te lo voy a explicar despacio y con manzanas, ¿Vale?” y ¡Seguramente eres un bot prianista!, son los dos únicos comentarios que le puedo compartir en este espacio. Los demás estaban adornados con términos desagradables al oído y a la lectura. Empero, todos, pretendían proteger la figura del presidente López mientras que demandaban mi inmediato silencio.

El “otro lado de la moneda” se vivió el pasado fin de semana de manera simultánea en diversas ciudades del país, entre ellas la nuestra, cuando una marcha en contra de AMLO ocupó la arteria más importante de la conurbación. Buen número de vehículos en caravana lanzaban consignas contra el tabasqueño exigiendo su renuncia de la silla presidencial y del poder ejecutivo que le inviste.

Un individuo recorrió la fila de carros en los que viajaban los manifestantes y, mientras la grababa, buscaba acallar los comentarios de los “lopezobradoristas” que han asegurado ser mayoría desde que inició el sexenio. El hombre, curiosamente, no ensalzaba la oportunidad democrática de la expresión libre, por el contrario, exigía el silencio de aquellos que opinaban lo contrario.

Últimamente, la sociedad mexicana se ha sumido en una reyerta que gira sobre la polémica figura del mandatario y de sus directrices. Poco o nada interesa la administración pública federal como tal y el aparato burocrático mexicano pareciera resumirse en una sola persona con los atinos y desaciertos que pudiera tener. En otras palabras, los mexicanos estamos más preocupados en atacar o defender a AMLO por cualquier medio y bajo cualquier argumento que en atender y observar el ejercicio de los recursos de esta nación.

Considero que esa es la verdadera razón del actual divisionismo que hay en el país y el motivo fundamental para que los bandos que se han asumido como “ANTIAMLOS” o “AMLOVERS”, antes que mexicanos, demanden fieramente a su respectiva contraparte el silencio a sus opiniones.

Sin respeto, tolerancia, conciencia y reflexión las partes no podrán escuchar y reconocer los atinos –pocos o muchos– del tabasqueño y sin libertad de opinión, de pensamiento y crítica constructiva, tampoco se podrán aceptar los errores –pequeños o colosales– del jefe del Estado mexicano. Y en esta controvertida demanda de silencio, la sociedad no podrá hacer avanzar a la nación.

La libertad de expresión, la de pensamiento y la crítica constructiva son las partes emisoras que buscan la generación de un concepto abstracto que llamamos democracia. Las partes receptoras de este diálogo pluralista deberían ser el respeto, la tolerancia, la conciencia y la reflexión. Pareciera que, en este momento, en México tales cosas estuvieran pagando una pena de silencio.

Y muy lamentable el sino para aquel insulso que, sin miramiento alguno, haga la intentona de romper la macabra uniformidad de este “conservador oscurantismo” con un atisbo de luz a manera de opinión opuesta y, mayor reprobación para quien ose lanzar un cuestionamiento que evidencie falta, omisión o error, sin importar si estos hayan sido con total intención o por un mero descuido.

Antes de que cualquiera se pueda sentir aludido por las palabras de este redactor o, por el contrario, ya prepare el filo de su conciencia para señalar a un contrario -familiar, amigo, vecino o compañero de trabajo- sepa que los dos párrafos anteriores están referidos a todos los sectores políticos y sociales o, mejor dicho, a ninguno en particular, pues en la actualidad, la inconformidad manifiesta proveniente de cualquier trinchera es motivo de censura, difamación, calumnia y condena.

Lo anteriormente escrito se pudiera resumir en un viejo adagio de origen campirano que reza sobre burdéganos y coces, el cual, bien ampararía en estos momentos la idea que trae a colación el infame redactor. Para ilustrar lo anterior citaré dos ejemplos. En el primero de ellos, debo reconocer, gentil amigo lector, que no solo soy testigo sino, también, protagonista.

En una de las recientes “conferencias mañaneras” del presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Andrés Manuel López Obrador, se refirió a la administración de los recursos en materia energética y la respuesta se extendió tanto, como es costumbre, que terminó hablando de detalles históricos y al final resumió su postura con la frase “Autoridad política es igual a autoridad moral”.

En la historia de nuestra nación sería imposible enlistar a las figuras que, teniendo autoridad política, han carecido totalmente de moralidad. Así que, sin pensar, escribí de forma pública en los comentarios que se vierten en vivo en la red social del Gobierno federal lo siguiente: “¿Autoridad política es autoridad moral?”. ¡Vaya pecado el mío!

De inmediato cayó sobre mí, a manera de respuesta a esas cinco palabras, una tormenta impía de ataques, amenazas y ofensas tanto públicas como privadas, como si este que le escribe fuera el culpable de la deshonra de la nación. Hubo unas tan absurdas que me provocaron risa, y otras de folclórica y maternal tonalidad que son indignantes, pero todas me llamaron poderosamente la atención.

“Te lo voy a explicar despacio y con manzanas, ¿Vale?” y ¡Seguramente eres un bot prianista!, son los dos únicos comentarios que le puedo compartir en este espacio. Los demás estaban adornados con términos desagradables al oído y a la lectura. Empero, todos, pretendían proteger la figura del presidente López mientras que demandaban mi inmediato silencio.

El “otro lado de la moneda” se vivió el pasado fin de semana de manera simultánea en diversas ciudades del país, entre ellas la nuestra, cuando una marcha en contra de AMLO ocupó la arteria más importante de la conurbación. Buen número de vehículos en caravana lanzaban consignas contra el tabasqueño exigiendo su renuncia de la silla presidencial y del poder ejecutivo que le inviste.

Un individuo recorrió la fila de carros en los que viajaban los manifestantes y, mientras la grababa, buscaba acallar los comentarios de los “lopezobradoristas” que han asegurado ser mayoría desde que inició el sexenio. El hombre, curiosamente, no ensalzaba la oportunidad democrática de la expresión libre, por el contrario, exigía el silencio de aquellos que opinaban lo contrario.

Últimamente, la sociedad mexicana se ha sumido en una reyerta que gira sobre la polémica figura del mandatario y de sus directrices. Poco o nada interesa la administración pública federal como tal y el aparato burocrático mexicano pareciera resumirse en una sola persona con los atinos y desaciertos que pudiera tener. En otras palabras, los mexicanos estamos más preocupados en atacar o defender a AMLO por cualquier medio y bajo cualquier argumento que en atender y observar el ejercicio de los recursos de esta nación.

Considero que esa es la verdadera razón del actual divisionismo que hay en el país y el motivo fundamental para que los bandos que se han asumido como “ANTIAMLOS” o “AMLOVERS”, antes que mexicanos, demanden fieramente a su respectiva contraparte el silencio a sus opiniones.

Sin respeto, tolerancia, conciencia y reflexión las partes no podrán escuchar y reconocer los atinos –pocos o muchos– del tabasqueño y sin libertad de opinión, de pensamiento y crítica constructiva, tampoco se podrán aceptar los errores –pequeños o colosales– del jefe del Estado mexicano. Y en esta controvertida demanda de silencio, la sociedad no podrá hacer avanzar a la nación.