/ lunes 12 de julio de 2021

Con café y a media luz | En la lejanía virtual

¡Se les habla y no contestan! ¡Se les grita para que escuchen y se ofenden al borde del reclamo por haberles agredido verbalmente! ¡Amenazan con estar protegidos por leyes y normas de otros países y se amparan en pseudoestudios que “alguien” les hizo llegar a través de sus redes sociales! ¡Se organizan en asociaciones cuya sede – si existe – está en un lugar recóndito de Europa y, de la noche a la mañana, se asumen como representantes de esta para México y otros más aventurados, para América Latina!

Empero, si les pide usted que lean “de corrido” una oración o que escriban de forma ordenada sus ideas y se expresen conforme a las reglas elementales de la gramática y la sintaxis, empiezan las complicaciones. Ya no digamos si se les invita a resolver una ecuación algebraica de primer grado o despejar una variable en un trinomio cuadrado perfecto. Esas ya son palabras mayores y, como me contestó el hijo de un amigo: “¡Ni que estuviera en la NASA!”

Antes de continuar con el comentario de este día que, como siempre, pongo a sus amables juicios y dispensa querido amigo lector, le ofrezco una sentida disculpa si le sueno reiterativo en un tema que nos debería preocupar demasiado y, en un estricto sentido del deber, quizá lo deberíamos toca más seguido a pesar del fastidio y del aburrimiento que pudiera ocasionarnos, pero es que ya no podemos dejar de lado una situación que se ha acrecentado exponencialmente con el confinamiento, la escuela virtual y el tedio de la nueva generación que ve en las redes sociales, los artilugios electrónicos y el internet, a la totalidad de la realidad que le rodea o, por lo menos, que le interesa.

Esta generación “de cristal” por alguna extraña razón, le ha apostado a vivir en la comodidad incómoda. Es decir, desean – y hasta exigen – tener todos los beneficios que el entorno y los seres que habitan en él, les puedan otorgar, aunque ello implique vivir con la incomodidad de la mendicidad, la dependencia, la holgazanería y, por tanto, el juicio de los demás. Para evitar esto se asumen como víctimas de una sociedad opresora que no les permite la libre expresión de las ideas y les obliga a adecuarse las reglas de las instituciones que por siglos han sostenido a la vida comunal de los seres humanos.

Y esto último ha llegado a límites tan bizarros que los chamacos que nacieron alrededor del 2005 hoy le apuestan a vivir “encerrados en su propia libertad”; en una especie de aislamiento virtual del que solo salen para declarar una guerra utópica en el mundo de la realidad. A continuación, citaré tres ejemplos que no son producto de mi imaginación, sino de los que he sido testigo y, si alguna amistad se sintiera aludida, le ofrezco mis más sinceras disculpas.

Seguramente, usted como yo, recuerda su vida a los 24 años. Un trabajo fijo. Responsabilidades para sí mismo y para con alguien más. Quizá con hijos. Con metas por cumplir que estaban en proporción a los factores económicos y sociales de la época en la que le tocó vivir. Pero, lo más importante, ya no dependía económicamente de sus papás.

Hoy, existen “jovencitos” de esa edad que decidieron en una etapa tardía estudiar una carrera, pero no por confusión, sino porque se vieron obligados a “hacer algo” – lo que fuera – que los llevara a continuar en el estado de dependencia económica de sus progenitores. ¡Ah, pero eso sí! Por esa actividad – que debía ser su obligación – se siente con derecho a exigir dieta especial, nutriólogo y gimnasio; ropa fina y accesorios de moda y se toman fotos en actitud de “no me doy cuenta” con celulares de última generación para publicarlas en sus perfiles. Presumen la libertad del Instagram a cambio de la dependencia paternal.

En otro sentido. La muchacha feminista recién salida del CBTIS reclama que su título dice “técnico” en la carrera que cursó y que lo correcto debía ser “técnica” por el hecho de ser mujer, sin averiguar que la segunda acepción se refiere al conjunto de procedimientos que se requieren para el desarrollo de una actividad; en el entredicho entra otra jovencita que sostiene que el verdadero feminismo apoyaría al concepto con terminación en masculino porque hombres y mujeres tienen los mismos derechos hasta en los nombres que expiden los documentos oficiales y, pedir una diferenciación fundamentada en el sexo, sería un acto discriminatorio. Cuando se desató el alegato entre ambas partes, llegó una tercera para llamar a la paz y a la concordia y aleccionó a las dos primeras a que lo más adecuado sería “técniques” porque esta terminología – que no sé a quién se le ocurrió – es incluyente para todos. Crucé la mirada con otros adultos que estaban allí cerca y me retiré.

Las tres señoritas viven la libertad feminista desde la incomodidad de su silencio, pues ninguna está dispuesta a tolerar la disertación de alguna más, aunque persigan el mismo objetivo.

El tercer ejemplo – y muy trágico – una jovencita que vivía de exhibir sus cualidades físicas adquiridas “con dieta y disciplina” en las redes sociales, pagó una operación para sudar menos – que absurdo – y en la búsqueda de liberarse de las glándulas, encontró el encierro eterno del panteón. Lo que nunca dijo por miedo a perder seguidores es que su figura, en buena parte, se la debía al consumo del clembuterol y la oxandrolona y no al ejercicio constante y a la alimentación saludable ¡Qué lamentable forma de ver y perder la vida!

Esta burbuja o aislamiento es el que ha mantenido en la lejanía de la virtualidad a los jóvenes. No obstante, nos debe preocupar porque, en un momento dado y por un descuido, la multiplicidad de las frágiles esferas individuales se puede convertir en una gran unidad que nos involucre a todos y no creo que los miembros de las generaciones anteriores podamos soportar por mucho tiempo dicha situación.

Asimismo, le comparto que me siento ufano de pertenecer a una generación que se preocupó por convertirse en ingenieros, arquitectos, licenciados, médicos, investigadores, contadores y maestros, pues, en buena parte, son los que en estos momentos sostienen – aunque tambaleantes – a nuestra sociedad. Me asusta que, en el futuro inmediato, me toque vivir en un México que dependa de “influencers”, “youtubers” y “tiktokers” cuyo estilo de vida, dependa de hacerle perder el tiempo a los demás porque estaríamos dentro de un círculo vicioso que nos llevaría a un desastre de proporciones épicas.

¡Mil disculpas a los aludidos!

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

¡Se les habla y no contestan! ¡Se les grita para que escuchen y se ofenden al borde del reclamo por haberles agredido verbalmente! ¡Amenazan con estar protegidos por leyes y normas de otros países y se amparan en pseudoestudios que “alguien” les hizo llegar a través de sus redes sociales! ¡Se organizan en asociaciones cuya sede – si existe – está en un lugar recóndito de Europa y, de la noche a la mañana, se asumen como representantes de esta para México y otros más aventurados, para América Latina!

Empero, si les pide usted que lean “de corrido” una oración o que escriban de forma ordenada sus ideas y se expresen conforme a las reglas elementales de la gramática y la sintaxis, empiezan las complicaciones. Ya no digamos si se les invita a resolver una ecuación algebraica de primer grado o despejar una variable en un trinomio cuadrado perfecto. Esas ya son palabras mayores y, como me contestó el hijo de un amigo: “¡Ni que estuviera en la NASA!”

Antes de continuar con el comentario de este día que, como siempre, pongo a sus amables juicios y dispensa querido amigo lector, le ofrezco una sentida disculpa si le sueno reiterativo en un tema que nos debería preocupar demasiado y, en un estricto sentido del deber, quizá lo deberíamos toca más seguido a pesar del fastidio y del aburrimiento que pudiera ocasionarnos, pero es que ya no podemos dejar de lado una situación que se ha acrecentado exponencialmente con el confinamiento, la escuela virtual y el tedio de la nueva generación que ve en las redes sociales, los artilugios electrónicos y el internet, a la totalidad de la realidad que le rodea o, por lo menos, que le interesa.

Esta generación “de cristal” por alguna extraña razón, le ha apostado a vivir en la comodidad incómoda. Es decir, desean – y hasta exigen – tener todos los beneficios que el entorno y los seres que habitan en él, les puedan otorgar, aunque ello implique vivir con la incomodidad de la mendicidad, la dependencia, la holgazanería y, por tanto, el juicio de los demás. Para evitar esto se asumen como víctimas de una sociedad opresora que no les permite la libre expresión de las ideas y les obliga a adecuarse las reglas de las instituciones que por siglos han sostenido a la vida comunal de los seres humanos.

Y esto último ha llegado a límites tan bizarros que los chamacos que nacieron alrededor del 2005 hoy le apuestan a vivir “encerrados en su propia libertad”; en una especie de aislamiento virtual del que solo salen para declarar una guerra utópica en el mundo de la realidad. A continuación, citaré tres ejemplos que no son producto de mi imaginación, sino de los que he sido testigo y, si alguna amistad se sintiera aludida, le ofrezco mis más sinceras disculpas.

Seguramente, usted como yo, recuerda su vida a los 24 años. Un trabajo fijo. Responsabilidades para sí mismo y para con alguien más. Quizá con hijos. Con metas por cumplir que estaban en proporción a los factores económicos y sociales de la época en la que le tocó vivir. Pero, lo más importante, ya no dependía económicamente de sus papás.

Hoy, existen “jovencitos” de esa edad que decidieron en una etapa tardía estudiar una carrera, pero no por confusión, sino porque se vieron obligados a “hacer algo” – lo que fuera – que los llevara a continuar en el estado de dependencia económica de sus progenitores. ¡Ah, pero eso sí! Por esa actividad – que debía ser su obligación – se siente con derecho a exigir dieta especial, nutriólogo y gimnasio; ropa fina y accesorios de moda y se toman fotos en actitud de “no me doy cuenta” con celulares de última generación para publicarlas en sus perfiles. Presumen la libertad del Instagram a cambio de la dependencia paternal.

En otro sentido. La muchacha feminista recién salida del CBTIS reclama que su título dice “técnico” en la carrera que cursó y que lo correcto debía ser “técnica” por el hecho de ser mujer, sin averiguar que la segunda acepción se refiere al conjunto de procedimientos que se requieren para el desarrollo de una actividad; en el entredicho entra otra jovencita que sostiene que el verdadero feminismo apoyaría al concepto con terminación en masculino porque hombres y mujeres tienen los mismos derechos hasta en los nombres que expiden los documentos oficiales y, pedir una diferenciación fundamentada en el sexo, sería un acto discriminatorio. Cuando se desató el alegato entre ambas partes, llegó una tercera para llamar a la paz y a la concordia y aleccionó a las dos primeras a que lo más adecuado sería “técniques” porque esta terminología – que no sé a quién se le ocurrió – es incluyente para todos. Crucé la mirada con otros adultos que estaban allí cerca y me retiré.

Las tres señoritas viven la libertad feminista desde la incomodidad de su silencio, pues ninguna está dispuesta a tolerar la disertación de alguna más, aunque persigan el mismo objetivo.

El tercer ejemplo – y muy trágico – una jovencita que vivía de exhibir sus cualidades físicas adquiridas “con dieta y disciplina” en las redes sociales, pagó una operación para sudar menos – que absurdo – y en la búsqueda de liberarse de las glándulas, encontró el encierro eterno del panteón. Lo que nunca dijo por miedo a perder seguidores es que su figura, en buena parte, se la debía al consumo del clembuterol y la oxandrolona y no al ejercicio constante y a la alimentación saludable ¡Qué lamentable forma de ver y perder la vida!

Esta burbuja o aislamiento es el que ha mantenido en la lejanía de la virtualidad a los jóvenes. No obstante, nos debe preocupar porque, en un momento dado y por un descuido, la multiplicidad de las frágiles esferas individuales se puede convertir en una gran unidad que nos involucre a todos y no creo que los miembros de las generaciones anteriores podamos soportar por mucho tiempo dicha situación.

Asimismo, le comparto que me siento ufano de pertenecer a una generación que se preocupó por convertirse en ingenieros, arquitectos, licenciados, médicos, investigadores, contadores y maestros, pues, en buena parte, son los que en estos momentos sostienen – aunque tambaleantes – a nuestra sociedad. Me asusta que, en el futuro inmediato, me toque vivir en un México que dependa de “influencers”, “youtubers” y “tiktokers” cuyo estilo de vida, dependa de hacerle perder el tiempo a los demás porque estaríamos dentro de un círculo vicioso que nos llevaría a un desastre de proporciones épicas.

¡Mil disculpas a los aludidos!

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.