/ viernes 6 de marzo de 2020

Con café y a media luz | En la sociedad del caos

En la sociedad del caos, el hogar debe volverse el escenario fundamental de una reconstrucción social desde la intimidad de su núcleo. Es imperante que volvamos los ojos a la realidad, desde el reflejo que brinda el interior de una familia en la que padre y madre asumen, con total responsabilidad, la guía de los hijos que han procreado.

Es una verdad innegable que hemos sido –y seguiremos siendo– testigos de una revolución social ocasionada por el hartazgo y la flacidez de un aparato que no ha logrado satisfacer las necesidades apremiantes de seguridad y certeza, ello en muchos sentidos y en diferentes niveles.

Esa “revolución” –si se puede llamar así– está siendo impulsada por el poderoso e imparable caudal informativo multidireccional que representan las redes sociales que, desde el anonimato, la distancia, comodidad y la atemporalidad, le dan cierto encanto a la denuncia que, otrora, se hacía desde un escritorio, ante el agente del Ministerio Público.

Si los hechos son reales, ficticios, mal entendidos, desdibujados, exagerados o desmentidos, es una cuestión que no podemos tocar aquí, pues no es el espacio adecuado y carecemos de cualquier tipo de información al respecto. Dar razón y certeza le corresponde –y siempre le ha correspondido– a las instancias encargadas de administrar y procurar justicia, pues sobre ellas descansa el Estado mexicano.

No obstante, los hechos recientemente acontecidos están dando cuenta de una situación más profunda que, aunque fuera vista desde muy distintas perspectivas, siempre nos lleva a la misma pregunta fundamental: “¿Qué le está pasando a la familia?”

El hecho de que observemos a una sociedad caótica en diversos ámbitos –político, social, económico, educativo, gubernamental– es resultado, sin duda, de una disociación de los elementos que constituyen a la familia y una especie de reorganización de las estructuras humanas de convivencia como las hemos conocido en las que los valores fundamentales son entendidos, mostrados e interpretados de manera distinta, según la realidad de cada uno de esos grupos.

Por tanto, esta situación debería estudiarse de dos maneras, por lo menos: retrospectiva y prospectivamente.

En retrospectiva debemos cuestionarnos sobre las causas que originaron este fenómeno. Detalles, abusos, omisiones, descalificaciones, injusticias, etcétera. No solo en el seno social, sino también en el familiar.

Y no me refiero a explorar los círculos cercanos a los implicados que representan a las partes en conflicto. Me refiero a explorar las condiciones sociales de carácter generacional que obligaron a la familia a descomponerse de su forma original hasta reajustarse en esta nueva sociedad en la que, lamentablemente, el medio digital ya es un miembro más.

Antes, nos cuidaron los abuelos; después, la televisión y le llamaron “la nana”; más tarde, la computadora y la información cibernética sin filtro y sin supervisión alguna; por último, los celulares. Esos pequeños aparatos “de bolsillo” que son táctiles “cajas de pandora” que se abren a voluntad de su poseedor.

Quizá usted me dirá, gentil amigo lector, que el “teléfono inteligente” es una herramienta imprescindible, es más ¡Son las agendas personales en las que se resguardan los datos más importantes de nuestras vidas física y virtual!, sin embargo, el error que cometimos, al igual que en otras ocasiones, es que nadie nos enseñó a usar tanto poder con responsabilidad y, como si fuera un juguete, se los pusimos en la mano a nuestros hijos.

Curiosamente, las primeras denuncias que hemos visto fueron hechas por los dueños a sus celulares y no a sus padres ¿Por qué?, ¿Por qué fue más fácil o efectivo mirar a un lente antes que a las personas que deberían salvaguardar la integridad física, social y moral del individuo que trajeron al mundo?

En prospectiva, es decir, a futuro, los individuos y las instituciones estarán siendo obligadas a predicar con el ejemplo de los valores, sus actividades cotidianas, para no ser exhibidos ante la sociedad, no obstante, deberán anteceder a toda esa filosofía los de “la verdad” y “la honestidad”, pues en este “encantamiento mediático” es muy fácil caer en la exageración o la verdad parcializada por el afán del desprestigio.

Insisto, no estoy defendiendo a nadie y, mucho menos, desmintiendo a otros.

Por último, debemos recordar que, si bien es cierto que “si el río suena es porque agua lleva”, también es verdad que “la forma, es fondo”. Yo sé que usted me comprendió.

¡Y hasta aquí, pues como decía un periodista, el tiempo apremia y el espacio se agota!

En la sociedad del caos, el hogar debe volverse el escenario fundamental de una reconstrucción social desde la intimidad de su núcleo. Es imperante que volvamos los ojos a la realidad, desde el reflejo que brinda el interior de una familia en la que padre y madre asumen, con total responsabilidad, la guía de los hijos que han procreado.

Es una verdad innegable que hemos sido –y seguiremos siendo– testigos de una revolución social ocasionada por el hartazgo y la flacidez de un aparato que no ha logrado satisfacer las necesidades apremiantes de seguridad y certeza, ello en muchos sentidos y en diferentes niveles.

Esa “revolución” –si se puede llamar así– está siendo impulsada por el poderoso e imparable caudal informativo multidireccional que representan las redes sociales que, desde el anonimato, la distancia, comodidad y la atemporalidad, le dan cierto encanto a la denuncia que, otrora, se hacía desde un escritorio, ante el agente del Ministerio Público.

Si los hechos son reales, ficticios, mal entendidos, desdibujados, exagerados o desmentidos, es una cuestión que no podemos tocar aquí, pues no es el espacio adecuado y carecemos de cualquier tipo de información al respecto. Dar razón y certeza le corresponde –y siempre le ha correspondido– a las instancias encargadas de administrar y procurar justicia, pues sobre ellas descansa el Estado mexicano.

No obstante, los hechos recientemente acontecidos están dando cuenta de una situación más profunda que, aunque fuera vista desde muy distintas perspectivas, siempre nos lleva a la misma pregunta fundamental: “¿Qué le está pasando a la familia?”

El hecho de que observemos a una sociedad caótica en diversos ámbitos –político, social, económico, educativo, gubernamental– es resultado, sin duda, de una disociación de los elementos que constituyen a la familia y una especie de reorganización de las estructuras humanas de convivencia como las hemos conocido en las que los valores fundamentales son entendidos, mostrados e interpretados de manera distinta, según la realidad de cada uno de esos grupos.

Por tanto, esta situación debería estudiarse de dos maneras, por lo menos: retrospectiva y prospectivamente.

En retrospectiva debemos cuestionarnos sobre las causas que originaron este fenómeno. Detalles, abusos, omisiones, descalificaciones, injusticias, etcétera. No solo en el seno social, sino también en el familiar.

Y no me refiero a explorar los círculos cercanos a los implicados que representan a las partes en conflicto. Me refiero a explorar las condiciones sociales de carácter generacional que obligaron a la familia a descomponerse de su forma original hasta reajustarse en esta nueva sociedad en la que, lamentablemente, el medio digital ya es un miembro más.

Antes, nos cuidaron los abuelos; después, la televisión y le llamaron “la nana”; más tarde, la computadora y la información cibernética sin filtro y sin supervisión alguna; por último, los celulares. Esos pequeños aparatos “de bolsillo” que son táctiles “cajas de pandora” que se abren a voluntad de su poseedor.

Quizá usted me dirá, gentil amigo lector, que el “teléfono inteligente” es una herramienta imprescindible, es más ¡Son las agendas personales en las que se resguardan los datos más importantes de nuestras vidas física y virtual!, sin embargo, el error que cometimos, al igual que en otras ocasiones, es que nadie nos enseñó a usar tanto poder con responsabilidad y, como si fuera un juguete, se los pusimos en la mano a nuestros hijos.

Curiosamente, las primeras denuncias que hemos visto fueron hechas por los dueños a sus celulares y no a sus padres ¿Por qué?, ¿Por qué fue más fácil o efectivo mirar a un lente antes que a las personas que deberían salvaguardar la integridad física, social y moral del individuo que trajeron al mundo?

En prospectiva, es decir, a futuro, los individuos y las instituciones estarán siendo obligadas a predicar con el ejemplo de los valores, sus actividades cotidianas, para no ser exhibidos ante la sociedad, no obstante, deberán anteceder a toda esa filosofía los de “la verdad” y “la honestidad”, pues en este “encantamiento mediático” es muy fácil caer en la exageración o la verdad parcializada por el afán del desprestigio.

Insisto, no estoy defendiendo a nadie y, mucho menos, desmintiendo a otros.

Por último, debemos recordar que, si bien es cierto que “si el río suena es porque agua lleva”, también es verdad que “la forma, es fondo”. Yo sé que usted me comprendió.

¡Y hasta aquí, pues como decía un periodista, el tiempo apremia y el espacio se agota!