/ miércoles 27 de mayo de 2020

Con café y a media luz | Entendimientos y educación

La presencia del virus SARS CoV–2, causante de la enfermedad Covid-19, ha venido a evidenciar, como lo dijimos en ocasiones anteriores, la “fragilidad” de algunos procesos gubernamentales inherentes al desarrollo y atención sociales, en muy diversos ámbitos y en distintos niveles. La obviedad de las circunstancias nos remite, de inmediato, a pensar en el tema sanitario, no obstante, también ha quedado al descubierto el tema de la educación.

A nivel institucional, las escuelas desde nivel elemental hasta el superior se han visto obligadas a readecuar sus calendarios escolares que incluyen fechas de exámenes, reinscripciones, inscripciones, cierre de periodos, entrega de calificaciones y de graduaciones en, por lo menos, dos ocasiones distintas y ya se preparan para una tercera. Ello ha hecho que personal directivo se siente a deliberar sobre las mejores propuestas para que el alumnado reciba el servicio educativo que demandó al momento de inscribirse en el plantel.

Quizá, de entre todos, este ajuste de fechas sea la problemática que se resuelve de manera inmediata con un trabajo en equipo que, aunque no deja de ser cansado para los administradores de la escuela, sí puede solucionarse en una semana de labor, dependiendo del tamaño de la población de alumnos matriculados en el presente periodo académico.

Sin embargo, en el tema individual, muchos profesores han experimentado un verdadero “viacrucis” al tratar de incorporarse – en dos sentidos – al mundo virtual tan común para las nuevas generaciones. En el plano personal, el maestro ha sido obligado a involucrarse en las redes y a experimentar con “las virtudes” tecnológicas que cada una de esas plataformas ofrece, ha tenido que vencer el miedo al asumido juicio mediático que provoca estar frente a una cámara y hablar ante un micrófono.

En el aspecto profesional, el docente ha convertido el contenido programático para poder exponerlo a través de los medios sociales en la medida que el mismo tema lo permita. Temas relativos a las áreas sociales o cuya carga teórica es mayor, no han causado mucha confusión, empero, aquellos temas relativos a materias como biología, por ejemplo, que, para generar el conocimiento, los estudiantes deben desarrollar ciertos temas en talleres o laboratorios sí han ocasionado contratiempos.

En el nivel medio superior y superior, un fenómeno sumamente curioso ha quedado al descubierto. Los jóvenes, presuntuosos por la propia naturaleza de la adolescencia, acostumbrados a explotar en sobremanera los recursos digitales se han “topado con pared” al generar o, por lo menos, apropiarse de conocimiento nuevo de manera efectiva. La gran mayoría de los estudiantes habían enfocado sus esfuerzos sociales en explotar las redes de forma lúdica y hasta dolosa, pero no con fines útiles como el estudio y el aprendizaje.

Y es que, como lo dijimos al principio, los entes que inferían en la escuela tradicionalistas habían caído en la lasitud propiciada de forma inconsciente por la rutina y en la presunción de “modernizar” los procesos académico - administrativos al usar tecnología “por encimita” y para fines prácticos.

Pero en los jóvenes ha operado, además de los detalles arriba enunciados, una subvaloración al esfuerzo que realizan los mentores quienes, en una grave falta de respeto, hoy son víctimas de sus estudiantes que, abusando del proceso exploratorio de estas herramientas en el que están los académicos, les gastan bromas ofensivas y, en lugar de ayudarlos en esta “vivencia” digital, los llevan por las sendas del abuso y de la guasa.

Un punto aparte merecen los niveles básicos. Pues los padres de familia se han convertido en guías académicos de sus hijos. Situación que ha generado, en ambas partes, todo tipo de sentimientos, desde frustración, coraje, molestia, resignación y desenfado hasta empatía por el trabajo, antes incomprendido, que realizaban los profesores diariamente en el interior del aula.

Existen papás que han lanzado quejas a “diestra y siniestra” por la “inhumana” cantidad de tarea que los maestros han dejado a los menores. Los catedráticos por todos los medios posibles han explicado que no es “tarea” es el trabajo académico que se debe cubrir por casi treinta horas en una jornada semanal, además del consabido refuerzo que se realiza en la casa. Al mismo tiempo, muchos otros progenitores han reconocido en sí mismos la incapacidad para explicarle a un niño en un lenguaje entendible para él, algún determinado procedimiento y ante la incomprensión del pequeño se desata un severo conflicto entre ambos.

También existe “la otra cara de la moneda”. Hay padres de familia que, con el argumento de “no estresar al niño” han optado por no realizar las labores que recomienda el profesor y evitan a toda costa sentarse con su hijo o hija a hojear un libro, escribir en un cuaderno o, por lo menos, colorear algún gráfico que ilustre el tema en cuestión ya que, según uno de ellos me comentó: “El profesor no puede reprobar al niño porque ya no está permitido, entonces, ¿Para qué lo obligo a estudiar?”

Y, por último y en menor medida, están aquellos papás que han tomado las riendas de la educación con todo su empeño y se han enfrentado, en su mínima expresión, a la problemática diaria del profesor. ¿Por qué digo que “en su mínima expresión? Porque los progenitores solo atienden a un niño, en tanto que los docentes deben lidiar con 38 pequeños de manera simultánea, ocasionando que muchos padres y madres digan: “Ahora entiendo al maestro”.

En esta época de pandemias, el proceso inevitable de la educación ha obligado a las partes a entenderse y reconocerse, unas antes y otras después, pero todas deberán llegar al punto de profesarse el respeto y la consideración, ante las cualidades y capacidades del otro.

Y hasta aquí, pues como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

La presencia del virus SARS CoV–2, causante de la enfermedad Covid-19, ha venido a evidenciar, como lo dijimos en ocasiones anteriores, la “fragilidad” de algunos procesos gubernamentales inherentes al desarrollo y atención sociales, en muy diversos ámbitos y en distintos niveles. La obviedad de las circunstancias nos remite, de inmediato, a pensar en el tema sanitario, no obstante, también ha quedado al descubierto el tema de la educación.

A nivel institucional, las escuelas desde nivel elemental hasta el superior se han visto obligadas a readecuar sus calendarios escolares que incluyen fechas de exámenes, reinscripciones, inscripciones, cierre de periodos, entrega de calificaciones y de graduaciones en, por lo menos, dos ocasiones distintas y ya se preparan para una tercera. Ello ha hecho que personal directivo se siente a deliberar sobre las mejores propuestas para que el alumnado reciba el servicio educativo que demandó al momento de inscribirse en el plantel.

Quizá, de entre todos, este ajuste de fechas sea la problemática que se resuelve de manera inmediata con un trabajo en equipo que, aunque no deja de ser cansado para los administradores de la escuela, sí puede solucionarse en una semana de labor, dependiendo del tamaño de la población de alumnos matriculados en el presente periodo académico.

Sin embargo, en el tema individual, muchos profesores han experimentado un verdadero “viacrucis” al tratar de incorporarse – en dos sentidos – al mundo virtual tan común para las nuevas generaciones. En el plano personal, el maestro ha sido obligado a involucrarse en las redes y a experimentar con “las virtudes” tecnológicas que cada una de esas plataformas ofrece, ha tenido que vencer el miedo al asumido juicio mediático que provoca estar frente a una cámara y hablar ante un micrófono.

En el aspecto profesional, el docente ha convertido el contenido programático para poder exponerlo a través de los medios sociales en la medida que el mismo tema lo permita. Temas relativos a las áreas sociales o cuya carga teórica es mayor, no han causado mucha confusión, empero, aquellos temas relativos a materias como biología, por ejemplo, que, para generar el conocimiento, los estudiantes deben desarrollar ciertos temas en talleres o laboratorios sí han ocasionado contratiempos.

En el nivel medio superior y superior, un fenómeno sumamente curioso ha quedado al descubierto. Los jóvenes, presuntuosos por la propia naturaleza de la adolescencia, acostumbrados a explotar en sobremanera los recursos digitales se han “topado con pared” al generar o, por lo menos, apropiarse de conocimiento nuevo de manera efectiva. La gran mayoría de los estudiantes habían enfocado sus esfuerzos sociales en explotar las redes de forma lúdica y hasta dolosa, pero no con fines útiles como el estudio y el aprendizaje.

Y es que, como lo dijimos al principio, los entes que inferían en la escuela tradicionalistas habían caído en la lasitud propiciada de forma inconsciente por la rutina y en la presunción de “modernizar” los procesos académico - administrativos al usar tecnología “por encimita” y para fines prácticos.

Pero en los jóvenes ha operado, además de los detalles arriba enunciados, una subvaloración al esfuerzo que realizan los mentores quienes, en una grave falta de respeto, hoy son víctimas de sus estudiantes que, abusando del proceso exploratorio de estas herramientas en el que están los académicos, les gastan bromas ofensivas y, en lugar de ayudarlos en esta “vivencia” digital, los llevan por las sendas del abuso y de la guasa.

Un punto aparte merecen los niveles básicos. Pues los padres de familia se han convertido en guías académicos de sus hijos. Situación que ha generado, en ambas partes, todo tipo de sentimientos, desde frustración, coraje, molestia, resignación y desenfado hasta empatía por el trabajo, antes incomprendido, que realizaban los profesores diariamente en el interior del aula.

Existen papás que han lanzado quejas a “diestra y siniestra” por la “inhumana” cantidad de tarea que los maestros han dejado a los menores. Los catedráticos por todos los medios posibles han explicado que no es “tarea” es el trabajo académico que se debe cubrir por casi treinta horas en una jornada semanal, además del consabido refuerzo que se realiza en la casa. Al mismo tiempo, muchos otros progenitores han reconocido en sí mismos la incapacidad para explicarle a un niño en un lenguaje entendible para él, algún determinado procedimiento y ante la incomprensión del pequeño se desata un severo conflicto entre ambos.

También existe “la otra cara de la moneda”. Hay padres de familia que, con el argumento de “no estresar al niño” han optado por no realizar las labores que recomienda el profesor y evitan a toda costa sentarse con su hijo o hija a hojear un libro, escribir en un cuaderno o, por lo menos, colorear algún gráfico que ilustre el tema en cuestión ya que, según uno de ellos me comentó: “El profesor no puede reprobar al niño porque ya no está permitido, entonces, ¿Para qué lo obligo a estudiar?”

Y, por último y en menor medida, están aquellos papás que han tomado las riendas de la educación con todo su empeño y se han enfrentado, en su mínima expresión, a la problemática diaria del profesor. ¿Por qué digo que “en su mínima expresión? Porque los progenitores solo atienden a un niño, en tanto que los docentes deben lidiar con 38 pequeños de manera simultánea, ocasionando que muchos padres y madres digan: “Ahora entiendo al maestro”.

En esta época de pandemias, el proceso inevitable de la educación ha obligado a las partes a entenderse y reconocerse, unas antes y otras después, pero todas deberán llegar al punto de profesarse el respeto y la consideración, ante las cualidades y capacidades del otro.

Y hasta aquí, pues como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”.