/ viernes 14 de mayo de 2021

Con café y a media luz | Entre promesas y dar gustos

Decía el refrán ranchero que la clase política de antaño – y parte de la actual – le aplicaba a la sociedad que votaba por alguno de sus más fieles representantes: “Prometer hasta meter y ya metido, tenga lo prometido”. Este pregón se remataba con la seña inocentona que hacíamos de niños simulando una trompetilla. Años más tarde, ese símbolo en el que se levantaban el pulgar y el meñique fue conocido como “cuernos” y, últimamente, como representación popular de un político que tiene, en la actualidad, un severo conflicto con la justicia mexicana.

Otro dicharacho más conservador en su constructo, empero, se aplicaba con el mismo rigor para evidenciar la futura separación de la dicotomía “pueblo – gobierno”, una vez que el candidato en turno alcanzara el escaño deseado, era aquel que rezaba: “Prometer no empobrece; cumplir es lo que aniquila”. Así, por las giras y recorridos, el hombre o la mujer que resultaban beneficiados con el abanderamiento del partido, no paraban de decir “sí a esto” o a “aquello” con tal de ganar simpatizantes a su causa y, por tanto, votos a su favor en las urnas.

Abro un paréntesis para recordar a cierto presidente de Altamira a quien tuve la oportunidad de entrevistar durante su etapa como candidato y le planteé una problemática relacionada con los estudiantes de una escuela de aquella localidad. “La educación será prioridad en mi gobierno”, me dijo aquel hombre de cabellera plateada. La necesidad siguió vigente durante todo su mandato, este último concluyó; los jovencitos de aquel entonces ya egresaron del plantel y la misma dificultad sigue vigente.

No obstante, del lado de la sociedad “también se cuecen habas”. La premura por tener el satisfactor exigido, así como sus proporciones, está en función de lo alarmante de la necesidad generada. Si el desequilibrio ocasionado en el concepto llamado “bienestar” es poco o, caso contrario, ya se aprendió a vivir con él, la sociedad demandará en su mínima expresión, el elemento que restaure dicha situación. Si, por el contrario, el malestar es severo, seremos testigos de manifestaciones, mítines, marchas, reclamos y, últimamente, hasta lapidaciones a edificios y monumentos.

Quizá, hasta este punto, la respuesta sea muy obvia. Hay que dar lo que se promete. ¡Sencillo! ¿Verdad? Pero ¿Eso es posible en una sociedad como la nuestra? Le suplico, amablemente, que me acompañe en los siguientes párrafos y que, ambos nos quitemos cualquier velo partidista o de simpatía que podamos tener con algún escaparate político o con alguno de sus representantes.

Desde hace días el calor agobiante, la intensa radiación solar muy propia de mayo y el estiaje del sistema lagunario, habían puesto “en jaque” a la sociedad del sur de Tamaulipas y el norte de Veracruz. El ingreso de agua de mar por los bajos niveles en los vasos lacustres era el indicador innegable de un problema serio. En resumen, la ausencia de las lluvias auguraba un futuro lamentable. El satisfactor se volvió imperante y, por tanto, la necesidad de la reparación del dique “El Camalote” fue impostergable. Vimos expresiones de todo tipo en las redes sociales. Desde las auténticas del orden social hasta aquellas que solo sirvieron de estandarte de campaña de algunos candidatos.

Después del aguacero de los últimos dos días en la zona sur de Tamaulipas y de los problemas que trae consigo en las casas habitación, sistemas de drenaje, desbordamientos, cortes eléctricos y más, pude observar mensajes públicos pidiendo a las divinidades – cristiana y azteca – que ya cesaran las precipitaciones pluviales.

Algo similar ocurre con la vacuna contra el Covid – 19 y el regreso a clases. Los padres de familia han exigido en los últimos meses, después de tener a sus “angelitos” en casa, que se establezca una estrategia inmediata para la reapertura de las aulas y el retorno a la vida escolar para que sean los maestros quienes desahoguen la energía de los chamacos y, además, cumplan con la función profesional que adoptaron en bien de las nuevas generaciones de mexicanos.

Sin embargo, hoy que estamos en una etapa en la que la normalización de la vida áulica es, prácticamente, una realidad tangible, padres y madres de familia se están negando rotundamente a que los infantes se congreguen en el salón de clases o en el transporte escolar. Que algún adulto – en este caso el docente – esté cercano a ellos por un posible contagio, aunque este ya esté inoculado y, por último, ahora se exige una solución para salvaguardar a los más pequeños.

Con respecto al tenor arriba escrito, una farmacéutica ya le apostó a un ejercicio para que los más pequeños puedan recibir la protección en México. Ante esto, los padres de familia lanzaron un grito de alarma a través de las redes sociales para solicitarle, enérgicamente, al gobierno que no permita por motivo o circunstancia alguna que arranque ese programa en el país. Asimismo, una buena parte de los progenitores ya recalcó que “ni así mi hijo irá a la escuela”.

Si bien es cierto que “al candidato se le va en promesas y al funcionario en olvidos”, también es verdad que a nosotros como sociedad es muy complejo darnos gusto. Pues como decían mis abuelitos: Estamos como en la casa del cohetero. “Si tronó, porque tronó y si no tronó, porque no tronó”. A fin de cuentas, con nada estamos contentos, en buena parte, por esos detalles y algunos otros, ciertos representantes públicos terminan haciendo lo que, al final, les conviene en lo particular y, mientras tanto, que el pueblo se aguante.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

Decía el refrán ranchero que la clase política de antaño – y parte de la actual – le aplicaba a la sociedad que votaba por alguno de sus más fieles representantes: “Prometer hasta meter y ya metido, tenga lo prometido”. Este pregón se remataba con la seña inocentona que hacíamos de niños simulando una trompetilla. Años más tarde, ese símbolo en el que se levantaban el pulgar y el meñique fue conocido como “cuernos” y, últimamente, como representación popular de un político que tiene, en la actualidad, un severo conflicto con la justicia mexicana.

Otro dicharacho más conservador en su constructo, empero, se aplicaba con el mismo rigor para evidenciar la futura separación de la dicotomía “pueblo – gobierno”, una vez que el candidato en turno alcanzara el escaño deseado, era aquel que rezaba: “Prometer no empobrece; cumplir es lo que aniquila”. Así, por las giras y recorridos, el hombre o la mujer que resultaban beneficiados con el abanderamiento del partido, no paraban de decir “sí a esto” o a “aquello” con tal de ganar simpatizantes a su causa y, por tanto, votos a su favor en las urnas.

Abro un paréntesis para recordar a cierto presidente de Altamira a quien tuve la oportunidad de entrevistar durante su etapa como candidato y le planteé una problemática relacionada con los estudiantes de una escuela de aquella localidad. “La educación será prioridad en mi gobierno”, me dijo aquel hombre de cabellera plateada. La necesidad siguió vigente durante todo su mandato, este último concluyó; los jovencitos de aquel entonces ya egresaron del plantel y la misma dificultad sigue vigente.

No obstante, del lado de la sociedad “también se cuecen habas”. La premura por tener el satisfactor exigido, así como sus proporciones, está en función de lo alarmante de la necesidad generada. Si el desequilibrio ocasionado en el concepto llamado “bienestar” es poco o, caso contrario, ya se aprendió a vivir con él, la sociedad demandará en su mínima expresión, el elemento que restaure dicha situación. Si, por el contrario, el malestar es severo, seremos testigos de manifestaciones, mítines, marchas, reclamos y, últimamente, hasta lapidaciones a edificios y monumentos.

Quizá, hasta este punto, la respuesta sea muy obvia. Hay que dar lo que se promete. ¡Sencillo! ¿Verdad? Pero ¿Eso es posible en una sociedad como la nuestra? Le suplico, amablemente, que me acompañe en los siguientes párrafos y que, ambos nos quitemos cualquier velo partidista o de simpatía que podamos tener con algún escaparate político o con alguno de sus representantes.

Desde hace días el calor agobiante, la intensa radiación solar muy propia de mayo y el estiaje del sistema lagunario, habían puesto “en jaque” a la sociedad del sur de Tamaulipas y el norte de Veracruz. El ingreso de agua de mar por los bajos niveles en los vasos lacustres era el indicador innegable de un problema serio. En resumen, la ausencia de las lluvias auguraba un futuro lamentable. El satisfactor se volvió imperante y, por tanto, la necesidad de la reparación del dique “El Camalote” fue impostergable. Vimos expresiones de todo tipo en las redes sociales. Desde las auténticas del orden social hasta aquellas que solo sirvieron de estandarte de campaña de algunos candidatos.

Después del aguacero de los últimos dos días en la zona sur de Tamaulipas y de los problemas que trae consigo en las casas habitación, sistemas de drenaje, desbordamientos, cortes eléctricos y más, pude observar mensajes públicos pidiendo a las divinidades – cristiana y azteca – que ya cesaran las precipitaciones pluviales.

Algo similar ocurre con la vacuna contra el Covid – 19 y el regreso a clases. Los padres de familia han exigido en los últimos meses, después de tener a sus “angelitos” en casa, que se establezca una estrategia inmediata para la reapertura de las aulas y el retorno a la vida escolar para que sean los maestros quienes desahoguen la energía de los chamacos y, además, cumplan con la función profesional que adoptaron en bien de las nuevas generaciones de mexicanos.

Sin embargo, hoy que estamos en una etapa en la que la normalización de la vida áulica es, prácticamente, una realidad tangible, padres y madres de familia se están negando rotundamente a que los infantes se congreguen en el salón de clases o en el transporte escolar. Que algún adulto – en este caso el docente – esté cercano a ellos por un posible contagio, aunque este ya esté inoculado y, por último, ahora se exige una solución para salvaguardar a los más pequeños.

Con respecto al tenor arriba escrito, una farmacéutica ya le apostó a un ejercicio para que los más pequeños puedan recibir la protección en México. Ante esto, los padres de familia lanzaron un grito de alarma a través de las redes sociales para solicitarle, enérgicamente, al gobierno que no permita por motivo o circunstancia alguna que arranque ese programa en el país. Asimismo, una buena parte de los progenitores ya recalcó que “ni así mi hijo irá a la escuela”.

Si bien es cierto que “al candidato se le va en promesas y al funcionario en olvidos”, también es verdad que a nosotros como sociedad es muy complejo darnos gusto. Pues como decían mis abuelitos: Estamos como en la casa del cohetero. “Si tronó, porque tronó y si no tronó, porque no tronó”. A fin de cuentas, con nada estamos contentos, en buena parte, por esos detalles y algunos otros, ciertos representantes públicos terminan haciendo lo que, al final, les conviene en lo particular y, mientras tanto, que el pueblo se aguante.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.