/ miércoles 20 de noviembre de 2019

Con café y a media luz | Evitemos calificativos

Adjetivar al sustantivo es una parte fundamental del proceso gramatical que permite revestir, identificar y hacer resaltar las cualidades o virtudes que engalanan a aquello de lo que se habla. Asimismo, nos sirve para hacer una reflexión sobre los defectos o deterioros que pudiera tener la entidad a la que nos referimos, quizá sin la intención de causarle menoscabo o, caso contrario, con el total propósito de arremeter con furia para ponerlo de mala manera en el centro de la atención de un conglomerado.

Curiosamente, cuando se trata de desprestigiar, el recurso de la palabra es adornado, por decir lo menos, con esos tintes de exageración, porque el mero deshonor no basta para ocasionar el efecto esperado, debe ser impulsado por la desproporción de la idea a difundir para que penetre hasta lo más profundo de las entrañas de la sociedad y, así, se mengüe la imagen que se pudiera tener de aquello que es envenenado ante los ojos de los demás.

Este tipo de fenómenos que empiezan con un simple, sencillo y, quizás, hasta “inocentón” adjetivo, se pueden convertir en un verdadero alud de desacreditaciones tan nocivas como irresponsables que, por lo general, son contestadas de la misma manera, pero en mayor intensidad, siguiendo así, los principios más elementales de la física y la sociología.

El desconocimiento, el temor, el odio, la sinrazón o, simplemente, el predicar alguna postura ideológica distinta, ya no digamos contraria, son los detonantes necesarios para desatar esta serie de comentarios que generan, inevitablemente, fracturas en sociedades, países y organizaciones en general, las cuales, en algunas ocasiones resultan irreparables.

Pongo a su dispensa esta cavilación porque en los últimos meses hemos señalado en diversas ocasiones las etiquetas que son emitidas por el Ejecutivo Federal a muy diversos sectores de nuestro país que de alguna manera no comulgan con sus postulados, ya sean moralistas, económicos, de seguridad, de estrategia económica o de relaciones internacionales.

“Conservadores”, “enemigos”, “fifís”, “chayoteros” y otros tantos vocablos populacheros han sido prodigados en cada una de las conferencias matutinas del mandatario de México, ocasionando risas y gestos de aprobación en unos sectores; molestia y desagrado en otros tantos, por obviedad, estos últimos son los que se pudieran sentir aludidos con tales términos.

Sin embargo, de parte de algunos sectores públicos –que es lo más preocupante– han empezado a leerse, escucharse y decirse otros adjetivos referidos al actual proyecto de nación que nos deberían llamar la atención por todo lo que significan y envuelven, además de las consecuencias que se suscitarían entre los grupos sociales de nuestro México lindo y qué herido.

Un conocido reportero de talla internacional, perteneciente a dos prestigiados medios de comunicación, ha ocupado palabras como “desgobierno”, “ingobernabilidad”, “descontrol”, y otros tantos para adjetivar al actual gobierno federal ante las circunstancias que aquejan al país.

Señala los hechos, los momentos, los desenlaces y otras tantas cuestiones como origen y fin de los factores dichos en el párrafo anterior y de los otros que, por respeto a usted, omití.

No quiero decir que esté o no de acuerdo con la postura del personaje o con la que dicta Andrés Manuel López Obrador en sus ruedas de prensa de cada día. Creo, como lo he dicho en entregas anteriores, que hay cosas tan evidentes que no pueden negarse o afirmarse, pues están a la luz del entendimiento de nadie o a las sombras de la cerrazón de todos. Como guste verlo.

Considero que en esta guerra de adjetivos se ha hecho a un lado el fondo para sublevar la forma en que se refieren entre sí, uno y otro bando. Lo digo de tal manera, porque la división es tangible. Se ha acrecentado el conflicto mediático y lo mismo se colocan apelativos como se exigen disculpas, tanto de una como de otra trinchera, sin percatarse que, poco a poco, palabra con palabra y calificativo tras calificativo, se está acrecentando un desprecio que antes no había entre los cuerpos que conforman la masa popular de este país que les siguen a uno y a otro.

La democracia está basada en la pluralidad y el respeto a la otra opinión. La tolerancia es la pieza angular que une a la oposición y no hay razón dada sin equívoco, por tanto, las partes, aunque contrarias, confluyen en un mutualismo para poder existir, así que el respeto entre los creyentes de cada una de las posiciones debería ser una constante, pues el colocar remoquetes, por más inocentes que pudieran parecer, pueden derivar en severos conflictos de los que, después, nos pudiéramos arrepentir.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

Adjetivar al sustantivo es una parte fundamental del proceso gramatical que permite revestir, identificar y hacer resaltar las cualidades o virtudes que engalanan a aquello de lo que se habla. Asimismo, nos sirve para hacer una reflexión sobre los defectos o deterioros que pudiera tener la entidad a la que nos referimos, quizá sin la intención de causarle menoscabo o, caso contrario, con el total propósito de arremeter con furia para ponerlo de mala manera en el centro de la atención de un conglomerado.

Curiosamente, cuando se trata de desprestigiar, el recurso de la palabra es adornado, por decir lo menos, con esos tintes de exageración, porque el mero deshonor no basta para ocasionar el efecto esperado, debe ser impulsado por la desproporción de la idea a difundir para que penetre hasta lo más profundo de las entrañas de la sociedad y, así, se mengüe la imagen que se pudiera tener de aquello que es envenenado ante los ojos de los demás.

Este tipo de fenómenos que empiezan con un simple, sencillo y, quizás, hasta “inocentón” adjetivo, se pueden convertir en un verdadero alud de desacreditaciones tan nocivas como irresponsables que, por lo general, son contestadas de la misma manera, pero en mayor intensidad, siguiendo así, los principios más elementales de la física y la sociología.

El desconocimiento, el temor, el odio, la sinrazón o, simplemente, el predicar alguna postura ideológica distinta, ya no digamos contraria, son los detonantes necesarios para desatar esta serie de comentarios que generan, inevitablemente, fracturas en sociedades, países y organizaciones en general, las cuales, en algunas ocasiones resultan irreparables.

Pongo a su dispensa esta cavilación porque en los últimos meses hemos señalado en diversas ocasiones las etiquetas que son emitidas por el Ejecutivo Federal a muy diversos sectores de nuestro país que de alguna manera no comulgan con sus postulados, ya sean moralistas, económicos, de seguridad, de estrategia económica o de relaciones internacionales.

“Conservadores”, “enemigos”, “fifís”, “chayoteros” y otros tantos vocablos populacheros han sido prodigados en cada una de las conferencias matutinas del mandatario de México, ocasionando risas y gestos de aprobación en unos sectores; molestia y desagrado en otros tantos, por obviedad, estos últimos son los que se pudieran sentir aludidos con tales términos.

Sin embargo, de parte de algunos sectores públicos –que es lo más preocupante– han empezado a leerse, escucharse y decirse otros adjetivos referidos al actual proyecto de nación que nos deberían llamar la atención por todo lo que significan y envuelven, además de las consecuencias que se suscitarían entre los grupos sociales de nuestro México lindo y qué herido.

Un conocido reportero de talla internacional, perteneciente a dos prestigiados medios de comunicación, ha ocupado palabras como “desgobierno”, “ingobernabilidad”, “descontrol”, y otros tantos para adjetivar al actual gobierno federal ante las circunstancias que aquejan al país.

Señala los hechos, los momentos, los desenlaces y otras tantas cuestiones como origen y fin de los factores dichos en el párrafo anterior y de los otros que, por respeto a usted, omití.

No quiero decir que esté o no de acuerdo con la postura del personaje o con la que dicta Andrés Manuel López Obrador en sus ruedas de prensa de cada día. Creo, como lo he dicho en entregas anteriores, que hay cosas tan evidentes que no pueden negarse o afirmarse, pues están a la luz del entendimiento de nadie o a las sombras de la cerrazón de todos. Como guste verlo.

Considero que en esta guerra de adjetivos se ha hecho a un lado el fondo para sublevar la forma en que se refieren entre sí, uno y otro bando. Lo digo de tal manera, porque la división es tangible. Se ha acrecentado el conflicto mediático y lo mismo se colocan apelativos como se exigen disculpas, tanto de una como de otra trinchera, sin percatarse que, poco a poco, palabra con palabra y calificativo tras calificativo, se está acrecentando un desprecio que antes no había entre los cuerpos que conforman la masa popular de este país que les siguen a uno y a otro.

La democracia está basada en la pluralidad y el respeto a la otra opinión. La tolerancia es la pieza angular que une a la oposición y no hay razón dada sin equívoco, por tanto, las partes, aunque contrarias, confluyen en un mutualismo para poder existir, así que el respeto entre los creyentes de cada una de las posiciones debería ser una constante, pues el colocar remoquetes, por más inocentes que pudieran parecer, pueden derivar en severos conflictos de los que, después, nos pudiéramos arrepentir.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!