/ miércoles 22 de septiembre de 2021

Con café y a media luz | ¿Inteligencia o comprensión?

Recientemente leí el comentario de una rectora de una universidad de cobertura nacional con un plantel en nuestra zona en el que expresaba de forma crítica su sentir en torno a las condiciones cognitivas y de análisis con las que llegaban los jóvenes preparatorianos a presentar el examen de admisión a la educación de carácter profesionalizante.

Si bien es cierto que los comentarios vertidos por la catedrática estaban enmarcados en la prudencia propia de su cargo, así como la sensibilidad necesaria para no ofender a nadie que pudiera sentirse, en un momento dado, aludido con sus palabras, también era verdad que lo dicho era un lacerante análisis a las deficiencias con las que las nuevas generaciones pretenden formarse en las aulas de las escuelas de nivel superior, tanto públicas como privadas.

“Baja capacidad de comprensión lectora y para atender instrucciones sencillas”, decía el renglón que pudiera suponerse como el más doloroso para aquellos que sustentaron en los días previos el examen del Centro Nacional de Evaluación – CENEVAL, por sus siglas – y que ahora es un requisito de carácter obligatorio para identificar las condiciones y competencias con las que los miembros de las nuevas generaciones son egresados de la educación de nivel medio superior.

Ante tal señalamiento hubo quien, de inmediato, condenó la severidad de las afirmaciones proferidas por la maestra y recalcó que este fenómeno ocurría desde la creación de los sistemas educativos a nivel mundial y, además, citó una serie de eminentes personajes que se caracterizaron por su bajo nivel de aprovechamiento en los salones de clase. Tesla, Einstein y -más cercano a nuestra época- Jobs, eran citados en ese guía de celebridades de bajas calificaciones.

No obstante, desde mi punto de vista, gentil amigo lector, vale la pena hacer varias aclaraciones para poder comprender el padecimiento de la profesora, mismo que, me imagino, es compartido por un buen número de trabajadores de la educación de los niveles educativos de licenciatura y de posgrado.

En primer término, si buscamos el concepto de inteligencia como tal, nos daremos cuenta de que es un tanto abstracto y que, según el autor o la corriente de pensamiento sobre la cual estemos construyendo la hipótesis, habrá quien asegure que hay hasta siete tipos de inteligencias diferentes en cada uno de los seres humanos y que no todas se desarrollan igual en los individuos. Empero, si nos avocamos al término que nos refiere en esta mañana observaremos que los procesos relacionados al intelecto están fundamentados en tres áreas a saber: La memoria, que es la capacidad de retener datos; la abstracción, que se entiende como la facultad de proyectar la aplicación de los guarismos aprendidos en entornos distintos para obtener un fin y, por último, el razonamiento, que permite la comprensión del conocimiento nuevo para transformarlo en un aprendizaje.

Cuando los tres factores conjugan su funcionamiento para dar resultados eficientes al ser humano y, con base en ellos, logra desenvolverse exitosamente en un medio ambiente social determinado, es entonces cuando se le encomia como “inteligente”. Desde el niño que aprende a decir sus primeras palabras hasta el científico que descubre una medicina para poner fin a aquella terrible enfermedad.

La crítica de la maestra no estaba encausada a sancionar a la “inteligencia” sino a aquellas competencias colaterales que, aunque no constituyen al cociente del hombre, sí son parte sustantiva para poder acercarse y apropiarse a los nuevos datos ofrecidos. “Baja capacidad de comprensión lectora”, fue la frase acuñada. Es decir, el muchacho no logra entender lo que reza un texto, quizá si fuera explicado de forma oral o visual sería más sencillo captar el contenido.

La causa de este traspiés es sencilla. Durante los últimos años el consumo de información en el internet y en la televisión ha sido sustentado en el uso y abuso de imágenes y sonidos. A mayor cantidad de gráficos, una mayor cantidad de cómodos consumidores y, por tanto, un aumento en el uso de celulares y pantallas que, curiosamente, son los artículos más demandados año con año en la campaña del "Buen Fin”, por citar un ejemplo de promoción.

Así, la lectura de libros y periódicos ha pasado a ser una actividad poco atractiva, absorbente y, tristemente, obstaculizadora y aburrida, todo ello la ha llevado a ser rechazada por la juventud y, como cualquier otro ejercicio al que se ve sometido el cuerpo, al carecer de la práctica aparece la torpeza.

Por último, con la llegada de esta “nueva normalidad” y las clases a distancia, los profesores de los niveles elementales, literalmente, sufren al darse cuenta de que, en cuarto o quinto grado de primaria, hay casos de menores que aún no saben leer o escribir y ya no hablemos de multiplicar o dividir. Es más, aquel tema con el que se cerraba sexto grado a finales de los ochenta “Problemas razonados a resolverse con raíz cuadrada” ha quedado en el completo desuso porque, según me explicó el director de una primaria: “Eso nunca lo usan”, olvidando que el razonamiento deductivo matemático se aplica todos los días, desde que nos despertamos y hasta el momento de dormir.

Volviendo al tema inicial, no se trata de inteligencia, sino del desarrollo de la capacidad de comprensión de aquello que se lee, tanto como de eso otro que simple y llanamente se ve. Debido a que el esfuerzo es eminentemente distinto, los resultados, por obviedad se verán mejorados cuando la lectura se vuelva un hábito entre la población mexicana y, a la postre, tendremos profesionistas más exitosos de los que ya se tiene ahora.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame y recuerde, será un gran día.

licajimenezmcc@hotmail.com


Recientemente leí el comentario de una rectora de una universidad de cobertura nacional con un plantel en nuestra zona en el que expresaba de forma crítica su sentir en torno a las condiciones cognitivas y de análisis con las que llegaban los jóvenes preparatorianos a presentar el examen de admisión a la educación de carácter profesionalizante.

Si bien es cierto que los comentarios vertidos por la catedrática estaban enmarcados en la prudencia propia de su cargo, así como la sensibilidad necesaria para no ofender a nadie que pudiera sentirse, en un momento dado, aludido con sus palabras, también era verdad que lo dicho era un lacerante análisis a las deficiencias con las que las nuevas generaciones pretenden formarse en las aulas de las escuelas de nivel superior, tanto públicas como privadas.

“Baja capacidad de comprensión lectora y para atender instrucciones sencillas”, decía el renglón que pudiera suponerse como el más doloroso para aquellos que sustentaron en los días previos el examen del Centro Nacional de Evaluación – CENEVAL, por sus siglas – y que ahora es un requisito de carácter obligatorio para identificar las condiciones y competencias con las que los miembros de las nuevas generaciones son egresados de la educación de nivel medio superior.

Ante tal señalamiento hubo quien, de inmediato, condenó la severidad de las afirmaciones proferidas por la maestra y recalcó que este fenómeno ocurría desde la creación de los sistemas educativos a nivel mundial y, además, citó una serie de eminentes personajes que se caracterizaron por su bajo nivel de aprovechamiento en los salones de clase. Tesla, Einstein y -más cercano a nuestra época- Jobs, eran citados en ese guía de celebridades de bajas calificaciones.

No obstante, desde mi punto de vista, gentil amigo lector, vale la pena hacer varias aclaraciones para poder comprender el padecimiento de la profesora, mismo que, me imagino, es compartido por un buen número de trabajadores de la educación de los niveles educativos de licenciatura y de posgrado.

En primer término, si buscamos el concepto de inteligencia como tal, nos daremos cuenta de que es un tanto abstracto y que, según el autor o la corriente de pensamiento sobre la cual estemos construyendo la hipótesis, habrá quien asegure que hay hasta siete tipos de inteligencias diferentes en cada uno de los seres humanos y que no todas se desarrollan igual en los individuos. Empero, si nos avocamos al término que nos refiere en esta mañana observaremos que los procesos relacionados al intelecto están fundamentados en tres áreas a saber: La memoria, que es la capacidad de retener datos; la abstracción, que se entiende como la facultad de proyectar la aplicación de los guarismos aprendidos en entornos distintos para obtener un fin y, por último, el razonamiento, que permite la comprensión del conocimiento nuevo para transformarlo en un aprendizaje.

Cuando los tres factores conjugan su funcionamiento para dar resultados eficientes al ser humano y, con base en ellos, logra desenvolverse exitosamente en un medio ambiente social determinado, es entonces cuando se le encomia como “inteligente”. Desde el niño que aprende a decir sus primeras palabras hasta el científico que descubre una medicina para poner fin a aquella terrible enfermedad.

La crítica de la maestra no estaba encausada a sancionar a la “inteligencia” sino a aquellas competencias colaterales que, aunque no constituyen al cociente del hombre, sí son parte sustantiva para poder acercarse y apropiarse a los nuevos datos ofrecidos. “Baja capacidad de comprensión lectora”, fue la frase acuñada. Es decir, el muchacho no logra entender lo que reza un texto, quizá si fuera explicado de forma oral o visual sería más sencillo captar el contenido.

La causa de este traspiés es sencilla. Durante los últimos años el consumo de información en el internet y en la televisión ha sido sustentado en el uso y abuso de imágenes y sonidos. A mayor cantidad de gráficos, una mayor cantidad de cómodos consumidores y, por tanto, un aumento en el uso de celulares y pantallas que, curiosamente, son los artículos más demandados año con año en la campaña del "Buen Fin”, por citar un ejemplo de promoción.

Así, la lectura de libros y periódicos ha pasado a ser una actividad poco atractiva, absorbente y, tristemente, obstaculizadora y aburrida, todo ello la ha llevado a ser rechazada por la juventud y, como cualquier otro ejercicio al que se ve sometido el cuerpo, al carecer de la práctica aparece la torpeza.

Por último, con la llegada de esta “nueva normalidad” y las clases a distancia, los profesores de los niveles elementales, literalmente, sufren al darse cuenta de que, en cuarto o quinto grado de primaria, hay casos de menores que aún no saben leer o escribir y ya no hablemos de multiplicar o dividir. Es más, aquel tema con el que se cerraba sexto grado a finales de los ochenta “Problemas razonados a resolverse con raíz cuadrada” ha quedado en el completo desuso porque, según me explicó el director de una primaria: “Eso nunca lo usan”, olvidando que el razonamiento deductivo matemático se aplica todos los días, desde que nos despertamos y hasta el momento de dormir.

Volviendo al tema inicial, no se trata de inteligencia, sino del desarrollo de la capacidad de comprensión de aquello que se lee, tanto como de eso otro que simple y llanamente se ve. Debido a que el esfuerzo es eminentemente distinto, los resultados, por obviedad se verán mejorados cuando la lectura se vuelva un hábito entre la población mexicana y, a la postre, tendremos profesionistas más exitosos de los que ya se tiene ahora.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame y recuerde, será un gran día.

licajimenezmcc@hotmail.com