/ miércoles 3 de marzo de 2021

Con café y a media luz | La agonía de la música

Permítame, gentil amigo lector, antes de que el título de la entrega de este día se preste a malentendidos y cause escozor o mella en el ánimo de amigos y familiares que se dedican a la más bella de las expresiones artísticas, decirle que el término “agoné” refiere, etimológicamente, a la lucha por no morir, por no fallecer.

Y, aunque en un primer momento se pudiera pensar que encauzaré el tema para describir las calamidades que en el último año han estado viviendo los agremiados a esta labor, por la prohibición de fiestas, convivios y suspensión de cualquier evento público amenizado por algún conjunto musical, debo confesarle que, en esta ocasión, quizá se pueda comprender el contenido de estos renglones si se ve desde una perspectiva cultural y hasta comercial.

Recientemente tuve que caminar por las calles del centro de Tampico. Recorrí los paseos peatonales y buena parte del sector comercial. Mis pasos me llevaron hasta el nuevo mercado municipal y admiré la armonía que tienen, en su conjunto, la plaza “Hijas de Tampico”, la Aduana marítima, la estación de ferrocarril y el nuevo decorado de los amigos que ofrecen la tradicional torta de la barda.

Me habían comentado de un mural dedicado a Pedro Infante colocado en la zona de tolerancia de “El Triángulo”, así que me dirigí hasta allá. Debo reconocer que, a pesar de que ese sector conserva la esencia que le caracteriza, los enormes macetones de bugambilias y los decorados de las fachadas le dan un toque de alegría que le hacía falta.

Retorné para subir por el acceso de “Los Alemanes” y llegué, nuevamente, a la zona cero de la ciudad, fue entonces cuando, tristemente, en lugar de oír la marimba con sus sones inundando el ambiente, escuché, proveniente de una bocina, apuntando a la calle desde el interior de un local de bisutería, una serie de ruidos que intentaban ser música entre los que un individuo “recitaba” –no puedo decir que cantaba– una serie de versos soeces, majaderos y nauseabundos.

En esas estrofas, el hombre aquel describía de la manera más insultante y cobarde cómo había convencido a una señorita para mantener relaciones sexuales. Y, como si fuera una gracejada, en cada uno de los renglones repetía una o dos majaderías a manera de sello distintivo de la inmundicia, no solo de su “canto”, sino de su calidad como ser humano.

En el pórtico del local estaban dos jovencitas uniformadas con el logotipo del negocio en cuestión, “bailando” animosamente el ritmo aquel. Flexionaban las rodillas, agitaban la cabeza y subían y bajaban los brazos, siguiendo el compás marcado por el golpeteo electrónico. Al cruzar frente a ellas, pude escuchar que una se congratulaba por la nueva canción de una manera que no puedo reproducir en este espacio. La otra asintió y mostró su acuerdo con palabras igual de altisonantes.

Lo más sorprendente es que en por lo menos tres locales más, se repetía el mismo patrón. La bocina apuntando a la calle, con un volumen impropio, reproduciendo piezas “musicales” que le causarían un síncope a Euterpe y cuyas letras daban cuenta de la lascivia, la promiscuidad y la bajeza que impera en nuestros días para referirse al género humano.

Más lamentable fue que, mientras salía del sector de comercios del centro para adentrarme al habitacional, este fenómeno se refrendaba ahora desde el interior de los hogares. Supongo que dicha situación obedece a que la población estudiantil no está yendo a las aulas y consumen dicha información en sus sendas casas.

Seguramente, amigo que tiene en sus manos en este momento un ejemplar de El Sol de Tampico, ya sabrá a qué género me refiero. No lo escribo por no ofender a los seguidores de este. Cuando quise buscar un concepto que describiera este tipo de “información” encontré el de “pornografía musical”, empero, este servidor considera que sería mejor el término “pornografía auditiva”, porque, dicho sea con todo respeto, ese ritmo que se escucha hoy podrá ser todo, menos música.

Lo que más me llamó la atención, además del gran número de jóvenes que son seguidores de este tipo de ritmos y contenidos, es que no es exclusivo de “artistas” masculinos, sino que hay damas quienes también forman parte de esta camada de “cantantes de la nueva ola” y desde la perspectiva de su género expresan, de forma grotesca, temáticas similares a la expuesta en renglones arriba.

¿En dónde quedaron las pretensiones románticas y poéticas de Agustín Lara en las que se comparaba el color de los labios con el coral marino que vestía de sangre marchita?, ¿Qué pasó con las composiciones que sugerían el momento amoroso de la máquina de discos que cantaba Estela Raval?, ¿Por qué se sepultó en el olvido temas que narraban cómo la dama colocaba la cabeza en el hombro del gentil caballero? Y así puedo continuar sugiriendo temas que, generación tras generación cantaban con respeto, gallardía o cursilería.

Y no se trata de que antes la sociedad fuera “mocha”, desentendida, hipócrita o “santurrona” como me lo dijo un joven recientemente. Simple y sencillamente había respeto, pues incluso al narrar un encuentro privado en una canción popular de mitad del siglo pasado, se denotaba el romanticismo y la honra del autor. Cito como ejemplo de lo arriba escrito al excelso Álvaro Carrillo quien escribió: “…Amor mío, tu rostro divino no sabe guardar secretos de amor. Ya me dijo que estoy en la gloria de tu intimidad”.

Es preocupante porque ese tipo de información mediática es la que están consumiendo nuestros jóvenes. Sobre ese tipo de mensajes es que se sustentará la generación del futuro inmediato, y pareciera no importarle a nadie. La sociedad ha aceptado esta “evolución musical” sin darse cuenta de que los intereses comerciales y la carencia de principios están acabando con una de las manifestaciones más prístinas de la imaginación humana. La pregunta es ¿A dónde vamos a llegar?

¡Y hasta aquí! Pues, como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

Permítame, gentil amigo lector, antes de que el título de la entrega de este día se preste a malentendidos y cause escozor o mella en el ánimo de amigos y familiares que se dedican a la más bella de las expresiones artísticas, decirle que el término “agoné” refiere, etimológicamente, a la lucha por no morir, por no fallecer.

Y, aunque en un primer momento se pudiera pensar que encauzaré el tema para describir las calamidades que en el último año han estado viviendo los agremiados a esta labor, por la prohibición de fiestas, convivios y suspensión de cualquier evento público amenizado por algún conjunto musical, debo confesarle que, en esta ocasión, quizá se pueda comprender el contenido de estos renglones si se ve desde una perspectiva cultural y hasta comercial.

Recientemente tuve que caminar por las calles del centro de Tampico. Recorrí los paseos peatonales y buena parte del sector comercial. Mis pasos me llevaron hasta el nuevo mercado municipal y admiré la armonía que tienen, en su conjunto, la plaza “Hijas de Tampico”, la Aduana marítima, la estación de ferrocarril y el nuevo decorado de los amigos que ofrecen la tradicional torta de la barda.

Me habían comentado de un mural dedicado a Pedro Infante colocado en la zona de tolerancia de “El Triángulo”, así que me dirigí hasta allá. Debo reconocer que, a pesar de que ese sector conserva la esencia que le caracteriza, los enormes macetones de bugambilias y los decorados de las fachadas le dan un toque de alegría que le hacía falta.

Retorné para subir por el acceso de “Los Alemanes” y llegué, nuevamente, a la zona cero de la ciudad, fue entonces cuando, tristemente, en lugar de oír la marimba con sus sones inundando el ambiente, escuché, proveniente de una bocina, apuntando a la calle desde el interior de un local de bisutería, una serie de ruidos que intentaban ser música entre los que un individuo “recitaba” –no puedo decir que cantaba– una serie de versos soeces, majaderos y nauseabundos.

En esas estrofas, el hombre aquel describía de la manera más insultante y cobarde cómo había convencido a una señorita para mantener relaciones sexuales. Y, como si fuera una gracejada, en cada uno de los renglones repetía una o dos majaderías a manera de sello distintivo de la inmundicia, no solo de su “canto”, sino de su calidad como ser humano.

En el pórtico del local estaban dos jovencitas uniformadas con el logotipo del negocio en cuestión, “bailando” animosamente el ritmo aquel. Flexionaban las rodillas, agitaban la cabeza y subían y bajaban los brazos, siguiendo el compás marcado por el golpeteo electrónico. Al cruzar frente a ellas, pude escuchar que una se congratulaba por la nueva canción de una manera que no puedo reproducir en este espacio. La otra asintió y mostró su acuerdo con palabras igual de altisonantes.

Lo más sorprendente es que en por lo menos tres locales más, se repetía el mismo patrón. La bocina apuntando a la calle, con un volumen impropio, reproduciendo piezas “musicales” que le causarían un síncope a Euterpe y cuyas letras daban cuenta de la lascivia, la promiscuidad y la bajeza que impera en nuestros días para referirse al género humano.

Más lamentable fue que, mientras salía del sector de comercios del centro para adentrarme al habitacional, este fenómeno se refrendaba ahora desde el interior de los hogares. Supongo que dicha situación obedece a que la población estudiantil no está yendo a las aulas y consumen dicha información en sus sendas casas.

Seguramente, amigo que tiene en sus manos en este momento un ejemplar de El Sol de Tampico, ya sabrá a qué género me refiero. No lo escribo por no ofender a los seguidores de este. Cuando quise buscar un concepto que describiera este tipo de “información” encontré el de “pornografía musical”, empero, este servidor considera que sería mejor el término “pornografía auditiva”, porque, dicho sea con todo respeto, ese ritmo que se escucha hoy podrá ser todo, menos música.

Lo que más me llamó la atención, además del gran número de jóvenes que son seguidores de este tipo de ritmos y contenidos, es que no es exclusivo de “artistas” masculinos, sino que hay damas quienes también forman parte de esta camada de “cantantes de la nueva ola” y desde la perspectiva de su género expresan, de forma grotesca, temáticas similares a la expuesta en renglones arriba.

¿En dónde quedaron las pretensiones románticas y poéticas de Agustín Lara en las que se comparaba el color de los labios con el coral marino que vestía de sangre marchita?, ¿Qué pasó con las composiciones que sugerían el momento amoroso de la máquina de discos que cantaba Estela Raval?, ¿Por qué se sepultó en el olvido temas que narraban cómo la dama colocaba la cabeza en el hombro del gentil caballero? Y así puedo continuar sugiriendo temas que, generación tras generación cantaban con respeto, gallardía o cursilería.

Y no se trata de que antes la sociedad fuera “mocha”, desentendida, hipócrita o “santurrona” como me lo dijo un joven recientemente. Simple y sencillamente había respeto, pues incluso al narrar un encuentro privado en una canción popular de mitad del siglo pasado, se denotaba el romanticismo y la honra del autor. Cito como ejemplo de lo arriba escrito al excelso Álvaro Carrillo quien escribió: “…Amor mío, tu rostro divino no sabe guardar secretos de amor. Ya me dijo que estoy en la gloria de tu intimidad”.

Es preocupante porque ese tipo de información mediática es la que están consumiendo nuestros jóvenes. Sobre ese tipo de mensajes es que se sustentará la generación del futuro inmediato, y pareciera no importarle a nadie. La sociedad ha aceptado esta “evolución musical” sin darse cuenta de que los intereses comerciales y la carencia de principios están acabando con una de las manifestaciones más prístinas de la imaginación humana. La pregunta es ¿A dónde vamos a llegar?

¡Y hasta aquí! Pues, como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.