/ viernes 15 de octubre de 2021

Con café y a media luz | La deconstrucción social en la digitalidad

Cuando Jacques Derrida acuñó el término, nunca se imaginó que tal figura de pensamiento se desbordaría tantos años después, migrando de la filosofía posestructuralista a la sociología contemporánea y que, gracias a un artilugio ajeno al mero quehacer pensante de un individuo, llamaría a un replanteamiento de la visión que tiene el latinoamericano sobre sí mismo.

Este fenómeno, en particular, lo hemos visto en los últimos días y se ha evidenciado cada vez más gracias a las redes sociales.

En ningún momento es mi intención hablar en este espacio de los beneficios que la tecnología moderna ha traído a nuestra vida, considero que para ello está un experto como Eduardo de la Torre, quien comparte su visión y su conocimiento en estas mismas páginas de EL SOL DE TAMPICO y, mucho menos, persigo el ponerme a la altura de otros colaboradores de este matutino como César Fentanes o Mario Alberto Gámez – ambos amigos de este servidor – cuya labor y perspectiva de la sociedad desde el mundo del derecho y del periodismo, respectivamente, los convierte en verdaderos líderes de opinión.

En realidad, lo que le comparto en la entrega de este día, parte de dos fenómenos que, aunque distantes, nos llevan a un lugar común en el imaginario colectivo latinoamericano en torno a la figura del México y del mexicano; de sus usos y costumbres, así como de sus hábitos y aficiones.

En ese espacio que le describo, curiosamente, reina el desprecio, el odio y la sinrazón y, dichos sentimientos, se ven impulsados y fortalecidos por el internet y los aparatos “inteligentes”, trazando nuevas líneas divisorias en lugares que no debería ser.

Más allá de las fronteras geográficas que ahora se desdibujan gracias a la digitalización de los entornos como parte de la globalización, los límites marcados por el respeto, la empatía y la cordura se vienen perdiendo en esta nueva construcción de una sociedad en la que la rivalidad es la premisa fundamental para redefinirse en esta primera etapa del nuevo siglo.

Usted recordará cómo a Miriam, de origen hondureño, al llegar a México se le ofreció en un albergue establecido por el gobierno federal, una porción de comida, el cual fue despreciado por la dama y, acto seguido, publicó a través de su teléfono que en su país “los frijoles eran para los chanchos”.

La mujer llegó a la unión americana de manera ilegal sólo para ser detenida por asalto a mano armada y, posteriormente, deportada. Ahora, en su país natal, es conductora de televisión y se autonombra empresaria, al tener un negocio de tamales. No dista mucho de la realidad muchas amas de casa de nuestro país.

Este hecho que pareció aislado en aquel momento ha venido incrementando su incidencia y, en los últimos diez días, hemos sido testigos de desprecios, insultos, ataques y hasta amenazas recurrentes a aquello considerado como representativo de la mexicanidad, como si la concepción de nuestra nación estuviera más cercana a la que tuvieron los norteamericanos en los años setenta y parte de los ochenta cuando, por todos lados, se podía leer la frase “Yankees go home”.

Con la llegada de los haitianos, el gobierno y sociedad civil han encausado sus esfuerzos para, de alguna manera, atender lo más humanitariamente posible a los trotamundos de aquel país que buscan llegar a territorio estadounidense.

Asistencia médica, jurídica y social han sido puestas a disposición de ellos en cada etapa de su trayecto; las asociaciones civiles se han preocupado por dotarlos de cobijas, ropa y alimentos, aunque estos últimos fueran tortas de frijoles, queso y aguacate.

Y, curiosamente, los visitantes de una de las naciones con las economías más discretas del mundo rechazaron las 250 tortas asegurando que “no comen frijoles”. Los productos fueron recogidos por los miembros de la agrupación en cuestión y llevados a un nosocomio cercano al lugar en el que se encontraban los haitianos. Sigo sin comprender este replanteamiento de la necesidad y el rechazo al satisfactor.

Las redes sociales nuevamente se sacudieron hace cuatro días cuando un “influencer” – perdone usted el término – ocupó una de sus cuentas sociales de videos rápidos para declarar, mientras enfocaba una nopalera, que ese era el alimento de los mexicanos y, posteriormente, lanzar una tanda de ofensas y etiquetas despreciables a causa del vegetal que es tan común en la dieta de cada uno de nosotros.

¿A qué obedece este marcado rencor? Y ¿Por qué aprovechar las redes sociales para divulgar el desprecio y no llamar a la hermandad y al respeto? Quizá los buenos deseos y las buenas voluntades venden menos o son menos interesantes de atender.

El último detalle ocurrió en fechas más recientes a causa del juego “amistoso” entre México y El Salvador, en el que los aficionados de aquella nación acudieron a recibir al equipo tricolor únicamente para recitar una serie terrible de agravios, frases peyorativas e insultos de carácter racial.

Haitianos, panameños, hondureños y salvadoreños – así como los hermanos de otras naciones – ven su paso obligado por tierra mexicana para cumplir su meta de llegar al país de “las barras y las estrellas” y muchos de ellos cuando observan la oportunidad de prosperar aquí, olvidan por completo la idea de llegar más allá de la frontera norte. Tampico es, recién, testigo de lo que escribo en estas líneas.

La pregunta entonces es ¿De dónde viene la animadversión? ¿A dónde nos llevará la fragmentación de la identidad latina que antes nos volvía una sola comunidad ante el mundo? ¿Estará México llegando al paradigma del limbo geográfico de refrán aquel que decía “ni de aquí ni de allá?

En resumen, las fronteras no cambian ni se mueven, es el latino que, en el imaginario, abunda en su verborrea querellante, la razón y la consecuencia de un sino malogrado.

Cuando Jacques Derrida acuñó el término, nunca se imaginó que tal figura de pensamiento se desbordaría tantos años después, migrando de la filosofía posestructuralista a la sociología contemporánea y que, gracias a un artilugio ajeno al mero quehacer pensante de un individuo, llamaría a un replanteamiento de la visión que tiene el latinoamericano sobre sí mismo.

Este fenómeno, en particular, lo hemos visto en los últimos días y se ha evidenciado cada vez más gracias a las redes sociales.

En ningún momento es mi intención hablar en este espacio de los beneficios que la tecnología moderna ha traído a nuestra vida, considero que para ello está un experto como Eduardo de la Torre, quien comparte su visión y su conocimiento en estas mismas páginas de EL SOL DE TAMPICO y, mucho menos, persigo el ponerme a la altura de otros colaboradores de este matutino como César Fentanes o Mario Alberto Gámez – ambos amigos de este servidor – cuya labor y perspectiva de la sociedad desde el mundo del derecho y del periodismo, respectivamente, los convierte en verdaderos líderes de opinión.

En realidad, lo que le comparto en la entrega de este día, parte de dos fenómenos que, aunque distantes, nos llevan a un lugar común en el imaginario colectivo latinoamericano en torno a la figura del México y del mexicano; de sus usos y costumbres, así como de sus hábitos y aficiones.

En ese espacio que le describo, curiosamente, reina el desprecio, el odio y la sinrazón y, dichos sentimientos, se ven impulsados y fortalecidos por el internet y los aparatos “inteligentes”, trazando nuevas líneas divisorias en lugares que no debería ser.

Más allá de las fronteras geográficas que ahora se desdibujan gracias a la digitalización de los entornos como parte de la globalización, los límites marcados por el respeto, la empatía y la cordura se vienen perdiendo en esta nueva construcción de una sociedad en la que la rivalidad es la premisa fundamental para redefinirse en esta primera etapa del nuevo siglo.

Usted recordará cómo a Miriam, de origen hondureño, al llegar a México se le ofreció en un albergue establecido por el gobierno federal, una porción de comida, el cual fue despreciado por la dama y, acto seguido, publicó a través de su teléfono que en su país “los frijoles eran para los chanchos”.

La mujer llegó a la unión americana de manera ilegal sólo para ser detenida por asalto a mano armada y, posteriormente, deportada. Ahora, en su país natal, es conductora de televisión y se autonombra empresaria, al tener un negocio de tamales. No dista mucho de la realidad muchas amas de casa de nuestro país.

Este hecho que pareció aislado en aquel momento ha venido incrementando su incidencia y, en los últimos diez días, hemos sido testigos de desprecios, insultos, ataques y hasta amenazas recurrentes a aquello considerado como representativo de la mexicanidad, como si la concepción de nuestra nación estuviera más cercana a la que tuvieron los norteamericanos en los años setenta y parte de los ochenta cuando, por todos lados, se podía leer la frase “Yankees go home”.

Con la llegada de los haitianos, el gobierno y sociedad civil han encausado sus esfuerzos para, de alguna manera, atender lo más humanitariamente posible a los trotamundos de aquel país que buscan llegar a territorio estadounidense.

Asistencia médica, jurídica y social han sido puestas a disposición de ellos en cada etapa de su trayecto; las asociaciones civiles se han preocupado por dotarlos de cobijas, ropa y alimentos, aunque estos últimos fueran tortas de frijoles, queso y aguacate.

Y, curiosamente, los visitantes de una de las naciones con las economías más discretas del mundo rechazaron las 250 tortas asegurando que “no comen frijoles”. Los productos fueron recogidos por los miembros de la agrupación en cuestión y llevados a un nosocomio cercano al lugar en el que se encontraban los haitianos. Sigo sin comprender este replanteamiento de la necesidad y el rechazo al satisfactor.

Las redes sociales nuevamente se sacudieron hace cuatro días cuando un “influencer” – perdone usted el término – ocupó una de sus cuentas sociales de videos rápidos para declarar, mientras enfocaba una nopalera, que ese era el alimento de los mexicanos y, posteriormente, lanzar una tanda de ofensas y etiquetas despreciables a causa del vegetal que es tan común en la dieta de cada uno de nosotros.

¿A qué obedece este marcado rencor? Y ¿Por qué aprovechar las redes sociales para divulgar el desprecio y no llamar a la hermandad y al respeto? Quizá los buenos deseos y las buenas voluntades venden menos o son menos interesantes de atender.

El último detalle ocurrió en fechas más recientes a causa del juego “amistoso” entre México y El Salvador, en el que los aficionados de aquella nación acudieron a recibir al equipo tricolor únicamente para recitar una serie terrible de agravios, frases peyorativas e insultos de carácter racial.

Haitianos, panameños, hondureños y salvadoreños – así como los hermanos de otras naciones – ven su paso obligado por tierra mexicana para cumplir su meta de llegar al país de “las barras y las estrellas” y muchos de ellos cuando observan la oportunidad de prosperar aquí, olvidan por completo la idea de llegar más allá de la frontera norte. Tampico es, recién, testigo de lo que escribo en estas líneas.

La pregunta entonces es ¿De dónde viene la animadversión? ¿A dónde nos llevará la fragmentación de la identidad latina que antes nos volvía una sola comunidad ante el mundo? ¿Estará México llegando al paradigma del limbo geográfico de refrán aquel que decía “ni de aquí ni de allá?

En resumen, las fronteras no cambian ni se mueven, es el latino que, en el imaginario, abunda en su verborrea querellante, la razón y la consecuencia de un sino malogrado.