/ miércoles 19 de febrero de 2020

Con café y a media luz | La diferencia en una igual realidad

Como si se tratara de una nueva versión de una película mal contada. “Remakes”, creo que hoy les llaman. Observé a través de algunos medios masivos de comunicación nacional, el acercamiento que tuvo el Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Andrés Manuel López Obrador, con el poder del sindicalismo mexicano.

¡Podría jurar que vi entre la muchedumbre – como si fuera una serie televisiva de fantasmagóricas apariciones – a las sombras pretenciosas de Fidel Velázquez, Leonardo Rodríguez Alcaine y Joaquín Gamboa Pascoe quienes, como guardianes recelosos del poder que atesoraron, observaban el acercamiento entre las figuras del poder ejecutivo de la unión y “la fuerza más viva de México”!

Pedro Haces, delegado de la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México, CATEM por sus siglas, celebró un aniversario más de vida del organismo y tuvo como invitado de honor al jefe del estado mexicano quien, a la vieja usanza del priismo de los ochentas, aprovechó el magno escenario que representa la nueva Arena Ciudad de México, para lanzar un mensaje en el que, entre otras cosas, tocó temas de interés para la vida del trabajador.

Los aplausos fueron ensordecedores cuando ambas figuras estrecharon sus manos. Tal y como ocurrió cuando hicieron lo propio don Fidel y Carlos Salinas o Ernesto Zedillo; Felipe Calderón y Joaquín Gamboa. No hubo diferencia en el ambiente, solo, como lo dije al principio, cambiaron los protagonistas en este “refrito” de una historia ya vista por los ojos de los mexicanos.

Lo anterior me obligó a plantearme una pregunta que hasta el momento en el que pongo a su amable dispensa la entrega de este día, me mantiene inquieto: ¿De verdad estamos viviendo una etapa política y social distintas, derivada de un gobierno de izquierda cuya percepción del bienestar está fundamentada en la erradicación de la corrupción gracias a la postura de una “autoridad moral” emanada directamente del poder ejecutivo?

Y es que, si repasamos un poco los datos que giran en torno a la figura del tabasqueño y los argumentos usados durante su campaña que le hicieron merecedor de la confianza de 30 millones de mexicanos, nos daremos cuenta que, como ningún otro presidente en la historia democrática de nuestro país, AMLO goza de una preferencia y un poder político innegables.

Simplemente, los sufragios que le favorecieron en las urnas, representan el cincuenta por ciento del padrón registrado ante el Instituto Nacional Electoral, en tanto que el resto se dividió entre los candidatos del PRI, el PAN y el independiente. Nada pudieron hacer los adversarios en contra del líder de MORENA y protagonista de la que él mismo llama la cuarta transformación.

¿Quién como él? Que tiene la mayoría del congreso a su favor para que las iniciativas de ley marchen “sobre caballo de hacienda” y puedan convertirse en una realidad jurídica más temprano que tarde para la conveniencia de filosofía del gobernante.

Esos factores vuelven tangible el argumento de “la diferencia”. No obstante, de la noche a la mañana, observamos, cómo la historia se repite, los dichos de campaña se caen y los hechos contradicen a las palabras, a veces de manera cruda y radical y, en otras, de forma sutil y parcial.

Podemos recordar cosas como “Lo primero que haré al llegar al poder es vender el avión que no lo tiene ni Obama”, “A partir del primero de diciembre se acabará la corrupción”, “Ya no habrá delincuencia porque habrá bienestar”, “Creceremos hasta en un seis por ciento”, etcétera.

En materia de salud, seguridad, crecimiento económico, desarrollo e inversión, los datos proporcionados ponen de manifiesto una realidad que se vuelve el único – y severo – contrapeso del presidente López. El número de asesinatos, el incremento del fenómeno delincuencial organizado, el retroceso y posterior recesión económicos, un atropellado arranque de un instituto de salud, narran con frialdad un entorno muy distinto al que se oye en el discurso “de los otros datos”.

Quizá, para alcanzar la realidad que tanto se nos prometió es necesario recurrir a las viejas prácticas que tanto criticó el mandatario: Acercamiento con los líderes, consideración para con los trabajadores, programas clientelares y todo lo que permita, en un momento dado, mantener cerca a los protagonistas que den certeza en la continuidad al ejercicio morenista.

Algunos dirán que esto es parte de una estrategia para mermar la fuerza política de los incipientes partidos propiedad de la maestra y del expresidente, respectivamente. Honestamente, este servidor no cree que ninguno de estos escaparates le quiten el sueño al oriundo de Macuspana.

Volviendo al tema central, si esta reconversión a los viejos modos priistas fuera una realidad, ¿Cuál sería la diferencia sustancial de este presente?

Y no estoy poniendo a juicio la manera de gobernar pues, siempre lo he dicho, será el tiempo el que dictamine si el proceso benefició a la sociedad mexicana, pero es imposible hacer “ojos ciegos” ante una serie de acontecimientos que nos hacen revivir condiciones pasadas, de allí el porqué de la reflexión que hoy hacemos juntos, gentil amigo lector.

Si esta pregunta ha quedado sobre la mesa, espero que muy pronto nos tomemos una taza de café y, a media luz, compartamos nuestras conclusiones.

¡Y hasta aquí, pues como decía un periodista, el tiempo apremia y el espacio se agota!

Como si se tratara de una nueva versión de una película mal contada. “Remakes”, creo que hoy les llaman. Observé a través de algunos medios masivos de comunicación nacional, el acercamiento que tuvo el Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Andrés Manuel López Obrador, con el poder del sindicalismo mexicano.

¡Podría jurar que vi entre la muchedumbre – como si fuera una serie televisiva de fantasmagóricas apariciones – a las sombras pretenciosas de Fidel Velázquez, Leonardo Rodríguez Alcaine y Joaquín Gamboa Pascoe quienes, como guardianes recelosos del poder que atesoraron, observaban el acercamiento entre las figuras del poder ejecutivo de la unión y “la fuerza más viva de México”!

Pedro Haces, delegado de la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México, CATEM por sus siglas, celebró un aniversario más de vida del organismo y tuvo como invitado de honor al jefe del estado mexicano quien, a la vieja usanza del priismo de los ochentas, aprovechó el magno escenario que representa la nueva Arena Ciudad de México, para lanzar un mensaje en el que, entre otras cosas, tocó temas de interés para la vida del trabajador.

Los aplausos fueron ensordecedores cuando ambas figuras estrecharon sus manos. Tal y como ocurrió cuando hicieron lo propio don Fidel y Carlos Salinas o Ernesto Zedillo; Felipe Calderón y Joaquín Gamboa. No hubo diferencia en el ambiente, solo, como lo dije al principio, cambiaron los protagonistas en este “refrito” de una historia ya vista por los ojos de los mexicanos.

Lo anterior me obligó a plantearme una pregunta que hasta el momento en el que pongo a su amable dispensa la entrega de este día, me mantiene inquieto: ¿De verdad estamos viviendo una etapa política y social distintas, derivada de un gobierno de izquierda cuya percepción del bienestar está fundamentada en la erradicación de la corrupción gracias a la postura de una “autoridad moral” emanada directamente del poder ejecutivo?

Y es que, si repasamos un poco los datos que giran en torno a la figura del tabasqueño y los argumentos usados durante su campaña que le hicieron merecedor de la confianza de 30 millones de mexicanos, nos daremos cuenta que, como ningún otro presidente en la historia democrática de nuestro país, AMLO goza de una preferencia y un poder político innegables.

Simplemente, los sufragios que le favorecieron en las urnas, representan el cincuenta por ciento del padrón registrado ante el Instituto Nacional Electoral, en tanto que el resto se dividió entre los candidatos del PRI, el PAN y el independiente. Nada pudieron hacer los adversarios en contra del líder de MORENA y protagonista de la que él mismo llama la cuarta transformación.

¿Quién como él? Que tiene la mayoría del congreso a su favor para que las iniciativas de ley marchen “sobre caballo de hacienda” y puedan convertirse en una realidad jurídica más temprano que tarde para la conveniencia de filosofía del gobernante.

Esos factores vuelven tangible el argumento de “la diferencia”. No obstante, de la noche a la mañana, observamos, cómo la historia se repite, los dichos de campaña se caen y los hechos contradicen a las palabras, a veces de manera cruda y radical y, en otras, de forma sutil y parcial.

Podemos recordar cosas como “Lo primero que haré al llegar al poder es vender el avión que no lo tiene ni Obama”, “A partir del primero de diciembre se acabará la corrupción”, “Ya no habrá delincuencia porque habrá bienestar”, “Creceremos hasta en un seis por ciento”, etcétera.

En materia de salud, seguridad, crecimiento económico, desarrollo e inversión, los datos proporcionados ponen de manifiesto una realidad que se vuelve el único – y severo – contrapeso del presidente López. El número de asesinatos, el incremento del fenómeno delincuencial organizado, el retroceso y posterior recesión económicos, un atropellado arranque de un instituto de salud, narran con frialdad un entorno muy distinto al que se oye en el discurso “de los otros datos”.

Quizá, para alcanzar la realidad que tanto se nos prometió es necesario recurrir a las viejas prácticas que tanto criticó el mandatario: Acercamiento con los líderes, consideración para con los trabajadores, programas clientelares y todo lo que permita, en un momento dado, mantener cerca a los protagonistas que den certeza en la continuidad al ejercicio morenista.

Algunos dirán que esto es parte de una estrategia para mermar la fuerza política de los incipientes partidos propiedad de la maestra y del expresidente, respectivamente. Honestamente, este servidor no cree que ninguno de estos escaparates le quiten el sueño al oriundo de Macuspana.

Volviendo al tema central, si esta reconversión a los viejos modos priistas fuera una realidad, ¿Cuál sería la diferencia sustancial de este presente?

Y no estoy poniendo a juicio la manera de gobernar pues, siempre lo he dicho, será el tiempo el que dictamine si el proceso benefició a la sociedad mexicana, pero es imposible hacer “ojos ciegos” ante una serie de acontecimientos que nos hacen revivir condiciones pasadas, de allí el porqué de la reflexión que hoy hacemos juntos, gentil amigo lector.

Si esta pregunta ha quedado sobre la mesa, espero que muy pronto nos tomemos una taza de café y, a media luz, compartamos nuestras conclusiones.

¡Y hasta aquí, pues como decía un periodista, el tiempo apremia y el espacio se agota!