/ lunes 22 de marzo de 2021

Con café y a media luz | La otra nueva normalidad

El pasado fin de semana caminaba por las calles de la zona centro de la ciudad. Mis pasos me llevaron al punto que delimita la zona comercial con el pequeño sector habitacional que todavía forma parte de la llamada “zona cero” de Tampico. Una curiosa mezcla arquitectónica hace que, cada dos o tres casas, aún aparezca un pequeño espacio destinado a una actividad propia de la economía.

Así, lo mismo podemos ver estéticas, floristerías, renovadoras de calzado, ópticas y muchos otros micronegocios que sirven de sustento a las familias de nuestra conurbación y que, de alguna manera u otra, también colaboran con darle vida a este “cinturón” que rodea a la gran actividad comercial que le caracteriza al centro de la ciudad, conformada por almacenes, tiendas de prestigio, supermercados, zapaterías, restaurantes y hermosos hoteles.

Sin embargo, hubo un detalle que me llamó poderosamente la atención y que es motivo de la entrega que este día pongo a sus amables consideración y dispensa, gentil amigo lector.

Al caminar por la calle Venustiano Carranza, a unos cuantos metros de llegar a la esquina que forma con la calle Cristóbal Colón, observé a tres jóvenes formando un corrillo que invadía toda la banqueta. Sin atender, ni hacer juicio alguno por la vestimenta que portaban y que me podía haber dado luz sobre sus hábitos y conductas, decidí continuar con mi marcha.

Hago la aclaración de la vestimenta porque, según la moda de los jóvenes, dicho sea, con todo respeto, ahora es “bien visto” entre ellos, el vestirse como lo que antes, usted y yo, hubiéramos calificado de “delincuentes”. Esta adopción de estilos es parte de esa “nueva normalidad social” a la que nos hemos tenido que acostumbrar.

Mientras me acercaba al grupo aquel, un extraño olor empezó a invadir el ambiente. Ese aroma, en instantes, se convirtió en una pestilencia que emanaba del trío que abarcaba la totalidad del espacio para transitar. Por instinto, quizá, les observé las manos y me di cuenta cómo compartían alegremente lo que parecía ser un cigarro. No obstante, el olor que se desprendía de aquel objeto distaba mucho del que despide el tabaco.

“Allá en Altamira un policía me revisó, pero no me encontró nada y me dejó ir”, dijo uno de ellos en tono entre animoso y retador que denotaba una actitud de heroica presunción para con sus camaradas. Yo estaba ya muy cerca de ellos; hubiera querido cambiar de acera, empero me resultó imposible por los vehículos que se desplazaban por la arteria.

Otro más apuró a decir “…Pues a mí sí me la encontraron, pero le dije que era para mi consumo personal y que, además, yo andaba bien tranquilo sin meterme con nadie. Al fin que ahora ya se puede fumar y no tienen por qué quitártela, ni pueden meterse con uno…” Para ese momento, este servidor solo pudo decir “Con su permiso” y me atravesé por mitad del grupo mientras retenía la respiración. Ninguno me contestó y tampoco se apartaron un poco para que pudiera avanzar con mayor libertad.

Fue entonces que pensé “Todos estamos preocupados por adaptarnos a una nueva normalidad de carácter sanitario que incluye el uso del cubreboca, respetar la distancia entre personas, no saludar de mano y cubrirse la cara con el antebrazo al momento de estornudar, pero ¿Quién se está preocupando de esta otra normalidad jurídico-social en la que los vicios y las adicciones parecieran no solo ser aceptados, sino hasta promovidos y adoptados por las nuevas generaciones?”

Considero, salvo su mejor opinión, mi buen amigo que esta mañana tiene en sus manos un ejemplar de El Sol de Tampico, que la pieza fundamental está en las familias como ejemplo y núcleo del “deber ser”, en bien de las generaciones que, el día de mañana, serán los adultos responsables, honestos y trabajadores sobre los que caerá el compromiso de tomar las mejores decisiones para nuestra comunidad.

Y digo lo anterior con base en un ejemplo que le comparto a manera de pregunta. Usted recordará cuando antes, en las primarias y en el hogar, se nos explicaban las consecuencias de consumir sustancias nocivas, esto cuando dicha acción todavía era considerada un delito y aun así muchos caían en las redes de los vicios, ¿Se imagina ahora que hay un reblandecimiento en la interpretación de las leyes en este tenor de la producción y el consumo personal de la mariguana?

Le ofrezco una disculpa antes de proseguir con este párrafo, pues en ningún momento es mi interés justificar dichas conductas. Antes, por lo menos, aquel que deseaba consumir este tipo de elementos, procuraba hacerlo en la intimidad de su hogar. No se exponía y tampoco lo presumía. Hoy, como en el ejemplo que escribo, hay algunos que se pavonean en las calles y banquetas de nuestras ciudades. Se “elevan” con la sustancia y también con las actitudes de superioridad por verse intocables por las figuras de autoridad y se congratulan de que “son libres” para prodigar el consumo.

Insisto, ¿Cómo se le dirá a un menor que ese aroma que ahora se puede encontrar por las calles, es indicio de una conducta que, aunque permitida es antisocial y contraria a las buenas costumbres y los sanos hábitos? Hoy las familias deben estar más unidas que nunca, practicar los valores, realizar actividades en conjunto en el que los padres sean el mejor ejemplo de los hijos, aunque no se pueda salir. En este momento nosotros, como adultos, estamos siendo responsables de los adultos del futuro, por favor, hagamos el mejor de los esfuerzos y construyamos personas sanas, educadas y honestas para esa nueva normalidad que, pareciera, estamos pasando por alto.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

El pasado fin de semana caminaba por las calles de la zona centro de la ciudad. Mis pasos me llevaron al punto que delimita la zona comercial con el pequeño sector habitacional que todavía forma parte de la llamada “zona cero” de Tampico. Una curiosa mezcla arquitectónica hace que, cada dos o tres casas, aún aparezca un pequeño espacio destinado a una actividad propia de la economía.

Así, lo mismo podemos ver estéticas, floristerías, renovadoras de calzado, ópticas y muchos otros micronegocios que sirven de sustento a las familias de nuestra conurbación y que, de alguna manera u otra, también colaboran con darle vida a este “cinturón” que rodea a la gran actividad comercial que le caracteriza al centro de la ciudad, conformada por almacenes, tiendas de prestigio, supermercados, zapaterías, restaurantes y hermosos hoteles.

Sin embargo, hubo un detalle que me llamó poderosamente la atención y que es motivo de la entrega que este día pongo a sus amables consideración y dispensa, gentil amigo lector.

Al caminar por la calle Venustiano Carranza, a unos cuantos metros de llegar a la esquina que forma con la calle Cristóbal Colón, observé a tres jóvenes formando un corrillo que invadía toda la banqueta. Sin atender, ni hacer juicio alguno por la vestimenta que portaban y que me podía haber dado luz sobre sus hábitos y conductas, decidí continuar con mi marcha.

Hago la aclaración de la vestimenta porque, según la moda de los jóvenes, dicho sea, con todo respeto, ahora es “bien visto” entre ellos, el vestirse como lo que antes, usted y yo, hubiéramos calificado de “delincuentes”. Esta adopción de estilos es parte de esa “nueva normalidad social” a la que nos hemos tenido que acostumbrar.

Mientras me acercaba al grupo aquel, un extraño olor empezó a invadir el ambiente. Ese aroma, en instantes, se convirtió en una pestilencia que emanaba del trío que abarcaba la totalidad del espacio para transitar. Por instinto, quizá, les observé las manos y me di cuenta cómo compartían alegremente lo que parecía ser un cigarro. No obstante, el olor que se desprendía de aquel objeto distaba mucho del que despide el tabaco.

“Allá en Altamira un policía me revisó, pero no me encontró nada y me dejó ir”, dijo uno de ellos en tono entre animoso y retador que denotaba una actitud de heroica presunción para con sus camaradas. Yo estaba ya muy cerca de ellos; hubiera querido cambiar de acera, empero me resultó imposible por los vehículos que se desplazaban por la arteria.

Otro más apuró a decir “…Pues a mí sí me la encontraron, pero le dije que era para mi consumo personal y que, además, yo andaba bien tranquilo sin meterme con nadie. Al fin que ahora ya se puede fumar y no tienen por qué quitártela, ni pueden meterse con uno…” Para ese momento, este servidor solo pudo decir “Con su permiso” y me atravesé por mitad del grupo mientras retenía la respiración. Ninguno me contestó y tampoco se apartaron un poco para que pudiera avanzar con mayor libertad.

Fue entonces que pensé “Todos estamos preocupados por adaptarnos a una nueva normalidad de carácter sanitario que incluye el uso del cubreboca, respetar la distancia entre personas, no saludar de mano y cubrirse la cara con el antebrazo al momento de estornudar, pero ¿Quién se está preocupando de esta otra normalidad jurídico-social en la que los vicios y las adicciones parecieran no solo ser aceptados, sino hasta promovidos y adoptados por las nuevas generaciones?”

Considero, salvo su mejor opinión, mi buen amigo que esta mañana tiene en sus manos un ejemplar de El Sol de Tampico, que la pieza fundamental está en las familias como ejemplo y núcleo del “deber ser”, en bien de las generaciones que, el día de mañana, serán los adultos responsables, honestos y trabajadores sobre los que caerá el compromiso de tomar las mejores decisiones para nuestra comunidad.

Y digo lo anterior con base en un ejemplo que le comparto a manera de pregunta. Usted recordará cuando antes, en las primarias y en el hogar, se nos explicaban las consecuencias de consumir sustancias nocivas, esto cuando dicha acción todavía era considerada un delito y aun así muchos caían en las redes de los vicios, ¿Se imagina ahora que hay un reblandecimiento en la interpretación de las leyes en este tenor de la producción y el consumo personal de la mariguana?

Le ofrezco una disculpa antes de proseguir con este párrafo, pues en ningún momento es mi interés justificar dichas conductas. Antes, por lo menos, aquel que deseaba consumir este tipo de elementos, procuraba hacerlo en la intimidad de su hogar. No se exponía y tampoco lo presumía. Hoy, como en el ejemplo que escribo, hay algunos que se pavonean en las calles y banquetas de nuestras ciudades. Se “elevan” con la sustancia y también con las actitudes de superioridad por verse intocables por las figuras de autoridad y se congratulan de que “son libres” para prodigar el consumo.

Insisto, ¿Cómo se le dirá a un menor que ese aroma que ahora se puede encontrar por las calles, es indicio de una conducta que, aunque permitida es antisocial y contraria a las buenas costumbres y los sanos hábitos? Hoy las familias deben estar más unidas que nunca, practicar los valores, realizar actividades en conjunto en el que los padres sean el mejor ejemplo de los hijos, aunque no se pueda salir. En este momento nosotros, como adultos, estamos siendo responsables de los adultos del futuro, por favor, hagamos el mejor de los esfuerzos y construyamos personas sanas, educadas y honestas para esa nueva normalidad que, pareciera, estamos pasando por alto.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.