/ viernes 23 de abril de 2021

Con café y a media luz | Lo que costaron los lujos

En el año de 1997, quizá 1998, el agua potable que se distribuía en Tampico y Ciudad Madero comenzó a despedir un olor nauseabundo. De repente, el vital líquido con el que se lavaban los trastes, se aseaba la casa y se despercudía la ropa emitía una pestilencia a pescado muerto, la cual, en segundos, inundaba toda una casa habitación de interés social.

¡Ni qué decir al momento de bañarse, lavarse las manos o tratar de enjuagarse la boca! Tampiqueños y maderenses debíamos recurrir al uso de agua de garrafón destinada a la ingesta para suplir al elemento que, pomposamente, se le ha atribuido el nombre de “potable”, como mero sello comercial, y así satisfacer las necesidades de higiene que le detallé al inicio del presente párrafo.

Recuerdo con claridad cómo en varios sectores habitacionales de la zona se podía observar a los padres de familia revisando los tinacos de casas y edificios pensando en que, tal vez, un animal se quedó atorado en el interior del recipiente y, allí, había empezado el proceso de descomposición. Sin embargo, nunca se encontró hallazgo alguno que arrojara una explicación que diera luz sobre lo que acontecía.

Fueron tres o cuatro días después que las autoridades en turno dieron la explicación a los medios de comunicación y pidieron la calma y la comprensión a la ciudadanía, prometiendo que en ese mismo día quedaría solucionado el problema ya que, afortunadamente, lo que sobraba en esta zona del país era agua.

La administración pública municipal de aquel tiempo ordenó a través de las dependencias correspondientes -incluido el heroico Cuerpo de Bomberos de Tampico- que se abrieran los hidrantes de algunos sectores para que toda el agua contaminada se vaciara de las tuberías y pudiera circular aquella que estuviera ajena a la fetidez que había ocasionado el malestar y los posteriores reclamos de los ciudadanos.

Y, tal y como lo habían prometido, lugares como el centro de la ciudad sirvieron para desahogar el líquido y el problema. Las principales calles del primer cuadro olieron durante esa tarde igual que las zonas aledañas a la Laguna del Carpintero en la década de los 70 y 80. El problema concluyó y nadie se preocupó en aquel entonces por los millones de litros desperdiciados porque, como dijeron en esa última etapa del siglo pasado, ¡aquí lo que sobra es agua!

Hoy, un cuarto de siglo después aparece un nuevo fenómeno en las tuberías que transportan el fluido al interior de los hogares, mismo que está ocurriendo porque, aunque usted no lo crea, gentil amigo lector, el agua se está terminando en el sistema lagunario del sur de Tamaulipas.

Seguramente usted se habrá percatado de un aroma extraño proveniente de la tubería y, quizá, al momento de bañarse o de lavarse los dientes y la boca habrá percibido un sabor a agua de mar. La razón es que debido a los bajos niveles que presentan los recipientes naturales, el líquido del océano está vertiéndose en ellos.

Lo anterior, sin duda alguna, cambiará las condiciones químicas del vital líquido y, a la postre, el salitre será un factor determinante que alterará no solo el proceso de potabilización, sino que, además, será un elemento de corrosión que dañará la maquinaria de Comapa y las tuberías de los hogares de Tampico, Ciudad Madero y Altamira.

¡Debemos ser claros! ¡Ya no hay agua! ¡Nos la acabamos!

Estamos enfrentando un desabasto terrible por la irresponsabilidad social y la poca conciencia ciudadana, sin contar el “natural” crecimiento poblacional, situación que trae consigo el aumento de la mancha urbana y, por ende, la deforestación y, como usted y yo lo sabemos, gentil amigo lector, al haber menos árboles pues hay menos lluvias.

Asimismo, también se debe señalar la responsabilidad que recae en los miembros del sector agrícola quienes, ante la necesidad de tener un mayor espacio para tierras de cultivo, se ven obligados a talar árboles de manera inmoderada, disminuyendo considerablemente la posibilidad de precipitaciones pluviales en la región.

Es imperativo que los tres niveles de gobierno y la sociedad nos demos a la tarea de remediar el daño que le hemos hecho al medio ambiente. El paso urgente es la siembra de árboles de variedades endémicas que puedan adaptarse y desarrollarse de manera rápida en los parques de la zona. De igual manera, las familias pueden contar con especies de pequeñas dimensiones en macetones que les permitan enfriar su entorno. Y a la vez, impulsar el uso racional y responsable del agua, economizando en la medida de las posibilidades de cada hogar.

Si por el contrario, no adoptamos rápidamente esas medidas, antes de lo que nos imaginamos nos estaremos enfrentando a otro tipo de condiciones como los tandeos o los cortes diarios en diversos sectores hasta que se regularice la situación, si es que algún día se llega a regularizar.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

En el año de 1997, quizá 1998, el agua potable que se distribuía en Tampico y Ciudad Madero comenzó a despedir un olor nauseabundo. De repente, el vital líquido con el que se lavaban los trastes, se aseaba la casa y se despercudía la ropa emitía una pestilencia a pescado muerto, la cual, en segundos, inundaba toda una casa habitación de interés social.

¡Ni qué decir al momento de bañarse, lavarse las manos o tratar de enjuagarse la boca! Tampiqueños y maderenses debíamos recurrir al uso de agua de garrafón destinada a la ingesta para suplir al elemento que, pomposamente, se le ha atribuido el nombre de “potable”, como mero sello comercial, y así satisfacer las necesidades de higiene que le detallé al inicio del presente párrafo.

Recuerdo con claridad cómo en varios sectores habitacionales de la zona se podía observar a los padres de familia revisando los tinacos de casas y edificios pensando en que, tal vez, un animal se quedó atorado en el interior del recipiente y, allí, había empezado el proceso de descomposición. Sin embargo, nunca se encontró hallazgo alguno que arrojara una explicación que diera luz sobre lo que acontecía.

Fueron tres o cuatro días después que las autoridades en turno dieron la explicación a los medios de comunicación y pidieron la calma y la comprensión a la ciudadanía, prometiendo que en ese mismo día quedaría solucionado el problema ya que, afortunadamente, lo que sobraba en esta zona del país era agua.

La administración pública municipal de aquel tiempo ordenó a través de las dependencias correspondientes -incluido el heroico Cuerpo de Bomberos de Tampico- que se abrieran los hidrantes de algunos sectores para que toda el agua contaminada se vaciara de las tuberías y pudiera circular aquella que estuviera ajena a la fetidez que había ocasionado el malestar y los posteriores reclamos de los ciudadanos.

Y, tal y como lo habían prometido, lugares como el centro de la ciudad sirvieron para desahogar el líquido y el problema. Las principales calles del primer cuadro olieron durante esa tarde igual que las zonas aledañas a la Laguna del Carpintero en la década de los 70 y 80. El problema concluyó y nadie se preocupó en aquel entonces por los millones de litros desperdiciados porque, como dijeron en esa última etapa del siglo pasado, ¡aquí lo que sobra es agua!

Hoy, un cuarto de siglo después aparece un nuevo fenómeno en las tuberías que transportan el fluido al interior de los hogares, mismo que está ocurriendo porque, aunque usted no lo crea, gentil amigo lector, el agua se está terminando en el sistema lagunario del sur de Tamaulipas.

Seguramente usted se habrá percatado de un aroma extraño proveniente de la tubería y, quizá, al momento de bañarse o de lavarse los dientes y la boca habrá percibido un sabor a agua de mar. La razón es que debido a los bajos niveles que presentan los recipientes naturales, el líquido del océano está vertiéndose en ellos.

Lo anterior, sin duda alguna, cambiará las condiciones químicas del vital líquido y, a la postre, el salitre será un factor determinante que alterará no solo el proceso de potabilización, sino que, además, será un elemento de corrosión que dañará la maquinaria de Comapa y las tuberías de los hogares de Tampico, Ciudad Madero y Altamira.

¡Debemos ser claros! ¡Ya no hay agua! ¡Nos la acabamos!

Estamos enfrentando un desabasto terrible por la irresponsabilidad social y la poca conciencia ciudadana, sin contar el “natural” crecimiento poblacional, situación que trae consigo el aumento de la mancha urbana y, por ende, la deforestación y, como usted y yo lo sabemos, gentil amigo lector, al haber menos árboles pues hay menos lluvias.

Asimismo, también se debe señalar la responsabilidad que recae en los miembros del sector agrícola quienes, ante la necesidad de tener un mayor espacio para tierras de cultivo, se ven obligados a talar árboles de manera inmoderada, disminuyendo considerablemente la posibilidad de precipitaciones pluviales en la región.

Es imperativo que los tres niveles de gobierno y la sociedad nos demos a la tarea de remediar el daño que le hemos hecho al medio ambiente. El paso urgente es la siembra de árboles de variedades endémicas que puedan adaptarse y desarrollarse de manera rápida en los parques de la zona. De igual manera, las familias pueden contar con especies de pequeñas dimensiones en macetones que les permitan enfriar su entorno. Y a la vez, impulsar el uso racional y responsable del agua, economizando en la medida de las posibilidades de cada hogar.

Si por el contrario, no adoptamos rápidamente esas medidas, antes de lo que nos imaginamos nos estaremos enfrentando a otro tipo de condiciones como los tandeos o los cortes diarios en diversos sectores hasta que se regularice la situación, si es que algún día se llega a regularizar.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.