/ lunes 24 de febrero de 2020

Con café y a media luz | Los criterios del Paro

La sociedad mexicana ha vivido, durante muchos años, con laceraciones de todo tipo y en diferentes órdenes. Las hay de carácter económico, cultural, ideológico y social. Algunas que han golpeado desde el exterior con una fuerza impía y otras que, en curioso contrasentido, emergen desde las entrañas de la comunidad. Y, como si esto no fuera poco, también hay otras que se convierten en un extraño ciclo interminable que ha dañado a la cosmogonía natural del tramado social.

Quizá el primer ejemplo histórico para la reflexión de este día sea la conquista española sobre los indígenas mexicas. No se trató solamente de un acto de violencia física. Sino una imposición cultural, la negación forzada a las deidades que regían al imaginario colectivo de la época y una sumisión ante un nuevo orden conformado por figuras desconocidas carentes de todo valor en ese entonces, pero que se debían asumir como “superiores”.

No me sorprende, pues, que, con tantos años de abuso, maltrato, humillaciones y vejaciones, un sector social haya decidido irse a un paro, pero no de labores - ¡Es más, creo que ese renglón es el de menos importancia! - Sino a sumergirse en una ausencia social que les permita encaminarse en otro frente para reclamar a gritos lo que en otros años y para otras personas, dependencias y autoridades, no fueron más que susurros.

Recién, una amiga mía, publicó en sus redes sociales las causas por las que apoyaba el movimiento. Debo reconocer que me sorprendió la cantidad de detalles de doloroso menosprecio y humillación por su condición de fémina, que una mujer, relativamente joven, puede albergar en su alma y en su memoria. Describió los tratos recibidos desde su infancia; las ofensas a su cuerpo cuando la pubertad anunció su llegada con los cambios propios de su figura y la negación de oportunidades en el entorno laboral y deportivo por el hecho de no ser varón.

Lo anterior me hizo preguntarme ¿Cuántas habrán pasado por lo mismo?, ¿Cuántas llegaron a la vejez en esas condiciones?, ¿Cuántas nacieron condenadas a vivir muriendo o morir sin haber vivido?

El tema es más delicado de lo que podemos suponer y está idealizado, generado y contextualizado fuera de círculos políticos, corrientes de poder o tendencias partidistas que busquen “desestabilizar” al país. ¿Que quizá haya oportunistas? Sí, tal vez. Pero no como lo ha hecho notar el presidente de los Estados Unidos Mexicanos. Ni siquiera con el cambio de opinión de Beatriz Gutiérrez, opinión de la que, por cierto, ya se desmarcó el mandatario mexicano.

Por lo anteriormente escrito, me sorprendió sobremanera el cierto aire de desestimación con el que AMLO tocó el tema, dejando entrever que en las filas de este síntoma social existe una fuerte tendencia contraria a él. Reitero, contraria a él y no precisamente a la metodología y corriente de gobierno que representa.

Me llamó la atención que, después de estas declaraciones, la señora esposa del jefe del estado mexicano, publicara en sus redes sociales un mensaje en el que le retiraba el apoyo ofrecido a este movimiento y, además, lanzó la etiqueta mediática “No al paro nacional”.

Por otro lado, no podemos hacer “ojos ciegos” a dos sectores sociales de mujeres que acompañarán de manera satelital a este movimiento y corren el riesgo de ser “desaprobados” por el mismo “feminismo” que es crespón de este paro del nueve de marzo, al no ser partícipes acordes al acontecer de ese día. Dicho fenómeno estaría descrito en la teoría de las identidades sociales fragmentadas.

El primero de estos sectores estaría conformado por las mujeres trabajadoras y autodependientes quienes, si no trabajan, no generan sus propios ingresos y, para muchas de ellas, el detener labores, aunque sea por un día, les representa una merma económica considerable y difícil – por no decir imposible - de subsanar; ya que no hay manera de recuperar ese dinero.

Y, en el otro, se agrupan las damas “golpistas” – porque también las hay – que integran las autollamadas “tribus urbanas” que no dejarían pasar la oportunidad de ocasionar daños materiales a negocios, vehículos, fachadas de oficinas y cuanta estructura física se cruce por su paso por el simple hecho de “divertirse” en el anonimato que representaría de manera gratuita una marcha multitudinaria.

Ambos grupos de alguna manera u otra no representarían a “las paristas que no se mueven en el día nueve”.

Espero que este nueve de marzo México sea testigo de una manifestación callada. Sin violencia o destrucción. Que no haya actos de represión porque no hubo eventos de vandalismo. Y que la ausencia del espíritu femenino nos permita ver la realidad del reflejo egoísta que nos ha devuelto por años el espejo de nuestra sociedad.

Y hasta aquí pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

La sociedad mexicana ha vivido, durante muchos años, con laceraciones de todo tipo y en diferentes órdenes. Las hay de carácter económico, cultural, ideológico y social. Algunas que han golpeado desde el exterior con una fuerza impía y otras que, en curioso contrasentido, emergen desde las entrañas de la comunidad. Y, como si esto no fuera poco, también hay otras que se convierten en un extraño ciclo interminable que ha dañado a la cosmogonía natural del tramado social.

Quizá el primer ejemplo histórico para la reflexión de este día sea la conquista española sobre los indígenas mexicas. No se trató solamente de un acto de violencia física. Sino una imposición cultural, la negación forzada a las deidades que regían al imaginario colectivo de la época y una sumisión ante un nuevo orden conformado por figuras desconocidas carentes de todo valor en ese entonces, pero que se debían asumir como “superiores”.

No me sorprende, pues, que, con tantos años de abuso, maltrato, humillaciones y vejaciones, un sector social haya decidido irse a un paro, pero no de labores - ¡Es más, creo que ese renglón es el de menos importancia! - Sino a sumergirse en una ausencia social que les permita encaminarse en otro frente para reclamar a gritos lo que en otros años y para otras personas, dependencias y autoridades, no fueron más que susurros.

Recién, una amiga mía, publicó en sus redes sociales las causas por las que apoyaba el movimiento. Debo reconocer que me sorprendió la cantidad de detalles de doloroso menosprecio y humillación por su condición de fémina, que una mujer, relativamente joven, puede albergar en su alma y en su memoria. Describió los tratos recibidos desde su infancia; las ofensas a su cuerpo cuando la pubertad anunció su llegada con los cambios propios de su figura y la negación de oportunidades en el entorno laboral y deportivo por el hecho de no ser varón.

Lo anterior me hizo preguntarme ¿Cuántas habrán pasado por lo mismo?, ¿Cuántas llegaron a la vejez en esas condiciones?, ¿Cuántas nacieron condenadas a vivir muriendo o morir sin haber vivido?

El tema es más delicado de lo que podemos suponer y está idealizado, generado y contextualizado fuera de círculos políticos, corrientes de poder o tendencias partidistas que busquen “desestabilizar” al país. ¿Que quizá haya oportunistas? Sí, tal vez. Pero no como lo ha hecho notar el presidente de los Estados Unidos Mexicanos. Ni siquiera con el cambio de opinión de Beatriz Gutiérrez, opinión de la que, por cierto, ya se desmarcó el mandatario mexicano.

Por lo anteriormente escrito, me sorprendió sobremanera el cierto aire de desestimación con el que AMLO tocó el tema, dejando entrever que en las filas de este síntoma social existe una fuerte tendencia contraria a él. Reitero, contraria a él y no precisamente a la metodología y corriente de gobierno que representa.

Me llamó la atención que, después de estas declaraciones, la señora esposa del jefe del estado mexicano, publicara en sus redes sociales un mensaje en el que le retiraba el apoyo ofrecido a este movimiento y, además, lanzó la etiqueta mediática “No al paro nacional”.

Por otro lado, no podemos hacer “ojos ciegos” a dos sectores sociales de mujeres que acompañarán de manera satelital a este movimiento y corren el riesgo de ser “desaprobados” por el mismo “feminismo” que es crespón de este paro del nueve de marzo, al no ser partícipes acordes al acontecer de ese día. Dicho fenómeno estaría descrito en la teoría de las identidades sociales fragmentadas.

El primero de estos sectores estaría conformado por las mujeres trabajadoras y autodependientes quienes, si no trabajan, no generan sus propios ingresos y, para muchas de ellas, el detener labores, aunque sea por un día, les representa una merma económica considerable y difícil – por no decir imposible - de subsanar; ya que no hay manera de recuperar ese dinero.

Y, en el otro, se agrupan las damas “golpistas” – porque también las hay – que integran las autollamadas “tribus urbanas” que no dejarían pasar la oportunidad de ocasionar daños materiales a negocios, vehículos, fachadas de oficinas y cuanta estructura física se cruce por su paso por el simple hecho de “divertirse” en el anonimato que representaría de manera gratuita una marcha multitudinaria.

Ambos grupos de alguna manera u otra no representarían a “las paristas que no se mueven en el día nueve”.

Espero que este nueve de marzo México sea testigo de una manifestación callada. Sin violencia o destrucción. Que no haya actos de represión porque no hubo eventos de vandalismo. Y que la ausencia del espíritu femenino nos permita ver la realidad del reflejo egoísta que nos ha devuelto por años el espejo de nuestra sociedad.

Y hasta aquí pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.