/ viernes 18 de junio de 2021

Con café y a media luz | Manipulación clase mediera

Como nunca, en un sexenio, han aparecido tantas “domingueras” como en este. Las razones pueden ser varias, empero, el origen es el mismo. Ante cada adversidad encontrada en la estrategia de gobierno, el presidente López Obrador rinde una declaración en su escaparate favorito –el salón “Tesorería” de Palacio Nacional– a través de sus ya tradicionales conferencias matutinas. Algunas muy atinadas… algunas.

Justificar lo injustificable cuando así conviene y exigir que no se linche mediática y políticamente a sus allegados se ha vuelto una constante en sus discursos, tanto, como los linchamientos que él mismo promueve –pero con pruebas– dijo, cuando se le cuestionó sobre una presunta investigación en Estados Unidos en torno a la figura del actual director de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett, por la que –hay rumores– de que pudiera ser detenido en el caso de pisar territorio norteamericano.

Me recordó a lo dicho ante la divulgación de los videos de su hermano Pío López Obrador recibiendo dinero para la campaña que lo llevó a ocupar la silla presidencial. Cuando se le cuestionó al Presidente, este apuró a declarar que, en el caso de los opositores ese tipo de actos es corrupción, en el caso de MORENA eran meras aportaciones económicas a “la causa” de la Cuarta Transformación.

En los dos casos anteriores –como el que nos atañe el día de hoy– el representante del Poder Ejecutivo ha logrado, gracias a su vasta experiencia discursiva y política, evitar golpeteos que le pudieran ocasionar daños más serios en su figura y a lo que representa para sus seguidores. Y es que, además de las pausas en su hablar y lo divagante que pudiera parecer la argumentación para poder contestar una pregunta, el presidente López “salpica” con dicharachos y palabrejas su discurso. Algo que, en la mayoría de las veces, resulta agradable y hasta “pegajoso”.

Algunos le han resultado muy útiles y otros, lamentablemente, no tanto.

Sin embargo, cuando se trata del descrédito, el mandatario tiene bien definidos los conceptos para referirse a los “fifís”, “prianistas”, “chayoteros” y una cantidad más que usted y yo conocemos. Ese vocabulario ha cumplido su objetivo. Identificar a los rivales en turno y ponerlos en el imaginario colectivo popular como enemigos de la nación, “con nombre y apellido” y, por supuesto, “apodo”.

Empero, con el fracaso del partido que lo llevó al poder en la capital del país, el jefe del Ejecutivo le apostó a una declaración que debía evitar a toda costa: Justificar la derrota del partido. Era mejor, sin duda, guardar silencio. Primero, porque el señor ocupa un cargo que lo pone en un contexto ajeno al proselitismo –antes y después de cualquier campaña- y, segundo, porque su función es la de administrar un proyecto de nación, situación distante a las referencias por las que el candidato del partido que fundó fue desplazado de un cargo de elección popular.

Ante la búsqueda de la justificación para no ocupar conceptos como “fracaso”, “derrota” o “descalabro”, para el tabasqueño fue más cómodo el de la “manipulación” y encauzó, sin darse cuenta, todos los adjetivos en contra de la clase media. “Egoísta”, “aspiracionista”, “sin valores”, “sin escrúpulos”, “partidarios de la cultura de que el que no tranza no avanza”. Así lo dijo.

Ante lo dicho –y refrendado– por el titular del Poder Ejecutivo, una buena parte de los representantes de los medios han aprovechado para declarar cosas como “El Presidente se lanzó contra la clase media”, “El mandatario mostró su odio contra los clasemedieros” y otros más que hasta ocuparon palabras altisonantes para recalcar que hay un “doble discurso” en la voz del hombre originario de Macuspana.

En este punto debemos decir que no es odio. Aunque para muchos pareciera que estoy siendo “abogado del diablo” no es así. El problema acontecido aquí, y no es la primera vez que ocurre, es la mala asesoría aunada a la improvisación de las respuestas por parte del Ejecutivo federal ante las preguntas que le lanzan los reporteros en cada una de sus ruedas de prensa “mañaneras”.

Cualquiera que ha sido objeto de los medios sabe que “el micrófono y la cámara” imponen. La inquietud y el nerviosismo nos hace presa y la incertidumbre por las preguntas que nos plantearán nos puede ocasionar severos traspiés, confusión y hasta contradicciones al momento de contestar. El atravesar, en repetidas ocasiones, este trance, va convirtiendo ese nerviosismo en temple. Esta última virtud le es pródiga al presidente López.

Sin embargo, “temple” no es lo mismo que “razón”. En otras palabras, hablar con certeza y firmeza no significa que lo declarado sea cierto o correcto y creo que eso es lo que ocurrió.

No se trata de odio a la clase media; no es rencor al “aspiracionismo” – le ofrezco disculpas por el término inventado–; no es inconformidad por un egoísmo malentendido, que no es otra cosa que el deseo de mejorar la condición económica al trabajar honradamente. Se trata de una declaración improvisada, mal pensada y desafortunada que se empleó para evitar reconocer una dolorosa derrota en la izquierda mexicana.

Hoy, como ha sido costumbre del mandatario, lo mejor es dejar de tocar el tema para que se olvide. “Dejar que sane la herida”; “ya no rascarle” y hablar de otras cosas como la rifa de las mansiones, departamentos y palcos del estadio azteca del mes de septiembre próximo.

Insisto, no se puede ser tan contradictorio. No es que desde la presidencia de la república se odie a la clase media. Sería absurdo que se guardara rencor a quien te llevó al poder. No se condena a quien aspira a un mejor puesto, cuando se aspiró y se logró llegar a la presidencia de un país. No es sancionar el hecho de querer superarse; ser licenciado, tener maestría o doctorado, cuando al funcionario le costó 15 años obtener el título de abogado.

En un país tan aberrante como el nuestro nada de eso es posible … ¿O sí?

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

Como nunca, en un sexenio, han aparecido tantas “domingueras” como en este. Las razones pueden ser varias, empero, el origen es el mismo. Ante cada adversidad encontrada en la estrategia de gobierno, el presidente López Obrador rinde una declaración en su escaparate favorito –el salón “Tesorería” de Palacio Nacional– a través de sus ya tradicionales conferencias matutinas. Algunas muy atinadas… algunas.

Justificar lo injustificable cuando así conviene y exigir que no se linche mediática y políticamente a sus allegados se ha vuelto una constante en sus discursos, tanto, como los linchamientos que él mismo promueve –pero con pruebas– dijo, cuando se le cuestionó sobre una presunta investigación en Estados Unidos en torno a la figura del actual director de la Comisión Federal de Electricidad, Manuel Bartlett, por la que –hay rumores– de que pudiera ser detenido en el caso de pisar territorio norteamericano.

Me recordó a lo dicho ante la divulgación de los videos de su hermano Pío López Obrador recibiendo dinero para la campaña que lo llevó a ocupar la silla presidencial. Cuando se le cuestionó al Presidente, este apuró a declarar que, en el caso de los opositores ese tipo de actos es corrupción, en el caso de MORENA eran meras aportaciones económicas a “la causa” de la Cuarta Transformación.

En los dos casos anteriores –como el que nos atañe el día de hoy– el representante del Poder Ejecutivo ha logrado, gracias a su vasta experiencia discursiva y política, evitar golpeteos que le pudieran ocasionar daños más serios en su figura y a lo que representa para sus seguidores. Y es que, además de las pausas en su hablar y lo divagante que pudiera parecer la argumentación para poder contestar una pregunta, el presidente López “salpica” con dicharachos y palabrejas su discurso. Algo que, en la mayoría de las veces, resulta agradable y hasta “pegajoso”.

Algunos le han resultado muy útiles y otros, lamentablemente, no tanto.

Sin embargo, cuando se trata del descrédito, el mandatario tiene bien definidos los conceptos para referirse a los “fifís”, “prianistas”, “chayoteros” y una cantidad más que usted y yo conocemos. Ese vocabulario ha cumplido su objetivo. Identificar a los rivales en turno y ponerlos en el imaginario colectivo popular como enemigos de la nación, “con nombre y apellido” y, por supuesto, “apodo”.

Empero, con el fracaso del partido que lo llevó al poder en la capital del país, el jefe del Ejecutivo le apostó a una declaración que debía evitar a toda costa: Justificar la derrota del partido. Era mejor, sin duda, guardar silencio. Primero, porque el señor ocupa un cargo que lo pone en un contexto ajeno al proselitismo –antes y después de cualquier campaña- y, segundo, porque su función es la de administrar un proyecto de nación, situación distante a las referencias por las que el candidato del partido que fundó fue desplazado de un cargo de elección popular.

Ante la búsqueda de la justificación para no ocupar conceptos como “fracaso”, “derrota” o “descalabro”, para el tabasqueño fue más cómodo el de la “manipulación” y encauzó, sin darse cuenta, todos los adjetivos en contra de la clase media. “Egoísta”, “aspiracionista”, “sin valores”, “sin escrúpulos”, “partidarios de la cultura de que el que no tranza no avanza”. Así lo dijo.

Ante lo dicho –y refrendado– por el titular del Poder Ejecutivo, una buena parte de los representantes de los medios han aprovechado para declarar cosas como “El Presidente se lanzó contra la clase media”, “El mandatario mostró su odio contra los clasemedieros” y otros más que hasta ocuparon palabras altisonantes para recalcar que hay un “doble discurso” en la voz del hombre originario de Macuspana.

En este punto debemos decir que no es odio. Aunque para muchos pareciera que estoy siendo “abogado del diablo” no es así. El problema acontecido aquí, y no es la primera vez que ocurre, es la mala asesoría aunada a la improvisación de las respuestas por parte del Ejecutivo federal ante las preguntas que le lanzan los reporteros en cada una de sus ruedas de prensa “mañaneras”.

Cualquiera que ha sido objeto de los medios sabe que “el micrófono y la cámara” imponen. La inquietud y el nerviosismo nos hace presa y la incertidumbre por las preguntas que nos plantearán nos puede ocasionar severos traspiés, confusión y hasta contradicciones al momento de contestar. El atravesar, en repetidas ocasiones, este trance, va convirtiendo ese nerviosismo en temple. Esta última virtud le es pródiga al presidente López.

Sin embargo, “temple” no es lo mismo que “razón”. En otras palabras, hablar con certeza y firmeza no significa que lo declarado sea cierto o correcto y creo que eso es lo que ocurrió.

No se trata de odio a la clase media; no es rencor al “aspiracionismo” – le ofrezco disculpas por el término inventado–; no es inconformidad por un egoísmo malentendido, que no es otra cosa que el deseo de mejorar la condición económica al trabajar honradamente. Se trata de una declaración improvisada, mal pensada y desafortunada que se empleó para evitar reconocer una dolorosa derrota en la izquierda mexicana.

Hoy, como ha sido costumbre del mandatario, lo mejor es dejar de tocar el tema para que se olvide. “Dejar que sane la herida”; “ya no rascarle” y hablar de otras cosas como la rifa de las mansiones, departamentos y palcos del estadio azteca del mes de septiembre próximo.

Insisto, no se puede ser tan contradictorio. No es que desde la presidencia de la república se odie a la clase media. Sería absurdo que se guardara rencor a quien te llevó al poder. No se condena a quien aspira a un mejor puesto, cuando se aspiró y se logró llegar a la presidencia de un país. No es sancionar el hecho de querer superarse; ser licenciado, tener maestría o doctorado, cuando al funcionario le costó 15 años obtener el título de abogado.

En un país tan aberrante como el nuestro nada de eso es posible … ¿O sí?

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.