/ lunes 25 de mayo de 2020

Con café y a media luz | Métricas sentimentales

Suena descabellada la idea, pero no es la primera vez que se plantea en la historia moderna de la humanidad. Es más, una buena cantidad de países europeos han optado por cuantificar a través de medidas matemáticas los sentimientos que prevalecen en la sociedad, como un mero indicador para la toma de decisiones de los proyectos de sus sendos gobiernos. No obstante, no han sustituido los índices conocidos de productividad que le dan certeza a una nación de la riqueza que posee o que está produciendo.

Justamente hace diez años, el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), por sus siglas, realizó una investigación en torno a un proyecto de medir la felicidad en los mexicanos, tomando como base la idea planteada en 1972 por Bután, nación pionera en el análisis que hoy plantea el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Los nueve factores que garantizan la felicidad, según la democracia más joven del orbe, están divididos en dos grandes grupos, uno tradicionalista y apegado a las garantías que un gobierno le debe proveer a su pueblo y otro más innovador que busca estandarizar las competencias individuales y sociales de las personas.

A continuación, me permito enlistárselos, gentil amigo lector, y brindar mi opinión de cada uno de los apartados.

El primero de ellos es la salud. Factor que está observado con base en la calidad de los servicios médicos públicos. Nivel de atención sanitaria, estructura física de los hospitales, personal médico y de enfermería bien preparado y abasto de medicamentos para combatir cualquier padecimiento. En nuestro México lindo y qué herido estaríamos reprobados o “infelices” pues de todos esos detalles quizá solo podamos presumir de nuestros médicos y enfermeros.

El segundo es la educación. Este se mide por el nivel de aprovechamiento, calidad de las instalaciones de los planteles, preparación académica de los maestros y, curiosamente, el indicador más fidedigno es la educación comunitaria. Sería interesante saber ¿Qué tan feliz puede ser la población de comunidades apartadas en la zona de Chiapas, Oaxaca, Guerrero y demás estados en los que opera la CNTE si nos basamos en los detalles planteados renglones arriba?

El tercer apartado es la diversidad ambiental, es decir, que la población tenga acceso a servicios ambientales, por ejemplo, la producción de energías limpias y evitar la contaminación. El indicador primordial es la cantidad de árboles que se han sembrado por habitante.

El cuarto es el nivel de vida de las familias. Tener acceso a los servicios básicos y la oportunidad de poseer un patrimonio. Se miden los niveles de consumo y las condiciones económicas para hacer remodelaciones en el inmueble. Si se computara este punto como factor lopezobradorista de la felicidad, creo que, como dicen las personas de edad madura, “saldríamos por la calle de la amargura”.

El quinto elemento con el que se mide la felicidad es la gobernanza cuyos indicadores son la seguridad, los bajos índices de delincuencia, la confianza en las instituciones y la percepción de honestidad de los servidores públicos. Este tenor es igual de complejo que el anterior, sobre todo si reflexionamos sobre el aumento de las cifras de criminalidad en los últimos meses.

En seguida le expongo el grupo de las métricas más innovadoras para medir la felicidad.

El sexto habla del bienestar psicológico, en otras palabras, analiza los niveles de estrés de la población y los tipos de emociones que vive día a día como temor, frustración, ira, etcétera. Se infiere que no se puede ser feliz si se vive con todos ellos.

El séptimo está determinado por el uso correcto del tiempo para lograr el equilibrio. Este elemento mide cuántas horas se le da al sueño, a la práctica de un deporte, a la recreación, a la asistencia humanitaria y a la meditación. Quizá muchos de nosotros solo tenemos tiempo para trabajar y llegar a la casa por las noches a dormir.

El penúltimo de los factores es la vitalidad comunitaria que se basa en la confianza, apoyo y respeto entre los habitantes de una comunidad, colonia o ciudad. Como ejemplo de este índice de la felicidad sería el llevarse bien con los vecinos, no poner música a deshoras con un volumen impropio, etcétera.

Y el noveno de estos indicadores de la felicidad es la cultura y cuantifica la participación de los individuos en la preservación y práctica de festividades tradicionales y labores artesanales como la danza folclórica y la pintura, así como cuestiones relativas a fechas como el día de los fieles difuntos, en nuestro caso.

Si pudiéramos resumir los detalles de esta fórmula propuesta desde finales del siglo pasado y asumida por varios países de Europa para medir la felicidad de la población se detallaría que, en nuestra nación, el mexicano “feliz” sería aquel que tendría acceso al IMSS o al ISSSTE con instalaciones y servicios de primer mundo y suficientes medicinas y sus hijos estarían en un sistema educativo que no fuera rehén de sindicatos charros que aceptaran la capacitación y evaluación docente en aras de la profesionalización del servicio como estrategia para la mitigación del bajo aprovechamiento académico y así garantizar que, de nivel básico a profesional, no habría filtros en las escuelas y todos los ciudadanos puedan aspirar a ser profesionistas exitosos.

Según el mismo documento, un “mexicano feliz” tendría un gobierno que cuida el medio ambiente y evita la contaminación usando, por ejemplo, energías limpias, además de que tendría acceso a vivienda propia con todos los servicios. Asimismo, estaría erradicado o, por lo menos en niveles ínfimos, el fenómeno delincuencial y prevalecería un ambiente de seguridad y detalles como los cortos del servicio eléctrico serían cosa del pasado.

Y hasta aquí, pues como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Suena descabellada la idea, pero no es la primera vez que se plantea en la historia moderna de la humanidad. Es más, una buena cantidad de países europeos han optado por cuantificar a través de medidas matemáticas los sentimientos que prevalecen en la sociedad, como un mero indicador para la toma de decisiones de los proyectos de sus sendos gobiernos. No obstante, no han sustituido los índices conocidos de productividad que le dan certeza a una nación de la riqueza que posee o que está produciendo.

Justamente hace diez años, el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), por sus siglas, realizó una investigación en torno a un proyecto de medir la felicidad en los mexicanos, tomando como base la idea planteada en 1972 por Bután, nación pionera en el análisis que hoy plantea el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Los nueve factores que garantizan la felicidad, según la democracia más joven del orbe, están divididos en dos grandes grupos, uno tradicionalista y apegado a las garantías que un gobierno le debe proveer a su pueblo y otro más innovador que busca estandarizar las competencias individuales y sociales de las personas.

A continuación, me permito enlistárselos, gentil amigo lector, y brindar mi opinión de cada uno de los apartados.

El primero de ellos es la salud. Factor que está observado con base en la calidad de los servicios médicos públicos. Nivel de atención sanitaria, estructura física de los hospitales, personal médico y de enfermería bien preparado y abasto de medicamentos para combatir cualquier padecimiento. En nuestro México lindo y qué herido estaríamos reprobados o “infelices” pues de todos esos detalles quizá solo podamos presumir de nuestros médicos y enfermeros.

El segundo es la educación. Este se mide por el nivel de aprovechamiento, calidad de las instalaciones de los planteles, preparación académica de los maestros y, curiosamente, el indicador más fidedigno es la educación comunitaria. Sería interesante saber ¿Qué tan feliz puede ser la población de comunidades apartadas en la zona de Chiapas, Oaxaca, Guerrero y demás estados en los que opera la CNTE si nos basamos en los detalles planteados renglones arriba?

El tercer apartado es la diversidad ambiental, es decir, que la población tenga acceso a servicios ambientales, por ejemplo, la producción de energías limpias y evitar la contaminación. El indicador primordial es la cantidad de árboles que se han sembrado por habitante.

El cuarto es el nivel de vida de las familias. Tener acceso a los servicios básicos y la oportunidad de poseer un patrimonio. Se miden los niveles de consumo y las condiciones económicas para hacer remodelaciones en el inmueble. Si se computara este punto como factor lopezobradorista de la felicidad, creo que, como dicen las personas de edad madura, “saldríamos por la calle de la amargura”.

El quinto elemento con el que se mide la felicidad es la gobernanza cuyos indicadores son la seguridad, los bajos índices de delincuencia, la confianza en las instituciones y la percepción de honestidad de los servidores públicos. Este tenor es igual de complejo que el anterior, sobre todo si reflexionamos sobre el aumento de las cifras de criminalidad en los últimos meses.

En seguida le expongo el grupo de las métricas más innovadoras para medir la felicidad.

El sexto habla del bienestar psicológico, en otras palabras, analiza los niveles de estrés de la población y los tipos de emociones que vive día a día como temor, frustración, ira, etcétera. Se infiere que no se puede ser feliz si se vive con todos ellos.

El séptimo está determinado por el uso correcto del tiempo para lograr el equilibrio. Este elemento mide cuántas horas se le da al sueño, a la práctica de un deporte, a la recreación, a la asistencia humanitaria y a la meditación. Quizá muchos de nosotros solo tenemos tiempo para trabajar y llegar a la casa por las noches a dormir.

El penúltimo de los factores es la vitalidad comunitaria que se basa en la confianza, apoyo y respeto entre los habitantes de una comunidad, colonia o ciudad. Como ejemplo de este índice de la felicidad sería el llevarse bien con los vecinos, no poner música a deshoras con un volumen impropio, etcétera.

Y el noveno de estos indicadores de la felicidad es la cultura y cuantifica la participación de los individuos en la preservación y práctica de festividades tradicionales y labores artesanales como la danza folclórica y la pintura, así como cuestiones relativas a fechas como el día de los fieles difuntos, en nuestro caso.

Si pudiéramos resumir los detalles de esta fórmula propuesta desde finales del siglo pasado y asumida por varios países de Europa para medir la felicidad de la población se detallaría que, en nuestra nación, el mexicano “feliz” sería aquel que tendría acceso al IMSS o al ISSSTE con instalaciones y servicios de primer mundo y suficientes medicinas y sus hijos estarían en un sistema educativo que no fuera rehén de sindicatos charros que aceptaran la capacitación y evaluación docente en aras de la profesionalización del servicio como estrategia para la mitigación del bajo aprovechamiento académico y así garantizar que, de nivel básico a profesional, no habría filtros en las escuelas y todos los ciudadanos puedan aspirar a ser profesionistas exitosos.

Según el mismo documento, un “mexicano feliz” tendría un gobierno que cuida el medio ambiente y evita la contaminación usando, por ejemplo, energías limpias, además de que tendría acceso a vivienda propia con todos los servicios. Asimismo, estaría erradicado o, por lo menos en niveles ínfimos, el fenómeno delincuencial y prevalecería un ambiente de seguridad y detalles como los cortos del servicio eléctrico serían cosa del pasado.

Y hasta aquí, pues como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com