/ miércoles 11 de noviembre de 2020

Con café y a media luz | Nada de reprobar

Como si se tratara de una broma macabra del destino, una jugarreta simplona y llana de la divinidad o un mero absurdo construido por un chispazo de imaginación de la suerte, los maestros recibieron, en un curso, taller o seminario o llámele como usted guste, en pocas palabras, la indicación de que la visión sobrevalorada de una educación graduada en calificaciones no siempre es concordante con las competencias adquiridas por los estudiantes a su respectivo encargo.

Por lo que, “en virtud de lo poco virtuoso” del hueco, banal, fútil y baladí método de estimar los conocimientos adquiridos por un niño a través de números y con la justificación de que no se puede apreciar el verdadero avance de las criaturas por haberse impartido clases en un ecosistema académico distinto al acostumbrado en el que la presencia virtual fue el medio de contacto en un aula inexistente, agregando, además, las posibles complicaciones de carácter sanitario e independiente en cada uno de los hogares de lo niños, se han tomado otro tipo de determinaciones que hacen que el profesor navegue en “mares turbulentos”.

El hecho de que se haya dictaminado “el no reprobar” como una forma de erradicar los bajos índices de aprovechamiento que golpeaban una y otra vez con su amarga realidad al prestigio de gobiernos pasados, no deja de ser un galimatías para la clase docente que, en los últimos meses, se ha arrancado el cuero cabelludo por buscar las estrategias adecuadas para hacer llegar la formación académica a las nuevas generaciones, a pesar de los múltiples obstáculos que han encontrado para tal fin como la economía, la distancia, las carencias de servicios y decenas más.

Será el criterio de la comunicación el que justifique cómo será evaluado el niño. Es decir, que el acercamiento de los docentes no fue el mismo con cada uno de los alumnos debido a la posibilidad –mucha o poca– de estos últimos de mantener un canal digital para tomar las clases, por lo que no sería justo ni adecuado que todos pasaran por un mismo tamiz. Hasta aquí estoy completamente de acuerdo.

Empero, debemos recordar que los criterios de evaluación no están en función de las cualidades socioeconómicas del educando y las posibilidades que tiene para recibir formación académica que lo preparen para progresar en su desarrollo educativo.

Perdón por la crudeza, la frialdad y hasta lo necio que le pueda parecer el comentario de este día, pero suplico su consideración y un momento de reflexión. Porque quizá tenga una razón parcial o en realidad me asista el desatino, sin embargo, el comentario de este día persigue la opinión de que se le está haciendo más daño al menor al aprobarlo sin haber aprendido.

¿El profesor debería evaluar al niño que acudió a la escuela todos los días, entregó trabajos y cumplió con las tareas con el mismo rigor que aquel que no tuvo dinero para asistir a diario y no contó con recurso económico para comprar el material de trabajo y de las tareas? Entiendo que, apelando a los buenos sentimientos y la consideración, la respuesta sea “no”. Y todavía supliquemos algunas canonjías para aquel que compitió en desventaja.

Pero ¿qué pasaría si la pregunta la manejamos de otra forma?

¿Es justo que el profesor se vea obligado a aprobar a los menores validando únicamente el esfuerzo, poco o mucho, sin tomar en cuenta el conocimiento adquirido por el niño y así, hacerlo llegar a un grado más avanzando en el que las temáticas académicas aumentarán su grado de complejidad? Quizás, en este momento empecemos a dudar de la determinación que tomaríamos.

Ahora, ¿Sería usted capaz de aventurar a un niño que no aprendió a leer y a escribir a pasar de la educación primaria a la secundaria, sin importar si el problema es para otros maestros, para los padres de familia o para el mismo niño? Considero que aquí la respuesta es prácticamente de rechazo a esta postura.

Y antes de que usted me haga el comentario de que todos los estudiantes que llegan a secundaria saben leer y escribir, lamento decepcionarlo. ¡Es más, pueden llegar a la universidad gracias a la “amabilidad” del sistema educativo y ni siquiera han aprendido a escribir su nombre!

Para despedirnos –porque se me acabó el espacio– debemos decir que, para el caso de los niños más pequeños, aprobarán con el hecho de haberse inscrito en la escuela; los de tercero a sexto deberán cumplir con el 80 por ciento de la asistencia, sin embargo, sin importar lo que sepan, la calificación mínima a colocar en la boleta será de seis, es decir, todos aprobarán, y las mismas condiciones se aplicarán para los niveles de secundaria.

La esperanza está en que a partir de enero todos vuelvan a las clases presenciales y se pueda recuperar el tiempo perdido, aunque con la metodología de dividir al salón en dos grupos y repetir el mismo tema en días distintos, lo veo sumamente difícil. Hasta estoy pensando que hubiera sido mejor si las autoridades aprovecharan este lapso en regularizar a los niños y jóvenes en lugar de abrir un ciclo académico oficial.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

Como si se tratara de una broma macabra del destino, una jugarreta simplona y llana de la divinidad o un mero absurdo construido por un chispazo de imaginación de la suerte, los maestros recibieron, en un curso, taller o seminario o llámele como usted guste, en pocas palabras, la indicación de que la visión sobrevalorada de una educación graduada en calificaciones no siempre es concordante con las competencias adquiridas por los estudiantes a su respectivo encargo.

Por lo que, “en virtud de lo poco virtuoso” del hueco, banal, fútil y baladí método de estimar los conocimientos adquiridos por un niño a través de números y con la justificación de que no se puede apreciar el verdadero avance de las criaturas por haberse impartido clases en un ecosistema académico distinto al acostumbrado en el que la presencia virtual fue el medio de contacto en un aula inexistente, agregando, además, las posibles complicaciones de carácter sanitario e independiente en cada uno de los hogares de lo niños, se han tomado otro tipo de determinaciones que hacen que el profesor navegue en “mares turbulentos”.

El hecho de que se haya dictaminado “el no reprobar” como una forma de erradicar los bajos índices de aprovechamiento que golpeaban una y otra vez con su amarga realidad al prestigio de gobiernos pasados, no deja de ser un galimatías para la clase docente que, en los últimos meses, se ha arrancado el cuero cabelludo por buscar las estrategias adecuadas para hacer llegar la formación académica a las nuevas generaciones, a pesar de los múltiples obstáculos que han encontrado para tal fin como la economía, la distancia, las carencias de servicios y decenas más.

Será el criterio de la comunicación el que justifique cómo será evaluado el niño. Es decir, que el acercamiento de los docentes no fue el mismo con cada uno de los alumnos debido a la posibilidad –mucha o poca– de estos últimos de mantener un canal digital para tomar las clases, por lo que no sería justo ni adecuado que todos pasaran por un mismo tamiz. Hasta aquí estoy completamente de acuerdo.

Empero, debemos recordar que los criterios de evaluación no están en función de las cualidades socioeconómicas del educando y las posibilidades que tiene para recibir formación académica que lo preparen para progresar en su desarrollo educativo.

Perdón por la crudeza, la frialdad y hasta lo necio que le pueda parecer el comentario de este día, pero suplico su consideración y un momento de reflexión. Porque quizá tenga una razón parcial o en realidad me asista el desatino, sin embargo, el comentario de este día persigue la opinión de que se le está haciendo más daño al menor al aprobarlo sin haber aprendido.

¿El profesor debería evaluar al niño que acudió a la escuela todos los días, entregó trabajos y cumplió con las tareas con el mismo rigor que aquel que no tuvo dinero para asistir a diario y no contó con recurso económico para comprar el material de trabajo y de las tareas? Entiendo que, apelando a los buenos sentimientos y la consideración, la respuesta sea “no”. Y todavía supliquemos algunas canonjías para aquel que compitió en desventaja.

Pero ¿qué pasaría si la pregunta la manejamos de otra forma?

¿Es justo que el profesor se vea obligado a aprobar a los menores validando únicamente el esfuerzo, poco o mucho, sin tomar en cuenta el conocimiento adquirido por el niño y así, hacerlo llegar a un grado más avanzando en el que las temáticas académicas aumentarán su grado de complejidad? Quizás, en este momento empecemos a dudar de la determinación que tomaríamos.

Ahora, ¿Sería usted capaz de aventurar a un niño que no aprendió a leer y a escribir a pasar de la educación primaria a la secundaria, sin importar si el problema es para otros maestros, para los padres de familia o para el mismo niño? Considero que aquí la respuesta es prácticamente de rechazo a esta postura.

Y antes de que usted me haga el comentario de que todos los estudiantes que llegan a secundaria saben leer y escribir, lamento decepcionarlo. ¡Es más, pueden llegar a la universidad gracias a la “amabilidad” del sistema educativo y ni siquiera han aprendido a escribir su nombre!

Para despedirnos –porque se me acabó el espacio– debemos decir que, para el caso de los niños más pequeños, aprobarán con el hecho de haberse inscrito en la escuela; los de tercero a sexto deberán cumplir con el 80 por ciento de la asistencia, sin embargo, sin importar lo que sepan, la calificación mínima a colocar en la boleta será de seis, es decir, todos aprobarán, y las mismas condiciones se aplicarán para los niveles de secundaria.

La esperanza está en que a partir de enero todos vuelvan a las clases presenciales y se pueda recuperar el tiempo perdido, aunque con la metodología de dividir al salón en dos grupos y repetir el mismo tema en días distintos, lo veo sumamente difícil. Hasta estoy pensando que hubiera sido mejor si las autoridades aprovecharan este lapso en regularizar a los niños y jóvenes en lugar de abrir un ciclo académico oficial.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.