/ viernes 2 de julio de 2021

Con café y a media luz | Nueva sección

Para construir la entrega que este día pongo a su amable juicio y dispensa, gentil amigo lector, he de buscar amparo, no solo en su consideración, sino también en dos entregas que hice con antelación considerable. En la primera de ellas mencionábamos cómo se había estado desvirtuando un medio de comunicación tan importante como las conferencias matutinas del presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Andrés Manuel López Obrador y, en la segunda, señalábamos el excesivo uso de palabras y frases populacheras como adorno de sus discursos.

En el primer apartado hacíamos énfasis en que el fenómeno de pérdida de objetividad en el ejercicio de la atención diaria había pasado de ser un lugar común para el pueblo de México y el representante del Poder Ejecutivo, a un estadio para tratar cuestiones personales entre el hombre originario de Macuspana y los representantes de los medios de comunicación que se daban cita en el salón Tesorería de Palacio Nacional.

Así, en lugar de escuchar temas relacionados a los avances del proyecto de nación que encabeza el mandatario, se nos proporcionaban relatos en torno a problemas individuales que eran exhibidos en un medio público de gobierno a manera de presión, para que fueran resueltos “antes que inmediatamente”. O bien, como lo era a la vieja usanza del PRI, no se trataba más que de un tinglado entre discursante y público privado que diera pie a hacer notoria una evidencia previamente concebida.

Asimismo, sosteníamos que el jefe de Estado había abordado en repetidas ocasiones -sin importar si fuera mentira o no-los problemas del pasado como causas indiscutibles de las quejas a las que se enfrentaba en su mandato, siempre, obviamente, desde su perspectiva en la que, como es de esperarse, él ha de tomar dos papeles: el de triunfador, cuando las cosas salen bien, o el de mártir cuando no le son favorables.

En el rubro siguiente, declaramos que se antojaba ya excesivo el uso de frases domingueras y simpaticonas que, de tanto aplicarse, ponían en entredicho la seriedad de la investidura presidencial y que, en un momento dado, ponían en peligro la imagen del mismo Andrés Manuel López Obrador. Sin presumir de adivino o de ávido practicante de la cartomancia, solo bastaron unos cuantos días para que un mexicano de esos “a los que no se les va una”, le imprimiera un desagradable remoquete al tabasqueño, originado por haber usado, en uno de sus discursos, ciertas frases innecesarias de carácter infantiloide que hoy le estigmatizan.

Ambos asuntos -entre otros- han generado que a la conferencia matutina del Presidente de la República hoy se le considere como un espectáculo de varias pistas en las que lo mismo se puede atacar a un “bloque opositor bien estructurado que está en contra del actual gobierno” o se le “queme en la hoguera de la oposición” a fulano o zutano por el mero hecho de pertenecer a un régimen anterior y contrario a la visión política del ejecutivo.

Sin embargo, lo ocurrido el pasado miércoles en una de estas ruedas de prensa ha generado en una evolución del discurso político al que habíamos estado acostumbrados en los últimos tres años y, permítame decirle que uso el conectivo “sin embargo” al principio de la frase, porque este factor “evolutivo” no lo considero positivo, por el contrario, vino a abonar con colores y matices el templete que atestiguamos cada día.

Y es que la encargada de esta “sección”, perdón por el término, empero fue el que se usó, Ana Elizabeth García Vilchis, no solo asumió con responsabilidad su papel, sino que, además, trató de ufanarse en él contando tres o cuatro chascarrillos que hicieron poco o nulo efecto en la audiencia que tenía reunida para escuchar las mentiras de la semana.

Las gracejadas como “la medalla de oro en nado sincronizado” o “el pinocho de la semana” en lugar de brindar seriedad a lo que debería ser la conducción consciente de una ciudadanía reflexiva que le apuesta al discernir maduro y ecuánime, no fueron otra cosa que la expresión banal e insípida de lo que acontece cada día en este escenario. Es decir, resumió en un pequeño crisol aquello que la grandilocuencia ha buscado detonar en el imaginario colectivo de la sociedad mexicana.

Lo más grave es que, además de los chistoretes, la dama, quien, en su currículum, se muestra como coordinadora de contenidos digitales para una firma periodística de suma importancia, trató de desmentir información relacionada a la corrupción citando fuentes, autores, fechas y hechos, algunos atinados y otros con errores ocasionados por el nerviosismo. Cito, por ejemplo, al de una conocida revista de investigación quien divulgó que la información relacionada a un presunto escándalo de corrupción, mostrada por García Vilchis, fue publicada en el año 2017 y que la obra en cuestión se refería al gobierno de Enrique Peña Nieto y no al actual que encabeza Andrés Manuel López Obrador.

Como ese dato hubo otros que me hicieron pensar que el nombre impuesto a la sección no debió ser el “Quién es quién en las mentiras de la semana”, sino algo así como “¡A que no es cierto!”, porque más allá de demostrar con datos y con hechos que lo anunciado por los periodistas mencionados era ajeno a la realidad, solo se le calificaba como falso y eso debía bastar para creerlo.

Vamos rumbo a la segunda y última etapa de este gobierno y mientras los problemas económicos, de salud, de seguridad y otros incrementan, se nos ofrece un nuevo número al espectáculo matutino. ¿Hasta cuándo?

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame y recuerde, será un gran día.

Correo: licajimenezmcc@hotmail.com

Para construir la entrega que este día pongo a su amable juicio y dispensa, gentil amigo lector, he de buscar amparo, no solo en su consideración, sino también en dos entregas que hice con antelación considerable. En la primera de ellas mencionábamos cómo se había estado desvirtuando un medio de comunicación tan importante como las conferencias matutinas del presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Andrés Manuel López Obrador y, en la segunda, señalábamos el excesivo uso de palabras y frases populacheras como adorno de sus discursos.

En el primer apartado hacíamos énfasis en que el fenómeno de pérdida de objetividad en el ejercicio de la atención diaria había pasado de ser un lugar común para el pueblo de México y el representante del Poder Ejecutivo, a un estadio para tratar cuestiones personales entre el hombre originario de Macuspana y los representantes de los medios de comunicación que se daban cita en el salón Tesorería de Palacio Nacional.

Así, en lugar de escuchar temas relacionados a los avances del proyecto de nación que encabeza el mandatario, se nos proporcionaban relatos en torno a problemas individuales que eran exhibidos en un medio público de gobierno a manera de presión, para que fueran resueltos “antes que inmediatamente”. O bien, como lo era a la vieja usanza del PRI, no se trataba más que de un tinglado entre discursante y público privado que diera pie a hacer notoria una evidencia previamente concebida.

Asimismo, sosteníamos que el jefe de Estado había abordado en repetidas ocasiones -sin importar si fuera mentira o no-los problemas del pasado como causas indiscutibles de las quejas a las que se enfrentaba en su mandato, siempre, obviamente, desde su perspectiva en la que, como es de esperarse, él ha de tomar dos papeles: el de triunfador, cuando las cosas salen bien, o el de mártir cuando no le son favorables.

En el rubro siguiente, declaramos que se antojaba ya excesivo el uso de frases domingueras y simpaticonas que, de tanto aplicarse, ponían en entredicho la seriedad de la investidura presidencial y que, en un momento dado, ponían en peligro la imagen del mismo Andrés Manuel López Obrador. Sin presumir de adivino o de ávido practicante de la cartomancia, solo bastaron unos cuantos días para que un mexicano de esos “a los que no se les va una”, le imprimiera un desagradable remoquete al tabasqueño, originado por haber usado, en uno de sus discursos, ciertas frases innecesarias de carácter infantiloide que hoy le estigmatizan.

Ambos asuntos -entre otros- han generado que a la conferencia matutina del Presidente de la República hoy se le considere como un espectáculo de varias pistas en las que lo mismo se puede atacar a un “bloque opositor bien estructurado que está en contra del actual gobierno” o se le “queme en la hoguera de la oposición” a fulano o zutano por el mero hecho de pertenecer a un régimen anterior y contrario a la visión política del ejecutivo.

Sin embargo, lo ocurrido el pasado miércoles en una de estas ruedas de prensa ha generado en una evolución del discurso político al que habíamos estado acostumbrados en los últimos tres años y, permítame decirle que uso el conectivo “sin embargo” al principio de la frase, porque este factor “evolutivo” no lo considero positivo, por el contrario, vino a abonar con colores y matices el templete que atestiguamos cada día.

Y es que la encargada de esta “sección”, perdón por el término, empero fue el que se usó, Ana Elizabeth García Vilchis, no solo asumió con responsabilidad su papel, sino que, además, trató de ufanarse en él contando tres o cuatro chascarrillos que hicieron poco o nulo efecto en la audiencia que tenía reunida para escuchar las mentiras de la semana.

Las gracejadas como “la medalla de oro en nado sincronizado” o “el pinocho de la semana” en lugar de brindar seriedad a lo que debería ser la conducción consciente de una ciudadanía reflexiva que le apuesta al discernir maduro y ecuánime, no fueron otra cosa que la expresión banal e insípida de lo que acontece cada día en este escenario. Es decir, resumió en un pequeño crisol aquello que la grandilocuencia ha buscado detonar en el imaginario colectivo de la sociedad mexicana.

Lo más grave es que, además de los chistoretes, la dama, quien, en su currículum, se muestra como coordinadora de contenidos digitales para una firma periodística de suma importancia, trató de desmentir información relacionada a la corrupción citando fuentes, autores, fechas y hechos, algunos atinados y otros con errores ocasionados por el nerviosismo. Cito, por ejemplo, al de una conocida revista de investigación quien divulgó que la información relacionada a un presunto escándalo de corrupción, mostrada por García Vilchis, fue publicada en el año 2017 y que la obra en cuestión se refería al gobierno de Enrique Peña Nieto y no al actual que encabeza Andrés Manuel López Obrador.

Como ese dato hubo otros que me hicieron pensar que el nombre impuesto a la sección no debió ser el “Quién es quién en las mentiras de la semana”, sino algo así como “¡A que no es cierto!”, porque más allá de demostrar con datos y con hechos que lo anunciado por los periodistas mencionados era ajeno a la realidad, solo se le calificaba como falso y eso debía bastar para creerlo.

Vamos rumbo a la segunda y última etapa de este gobierno y mientras los problemas económicos, de salud, de seguridad y otros incrementan, se nos ofrece un nuevo número al espectáculo matutino. ¿Hasta cuándo?

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame y recuerde, será un gran día.

Correo: licajimenezmcc@hotmail.com