/ miércoles 15 de septiembre de 2021

Con café y a media luz | Otra vez el transporte

Una serie de inconvenientes ha puesto, nuevamente, en el ojo de los medios de comunicación, al transporte público del sur de Tamaulipas. Curiosamente, ahora no solo se trata de la condición en el que se encuentran las unidades, el servicio que dan los choferes o la forma en que se conducen en las calles y avenidas de nuestra zona conurbada. Ahora son las mismas ciudades, cuyas capacidades se vieron rebasadas por los oferentes de esta actividad económica.

Después de los bloqueos de los propietarios de los vehículos asociados a las plataformas digitales en un modelo de negocio autónomo, los operativos considerados por estos últimos como irregulares y las protestas de los choferes de unidades legales se puso en entredicho la libertad de dar un servicio paralelo al que estábamos acostumbrados. A diferencia de otras partes de la república en la que incursión de este tipo de aplicaciones se dio sin ningún contratiempo o entredicho.

La cuestión, es que, desde la perspectiva de los conductores de los carros de ruta, arterias como la avenida Miguel Hidalgo está sobrepoblada de este tipo de automóviles, además de microbuses, taxis adecuados a rutas improvisadas, taxis “de carrera”, algunas combis, autobuses de gran tamaño pertenecientes a una compañía. Lo mismo ocurre en otras arterias periféricas como los bulevares o la avenida Universidad.

Y es que el origen de este conflicto, que ya dio “el botón de la muestra” hace dos días en los mercados municipales, en donde la disposición de la autoridad quedó solo en buenas intenciones, radica en una ausente regulación que termina en manos de unos cuantos, bajo criterio de quien está al volante o detrás de un escritorio o, incluso, a gusto del pasajero en turno.

Para explicarme le relataré tres ejemplos.

El primero, como lo señalé, se avisó que los microbuses llegarían hasta los mercados, para comodidad de los usuarios y para beneficio de los locatarios de este centro de abastos. Cuando se trataron de ampliar las rutas, los choferes se dieron cuenta de que transitar, por la calle Héroes de Nacozari a cualquier hora del día, implicaba invertir entre treinta a cuarenta minutos del tiempo por avanzar un par de cuadras. De inmediato, los concesionarios se negaron a continuar con esta disposición que duró apenas, unas cuantas horas.

Las calles de la zona cero de Tampico ya no se pueden “estrangular” más con la cantidad de vehículos particulares, taxis y, ahora, con los microbuses.

El segundo detalle se suscitó allí mismo, en el corazón de la ciudad. El pasado lunes por la tarde fui testigo de cómo un grupo de trabajadores del volante acarrearon “burros” de madera, cubetas de pintura vacías y mecates para, desde una esquina y hasta poco más de media cuadra, impedir el estacionamiento de los particulares, porque estaban improvisando su rampa a un costado del edificio “Águila”. ¿Desde cuando se puede ocupar así las calles y banquetas de la ciudad?

Y lo mismo pasa tres cuadras más adelante en donde, a pesar de estar un agente de tránsito, amigos de otra ruta se acomodan bloqueando el estacionamiento de una farmacia ubicada en la calle Cristóbal Colón. Si usted tiene una emergencia no puede ocupar los cajones de ese establecimiento porque, simplemente, los señores están esperando a cargar pasaje y no se van a retirar de allí.

El tercer comentario que le comparto es el que en la mañana de ayer me hizo un amigo de la ruta “Tampico – Altamira”, mientras me enseñaba una fotocopia de un trazo en el que se ilustraba la forma de entrar y salir al centro, con fecha de 3 de septiembre. Al mostrarme el papel, el caballero me contabilizaba las calles por las que debía dar vuelta para llegar al Hotel Rivera y volver a salir por la calle “20 de noviembre”.

“¡Esa vuelta me representa diez cuadras perdidas!”, me decía el hombre de edad avanzada. “¡Mas diez o quince minutos que debo esperar para poder llenarme nuevamente! ¿Se imagina? ¡Cuanta gasolina voy a estar desperdiciando por vuelta!”, me cuestionó a la par que hacía sumas con los dedos de sus manos sin soltar el volante.

Y, por último, remató: “¡Yo por eso ya le dije al delegado de la ruta que yo no le voy a hacer caso! ¡Voy a entrar como siempre y voy a dar la vuelta allí en 20 de noviembre que es donde me conviene!”, y para dar muestra de su heroísmo me aseguró, “… lo mismo hice cuando dijeron que no podíamos pasar por el paso a desnivel… yo le pregunto a los pasajeros: ¿Alguien baja allí? Y si me dicen que no… ¡Vámonos por arriba! … Igual en Tancol y en el barquito.” Concluyó.

Es urgente la regulación del sistema de transporte público en la zona sur de Tamaulipas. No puede estar a contentillo de choferes que deciden cómo hacer la ruta; así como a gusto de los usuarios que “invitan” a irse por tal o cuál calle.

Es imperante la observación y readecuación de líneas en la totalidad, así como la determinación de las unidades a las que se les va a otorgar la concesión. Es impostergable la aplicación de la ley en esta materia para bienestar de la población que hace uso de las unidades, en particular con aquellas que bien pudiera considerarse como chatarras.

Más allá de las aplicaciones, de los trabajadores, concesionarios y del trazado de las rutas, se necesita una reingeniería del sistema del transporte público en su totalidad, empero, como dice el refrán: “Se vale soñar”.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Una serie de inconvenientes ha puesto, nuevamente, en el ojo de los medios de comunicación, al transporte público del sur de Tamaulipas. Curiosamente, ahora no solo se trata de la condición en el que se encuentran las unidades, el servicio que dan los choferes o la forma en que se conducen en las calles y avenidas de nuestra zona conurbada. Ahora son las mismas ciudades, cuyas capacidades se vieron rebasadas por los oferentes de esta actividad económica.

Después de los bloqueos de los propietarios de los vehículos asociados a las plataformas digitales en un modelo de negocio autónomo, los operativos considerados por estos últimos como irregulares y las protestas de los choferes de unidades legales se puso en entredicho la libertad de dar un servicio paralelo al que estábamos acostumbrados. A diferencia de otras partes de la república en la que incursión de este tipo de aplicaciones se dio sin ningún contratiempo o entredicho.

La cuestión, es que, desde la perspectiva de los conductores de los carros de ruta, arterias como la avenida Miguel Hidalgo está sobrepoblada de este tipo de automóviles, además de microbuses, taxis adecuados a rutas improvisadas, taxis “de carrera”, algunas combis, autobuses de gran tamaño pertenecientes a una compañía. Lo mismo ocurre en otras arterias periféricas como los bulevares o la avenida Universidad.

Y es que el origen de este conflicto, que ya dio “el botón de la muestra” hace dos días en los mercados municipales, en donde la disposición de la autoridad quedó solo en buenas intenciones, radica en una ausente regulación que termina en manos de unos cuantos, bajo criterio de quien está al volante o detrás de un escritorio o, incluso, a gusto del pasajero en turno.

Para explicarme le relataré tres ejemplos.

El primero, como lo señalé, se avisó que los microbuses llegarían hasta los mercados, para comodidad de los usuarios y para beneficio de los locatarios de este centro de abastos. Cuando se trataron de ampliar las rutas, los choferes se dieron cuenta de que transitar, por la calle Héroes de Nacozari a cualquier hora del día, implicaba invertir entre treinta a cuarenta minutos del tiempo por avanzar un par de cuadras. De inmediato, los concesionarios se negaron a continuar con esta disposición que duró apenas, unas cuantas horas.

Las calles de la zona cero de Tampico ya no se pueden “estrangular” más con la cantidad de vehículos particulares, taxis y, ahora, con los microbuses.

El segundo detalle se suscitó allí mismo, en el corazón de la ciudad. El pasado lunes por la tarde fui testigo de cómo un grupo de trabajadores del volante acarrearon “burros” de madera, cubetas de pintura vacías y mecates para, desde una esquina y hasta poco más de media cuadra, impedir el estacionamiento de los particulares, porque estaban improvisando su rampa a un costado del edificio “Águila”. ¿Desde cuando se puede ocupar así las calles y banquetas de la ciudad?

Y lo mismo pasa tres cuadras más adelante en donde, a pesar de estar un agente de tránsito, amigos de otra ruta se acomodan bloqueando el estacionamiento de una farmacia ubicada en la calle Cristóbal Colón. Si usted tiene una emergencia no puede ocupar los cajones de ese establecimiento porque, simplemente, los señores están esperando a cargar pasaje y no se van a retirar de allí.

El tercer comentario que le comparto es el que en la mañana de ayer me hizo un amigo de la ruta “Tampico – Altamira”, mientras me enseñaba una fotocopia de un trazo en el que se ilustraba la forma de entrar y salir al centro, con fecha de 3 de septiembre. Al mostrarme el papel, el caballero me contabilizaba las calles por las que debía dar vuelta para llegar al Hotel Rivera y volver a salir por la calle “20 de noviembre”.

“¡Esa vuelta me representa diez cuadras perdidas!”, me decía el hombre de edad avanzada. “¡Mas diez o quince minutos que debo esperar para poder llenarme nuevamente! ¿Se imagina? ¡Cuanta gasolina voy a estar desperdiciando por vuelta!”, me cuestionó a la par que hacía sumas con los dedos de sus manos sin soltar el volante.

Y, por último, remató: “¡Yo por eso ya le dije al delegado de la ruta que yo no le voy a hacer caso! ¡Voy a entrar como siempre y voy a dar la vuelta allí en 20 de noviembre que es donde me conviene!”, y para dar muestra de su heroísmo me aseguró, “… lo mismo hice cuando dijeron que no podíamos pasar por el paso a desnivel… yo le pregunto a los pasajeros: ¿Alguien baja allí? Y si me dicen que no… ¡Vámonos por arriba! … Igual en Tancol y en el barquito.” Concluyó.

Es urgente la regulación del sistema de transporte público en la zona sur de Tamaulipas. No puede estar a contentillo de choferes que deciden cómo hacer la ruta; así como a gusto de los usuarios que “invitan” a irse por tal o cuál calle.

Es imperante la observación y readecuación de líneas en la totalidad, así como la determinación de las unidades a las que se les va a otorgar la concesión. Es impostergable la aplicación de la ley en esta materia para bienestar de la población que hace uso de las unidades, en particular con aquellas que bien pudiera considerarse como chatarras.

Más allá de las aplicaciones, de los trabajadores, concesionarios y del trazado de las rutas, se necesita una reingeniería del sistema del transporte público en su totalidad, empero, como dice el refrán: “Se vale soñar”.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”