/ miércoles 11 de marzo de 2020

Con café y a media luz | ¿Qué le está pasando al mundo?

“¿Cómo le fue con el paro de mujeres, licenciado?”, me preguntó Alejandra, una de mis asistentes que realiza el servicio social, mientras mi mirada estaba puesta sobre la pantalla de la computadora, pensando en cómo iniciar el tema de este día en torno a lo vivido durante el fin de semana en nuestro país, gentil amigo lector.

Levanté la vista y la observé sonriendo con la sencillez y bonhomía que le caracterizan. La fiel capucha de su suéter gris que siempre le cubre la cabeza, dejaba ver la brillantez de su mirada, muy propia de la juventud que, poco a poco, se nos va escapando a todos como arena entre los dedos.

“¿Notó nuestra ausencia?”, me volvió a insistir en un tono entre bromista y esperanzador, obviamente esperando una respuesta afirmativa de mi parte a manera de reconocimiento al esfuerzo innegable e insustituible que ella y tres compañeras más realizan en la oficina.

“¡Por supuesto, hija!”, le dije con sinceridad y amabilidad. Respiré profundamente, esperando la plática que me hace cada mañana sobre sus aventuras en las aulas de clase, la música, las series de televisión y otros detalles –que a veces no comprendo– empero que, sin duda, son los que hoy adornan la vida de los estudiantes, como en su momento, usted y yo, tuvimos los propios de nuestras respectivas épocas.

De repente, hubo un silencio profundo en la oficina. La miré fijamente como invitándola a iniciar su narrativa impetuosa de cada día y, en lugar de ello, la chica suspiró profundamente y entonces me lanzó la pregunta: “¿Qué le está pasando al mundo, licenciado?”

Viniendo ese cuestionamiento de una jovencita quien, sin mediar diferencia en su condición de mujer, profesionista y ciudadana, mostraba preocupación o angustia, quizá, por lo menos, inquietud, por lo que acontecía en su entorno social inmediato, no pude evitar contestarle con otra pregunta que la invitaba a explayarse al respecto.

“¿Por qué dices eso, hija?”, le dije en un tono que denotaba un velado interés por el reproche escuchado.

Fue entonces cuando sobrevino la estruendosa cascada de argumentos a la velocidad que ya le conocía.

“¿Vio usted por televisión a la mujer que arrojó la bomba molotov y que incendió a una de sus compañeras?, ¿o vio a las que se quisieron meter a la catedral de Monterrey a mitad de la misa?, ¿o a las que destruyeron los ventanales en la Ciudad de México? ¡Se pide que pare la violencia en contra de las mujeres como la conocemos, pero protagonizamos una nueva forma de agresividad!”.

Debo reconocer que llamó poderosamente mi atención el razonamiento de la chiquilla y antes de que pudiera mediar palabra con ella, me interrumpió apenas y yo jalaba aire para explicar un supuesto que, por la seriedad mostrada por mi interlocutora, fue innecesario explicar.

“Está bien que se proteste. Que hagamos valer el derecho al respeto que nos merecemos, pero no nada más las mujeres, sino para todas las personas, incluyendo a los hombres”. La observé mientras la mirada de ella se perdía entre los jardines que se apreciaban a través del cristal empañado por el sereno que quedaba en las mañanas.

“¿Cuántos desaparecidos hay en Tamaulipas, licenciado?”. Elevé la mano en señal de querer responderle al tiempo que abría la boca y nuevamente me interrumpió: “¡Muchos, Lic., muchos, incontables, y siguen apareciendo más! ¿No ha visto las noticias? ¡Son hombres, mujeres, niños, ancianos! Son miles de familias incompletas que lo mismo se quedaron sin madres y hermanas, que sin padres e hijos”.

Nuevamente me le quedé viendo esperando a que continuara con su discurso y, después de unos instantes de un nuevo silencio me invitó a que hablara con la entonación que ya le conocía desde que inició su etapa como servidora social: “¡Pero diga algo, licenciado, se queda usted callado!”.

Así que, asumiendo que ya era mi turno para hacer uso de la voz, nuevamente tomé aire para ser otra vez interrumpido. “Porque, fíjese…”, me dijo la futura profesionista, “… ¡Qué casualidad que ya dicen en las noticias que hay infiltrados en el movimiento para evidenciar al gobierno y que la única mujer entrevistada por radio durante el movimiento fue para atacar al presidente con lo de la rifa del avión!”.

La niña, mientras seguía viendo por el ventanal de mi cubículo, negaba con la cabeza en actitud de inconformidad y tomó una nueva bocanada de aire para rematar con fuerza su postura: “¡De nada sirven ni los paros, las marchas o que desaparezcamos todas o una, si no se frena esa ola de violencia que ya conocemos todos, hombres y mujeres; y será menos útil si nosotras colaboramos con nuevos ataques o destrozos, pues al final nos convertiremos en parte del problema que hoy condenamos y no en la solución que tanto exigimos!, ¡por eso una de las manifestantes aventó la bomba sin pensar que también dañaría a sus compañeras!, ¿qué le está pasando al mundo, licenciado?”

En eso, Alejandra volvió a la realidad, después de haber viajado tan fugazmente por sus ideas y, al observarme sentado frente a la computadora, me preguntó abriendo sus enormes ojos negros: “¿De qué va a escribir la columna hoy, licenciado?”

“Sobre qué le está pasando al mundo, hija”, le respondí.

¡Y hasta aquí, pues como decía un periodista, el tiempo apremia y el espacio se agota!

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Con Café y a Media Luz

Agustín JIMENEZ CERVANTES

“¿Qué le Está Pasando al Mundo?”

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“¿Cómo le fue con el paro de mujeres, licenciado?”, me preguntó Alejandra, una de mis asistentes que realiza el servicio social, mientras mi mirada estaba puesta sobre la pantalla de la computadora, pensando en cómo iniciar el tema de este día en torno a lo vivido durante el fin de semana en nuestro país, gentil amigo lector.

Levanté la vista y la observé sonriendo con la sencillez y bonhomía que le caracterizan. La fiel capucha de su suéter gris que siempre le cubre la cabeza, dejaba ver la brillantez de su mirada, muy propia de la juventud que, poco a poco, se nos va escapando a todos como arena entre los dedos.

“¿Notó nuestra ausencia?”, me volvió a insistir en un tono entre bromista y esperanzador, obviamente esperando una respuesta afirmativa de mi parte a manera de reconocimiento al esfuerzo innegable e insustituible que ella y tres compañeras más realizan en la oficina.

“¡Por supuesto, hija!”, le dije con sinceridad y amabilidad. Respiré profundamente, esperando la plática que me hace cada mañana sobre sus aventuras en las aulas de clase, la música, las series de televisión y otros detalles –que a veces no comprendo– empero que, sin duda, son los que hoy adornan la vida de los estudiantes, como en su momento, usted y yo, tuvimos los propios de nuestras respectivas épocas.

De repente, hubo un silencio profundo en la oficina. La miré fijamente como invitándola a iniciar su narrativa impetuosa de cada día y, en lugar de ello, la chica suspiró profundamente y entonces me lanzó la pregunta: “¿Qué le está pasando al mundo, licenciado?”

Viniendo ese cuestionamiento de una jovencita quien, sin mediar diferencia en su condición de mujer, profesionista y ciudadana, mostraba preocupación o angustia, quizá, por lo menos, inquietud, por lo que acontecía en su entorno social inmediato, no pude evitar contestarle con otra pregunta que la invitaba a explayarse al respecto.

“¿Por qué dices eso, hija?”, le dije en un tono que denotaba un velado interés por el reproche escuchado.

Fue entonces cuando sobrevino la estruendosa cascada de argumentos a la velocidad que ya le conocía.

“¿Vio usted por televisión a la mujer que arrojó la bomba molotov y que incendió a una de sus compañeras?, ¿o vio a las que se quisieron meter a la catedral de Monterrey a mitad de la misa?, ¿o a las que destruyeron los ventanales en la Ciudad de México? ¡Se pide que pare la violencia en contra de las mujeres como la conocemos, pero protagonizamos una nueva forma de agresividad!”.

Debo reconocer que llamó poderosamente mi atención el razonamiento de la chiquilla y antes de que pudiera mediar palabra con ella, me interrumpió apenas y yo jalaba aire para explicar un supuesto que, por la seriedad mostrada por mi interlocutora, fue innecesario explicar.

“Está bien que se proteste. Que hagamos valer el derecho al respeto que nos merecemos, pero no nada más las mujeres, sino para todas las personas, incluyendo a los hombres”. La observé mientras la mirada de ella se perdía entre los jardines que se apreciaban a través del cristal empañado por el sereno que quedaba en las mañanas.

“¿Cuántos desaparecidos hay en Tamaulipas, licenciado?”. Elevé la mano en señal de querer responderle al tiempo que abría la boca y nuevamente me interrumpió: “¡Muchos, Lic., muchos, incontables, y siguen apareciendo más! ¿No ha visto las noticias? ¡Son hombres, mujeres, niños, ancianos! Son miles de familias incompletas que lo mismo se quedaron sin madres y hermanas, que sin padres e hijos”.

Nuevamente me le quedé viendo esperando a que continuara con su discurso y, después de unos instantes de un nuevo silencio me invitó a que hablara con la entonación que ya le conocía desde que inició su etapa como servidora social: “¡Pero diga algo, licenciado, se queda usted callado!”.

Así que, asumiendo que ya era mi turno para hacer uso de la voz, nuevamente tomé aire para ser otra vez interrumpido. “Porque, fíjese…”, me dijo la futura profesionista, “… ¡Qué casualidad que ya dicen en las noticias que hay infiltrados en el movimiento para evidenciar al gobierno y que la única mujer entrevistada por radio durante el movimiento fue para atacar al presidente con lo de la rifa del avión!”.

La niña, mientras seguía viendo por el ventanal de mi cubículo, negaba con la cabeza en actitud de inconformidad y tomó una nueva bocanada de aire para rematar con fuerza su postura: “¡De nada sirven ni los paros, las marchas o que desaparezcamos todas o una, si no se frena esa ola de violencia que ya conocemos todos, hombres y mujeres; y será menos útil si nosotras colaboramos con nuevos ataques o destrozos, pues al final nos convertiremos en parte del problema que hoy condenamos y no en la solución que tanto exigimos!, ¡por eso una de las manifestantes aventó la bomba sin pensar que también dañaría a sus compañeras!, ¿qué le está pasando al mundo, licenciado?”

En eso, Alejandra volvió a la realidad, después de haber viajado tan fugazmente por sus ideas y, al observarme sentado frente a la computadora, me preguntó abriendo sus enormes ojos negros: “¿De qué va a escribir la columna hoy, licenciado?”

“Sobre qué le está pasando al mundo, hija”, le respondí.

¡Y hasta aquí, pues como decía un periodista, el tiempo apremia y el espacio se agota!

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Con Café y a Media Luz

Agustín JIMENEZ CERVANTES

“¿Qué le Está Pasando al Mundo?”

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