/ lunes 21 de septiembre de 2020

Con café y a media luz | ¿Saliendo o entrando?

En los últimos días he observado entre los habitantes de nuestra ciudad una actitud de desparpajo o resignación –aún no la puedo entender en su totalidad– que adorna la marcha que tienen entre las céntricas calles, los comercios y al momento de usar el transporte público. Olvidándose por completo que estamos transitando en lo que parece ser la última etapa de una pandemia que le ha costado a nuestro país más de 70 mil víctimas mortales y cerca de los 700 mil enfermos, en los últimos seis meses.

Esta conducta no merece extrañeza, ni adjetivación maligna de ninguna índole, por el contrario, no es otra cosa que el resultado del bombardeo mediático de mensajes esperanzadores emitidos por las autoridades de los diferentes niveles de gobierno en torno a la “salida” o conclusión de este problema mundial que, hoy, ya es considerado por la OMS como la situación sanitaria más grave de la que se tenga registro y, por otra parte, también cunde entre la ciudadanía una asimilación del problema y se ha asumido como parte de una realidad.

El par de factores que redacté en el párrafo anterior son los detonantes para que exista una especie de relajación en las medidas sanitarias, tanto las que recaen en el carácter de la individualidad como las que deben ser atendidas por los establecimientos como supermercados, bancos, centros comerciales, oficinas privadas, dependencias, etcétera. Desde hace días, simplemente, caminamos –con paso firme– por la senda del descuido y la irresponsabilidad.

Me permitiré ponerle tres ejemplos sumamente sencillos.

Un conocido supermercado establecido en el corazón de la ciudad se había caracterizado por establecer filtros sanitarios para el acceso a sus instalaciones y una ruta específica para salir de ellas. Al pendiente de cada uno de los visitantes estaba un empleado cuya función era medir la temperatura, darla a conocer al comprador y, posterior a ello, proporcionarle gel antibacterial.

El viernes acudí a ese negocio y me detuve varios instantes en la puerta para ser examinado como de costumbre. Nadie reparó en mi presencia en el marco de acceso. Fue un guardia el que me señaló una mesa colocada de manera cercana y, sobre ella, un dispensador del líquido. Mientras que me decía “Tome gel y pase”, el responsable del orden señalaba con el índice derecho el frasco y con la mano izquierda me invitaba al interior del lugar.

Al salir de allí abordé un carro de la ruta Tampico–Altamira. El chofer del vehículo, al igual que este servidor, portábamos un cubrebocas. El responsable del volante no había hecho comentario alguno, hasta que al llegar al semáforo del cruce de la avenida Miguel Hidalgo y la calle José de Escandón, un hombre se subió a la unidad sin la protección.

De inmediato, el trabajador del volante le pidió amablemente al usuario que se colocara la protección correspondiente. La respuesta no se hizo esperar. “¡No traigo!”, dijo en tono cortante el pasajero y agregó “¡Eso nomás es negocio del Gobierno para hacernos gastar en trapos que no se necesitan!” Y ante la insistencia del conductor de que se usara el filtro, el caballero le gritó: “¡Si quieres que use uno, dámelo tú!”. El automovilista guardó silencio.

Al abordar el carro que me traería de regreso a Tampico resultó que, quien no usaba cubrebocas era el chofer. No pude evitar el preguntarle la razón de no portarlo y al lanzar la cuestión al aire, el buen hombre me dijo: “¿No ha oído al presidente? ¡El virus ya se fue!¡Ya la hicimos! ¡Ya no es necesario que nos pongamos cosas en la cara!”

Fui yo el que ahora guardaba silencio mientras pensaba en torno a los tres detalles ocurridos el mismo día. Atiné a mirar por la ventana del carro y la escena era la misma en cada esquina en la que la unidad se detuvo. Un buen número de ciudadanos juntos y sin protección. Al interior de los locales se apreciaba lo mismo, tanto oferentes como compradores habían olvidado las indicaciones o habían decidido no seguirlas.

Y, curiosamente, gran parte de los mensajes que se reciben de la autoridad a través de los medios masivos –tradicionales y digitales– sí apuntan a que estamos saliendo de la crisis sanitaria y que estamos entrando a una “nueva normalidad” que “llegó para quedarse”. Esa última parte del enunciado pareciera que no se escucha o que no permea en la razón ciudadana.

Por otra parte, en lo que refiere a la localidad, este que escribe no ha observado, leído o escuchado algún mensaje de algún representante del poder público ya sea federal, estatal o municipal, que hable sobre el comportamiento, condiciones de uso e indicaciones de convivencia que se deberá atender en esto que han llamado “nueva normalidad” o “modelo de nueva convivencia social”.

Le pido que no me malentienda porque, hasta este momento, las indicaciones que nos han proporcionado han sido en el marco de la pandemia durante las tres etapas que hemos vivido: El ascenso de la curva, la cresta en diversos estados y el aparente descenso por el que estamos transitando. No obstante, insisto, aún no hay alguien que señale de manera oficial el “cómo” de las actividades a las que estábamos acostumbrados a llevar a efecto en el nuevo contexto que ya está “a la vuelta de la esquina”.

Lo anterior me hace plantearme la siguiente pregunta: ¿Estamos, en realidad, saliendo de un problema sanitario o, por el contrario, sin darnos cuenta estamos por entrar a otro del que no tenemos del todo claro en qué va a consistir?

Y hasta aquí, pues como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana, ¡despierte, no se duerma que será un gran día!

En los últimos días he observado entre los habitantes de nuestra ciudad una actitud de desparpajo o resignación –aún no la puedo entender en su totalidad– que adorna la marcha que tienen entre las céntricas calles, los comercios y al momento de usar el transporte público. Olvidándose por completo que estamos transitando en lo que parece ser la última etapa de una pandemia que le ha costado a nuestro país más de 70 mil víctimas mortales y cerca de los 700 mil enfermos, en los últimos seis meses.

Esta conducta no merece extrañeza, ni adjetivación maligna de ninguna índole, por el contrario, no es otra cosa que el resultado del bombardeo mediático de mensajes esperanzadores emitidos por las autoridades de los diferentes niveles de gobierno en torno a la “salida” o conclusión de este problema mundial que, hoy, ya es considerado por la OMS como la situación sanitaria más grave de la que se tenga registro y, por otra parte, también cunde entre la ciudadanía una asimilación del problema y se ha asumido como parte de una realidad.

El par de factores que redacté en el párrafo anterior son los detonantes para que exista una especie de relajación en las medidas sanitarias, tanto las que recaen en el carácter de la individualidad como las que deben ser atendidas por los establecimientos como supermercados, bancos, centros comerciales, oficinas privadas, dependencias, etcétera. Desde hace días, simplemente, caminamos –con paso firme– por la senda del descuido y la irresponsabilidad.

Me permitiré ponerle tres ejemplos sumamente sencillos.

Un conocido supermercado establecido en el corazón de la ciudad se había caracterizado por establecer filtros sanitarios para el acceso a sus instalaciones y una ruta específica para salir de ellas. Al pendiente de cada uno de los visitantes estaba un empleado cuya función era medir la temperatura, darla a conocer al comprador y, posterior a ello, proporcionarle gel antibacterial.

El viernes acudí a ese negocio y me detuve varios instantes en la puerta para ser examinado como de costumbre. Nadie reparó en mi presencia en el marco de acceso. Fue un guardia el que me señaló una mesa colocada de manera cercana y, sobre ella, un dispensador del líquido. Mientras que me decía “Tome gel y pase”, el responsable del orden señalaba con el índice derecho el frasco y con la mano izquierda me invitaba al interior del lugar.

Al salir de allí abordé un carro de la ruta Tampico–Altamira. El chofer del vehículo, al igual que este servidor, portábamos un cubrebocas. El responsable del volante no había hecho comentario alguno, hasta que al llegar al semáforo del cruce de la avenida Miguel Hidalgo y la calle José de Escandón, un hombre se subió a la unidad sin la protección.

De inmediato, el trabajador del volante le pidió amablemente al usuario que se colocara la protección correspondiente. La respuesta no se hizo esperar. “¡No traigo!”, dijo en tono cortante el pasajero y agregó “¡Eso nomás es negocio del Gobierno para hacernos gastar en trapos que no se necesitan!” Y ante la insistencia del conductor de que se usara el filtro, el caballero le gritó: “¡Si quieres que use uno, dámelo tú!”. El automovilista guardó silencio.

Al abordar el carro que me traería de regreso a Tampico resultó que, quien no usaba cubrebocas era el chofer. No pude evitar el preguntarle la razón de no portarlo y al lanzar la cuestión al aire, el buen hombre me dijo: “¿No ha oído al presidente? ¡El virus ya se fue!¡Ya la hicimos! ¡Ya no es necesario que nos pongamos cosas en la cara!”

Fui yo el que ahora guardaba silencio mientras pensaba en torno a los tres detalles ocurridos el mismo día. Atiné a mirar por la ventana del carro y la escena era la misma en cada esquina en la que la unidad se detuvo. Un buen número de ciudadanos juntos y sin protección. Al interior de los locales se apreciaba lo mismo, tanto oferentes como compradores habían olvidado las indicaciones o habían decidido no seguirlas.

Y, curiosamente, gran parte de los mensajes que se reciben de la autoridad a través de los medios masivos –tradicionales y digitales– sí apuntan a que estamos saliendo de la crisis sanitaria y que estamos entrando a una “nueva normalidad” que “llegó para quedarse”. Esa última parte del enunciado pareciera que no se escucha o que no permea en la razón ciudadana.

Por otra parte, en lo que refiere a la localidad, este que escribe no ha observado, leído o escuchado algún mensaje de algún representante del poder público ya sea federal, estatal o municipal, que hable sobre el comportamiento, condiciones de uso e indicaciones de convivencia que se deberá atender en esto que han llamado “nueva normalidad” o “modelo de nueva convivencia social”.

Le pido que no me malentienda porque, hasta este momento, las indicaciones que nos han proporcionado han sido en el marco de la pandemia durante las tres etapas que hemos vivido: El ascenso de la curva, la cresta en diversos estados y el aparente descenso por el que estamos transitando. No obstante, insisto, aún no hay alguien que señale de manera oficial el “cómo” de las actividades a las que estábamos acostumbrados a llevar a efecto en el nuevo contexto que ya está “a la vuelta de la esquina”.

Lo anterior me hace plantearme la siguiente pregunta: ¿Estamos, en realidad, saliendo de un problema sanitario o, por el contrario, sin darnos cuenta estamos por entrar a otro del que no tenemos del todo claro en qué va a consistir?

Y hasta aquí, pues como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana, ¡despierte, no se duerma que será un gran día!