/ lunes 10 de mayo de 2021

Con café y a media luz | “Sin agua, salud… Sin conciencia y sin memoria”

Parece que se nos han olvidado las imágenes que circularon por los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales de los miembros de nuestra comunidad hace poco más del año cuando empezó el problema del SARS CoV-2, en México. Filas interminables de hombres y mujeres en las cajas registradoras de los almacenes y supermercados. Cada uno llevando, en el carrito de mandado, pilas enormes de rollos de papel de baño, gel sanitizante, toallitas desinfectantes y cubrebocas para toda la familia.

Videoclips en los que se apreciaban anaqueles vacíos fueron divulgados rápidamente por las masas. Miles de comentarios angustiantes en los que se preguntaba por algún lugar en el que aún tuvieran en existencia estos artículos en venta para enfrentar y sobrevivir a la mortífera enfermedad que ya había ingresado a nuestra nación.

Así, sin más y de la noche a la mañana, nos quedamos sin esos productos.

Posteriormente, aquellos que habían logrado acaparar dichos objetos y, abusando de la desesperación de los demás, los pusieron a la venta a precios exorbitantes haciendo gala de su falta de sensibilidad humana, respeto y conciencia. Un carente sentido de hermandad y conmiseración se percibió en el ambiente.

No obstante, la falta de razón en los ciudadanos se manifestó con el paso de los días en otro tenor. Por decenas podíamos contar a gente sin cubrebocas, sin respetar la sana distancia y exponiéndose innece-sariamente al salir de sus hogares cuando el gobierno lanzaba campañas con el famoso y repetido “¡Quédate en casa!”

Por ese mismo tiempo la tranquilidad nos había abandonado. Con el transcurrir de las semanas, poco a poco, nos fuimos enterando que cierta persona se había enfermado, a otro más se lo habían llevado grave al hospital, un amigo había fallecido y las noticias daban cuenta y fe de los rumores, convirtiéndolos, así, en una cruel realidad que se sostenía por las cifras acumuladas de casos y de decesos.

Así, circularon nuevamente imágenes que hacían evidencia de las dimensiones de la tragedia. ¿Se olvidó ya de las fotografías del tráiler frigorífico que se instaló en uno de los nosocomios de la zona conurbada?, ¿O ya no recuerda las fotografías del improvisado anfiteatro en uno de los salones de clases en el interior de un hospital?

Y hoy, antes de que podamos salir de esta terrible situación, México se ve enfrentando a otro problema de carácter mundial: el cambio climático y el calentamiento global. Situaciones que, de seguir así, pueden cobrar más vidas que la misma pandemia de Covid-19 que, hasta el momento y de manera oficial, supera los 200 mil muertos. Aunque se sabe extraoficialmente que esta cifra puede llegar al doble.

Ante la inminente sequía de buena parte del sistema lagunario del sur de Tamaulipas, las autoridades han hecho “mexicanadas” para evitar que siga ingresando el agua de mar a los vasos lacustres debido a los bajos niveles que han presentado por la intensa ola de calor, el consumo del vital líquido y la ausencia de lluvias.

A pesar de los esfuerzos hemos atestiguado cómo fue rota la costalera colocada en “El Camalote” y cómo, nuevamente, la levantaron “reforzada”, mientras que, por otro lado, se organizaba una “vaquita”, un “pase de charola” para que se pueda construir una solución de carácter permanente. Y, en su casa y en la mía, el agua de mar se debe ocupar lo mismo para lavar los trastes que para el aseo personal, lo que está ocasionando un deterioro severo en las instalaciones que transportan dicho fluido.

Como si la historia se repitiera, nos enfrentamos a la misma puesta en escena, solo cambia el entorno y el causante de la tragedia, ahora empezamos a ver filas en las afueras de las purificadoras de agua y a gente que se lleva hasta diez botellones en sus vehículos ante el probable encarecimiento del líquido derivado de una escasez que sobreviene con características que bien pudieran considerarse catastróficas.

¿Estaremos ante un nuevo acto de inconsciencia?

No nos debería extrañar que, si este problema continúa, más tarde que temprano observaremos anuncios en los grupos de compra-venta de la zona, “ofertas” de garrafones que alcanzarían, en un momento dado, hasta el doble o el triple del valor con el que se comercian actualmente y, por las circunstancias a las que nos estemos enfrentando, se venderán sin problema y sin vergüenza alguna.

Y, a pesar de la insistencia de los grupos ecologistas de sembrar árboles para enfriar la zona lo más pronto posible y atraer nuevamente las lluvias a la región, seguiremos siendo testigos de la “urbanización” a costa de las pocas áreas verdes que son más vitales que nunca para la supervivencia del ser humano.

Me preocupa que, en lugar de encontrar e implementar soluciones a estos problemas, tengamos que aprender a vivir con ellos hasta convertirlos en parte de una normalidad que solo parecía suceder en las malas películas hollywoodenses, por lo que me planteo la siguiente pregunta: ¿Seremos tan romos y absurdos de pensamiento que le estamos apostando en adaptarnos al calentamiento, así como tratamos de hacerlo para con el Covid? ¿Cuántas vidas costará nuestra terquedad? ¿Qué falta para empezar a sembrar árboles?

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame y recuerde, será un gran día.

Correo: licajimenezmcc@hotmail.com

Parece que se nos han olvidado las imágenes que circularon por los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales de los miembros de nuestra comunidad hace poco más del año cuando empezó el problema del SARS CoV-2, en México. Filas interminables de hombres y mujeres en las cajas registradoras de los almacenes y supermercados. Cada uno llevando, en el carrito de mandado, pilas enormes de rollos de papel de baño, gel sanitizante, toallitas desinfectantes y cubrebocas para toda la familia.

Videoclips en los que se apreciaban anaqueles vacíos fueron divulgados rápidamente por las masas. Miles de comentarios angustiantes en los que se preguntaba por algún lugar en el que aún tuvieran en existencia estos artículos en venta para enfrentar y sobrevivir a la mortífera enfermedad que ya había ingresado a nuestra nación.

Así, sin más y de la noche a la mañana, nos quedamos sin esos productos.

Posteriormente, aquellos que habían logrado acaparar dichos objetos y, abusando de la desesperación de los demás, los pusieron a la venta a precios exorbitantes haciendo gala de su falta de sensibilidad humana, respeto y conciencia. Un carente sentido de hermandad y conmiseración se percibió en el ambiente.

No obstante, la falta de razón en los ciudadanos se manifestó con el paso de los días en otro tenor. Por decenas podíamos contar a gente sin cubrebocas, sin respetar la sana distancia y exponiéndose innece-sariamente al salir de sus hogares cuando el gobierno lanzaba campañas con el famoso y repetido “¡Quédate en casa!”

Por ese mismo tiempo la tranquilidad nos había abandonado. Con el transcurrir de las semanas, poco a poco, nos fuimos enterando que cierta persona se había enfermado, a otro más se lo habían llevado grave al hospital, un amigo había fallecido y las noticias daban cuenta y fe de los rumores, convirtiéndolos, así, en una cruel realidad que se sostenía por las cifras acumuladas de casos y de decesos.

Así, circularon nuevamente imágenes que hacían evidencia de las dimensiones de la tragedia. ¿Se olvidó ya de las fotografías del tráiler frigorífico que se instaló en uno de los nosocomios de la zona conurbada?, ¿O ya no recuerda las fotografías del improvisado anfiteatro en uno de los salones de clases en el interior de un hospital?

Y hoy, antes de que podamos salir de esta terrible situación, México se ve enfrentando a otro problema de carácter mundial: el cambio climático y el calentamiento global. Situaciones que, de seguir así, pueden cobrar más vidas que la misma pandemia de Covid-19 que, hasta el momento y de manera oficial, supera los 200 mil muertos. Aunque se sabe extraoficialmente que esta cifra puede llegar al doble.

Ante la inminente sequía de buena parte del sistema lagunario del sur de Tamaulipas, las autoridades han hecho “mexicanadas” para evitar que siga ingresando el agua de mar a los vasos lacustres debido a los bajos niveles que han presentado por la intensa ola de calor, el consumo del vital líquido y la ausencia de lluvias.

A pesar de los esfuerzos hemos atestiguado cómo fue rota la costalera colocada en “El Camalote” y cómo, nuevamente, la levantaron “reforzada”, mientras que, por otro lado, se organizaba una “vaquita”, un “pase de charola” para que se pueda construir una solución de carácter permanente. Y, en su casa y en la mía, el agua de mar se debe ocupar lo mismo para lavar los trastes que para el aseo personal, lo que está ocasionando un deterioro severo en las instalaciones que transportan dicho fluido.

Como si la historia se repitiera, nos enfrentamos a la misma puesta en escena, solo cambia el entorno y el causante de la tragedia, ahora empezamos a ver filas en las afueras de las purificadoras de agua y a gente que se lleva hasta diez botellones en sus vehículos ante el probable encarecimiento del líquido derivado de una escasez que sobreviene con características que bien pudieran considerarse catastróficas.

¿Estaremos ante un nuevo acto de inconsciencia?

No nos debería extrañar que, si este problema continúa, más tarde que temprano observaremos anuncios en los grupos de compra-venta de la zona, “ofertas” de garrafones que alcanzarían, en un momento dado, hasta el doble o el triple del valor con el que se comercian actualmente y, por las circunstancias a las que nos estemos enfrentando, se venderán sin problema y sin vergüenza alguna.

Y, a pesar de la insistencia de los grupos ecologistas de sembrar árboles para enfriar la zona lo más pronto posible y atraer nuevamente las lluvias a la región, seguiremos siendo testigos de la “urbanización” a costa de las pocas áreas verdes que son más vitales que nunca para la supervivencia del ser humano.

Me preocupa que, en lugar de encontrar e implementar soluciones a estos problemas, tengamos que aprender a vivir con ellos hasta convertirlos en parte de una normalidad que solo parecía suceder en las malas películas hollywoodenses, por lo que me planteo la siguiente pregunta: ¿Seremos tan romos y absurdos de pensamiento que le estamos apostando en adaptarnos al calentamiento, así como tratamos de hacerlo para con el Covid? ¿Cuántas vidas costará nuestra terquedad? ¿Qué falta para empezar a sembrar árboles?

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

Escríbame y recuerde, será un gran día.

Correo: licajimenezmcc@hotmail.com