/ miércoles 27 de enero de 2021

Con café y a media luz | Sin distingos

Antes de empezar con la entrega de este día, la cual y como siempre, pongo a sus amables consideración y dispensa, gentil amigo lector, es mi deseo condenar enfáticamente las burlas y beneplácitos que algunas personas han hecho públicos a través de las redes sociales a razón de que el presidente López ha manifestado ser víctima del Covid-19. Desapruebo, aun más, aquellos mensajes en los que, militantes de otros partidos, le desean un pronto deceso. Lo lamento y me avergüenzo por esas exclamaciones que distan mucho de la empatía que debe prevalecer en estos momentos en nuestra sociedad.

Como usted lo sabe, este servidor no es afín a ningún personaje de la política y tampoco es mi gusto militar en un determinado escaparate. ¡Es más! ¡No es una actividad de mi agrado! Por lo que, a través de este espacio, hemos podido compartir opiniones a favor o en contra de las acciones de los protagonistas de este sector; ya sea durante su campaña o cuando ya ostenta el nombramiento de un cargo de elección popular.

Empero, una cosa es opinar sobre los procederes de aquellos que rigen a nuestro país o estado y otra, es celebrar que alguno haya sido víctima de una enfermedad mortal o, incluso, enviarle mensajes digitales en los que, explícitamente, se anhela su muerte.

Es reprobable que la mala interpretación de la política llegue hasta ese punto.

En torno al caso del presidente Andrés Manuel López Obrador existen varias preguntas que se deberían realizar por parte de la prensa y el gobierno está obligado a responder, respetando, siempre, el derecho a la discreción sobre el estado de salud que guarda, el cual es intocable e inviolable.

Por principio de cuentas. ¿Cómo fue que el caso de la enfermedad del mandatario pasara por alto por los filtros sanitarios que están colocados en Palacio Nacional? Pero no solo eso. Previo a la declaración del tabasqueño a través de sus redes sociales en la tarde del domingo, el estadista había viajado a los estados de Nuevo León y San Luís Potosí, ¿Acaso no hubo, en los nodos de su viaje y en los accesos a los recintos de esas dos entidades, los módulos para tomarle la temperatura?

Si cavilamos la situación por un instante y nos amparamos en la opinión de los expertos, concluiremos que el presidente López, probablemente, se contagió a principios de la semana anterior y presentó los síntomas el fin de semana. Por tanto, ¿Cómo es que nadie notó, entre viernes y sábado, detalles como la variación de su temperatura corporal?

Quizá, para este momento, usted me haya contestado que el hombre originario de Macuspana se había empecinado durante todo el lapso de la pandemia a no usar cubrebocas –así aparece en las fotografías y videos que circularon en internet de las visitas realizadas a los estados citados arriba– y, además que en varias ocasiones se le vio rechazar el gel antibacterial, cuando este le era ofrecido por personal del Palacio Nacional antes de iniciar las conferencias matutinas.

Estoy de acuerdo que todos esos detalles coadyuvaron, además de vivir en la ciudad con el mayor índice de contagios, a que el mandatario cayera en cama.

Pero ¿qué ocurrió con Carlos Slim? El hombre más rico de América Latina también se encuentra convaleciente a causa de este mal. Un individuo cuyos niveles de protección personal, tanto de seguridad como sanitaria, cumplen con los más altos estándares, no pudo evadir la presencia del virus y ha manifestado públicamente que se encuentra en tratamiento médico.

Estamos seguros de que ningún miembro de las familias de ambos personajes pasarán por la misma situación que viven muchos ciudadanos. No estarán en hospitales públicos, ni penarán por un tanque de oxígeno y, mucho menos veremos a sus hijos, esposas o nietos, apostados en la banqueta de un nosocomio esperando a que les den a conocer el último reporte de salud.

El cargo público, en el primero de los casos y el poder económico, en el segundo, son los factores que ocasionan la diferencia.

Sin embargo, el virus no hace distingos y demuestra que más allá del poderío político o empresarial, del género o de la edad, cualquier ser humano puede enfermarse y, si su organismo no responde como debiera, cabe la posibilidad de concluir su historia de vida, pues al final, la salud del presidente, del empresario, del periodista o del lector puede ser igual de frágil ante el embate de este mal.

Así que, en conclusión, no deseemos a otros lo que no queremos para sí mismos.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

Antes de empezar con la entrega de este día, la cual y como siempre, pongo a sus amables consideración y dispensa, gentil amigo lector, es mi deseo condenar enfáticamente las burlas y beneplácitos que algunas personas han hecho públicos a través de las redes sociales a razón de que el presidente López ha manifestado ser víctima del Covid-19. Desapruebo, aun más, aquellos mensajes en los que, militantes de otros partidos, le desean un pronto deceso. Lo lamento y me avergüenzo por esas exclamaciones que distan mucho de la empatía que debe prevalecer en estos momentos en nuestra sociedad.

Como usted lo sabe, este servidor no es afín a ningún personaje de la política y tampoco es mi gusto militar en un determinado escaparate. ¡Es más! ¡No es una actividad de mi agrado! Por lo que, a través de este espacio, hemos podido compartir opiniones a favor o en contra de las acciones de los protagonistas de este sector; ya sea durante su campaña o cuando ya ostenta el nombramiento de un cargo de elección popular.

Empero, una cosa es opinar sobre los procederes de aquellos que rigen a nuestro país o estado y otra, es celebrar que alguno haya sido víctima de una enfermedad mortal o, incluso, enviarle mensajes digitales en los que, explícitamente, se anhela su muerte.

Es reprobable que la mala interpretación de la política llegue hasta ese punto.

En torno al caso del presidente Andrés Manuel López Obrador existen varias preguntas que se deberían realizar por parte de la prensa y el gobierno está obligado a responder, respetando, siempre, el derecho a la discreción sobre el estado de salud que guarda, el cual es intocable e inviolable.

Por principio de cuentas. ¿Cómo fue que el caso de la enfermedad del mandatario pasara por alto por los filtros sanitarios que están colocados en Palacio Nacional? Pero no solo eso. Previo a la declaración del tabasqueño a través de sus redes sociales en la tarde del domingo, el estadista había viajado a los estados de Nuevo León y San Luís Potosí, ¿Acaso no hubo, en los nodos de su viaje y en los accesos a los recintos de esas dos entidades, los módulos para tomarle la temperatura?

Si cavilamos la situación por un instante y nos amparamos en la opinión de los expertos, concluiremos que el presidente López, probablemente, se contagió a principios de la semana anterior y presentó los síntomas el fin de semana. Por tanto, ¿Cómo es que nadie notó, entre viernes y sábado, detalles como la variación de su temperatura corporal?

Quizá, para este momento, usted me haya contestado que el hombre originario de Macuspana se había empecinado durante todo el lapso de la pandemia a no usar cubrebocas –así aparece en las fotografías y videos que circularon en internet de las visitas realizadas a los estados citados arriba– y, además que en varias ocasiones se le vio rechazar el gel antibacterial, cuando este le era ofrecido por personal del Palacio Nacional antes de iniciar las conferencias matutinas.

Estoy de acuerdo que todos esos detalles coadyuvaron, además de vivir en la ciudad con el mayor índice de contagios, a que el mandatario cayera en cama.

Pero ¿qué ocurrió con Carlos Slim? El hombre más rico de América Latina también se encuentra convaleciente a causa de este mal. Un individuo cuyos niveles de protección personal, tanto de seguridad como sanitaria, cumplen con los más altos estándares, no pudo evadir la presencia del virus y ha manifestado públicamente que se encuentra en tratamiento médico.

Estamos seguros de que ningún miembro de las familias de ambos personajes pasarán por la misma situación que viven muchos ciudadanos. No estarán en hospitales públicos, ni penarán por un tanque de oxígeno y, mucho menos veremos a sus hijos, esposas o nietos, apostados en la banqueta de un nosocomio esperando a que les den a conocer el último reporte de salud.

El cargo público, en el primero de los casos y el poder económico, en el segundo, son los factores que ocasionan la diferencia.

Sin embargo, el virus no hace distingos y demuestra que más allá del poderío político o empresarial, del género o de la edad, cualquier ser humano puede enfermarse y, si su organismo no responde como debiera, cabe la posibilidad de concluir su historia de vida, pues al final, la salud del presidente, del empresario, del periodista o del lector puede ser igual de frágil ante el embate de este mal.

Así que, en conclusión, no deseemos a otros lo que no queremos para sí mismos.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a: licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.