/ viernes 29 de mayo de 2020

Con café y a media luz | Sobrestimando la letalidad

La molestia mostrada por el presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Andrés Manuel López Obrador, al ser cuestionado sobre la situación que guarda nuestra nación en torno al avance del Covid-19, particularmente en lo que respecta a las cifras de letalidad – no confundir con mortalidad – que fueron publicadas por el centro de investigación de la universidad “John Hopkins”, tiene su origen muchos días atrás.

Por principio de cuentas, la citada casa de estudios es una de las más respetables instituciones en materia de la enseñanza médica en el mundo y ha proporcionado a la humanidad, en materia del SARS – COV – 2, uno de los mapas en tiempo real más certeros para medir el avance de este virus en el orbe y en el caso del famoso “top ten”, no hizo otra cosa que observar el número de pacientes contagiados que, lamentablemente, fallecen por este mal en relación con la población total de nuestra nación, por ello se habló de poco más del 10% de tasa de letalidad. Esta cifra colocó a México, según ese estudio, en el penoso primer lugar en los países de América Latina en este tenor.

Como era de esperarse, nuestro mandatario “desestimó”, por decir lo menos, los guarismos arrojados por este estudio, indicando que hay países que tienen un número mayor de decesos y sí, es verdad, no obstante que, esa cantidad de muertes, en relación con la población de enfermos que también supera, y por mucho, a los pacientes en México, los hace tener una “letalidad” menor.

El momento incómodo ocasionado por esta aparente “sobrestimación de la letalidad”, como lo dijimos renglones arriba, tiene su origen muchos días atrás cuando el propio subsecretario de salud, Dr. Hugo López – Gatell “subestimó la aplicación general de pruebas”.

Fue en la primera semana de abril, hace casi dos meses, cuando el vocero de la presidencia en materia de Covid-19 declaró que, para tener una perspectiva más objetiva sobre una cantidad real de enfermos se aplicaría un modelo desarrollado en el 2006 en los Estados Unidos y que había sido de suma utilidad en epidemias similares, bajo la perspectiva de que “no todo lo que se ve es lo que hay”. Este último paradigma, trata de explicar que los enfermos contabilizados no representan la totalidad del universo de pacientes y que, seguramente, hay otros quienes, por varios factores, no han sido cuantificados.

El factor numérico que determinaría esa realidad más “certera”, sería de 8.2 y el resultado arrojado escandalizó a todos los implicados – gobierno federal, autoridades sanitarias y sociedad en general – por lo que de inmediato trató de ser desmentido o “suavizado” por AMLO y el Dr. Jorge Alcocer.

Ante la andanada de preguntas hechas por los representantes de la prensa internacional, en torno a la política de no aplicar pruebas al total de la población, el facultativo López – Gatell insistió en que era mejor el modelo Centinela pues la otra vía sería, a la postre, un desperdicio del recurso económico.

Durante la llamada “etapa 2” de la pandemia en México se mostró tarde a tarde la perspectiva que arrojaba el modelo Centinela, la cual crecía de manera desmedida y, curiosamente, de la noche a la mañana, y con el pretexto de que el dato ya no era relevante para el combate a la enfermedad, la gráfica y sus cifras “recibieron carpetazo”. Ante esto se esperó que cambiase la postura de las autoridades federales de salud sobre la aplicación masiva de pruebas y no fue así.

Para muchos miembros de la sociedad mexicana, la aplicación temprana de pruebas para la detección del Covid-19 hubiera sido una estrategia ideal para atender más temprano que tarde a la población infectada ya sea de manera ambulatoria u hospitalizada y, a la par, hubiera sido posible el aislamiento preventivo para evitar la propagación del virus en amigos y familiares, sin embargo, muchas personas con síntomas leves o incluso nulos deambularon por la calle sin siquiera saber que estaban enfermos.

Aunque el “hubiera” no existe, creo que vale la pena recalcar que hubiera sido preferible aplicar exámenes a toda la población en vez del modelo Centinela; hubiera sido mejor la detección temprana que la atención tardía; hubiera sido mejor aparecer con una tasa de letalidad menor que ocupar el primer sitio en ese rubro para Latinoamérica; hubiera sido mejor contestar con guarismos específicos sobre la misma perspectiva que con cifras estimadas con otra óptica y, en pocas palabras, hubiera sido mejor evitar pasar el “trago amargo” para no escuchar “otros datos”.

La molestia mostrada por el presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Andrés Manuel López Obrador, al ser cuestionado sobre la situación que guarda nuestra nación en torno al avance del Covid-19, particularmente en lo que respecta a las cifras de letalidad – no confundir con mortalidad – que fueron publicadas por el centro de investigación de la universidad “John Hopkins”, tiene su origen muchos días atrás.

Por principio de cuentas, la citada casa de estudios es una de las más respetables instituciones en materia de la enseñanza médica en el mundo y ha proporcionado a la humanidad, en materia del SARS – COV – 2, uno de los mapas en tiempo real más certeros para medir el avance de este virus en el orbe y en el caso del famoso “top ten”, no hizo otra cosa que observar el número de pacientes contagiados que, lamentablemente, fallecen por este mal en relación con la población total de nuestra nación, por ello se habló de poco más del 10% de tasa de letalidad. Esta cifra colocó a México, según ese estudio, en el penoso primer lugar en los países de América Latina en este tenor.

Como era de esperarse, nuestro mandatario “desestimó”, por decir lo menos, los guarismos arrojados por este estudio, indicando que hay países que tienen un número mayor de decesos y sí, es verdad, no obstante que, esa cantidad de muertes, en relación con la población de enfermos que también supera, y por mucho, a los pacientes en México, los hace tener una “letalidad” menor.

El momento incómodo ocasionado por esta aparente “sobrestimación de la letalidad”, como lo dijimos renglones arriba, tiene su origen muchos días atrás cuando el propio subsecretario de salud, Dr. Hugo López – Gatell “subestimó la aplicación general de pruebas”.

Fue en la primera semana de abril, hace casi dos meses, cuando el vocero de la presidencia en materia de Covid-19 declaró que, para tener una perspectiva más objetiva sobre una cantidad real de enfermos se aplicaría un modelo desarrollado en el 2006 en los Estados Unidos y que había sido de suma utilidad en epidemias similares, bajo la perspectiva de que “no todo lo que se ve es lo que hay”. Este último paradigma, trata de explicar que los enfermos contabilizados no representan la totalidad del universo de pacientes y que, seguramente, hay otros quienes, por varios factores, no han sido cuantificados.

El factor numérico que determinaría esa realidad más “certera”, sería de 8.2 y el resultado arrojado escandalizó a todos los implicados – gobierno federal, autoridades sanitarias y sociedad en general – por lo que de inmediato trató de ser desmentido o “suavizado” por AMLO y el Dr. Jorge Alcocer.

Ante la andanada de preguntas hechas por los representantes de la prensa internacional, en torno a la política de no aplicar pruebas al total de la población, el facultativo López – Gatell insistió en que era mejor el modelo Centinela pues la otra vía sería, a la postre, un desperdicio del recurso económico.

Durante la llamada “etapa 2” de la pandemia en México se mostró tarde a tarde la perspectiva que arrojaba el modelo Centinela, la cual crecía de manera desmedida y, curiosamente, de la noche a la mañana, y con el pretexto de que el dato ya no era relevante para el combate a la enfermedad, la gráfica y sus cifras “recibieron carpetazo”. Ante esto se esperó que cambiase la postura de las autoridades federales de salud sobre la aplicación masiva de pruebas y no fue así.

Para muchos miembros de la sociedad mexicana, la aplicación temprana de pruebas para la detección del Covid-19 hubiera sido una estrategia ideal para atender más temprano que tarde a la población infectada ya sea de manera ambulatoria u hospitalizada y, a la par, hubiera sido posible el aislamiento preventivo para evitar la propagación del virus en amigos y familiares, sin embargo, muchas personas con síntomas leves o incluso nulos deambularon por la calle sin siquiera saber que estaban enfermos.

Aunque el “hubiera” no existe, creo que vale la pena recalcar que hubiera sido preferible aplicar exámenes a toda la población en vez del modelo Centinela; hubiera sido mejor la detección temprana que la atención tardía; hubiera sido mejor aparecer con una tasa de letalidad menor que ocupar el primer sitio en ese rubro para Latinoamérica; hubiera sido mejor contestar con guarismos específicos sobre la misma perspectiva que con cifras estimadas con otra óptica y, en pocas palabras, hubiera sido mejor evitar pasar el “trago amargo” para no escuchar “otros datos”.