/ miércoles 10 de noviembre de 2021

Con café y a media luz | Un Vistazo a la Adopción

Ayer me conmovió la nota publicada en EL SOL DE TAMPICO en torno al número de niños que están esperando ser adoptados en Tamaulipas. Doscientos, escribió un extraordinario periodista, Víctor Alva. La información de carácter informativo buscaba, sin lugar a duda, sensibilizar a la población respecto a este fenómeno social que se conmemora cada día 9 de noviembre.

Ello me obligó a replantearme cuántas veces he estado cercano a esta situación y curiosamente, al hacer un repaso, me percaté que las ocasiones en las que fui testigo son numerosas y muy cercanas a este servidor. Por tanto, el comentario que pongo a sus amables juicio y dispensa, gentil amigo lector, no pretende ser en ningún momento, alguna verdad absoluta – ni relativa – a un hecho que continúa pasando en la sociedad mundial.

Por principio de cuentas debemos reconocer que, cualquier autoridad jurídica procurará por sobre todas las cosas, la salvaguarda de la integridad física, psicológica y moral del menor que tiene temporalmente bajo resguardo hasta que se asigne la responsabilidad de la conducción de este ser humano a una pareja interesada. Asimismo, no debemos pasar por alto que esta supervisión continuará después de que se asigne la tutela del individuo.

En otras palabras “no es dar por dar, ni adoptar por adoptar”. Las evaluaciones y consideraciones son lentas - a ojos de muchos – pero necesarias, porque son profundas, meticulosas y sumamente cuidadosas hasta garantizar que las parejas adoptantes están en condiciones de satisfacer todas las necesidades de un individuo hasta que se pueda independizar en una condición de adulto maduro y responsable.

La primera ocasión fue en Ciudad Valles, San Luis Potosí. Cubrimos, periodísticamente hablando, un operativo de rescate de un menor en la zona huasteca de aquel estado quien era víctima de descuido y de violencia física. Fue puesto bajo protección del DIF en donde recibió rehabilitación física, social y emocional. Un año después le di seguimiento al caso y encontré a un pequeñito completamente rehabilitado y en vísperas de ser acogido en un hogar amoroso y responsable, formado por una pareja a la que le resultaba fisiológicamente imposible el tener hijos

Bien recuerdo las palabras del director del DIF de aquella entidad que, “fuera del micrófono” me decía muy gustoso mientras el chiquillo correteaba y en términos coloquiales que me son imposibles reproducir en este espacio: ¡Míralo, míralo, hasta se ve bien “fornido”! Me imagino que ya usted sustituirá el adjetivo.

La segunda ocasión fue en el estado de Aguascalientes, cuando laborábamos para una de las dependencias de comunicación del gobierno de ese estado. Para este servidor fue enfrentarse a un contexto social sumamente confuso por la percepción de una dicotomía que continúo sin comprender.

Mientras que, durante casi todo el año, las miles de iglesias de la entidad que se presume como centro del país están abarrotadas en cada una de las celebraciones del día por el arraigo religioso que es pródigo en esa tierra, la juventud estalla en libertinaje durante la feria de San Marcos. Algunas de las parejas que se presumían sólidas, en la festividad de nuestra señora de las aguas calientes, “se dan un tiempo” y vuelven sin penas en la conciencia después de los festejos.

Los zacatecanos se desprenden por cientos para ver “qué agarran” y después irse. Los problemas suceden después y varios niños que nacen a causa de ese momento de euforia, terminan como habitantes de los orfanatos aguascalentenses. Cito como ejemplo el “Hogar de la Niña” ubicado frente al campamento del INEGI en los edificios del sector conocido como Primo Verdad.

Con la encomienda de hacerles llegar la invitación a las monjas que administran el lugar, toqué la puerta del recinto y la primera escena con la que me topé era sumamente desgarradora. En uno de los pasillos de la recepción una niña de alrededor de dos años, sumamente delgadita y con la ropa hecha jirones le decía a una religiosa con el balbuceo normal de un pequeño de esa edad: “Hambre” y se apuntaba con su dedo la boca mientras la abría lo más posible, mientras que con su otra mano se hacía círculos en el estómago.

La dama me observó y sólo me dijo: “La acaban de traer, nos la dejaron en la puerta poco antes de que usted llegara”. “¡¿Quién?!, pregunté entre sorprendido y molesto. “Alguien”, replicó la señora que ya abrazaba tiernamente a la menor mientras que otra reverenda servía un plato de caldo de verduras. Le soy honesto, me fue difícil contener las lágrimas.

La madre superiora me recibió, firmó el documento, organizamos la visita y, al salir de su oficina, la mujer que se había quedado a darle de comer a la niña, sonrió y me dijo en un gesto de orgulloso amor: “¡Ya es el segundo plato!”

No pude evitar hablar con las reverendas en torno a lo que allí acontecía y ambas coincidieron en que, por lo general, la población de este lugar crece, nueve meses después de las primaverales fiestas sanmarqueñas.

Y el caso más cercano es el de un periodista quien, siendo apenas un bebé, fue dado por su madre, adoptado por sus abuelos y, quizá por la sabiduría que da la vejez, encomendado a los brazos de una hermana quien, siendo una pequeña de 10 años, descubrió en sí misma la capacidad de dar amor de madre y así cumplió hasta que lo parió devuelta al cielo hace un par de años, pero, esa ya es otra historia.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota” y recuerde, será un gran día.

  • Escríbame: licajimenezmcc@hotmail.com

Ayer me conmovió la nota publicada en EL SOL DE TAMPICO en torno al número de niños que están esperando ser adoptados en Tamaulipas. Doscientos, escribió un extraordinario periodista, Víctor Alva. La información de carácter informativo buscaba, sin lugar a duda, sensibilizar a la población respecto a este fenómeno social que se conmemora cada día 9 de noviembre.

Ello me obligó a replantearme cuántas veces he estado cercano a esta situación y curiosamente, al hacer un repaso, me percaté que las ocasiones en las que fui testigo son numerosas y muy cercanas a este servidor. Por tanto, el comentario que pongo a sus amables juicio y dispensa, gentil amigo lector, no pretende ser en ningún momento, alguna verdad absoluta – ni relativa – a un hecho que continúa pasando en la sociedad mundial.

Por principio de cuentas debemos reconocer que, cualquier autoridad jurídica procurará por sobre todas las cosas, la salvaguarda de la integridad física, psicológica y moral del menor que tiene temporalmente bajo resguardo hasta que se asigne la responsabilidad de la conducción de este ser humano a una pareja interesada. Asimismo, no debemos pasar por alto que esta supervisión continuará después de que se asigne la tutela del individuo.

En otras palabras “no es dar por dar, ni adoptar por adoptar”. Las evaluaciones y consideraciones son lentas - a ojos de muchos – pero necesarias, porque son profundas, meticulosas y sumamente cuidadosas hasta garantizar que las parejas adoptantes están en condiciones de satisfacer todas las necesidades de un individuo hasta que se pueda independizar en una condición de adulto maduro y responsable.

La primera ocasión fue en Ciudad Valles, San Luis Potosí. Cubrimos, periodísticamente hablando, un operativo de rescate de un menor en la zona huasteca de aquel estado quien era víctima de descuido y de violencia física. Fue puesto bajo protección del DIF en donde recibió rehabilitación física, social y emocional. Un año después le di seguimiento al caso y encontré a un pequeñito completamente rehabilitado y en vísperas de ser acogido en un hogar amoroso y responsable, formado por una pareja a la que le resultaba fisiológicamente imposible el tener hijos

Bien recuerdo las palabras del director del DIF de aquella entidad que, “fuera del micrófono” me decía muy gustoso mientras el chiquillo correteaba y en términos coloquiales que me son imposibles reproducir en este espacio: ¡Míralo, míralo, hasta se ve bien “fornido”! Me imagino que ya usted sustituirá el adjetivo.

La segunda ocasión fue en el estado de Aguascalientes, cuando laborábamos para una de las dependencias de comunicación del gobierno de ese estado. Para este servidor fue enfrentarse a un contexto social sumamente confuso por la percepción de una dicotomía que continúo sin comprender.

Mientras que, durante casi todo el año, las miles de iglesias de la entidad que se presume como centro del país están abarrotadas en cada una de las celebraciones del día por el arraigo religioso que es pródigo en esa tierra, la juventud estalla en libertinaje durante la feria de San Marcos. Algunas de las parejas que se presumían sólidas, en la festividad de nuestra señora de las aguas calientes, “se dan un tiempo” y vuelven sin penas en la conciencia después de los festejos.

Los zacatecanos se desprenden por cientos para ver “qué agarran” y después irse. Los problemas suceden después y varios niños que nacen a causa de ese momento de euforia, terminan como habitantes de los orfanatos aguascalentenses. Cito como ejemplo el “Hogar de la Niña” ubicado frente al campamento del INEGI en los edificios del sector conocido como Primo Verdad.

Con la encomienda de hacerles llegar la invitación a las monjas que administran el lugar, toqué la puerta del recinto y la primera escena con la que me topé era sumamente desgarradora. En uno de los pasillos de la recepción una niña de alrededor de dos años, sumamente delgadita y con la ropa hecha jirones le decía a una religiosa con el balbuceo normal de un pequeño de esa edad: “Hambre” y se apuntaba con su dedo la boca mientras la abría lo más posible, mientras que con su otra mano se hacía círculos en el estómago.

La dama me observó y sólo me dijo: “La acaban de traer, nos la dejaron en la puerta poco antes de que usted llegara”. “¡¿Quién?!, pregunté entre sorprendido y molesto. “Alguien”, replicó la señora que ya abrazaba tiernamente a la menor mientras que otra reverenda servía un plato de caldo de verduras. Le soy honesto, me fue difícil contener las lágrimas.

La madre superiora me recibió, firmó el documento, organizamos la visita y, al salir de su oficina, la mujer que se había quedado a darle de comer a la niña, sonrió y me dijo en un gesto de orgulloso amor: “¡Ya es el segundo plato!”

No pude evitar hablar con las reverendas en torno a lo que allí acontecía y ambas coincidieron en que, por lo general, la población de este lugar crece, nueve meses después de las primaverales fiestas sanmarqueñas.

Y el caso más cercano es el de un periodista quien, siendo apenas un bebé, fue dado por su madre, adoptado por sus abuelos y, quizá por la sabiduría que da la vejez, encomendado a los brazos de una hermana quien, siendo una pequeña de 10 años, descubrió en sí misma la capacidad de dar amor de madre y así cumplió hasta que lo parió devuelta al cielo hace un par de años, pero, esa ya es otra historia.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota” y recuerde, será un gran día.

  • Escríbame: licajimenezmcc@hotmail.com