/ lunes 8 de febrero de 2021

Con café y a media luz | Una historia, otro personaje

Antes de dar paso a la entrega de este día, gentil amigo lector, debo confesarle que se me ocurrió un sinfín de nombres para ilustrar el tema que deseo compartir con usted en este inicio de semana. Títulos chuscos como “¿No qué no?”, “Mordiéndose la lengua” y otros de carácter más popular como “De esta agua no beberé”, sin embargo, opté por el que ha leído en el encabezado por el respeto que usted se merece y por la línea editorial que se debe seguir y cuidar.

Una fórmula, receta o método, lo podemos definir como una serie de pasos ordenados que le permiten a un individuo alcanzar un determinado fin. Si las etapas modifican su orden o son alteradas, el resultado, por obviedad, será también distinto. En este proceso lógico no tiene cabida la duda, el error o la confusión.

No obstante, hay dos factores que, en un momento dado, pudieran marcar la diferencia en el resultado, cuando esta aplicación sale de las ciencias rígidas y aplicadas y se trata de encajonar en las llamadas ciencias sociales. Esos dos elementos a los que me refiero son el protagonista y el entorno.

¿A qué viene tanta explicación? A que, quien está aspirando –insisto, a destiempo– por la candidatura del Partido Acción Nacional a la Presidencia de la República en el año 2024, Ricardo Anaya Cortés, está aplicando, exactamente y paso a paso, la fórmula que llevó a su otrora rival electoral en los comicios pasados, Andrés Manuel López Obrador, al puesto ejecutivo de la nación mexicana.

Empero, aunque la estrategia del empresario es, in situ, la misma, debemos considerar uno a uno los elementos que calificamos de diferentes.

Por principio de cuentas, el México que recorrió AMLO –el de campaña– es definitivamente otro. La nación de hace 20 años estaba dolida de los malos gobiernos de un PRI recién expulsado de la silla presidencial y había puesto todas sus esperanzas en Vicente Fox. El guanajuatense, con una considerable aceptación empezó su mandato desayunando, durante algunos minutos, tamales y atoles con niños de escasos recursos, al poco tiempo se paró y, en un acto de heroísmo esperanzador, se despidió de ellos diciéndoles: “Me tengo que ir porque voy a ser presidente”.

La sociedad devoradora de signos mediáticos aplaudió este gesto, al grado que sus puntos en el imaginario social aumentaron tan rápido como disminuyeron conforme fue avanzando su administración. Mientras eso sucedía, López Obrador apuraba su paso a visitar ejidos, rancherías y poblados que nunca, otra figura de candidato presidencial, había pisado antes. Toda la parte sur de México era conocida por el tabasqueño y, en correspondencia, el hombre originario de Macuspana estaba bien identificado en esa región.

En cada uno de esos sitios, en donde el internet era algo imposible de concebir, la única voz que se escuchó y se atendió “de primera mano” fue la del tabasqueño, hecho que, a la larga, se le retribuyó en votos. Indiscutible.

En la siguiente contienda se pudo atestiguar el resultado. Del centro del país hacia el norte, se había pintado de azul en los mapas mostrados en los distintos canales de televisión que daban cuenta de los resultados electorales. El sur se lo había llevado López Obrador. Usted y yo, conocemos el resultado.

Durante los mandatos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, el ahora presidente López, tuvo la oportunidad de recorrer el resto del país y los ataques y discursos que lanzaba en esas giras para “incendiar tribunas” ahora eran más serios, críticos, agresivos y azuzaban a un creciente número de simpatizantes a condenar los errores, ya no del gobierno, sino de protagonistas con nombre y apellidos.

Esa sociedad mexicana ya se ha transformado. Y lo hizo por el mismo protagonista que, hábilmente, vendió una imagen de empatía al incluirse en el concepto de “los de abajo” y separándose totalmente de aquellos a los que, en contrasentido él llamó “los de arriba”.

La fórmula de recorrer México con mucho tiempo de anticipación, escuchar a la gente, lanzar consignas y críticas al protagonista del gobierno, hacer acto de presencia en lugares alejados, renunciar a los ofrecimientos a cargos públicos para aparecer como un prócer revolucionario sacrificado en aras de la estabilidad de la nación, debemos decirlo, no funciona igual en la figura de Ricardo Anaya Cortés y la imagen de la nación decepcionada que trata de vender en los videos que publica, tampoco es creíble cuando sabemos que, a pesar de los errores, omisiones y catastróficos resultados de esta administración, el presidente López sigue gozando, prácticamente, de la misma aceptación con la que empezó su mandato.

A un personaje como el otrora presidente del PAN, se le creería más el discurso que sí sabe construir; el del tono empresarial con visión constructivista en el que las energías alternas, la inteligencia policial para desmantelar cárteles, la administración de los sistemas de salud y la educación de tipo primermundista, eran los protagonistas. Ese Ricardo Anaya se retrataba como el joven empresario exitoso, contrario, totalmente, al que estamos viendo circular en los últimos días en las redes sociales, el cual, pareciera ser un muchacho bravucón.

Algo que cabe hacer mención, como mera referencia, es que, aunque muchos estemos cansados de la misma retahíla de cada mañana, AMLO no ha cambiado su discurso, le es ciegamente fiel a sus creencias, lo que, de alguna manera u otra, es percibido como positivo en sus simpatizantes, por otro lado, Anaya Cortés ha cambiado su dicho y su contenido, por el que le funcionó a López y, estos cambios, perdone la expresión, “hasta en la baraja”, no son una alentadora señal.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.

Antes de dar paso a la entrega de este día, gentil amigo lector, debo confesarle que se me ocurrió un sinfín de nombres para ilustrar el tema que deseo compartir con usted en este inicio de semana. Títulos chuscos como “¿No qué no?”, “Mordiéndose la lengua” y otros de carácter más popular como “De esta agua no beberé”, sin embargo, opté por el que ha leído en el encabezado por el respeto que usted se merece y por la línea editorial que se debe seguir y cuidar.

Una fórmula, receta o método, lo podemos definir como una serie de pasos ordenados que le permiten a un individuo alcanzar un determinado fin. Si las etapas modifican su orden o son alteradas, el resultado, por obviedad, será también distinto. En este proceso lógico no tiene cabida la duda, el error o la confusión.

No obstante, hay dos factores que, en un momento dado, pudieran marcar la diferencia en el resultado, cuando esta aplicación sale de las ciencias rígidas y aplicadas y se trata de encajonar en las llamadas ciencias sociales. Esos dos elementos a los que me refiero son el protagonista y el entorno.

¿A qué viene tanta explicación? A que, quien está aspirando –insisto, a destiempo– por la candidatura del Partido Acción Nacional a la Presidencia de la República en el año 2024, Ricardo Anaya Cortés, está aplicando, exactamente y paso a paso, la fórmula que llevó a su otrora rival electoral en los comicios pasados, Andrés Manuel López Obrador, al puesto ejecutivo de la nación mexicana.

Empero, aunque la estrategia del empresario es, in situ, la misma, debemos considerar uno a uno los elementos que calificamos de diferentes.

Por principio de cuentas, el México que recorrió AMLO –el de campaña– es definitivamente otro. La nación de hace 20 años estaba dolida de los malos gobiernos de un PRI recién expulsado de la silla presidencial y había puesto todas sus esperanzas en Vicente Fox. El guanajuatense, con una considerable aceptación empezó su mandato desayunando, durante algunos minutos, tamales y atoles con niños de escasos recursos, al poco tiempo se paró y, en un acto de heroísmo esperanzador, se despidió de ellos diciéndoles: “Me tengo que ir porque voy a ser presidente”.

La sociedad devoradora de signos mediáticos aplaudió este gesto, al grado que sus puntos en el imaginario social aumentaron tan rápido como disminuyeron conforme fue avanzando su administración. Mientras eso sucedía, López Obrador apuraba su paso a visitar ejidos, rancherías y poblados que nunca, otra figura de candidato presidencial, había pisado antes. Toda la parte sur de México era conocida por el tabasqueño y, en correspondencia, el hombre originario de Macuspana estaba bien identificado en esa región.

En cada uno de esos sitios, en donde el internet era algo imposible de concebir, la única voz que se escuchó y se atendió “de primera mano” fue la del tabasqueño, hecho que, a la larga, se le retribuyó en votos. Indiscutible.

En la siguiente contienda se pudo atestiguar el resultado. Del centro del país hacia el norte, se había pintado de azul en los mapas mostrados en los distintos canales de televisión que daban cuenta de los resultados electorales. El sur se lo había llevado López Obrador. Usted y yo, conocemos el resultado.

Durante los mandatos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, el ahora presidente López, tuvo la oportunidad de recorrer el resto del país y los ataques y discursos que lanzaba en esas giras para “incendiar tribunas” ahora eran más serios, críticos, agresivos y azuzaban a un creciente número de simpatizantes a condenar los errores, ya no del gobierno, sino de protagonistas con nombre y apellidos.

Esa sociedad mexicana ya se ha transformado. Y lo hizo por el mismo protagonista que, hábilmente, vendió una imagen de empatía al incluirse en el concepto de “los de abajo” y separándose totalmente de aquellos a los que, en contrasentido él llamó “los de arriba”.

La fórmula de recorrer México con mucho tiempo de anticipación, escuchar a la gente, lanzar consignas y críticas al protagonista del gobierno, hacer acto de presencia en lugares alejados, renunciar a los ofrecimientos a cargos públicos para aparecer como un prócer revolucionario sacrificado en aras de la estabilidad de la nación, debemos decirlo, no funciona igual en la figura de Ricardo Anaya Cortés y la imagen de la nación decepcionada que trata de vender en los videos que publica, tampoco es creíble cuando sabemos que, a pesar de los errores, omisiones y catastróficos resultados de esta administración, el presidente López sigue gozando, prácticamente, de la misma aceptación con la que empezó su mandato.

A un personaje como el otrora presidente del PAN, se le creería más el discurso que sí sabe construir; el del tono empresarial con visión constructivista en el que las energías alternas, la inteligencia policial para desmantelar cárteles, la administración de los sistemas de salud y la educación de tipo primermundista, eran los protagonistas. Ese Ricardo Anaya se retrataba como el joven empresario exitoso, contrario, totalmente, al que estamos viendo circular en los últimos días en las redes sociales, el cual, pareciera ser un muchacho bravucón.

Algo que cabe hacer mención, como mera referencia, es que, aunque muchos estemos cansados de la misma retahíla de cada mañana, AMLO no ha cambiado su discurso, le es ciegamente fiel a sus creencias, lo que, de alguna manera u otra, es percibido como positivo en sus simpatizantes, por otro lado, Anaya Cortés ha cambiado su dicho y su contenido, por el que le funcionó a López y, estos cambios, perdone la expresión, “hasta en la baraja”, no son una alentadora señal.

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, será un gran día.