/ domingo 5 de septiembre de 2021

Construir sobre el éxito

Albert S. Gray en su ensayo “El común denominador del éxito” afirma que “las personas exitosas tienen el hábito de hacer cosas que al fracasado no le gusta hacer. Tal vez a ellos tampoco les guste, pero subordinan su disgusto a la fuerza de un propósito”.

Es evidente que todos llevamos inscrito en nuestro corazón el mandato de ser exitosos “Crece y multiplícate”, dijo Dios al hombre, en el relato de la Creación. Y desde entonces el espíritu del hombre vive inquieto, como el mar anda en búsqueda de playa, dice el poeta. Pero es también un hecho que para lograr ese éxito es necesario tener antes un propósito, un sueño o un anhelo por cumplir. Porque nunca podremos obtener algo, cuando ni siquiera nos hemos atrevido a diseñar, aunque sea una imagen, de eso que pretendemos realizar. Y luego convertirlo en el desafío por el que cada uno debe encontrar la función prometeica de su vida que le hará consciente de que por ello vale la pena vivirla.

Desafortunadamente para muchos el éxito se reduce al ensimismamiento narcisista con que muchos celebran su vanidad presumiendo sus logros, como si fueran totalmente suyos, lo que no siempre es verdad. El deseo del aplauso exclusivo ciega la mente de quienes son incapaces de ver que sin duda hubo otros que juntamente con él contribuyeron en la construcción de lo que solo para sí presume, como si fuera, al final del día, el único merecedor del reconocimiento, la placa, la medalla y al monumento. Y entonces necio en su soberbia, se niega a aceptar como suya la tarea de dar un sentido social a su historia personal, al no hacer partícipes a los demás de la fascinación que existe en el triunfo que se comparte. Y así finalmente entender que la mejor forma que Dios nos dio para crecer, es crecer en medio de otros.

En su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, Albert Camus afirmó que todos creemos tener como misión irrenunciable, dejar algo que la posteridad recuerde como legado único y que trascienda el tiempo y el espacio de nuestra estadía en la Tierra. Pero esa obligación nos lleva muchas veces a pensar que debemos dejar de lado lo que otros ya han construido, solo porque no lo hicimos nosotros, porque así creemos, de una forma absurda y egoísta, que tendremos derecho a toda la gloria de ser recordados, pero olvidando lo que otros hicieron también junto con nosotros.

Pienso por eso, que la verdadera dimensión del éxito consiste en algo más que a menudo se nos olvida. Y es la que tiene que ver con idea del éxito que se comparte. Cuando el esfuerzo por la construcción de un sueño no se reduce solo al puro beneficio personal, aunque se tenga derecho a ello, sino que se hace participar de él a los demás, se hace crecer también a la sociedad en el camino en el que finalmente todos somos compañeros de aventura. Y más noble aún es el triunfo cuando en él se reconoce la aportación de otros que contribuyeron igualmente en su consecución, y noble es aquel que pone eso de relieve, en lugar de excluir a los demás, que como él, merece también el reconocimiento por su esfuerzo y no la necia ceguera de negarse a aceptarlo.

Quizá por no saber reconocernos en los demás es que nos hemos logrado triunfar como sociedad. Porque por encima de la solidaridad y el común entusiasmo hemos colocado el egoísmo; por encima del bien común, el lucimiento personal; por encima del servicio, la satisfacción de la vanidad. Pero el verdadero éxito se da, cuando podemos finalmente entender que juntos logramos más que aislados, que pelear es inútil aún teniendo razones que puedan justificarlo Y que será siempre maravilloso cooperar con los demás para legar un futuro venturoso para todos los que vengan después de nosotros, dejándoles a los demás un mejor mundo del que encontramos

Nuestros nobles ancestros, los aztecas, nos dejaron un sublime ejemplo de lo que significa el éxito que se construye con la idea de compartir un destino. Sobre cada estructura de su templo, previamente edificado, levantaron el siguiente, a partir del primero pobre, hecho de adobe y piedras, hasta la magnificencia del último, admirado por los mismos conquistadores por su grandiosidad y belleza.

Ellos simplemente soñaron y con esfuerzo construyeron, sobre el logro de sus antepasados, su propia gloria, entendiendo que así participaban de las generaciones pasadas, mientras incluían a las futuras en una visión común de grandeza.

CONSTRUIR SOBE EL ÉXITO

“…El hombre exitoso

es capaz de construir,

con los ladrillos que otros

han desechado…”

David Brinkley

Albert S. Gray en su ensayo “El común denominador del éxito” afirma que “las personas exitosas tienen el hábito de hacer cosas que al fracasado no le gusta hacer. Tal vez a ellos tampoco les guste, pero subordinan su disgusto a la fuerza de un propósito”.

Es evidente que todos llevamos inscrito en nuestro corazón el mandato de ser exitosos “Crece y multiplícate”, dijo Dios al hombre, en el relato de la Creación. Y desde entonces el espíritu del hombre vive inquieto, como el mar anda en búsqueda de playa, dice el poeta. Pero es también un hecho que para lograr ese éxito es necesario tener antes un propósito, un sueño o un anhelo por cumplir. Porque nunca podremos obtener algo, cuando ni siquiera nos hemos atrevido a diseñar, aunque sea una imagen, de eso que pretendemos realizar. Y luego convertirlo en el desafío por el que cada uno debe encontrar la función prometeica de su vida que le hará consciente de que por ello vale la pena vivirla.

Desafortunadamente para muchos el éxito se reduce al ensimismamiento narcisista con que muchos celebran su vanidad presumiendo sus logros, como si fueran totalmente suyos, lo que no siempre es verdad. El deseo del aplauso exclusivo ciega la mente de quienes son incapaces de ver que sin duda hubo otros que juntamente con él contribuyeron en la construcción de lo que solo para sí presume, como si fuera, al final del día, el único merecedor del reconocimiento, la placa, la medalla y al monumento. Y entonces necio en su soberbia, se niega a aceptar como suya la tarea de dar un sentido social a su historia personal, al no hacer partícipes a los demás de la fascinación que existe en el triunfo que se comparte. Y así finalmente entender que la mejor forma que Dios nos dio para crecer, es crecer en medio de otros.

En su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, Albert Camus afirmó que todos creemos tener como misión irrenunciable, dejar algo que la posteridad recuerde como legado único y que trascienda el tiempo y el espacio de nuestra estadía en la Tierra. Pero esa obligación nos lleva muchas veces a pensar que debemos dejar de lado lo que otros ya han construido, solo porque no lo hicimos nosotros, porque así creemos, de una forma absurda y egoísta, que tendremos derecho a toda la gloria de ser recordados, pero olvidando lo que otros hicieron también junto con nosotros.

Pienso por eso, que la verdadera dimensión del éxito consiste en algo más que a menudo se nos olvida. Y es la que tiene que ver con idea del éxito que se comparte. Cuando el esfuerzo por la construcción de un sueño no se reduce solo al puro beneficio personal, aunque se tenga derecho a ello, sino que se hace participar de él a los demás, se hace crecer también a la sociedad en el camino en el que finalmente todos somos compañeros de aventura. Y más noble aún es el triunfo cuando en él se reconoce la aportación de otros que contribuyeron igualmente en su consecución, y noble es aquel que pone eso de relieve, en lugar de excluir a los demás, que como él, merece también el reconocimiento por su esfuerzo y no la necia ceguera de negarse a aceptarlo.

Quizá por no saber reconocernos en los demás es que nos hemos logrado triunfar como sociedad. Porque por encima de la solidaridad y el común entusiasmo hemos colocado el egoísmo; por encima del bien común, el lucimiento personal; por encima del servicio, la satisfacción de la vanidad. Pero el verdadero éxito se da, cuando podemos finalmente entender que juntos logramos más que aislados, que pelear es inútil aún teniendo razones que puedan justificarlo Y que será siempre maravilloso cooperar con los demás para legar un futuro venturoso para todos los que vengan después de nosotros, dejándoles a los demás un mejor mundo del que encontramos

Nuestros nobles ancestros, los aztecas, nos dejaron un sublime ejemplo de lo que significa el éxito que se construye con la idea de compartir un destino. Sobre cada estructura de su templo, previamente edificado, levantaron el siguiente, a partir del primero pobre, hecho de adobe y piedras, hasta la magnificencia del último, admirado por los mismos conquistadores por su grandiosidad y belleza.

Ellos simplemente soñaron y con esfuerzo construyeron, sobre el logro de sus antepasados, su propia gloria, entendiendo que así participaban de las generaciones pasadas, mientras incluían a las futuras en una visión común de grandeza.

CONSTRUIR SOBE EL ÉXITO

“…El hombre exitoso

es capaz de construir,

con los ladrillos que otros

han desechado…”

David Brinkley