/ lunes 15 de octubre de 2018

Consumo excesivo de comida rápida

Se ha convertido en un mal endémico. Pero no es nuevo.

La tradición de comer estas viandas (que abarca antojitos callejeros), hace mucho tiempo se realiza en las calles de todas las ciudades de Mexico, incluido nuestro puerto, sólo que ahora parece haber mayor conciencia a nivel sociedad y gobierno acerca de la obligación de llevar a cabo una vida más saludable y natural.

En temas alimenticios resulta sorprendentemente dificil modificar costumbres muy enraizadas.

En 1811 comenzó a proliferar la venta de gran cantidad de bocadillos (palabra que los novohispanos reemplazaron con el termino antojitos). En esa época, la gente carecia de un sitio para cocinar y empezó el desarrollo de una creciente masa de consumidores. Muy pronto, el ingenio mexicano se extendió para ofrecer todo tipo de manjares. Primero a base de carne y maíz, después acompañado de trigo, hasta desembocar en lo que hoy vemos, con la oferta de gran variedad de alimentos y golosinas, empaquetados o no, algunos cuya ingesta exagerada expone a la población, principalmente a los niños, a sufrir altos indices de sobrepeso y obesidad.

El poderío que hoy demuestran las grandes compañías productoras de la llamada “comida rápida” es visible, y las autoridades de salud frecuentemente se ven rebasadas.

Hay quienes sostienen que en lugar de privar a los niños y jóvenes del consumo de golosinas y la “comida rápida”, es mejor alargar los horarios escolares para que los educandos hagan deporte.

Si bien cada persona tiene libertad para decidir qué comer, la alimentación adecuada es no sólo un complemento de la ejercitación física, sino el principal soporte para el gozo de una buena salud física y mental.

Es previsible qué ocurriría si un individuo por espacio de tres meses únicamente se dedica a desayunar, comer y cenar comida “rápida” (fast food). Quizás por ello en algunas empresas se trabaja para mejorar los ingredientes de sus productos y sabores ofreciendo opciones más sanas.

Hace años, un investigador del Instituto Mexicano del Seguro Social declaró que existe un elevado índice de casos de arterioesclerosis en niños de la zona. El motivo dominante es la degradación nutrimental que se advierte en pequeños de entre nueve y once años de edad.

Hoy estos niños, ya adultos ¿qué calidad de vida tienen? ¿qué tanto se elevan los costos de las hospitalizaciones en clínicas públicas y privadas con motivo de enfermedades crónico-degenerativas? ¿Qué tajada de los recursos presupuestarios se invierten en ese tipo de tratamientos?

Lo alarmante es que a causa de los malos hábitos alimenticios, los menores se exponen a sufrir altos índices de colesterol y diabetes, entre otros males, cosa que los sitúa en alto riesgo de padecer infartos.

Otro agente de riesgo es la tendencia de los jóvenes a dedicar menos tiempo a ejercitarse y a estar demasiadas horas trabajando o jugando en la computadora, cosa que equivale a llevar una vida sedentaria. Los niños a temprana edad inconscientemente imitan algunos de los peores aspectos de la vida de ejecutivos que a los treinta años experimentan severos quebrantos de salud.

Nadie pretende que a los niños y jóvenes se les empuje a renunciar a su personalidad y que abandonen la computadora para divertirse como jugaban sus mayores con el juego del bote salvado, los quemados, etc, etc. Es mejor proporcionarles un mayor número de opciones tanto en la manera de elegir una dieta saludable (tema básico), así como en el restablecimiento de la creatividad y el arte de jugar.


Se ha convertido en un mal endémico. Pero no es nuevo.

La tradición de comer estas viandas (que abarca antojitos callejeros), hace mucho tiempo se realiza en las calles de todas las ciudades de Mexico, incluido nuestro puerto, sólo que ahora parece haber mayor conciencia a nivel sociedad y gobierno acerca de la obligación de llevar a cabo una vida más saludable y natural.

En temas alimenticios resulta sorprendentemente dificil modificar costumbres muy enraizadas.

En 1811 comenzó a proliferar la venta de gran cantidad de bocadillos (palabra que los novohispanos reemplazaron con el termino antojitos). En esa época, la gente carecia de un sitio para cocinar y empezó el desarrollo de una creciente masa de consumidores. Muy pronto, el ingenio mexicano se extendió para ofrecer todo tipo de manjares. Primero a base de carne y maíz, después acompañado de trigo, hasta desembocar en lo que hoy vemos, con la oferta de gran variedad de alimentos y golosinas, empaquetados o no, algunos cuya ingesta exagerada expone a la población, principalmente a los niños, a sufrir altos indices de sobrepeso y obesidad.

El poderío que hoy demuestran las grandes compañías productoras de la llamada “comida rápida” es visible, y las autoridades de salud frecuentemente se ven rebasadas.

Hay quienes sostienen que en lugar de privar a los niños y jóvenes del consumo de golosinas y la “comida rápida”, es mejor alargar los horarios escolares para que los educandos hagan deporte.

Si bien cada persona tiene libertad para decidir qué comer, la alimentación adecuada es no sólo un complemento de la ejercitación física, sino el principal soporte para el gozo de una buena salud física y mental.

Es previsible qué ocurriría si un individuo por espacio de tres meses únicamente se dedica a desayunar, comer y cenar comida “rápida” (fast food). Quizás por ello en algunas empresas se trabaja para mejorar los ingredientes de sus productos y sabores ofreciendo opciones más sanas.

Hace años, un investigador del Instituto Mexicano del Seguro Social declaró que existe un elevado índice de casos de arterioesclerosis en niños de la zona. El motivo dominante es la degradación nutrimental que se advierte en pequeños de entre nueve y once años de edad.

Hoy estos niños, ya adultos ¿qué calidad de vida tienen? ¿qué tanto se elevan los costos de las hospitalizaciones en clínicas públicas y privadas con motivo de enfermedades crónico-degenerativas? ¿Qué tajada de los recursos presupuestarios se invierten en ese tipo de tratamientos?

Lo alarmante es que a causa de los malos hábitos alimenticios, los menores se exponen a sufrir altos índices de colesterol y diabetes, entre otros males, cosa que los sitúa en alto riesgo de padecer infartos.

Otro agente de riesgo es la tendencia de los jóvenes a dedicar menos tiempo a ejercitarse y a estar demasiadas horas trabajando o jugando en la computadora, cosa que equivale a llevar una vida sedentaria. Los niños a temprana edad inconscientemente imitan algunos de los peores aspectos de la vida de ejecutivos que a los treinta años experimentan severos quebrantos de salud.

Nadie pretende que a los niños y jóvenes se les empuje a renunciar a su personalidad y que abandonen la computadora para divertirse como jugaban sus mayores con el juego del bote salvado, los quemados, etc, etc. Es mejor proporcionarles un mayor número de opciones tanto en la manera de elegir una dieta saludable (tema básico), así como en el restablecimiento de la creatividad y el arte de jugar.