/ lunes 2 de abril de 2018

Convulsa Sociedad

Recuerdo haber escuchado un centenar de veces esa frase y otras similares al salir de un complejo cinematográfico de nuestra zona conurbada. El filme de terror y suspenso narraba la historia de un asesino psicópata sin sentimientos que cometía horrendos crímenes para saciar su sed de sangre, sin que la policía pudiera dar con su paradero.

Después de haber sembrado el caos y la incertidumbre en una ciudad, el sujeto cometía un error en la ejecución de su malévolo plan y caía en manos de la justicia o, en otro de los casos, era ultimado por los agentes del orden después de una oscura persecución. En otra situación, el héroe de la trama hacía acopio de valentía y salvaba su vida al acabar con una argucia con la de quien sería su verdugo.

¡Lo bueno es que sólo es una película!

Frase consoladora que decía el caballero protector a su dama que durante dos horas se había acurrucado en el asiento de la sala para observar, entre gritos y sobresaltos, la trama que le he narrado. Al salir a la calle y llegar a su domicilio la fémina se repetía incesantemente la línea que había indicado su galán: ¡Lo bueno es que es una película!

Y así, querido amigo lector, nos hemos estado convenciendo en los últimos años que las tragedias y los horrores nunca nos alcanzarían usando la misma palabrería, únicamente cambiando el final. Hemos repetido en innumerables ocasiones “lo bueno que es una película”, o “novela”, “libro” o “en otra ciudad”, “…país” o “…continente”, y en algunos casos rematábamos con “Lo bueno es que eso no pasa aquí”.

Hoy, tristemente, nos hemos dado cuenta de que sí pasa. ¡Sí ocurre aquí! Y no se trata de una película en la que, de repente, nos volvimos testigos y protagonistas de una macabra historia, ¡no ocurrió de la noche a la mañana!, ¡el tejido social se ha venido desgarrando desde hace mucho tiempo y la pérdida de valores se ha estado acrecentando!

El bestial acto que hemos presenciado, socialmente hablando, y las razones que motivaron a su consumación, así como la argumentación del ardid planeado por la victimaria, habla no únicamente de una persona desquiciada y carente del aprecio por lo que representa los conceptos de “vida”, “amor”, “respeto” y “madre”, sino de un síntoma del caos que, en silencio, se ha estado construyendo en nuestra comunidad.

Ya no son las películas hollywoodenses que se estrenan cada viernes en nuestro México, o las villanas de las telenovelas que, a toda costa, buscan conservar al hombre que aman, aunque esto implique ocasionarle un permanente infortunio a la protagonista o alguna novela escrita por un aficionado a la literatura de corte policiaco, ahora nos enfrentamos a las redes sociales y al internet, cuya información se puede consultar a cualquier hora, en cualquier momento y amparados en la secrecía de los teléfonos celulares.

¿Recuerda usted, cuando a finales de los noventas, el mundo se sorprendió porque en la naciente plataforma de videos, los jovencitos encontraban un documento llamado “El recetario”, que no era otra cosa que un libro para fabricar armas y bombas caseras, inspirado en las actividades de los rebeldes palestinos? ¡Fue un escándalo en los medios masivos! En los noticiarios nocturnos de México ocupó durante varios días el espacio de “ocho columnas”.

Las preguntas giraban en torno a cómo los jóvenes mexicanos tenían acceso a esa información, qué pasaría en nuestra sociedad, a dónde íbamos a parar y más.

En medio de la tormenta, las figuras correspondientes, se dieron a la tarea de eliminar ese documento y consideraron que ya no tendría consecuencias, olvidando el hecho de que “todo lo que se sube a la red, se puede descargar”. Después de casi 20 años, hemos visto cómo han proliferado los grupos rebeldes en varias partes del mundo utilizando las mismas técnicas descritas en ese archivo.

¿Se imagina, usted, cuánta información contraria a los valores y las buenas costumbres se han estado difundiendo en estas dos décadas, a grado tal, que hoy, una mujer pueda considerar como solución a sus problemas conyugales el arrebatar dos vidas?

¿En dónde estuvieron los padres de familia hace 20 años que inició la era de la supercomunicación?, ¿En qué momento nos perdimos?, ¿Cómo regresamos al camino del que nos hemos salido?

Para este párrafo usted ya sabrá a que acto me estoy refiriendo y compartirá, seguro estoy, el coraje, la impotencia y la frustración por lo que presenciamos, sin embargo, también debemos compartir la culpabilidad, pues permitimos que la comunidad perdiera su factor humano, su elemento sensible, su esencia compasiva y dejamos que nos cegara la luz atractiva de la tecnología cibernauta.

Fue más fácil poner en manos inocentes un control remoto, después cambiarlo con una computadora, más tarde acondicionarla con servicio de internet, con el tiempo regalar un teléfono celular inteligente y hasta una tablet, que otorgar algo que no cuesta ni un peso: ¡Atención!

Saber qué veía el joven o niño, con quién hablaba, de dónde era su interlocutor, en qué consistían sus charlas, bloquear las páginas inconvenientes según la edad y otras medidas indispensables.

Hoy nos horrorizamos por lo sucedido, querido amigo lector y, sin afán de ser catastrófico, le comento que, si seguimos como vamos, el día de mañana, actos como el que recién atestiguamos, los empezaremos a ver “comunes” en nuestra sociedad, no caigamos en ello, por favor.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día

Recuerdo haber escuchado un centenar de veces esa frase y otras similares al salir de un complejo cinematográfico de nuestra zona conurbada. El filme de terror y suspenso narraba la historia de un asesino psicópata sin sentimientos que cometía horrendos crímenes para saciar su sed de sangre, sin que la policía pudiera dar con su paradero.

Después de haber sembrado el caos y la incertidumbre en una ciudad, el sujeto cometía un error en la ejecución de su malévolo plan y caía en manos de la justicia o, en otro de los casos, era ultimado por los agentes del orden después de una oscura persecución. En otra situación, el héroe de la trama hacía acopio de valentía y salvaba su vida al acabar con una argucia con la de quien sería su verdugo.

¡Lo bueno es que sólo es una película!

Frase consoladora que decía el caballero protector a su dama que durante dos horas se había acurrucado en el asiento de la sala para observar, entre gritos y sobresaltos, la trama que le he narrado. Al salir a la calle y llegar a su domicilio la fémina se repetía incesantemente la línea que había indicado su galán: ¡Lo bueno es que es una película!

Y así, querido amigo lector, nos hemos estado convenciendo en los últimos años que las tragedias y los horrores nunca nos alcanzarían usando la misma palabrería, únicamente cambiando el final. Hemos repetido en innumerables ocasiones “lo bueno que es una película”, o “novela”, “libro” o “en otra ciudad”, “…país” o “…continente”, y en algunos casos rematábamos con “Lo bueno es que eso no pasa aquí”.

Hoy, tristemente, nos hemos dado cuenta de que sí pasa. ¡Sí ocurre aquí! Y no se trata de una película en la que, de repente, nos volvimos testigos y protagonistas de una macabra historia, ¡no ocurrió de la noche a la mañana!, ¡el tejido social se ha venido desgarrando desde hace mucho tiempo y la pérdida de valores se ha estado acrecentando!

El bestial acto que hemos presenciado, socialmente hablando, y las razones que motivaron a su consumación, así como la argumentación del ardid planeado por la victimaria, habla no únicamente de una persona desquiciada y carente del aprecio por lo que representa los conceptos de “vida”, “amor”, “respeto” y “madre”, sino de un síntoma del caos que, en silencio, se ha estado construyendo en nuestra comunidad.

Ya no son las películas hollywoodenses que se estrenan cada viernes en nuestro México, o las villanas de las telenovelas que, a toda costa, buscan conservar al hombre que aman, aunque esto implique ocasionarle un permanente infortunio a la protagonista o alguna novela escrita por un aficionado a la literatura de corte policiaco, ahora nos enfrentamos a las redes sociales y al internet, cuya información se puede consultar a cualquier hora, en cualquier momento y amparados en la secrecía de los teléfonos celulares.

¿Recuerda usted, cuando a finales de los noventas, el mundo se sorprendió porque en la naciente plataforma de videos, los jovencitos encontraban un documento llamado “El recetario”, que no era otra cosa que un libro para fabricar armas y bombas caseras, inspirado en las actividades de los rebeldes palestinos? ¡Fue un escándalo en los medios masivos! En los noticiarios nocturnos de México ocupó durante varios días el espacio de “ocho columnas”.

Las preguntas giraban en torno a cómo los jóvenes mexicanos tenían acceso a esa información, qué pasaría en nuestra sociedad, a dónde íbamos a parar y más.

En medio de la tormenta, las figuras correspondientes, se dieron a la tarea de eliminar ese documento y consideraron que ya no tendría consecuencias, olvidando el hecho de que “todo lo que se sube a la red, se puede descargar”. Después de casi 20 años, hemos visto cómo han proliferado los grupos rebeldes en varias partes del mundo utilizando las mismas técnicas descritas en ese archivo.

¿Se imagina, usted, cuánta información contraria a los valores y las buenas costumbres se han estado difundiendo en estas dos décadas, a grado tal, que hoy, una mujer pueda considerar como solución a sus problemas conyugales el arrebatar dos vidas?

¿En dónde estuvieron los padres de familia hace 20 años que inició la era de la supercomunicación?, ¿En qué momento nos perdimos?, ¿Cómo regresamos al camino del que nos hemos salido?

Para este párrafo usted ya sabrá a que acto me estoy refiriendo y compartirá, seguro estoy, el coraje, la impotencia y la frustración por lo que presenciamos, sin embargo, también debemos compartir la culpabilidad, pues permitimos que la comunidad perdiera su factor humano, su elemento sensible, su esencia compasiva y dejamos que nos cegara la luz atractiva de la tecnología cibernauta.

Fue más fácil poner en manos inocentes un control remoto, después cambiarlo con una computadora, más tarde acondicionarla con servicio de internet, con el tiempo regalar un teléfono celular inteligente y hasta una tablet, que otorgar algo que no cuesta ni un peso: ¡Atención!

Saber qué veía el joven o niño, con quién hablaba, de dónde era su interlocutor, en qué consistían sus charlas, bloquear las páginas inconvenientes según la edad y otras medidas indispensables.

Hoy nos horrorizamos por lo sucedido, querido amigo lector y, sin afán de ser catastrófico, le comento que, si seguimos como vamos, el día de mañana, actos como el que recién atestiguamos, los empezaremos a ver “comunes” en nuestra sociedad, no caigamos en ello, por favor.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día