/ viernes 8 de marzo de 2019

Con café y a media luz | Cristales, soles y nieves

Recientemente EL SOL DE TAMPICO me permitió publicar en este espacio un texto titulado “La Generación de Cristal” en la que hacía una reflexión en torno al comportamiento de las nuevas generaciones y su relación con el entorno, así como su poca tolerancia a la frustración y al ordenamiento en las instituciones que conforman en las que se sostienen las comunidades, en particular y curiosamente, con aquellas en las que se imparte la educación.

Pues bien, derivado de aquella columna, recibí varios mensajes de profesionales del área que me indicaban que, así como este servidor le había nombrado: “generación de cristal”, por la fragilidad y delicadeza con la que había que tratar a los muchachos “de hoy”, también existían documento bien conformados y nutridos que proponían los apelativos de “jóvenes sol” y “copos de nieve”.

El primero de ellos, porque comparaba al mozuelo con el astro rey, al concebirse como centro del universo y pensar que los elementos que lo conforman giran alrededor de él. Además de eso, según me explicaron, el “millenial”, supone que es un privilegio contar con su aprecio y, al igual que la luz del sol, una vez que retire su estima, la otra entidad se sumirá en un mundo de tinieblas y desesperación.

El segundo concepto, “copo de nieve”, hace alusión a la escasa resistencia que tienen estos muchachos cuando entran en contacto con el mundo real – aquel que no fue diseñado por los padres para que todo estuviera acorde a su satisfacción – y se percata que existen reglas que no son construidas a su capricho y antojo, lo lamentable es cuando se colisiona su concepto individual de justicia con lo que verdaderamente es justo.

Este preámbulo lo traigo a colación porque recientemente, y de manera penosa, me tocó ser testigo de esto último que le redacté.

Por coincidencias del destino encontré a un buen amigo en una conocida cafetería ubicada en el corazón de Tampico. Aproveché la ocasión para saludarlo y charlar un rato con él, pues desde hacía mucho tiempo no teníamos la oportunidad de hacerlo. Así que ocupamos la misma mesa y pedimos una taza de la amarga y adictiva bebida.

A los pocos minutos de haber iniciado la conversación, sonó un celular de la mesa contigua y una mujer que estaba allí, lo contestó. De inmediato se escucharon los gritos de una señorita que reclamaba con furia a la poseedora del aparato quien, con el rostro desfigurado por la vergüenza, trataba infructuosamente de disminuir el volumen del teléfono, pues en todo el restaurante se escuchaban con claridad los reproches de la muchacha.

La razón de la molestia de la chiquilla universitaria, que supusimos era hija de la mujer aquella, es que esta última la había levantado temprano para llevarla a la escuela, le había dado dinero solamente para su almuerzo y el pasaje de regreso a casa y, para colmo de males, el docente de la primera hora no había llegado a impartir su materia.

Ese conjunto de fenómenos recibió, por parte de la adolescente, la etiqueta de “injusto” y la principal responsable de las calamidades era la progenitora que la había sacado tan abruptamente del dulce reposo “para nada”.

Me sorprendió y, por mucho, la conducta de la mujer quien, primero trató de razonar con la “estudiante” apelando a la cordura con argumentos como “es por tu bien”, “debes ir a la escuela”, “ya te falta poco” y otros más que me abstengo de escribir porque fueron más penosos.

Del razonamiento, con la postura de “madre e hija” pasó a asumir la responsabilidad que se le achacaba con cuestionamientos como: “¿y yo como voy a saber que el maestro no asistiría?” y “es que tú nunca me dijiste que te habías desvelado anoche”.

Lo más triste es que después de las justificaciones, la dama empezó a ofrecer disculpas por la falta cometida y por las condiciones en las que había procedido diciéndole a la señorita que seguía protestando. Así, se pudieron escuchar cosas como “Perdóname, no alcanzo a ir por ti”, “Discúlpame, no tenía más dinero para que te regresaras en taxi”, etcétera.

Y, aunque usted no lo crea, la conversación terminó cuando la mujer accedió a regresar al centro universitario a recoger a la niña.

Rápidamente y sabiéndose observada, solicitó la cuenta, tomó sus cosas, ofreció disculpas y se retiró diciéndole a sus compañeros de mesa “ya ven cómo son las generaciones de hoy que no pueden hacer nada solas y cómo está eso de la inseguridad. Perdón, pero voy a recoger a …”.

Mi amigo y yo cruzamos miradas y de inmediato comentamos ¿Qué hubiera pasado si nosotros le hubiéramos hablado así a nuestros padres?, ¿Si les recriminamos a gritos el hecho de que nos llevaran a la escuela? ¡Es más, cada uno sabía que era obligación ir a la escuela y no se podía fallar!

Curiosamente, la madre de la muchacha, había pasado por tres momentos y, con cada uno, se habían fortalecido las conductas a las que les pusimos nombre al inicio de esta entrega.

Al justificarse procuró no herir la fragilidad de la chica; al disculparse promovió el hecho de hacerle pensar a la niña todo giraba alrededor de ella, ya con esa seguridad la chiquilla le exigió que volviera a la universidad a recogerla; y, por último, al acceder a esa petición le volvió a poner un mundo acorde a su santa voluntad.

¿Cuántos casos más hay que funcionan igual en las familias de la actualidad?

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

Recientemente EL SOL DE TAMPICO me permitió publicar en este espacio un texto titulado “La Generación de Cristal” en la que hacía una reflexión en torno al comportamiento de las nuevas generaciones y su relación con el entorno, así como su poca tolerancia a la frustración y al ordenamiento en las instituciones que conforman en las que se sostienen las comunidades, en particular y curiosamente, con aquellas en las que se imparte la educación.

Pues bien, derivado de aquella columna, recibí varios mensajes de profesionales del área que me indicaban que, así como este servidor le había nombrado: “generación de cristal”, por la fragilidad y delicadeza con la que había que tratar a los muchachos “de hoy”, también existían documento bien conformados y nutridos que proponían los apelativos de “jóvenes sol” y “copos de nieve”.

El primero de ellos, porque comparaba al mozuelo con el astro rey, al concebirse como centro del universo y pensar que los elementos que lo conforman giran alrededor de él. Además de eso, según me explicaron, el “millenial”, supone que es un privilegio contar con su aprecio y, al igual que la luz del sol, una vez que retire su estima, la otra entidad se sumirá en un mundo de tinieblas y desesperación.

El segundo concepto, “copo de nieve”, hace alusión a la escasa resistencia que tienen estos muchachos cuando entran en contacto con el mundo real – aquel que no fue diseñado por los padres para que todo estuviera acorde a su satisfacción – y se percata que existen reglas que no son construidas a su capricho y antojo, lo lamentable es cuando se colisiona su concepto individual de justicia con lo que verdaderamente es justo.

Este preámbulo lo traigo a colación porque recientemente, y de manera penosa, me tocó ser testigo de esto último que le redacté.

Por coincidencias del destino encontré a un buen amigo en una conocida cafetería ubicada en el corazón de Tampico. Aproveché la ocasión para saludarlo y charlar un rato con él, pues desde hacía mucho tiempo no teníamos la oportunidad de hacerlo. Así que ocupamos la misma mesa y pedimos una taza de la amarga y adictiva bebida.

A los pocos minutos de haber iniciado la conversación, sonó un celular de la mesa contigua y una mujer que estaba allí, lo contestó. De inmediato se escucharon los gritos de una señorita que reclamaba con furia a la poseedora del aparato quien, con el rostro desfigurado por la vergüenza, trataba infructuosamente de disminuir el volumen del teléfono, pues en todo el restaurante se escuchaban con claridad los reproches de la muchacha.

La razón de la molestia de la chiquilla universitaria, que supusimos era hija de la mujer aquella, es que esta última la había levantado temprano para llevarla a la escuela, le había dado dinero solamente para su almuerzo y el pasaje de regreso a casa y, para colmo de males, el docente de la primera hora no había llegado a impartir su materia.

Ese conjunto de fenómenos recibió, por parte de la adolescente, la etiqueta de “injusto” y la principal responsable de las calamidades era la progenitora que la había sacado tan abruptamente del dulce reposo “para nada”.

Me sorprendió y, por mucho, la conducta de la mujer quien, primero trató de razonar con la “estudiante” apelando a la cordura con argumentos como “es por tu bien”, “debes ir a la escuela”, “ya te falta poco” y otros más que me abstengo de escribir porque fueron más penosos.

Del razonamiento, con la postura de “madre e hija” pasó a asumir la responsabilidad que se le achacaba con cuestionamientos como: “¿y yo como voy a saber que el maestro no asistiría?” y “es que tú nunca me dijiste que te habías desvelado anoche”.

Lo más triste es que después de las justificaciones, la dama empezó a ofrecer disculpas por la falta cometida y por las condiciones en las que había procedido diciéndole a la señorita que seguía protestando. Así, se pudieron escuchar cosas como “Perdóname, no alcanzo a ir por ti”, “Discúlpame, no tenía más dinero para que te regresaras en taxi”, etcétera.

Y, aunque usted no lo crea, la conversación terminó cuando la mujer accedió a regresar al centro universitario a recoger a la niña.

Rápidamente y sabiéndose observada, solicitó la cuenta, tomó sus cosas, ofreció disculpas y se retiró diciéndole a sus compañeros de mesa “ya ven cómo son las generaciones de hoy que no pueden hacer nada solas y cómo está eso de la inseguridad. Perdón, pero voy a recoger a …”.

Mi amigo y yo cruzamos miradas y de inmediato comentamos ¿Qué hubiera pasado si nosotros le hubiéramos hablado así a nuestros padres?, ¿Si les recriminamos a gritos el hecho de que nos llevaran a la escuela? ¡Es más, cada uno sabía que era obligación ir a la escuela y no se podía fallar!

Curiosamente, la madre de la muchacha, había pasado por tres momentos y, con cada uno, se habían fortalecido las conductas a las que les pusimos nombre al inicio de esta entrega.

Al justificarse procuró no herir la fragilidad de la chica; al disculparse promovió el hecho de hacerle pensar a la niña todo giraba alrededor de ella, ya con esa seguridad la chiquilla le exigió que volviera a la universidad a recogerla; y, por último, al acceder a esa petición le volvió a poner un mundo acorde a su santa voluntad.

¿Cuántos casos más hay que funcionan igual en las familias de la actualidad?

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!