/ lunes 17 de septiembre de 2018

Cuando llegue el temblor

Pocas horas después del movimiento telúrico que causó la pérdida de miles de vidas humanas y daños materiales en la CdMx, el 19 de septiembre de 1985, noté un hecho curioso.

En la esquina del restaurante Toks de la esquina de San Cosme con Insurgentes, casualmente saludé a un querido amigo, colega de estudios en la preparatoria, con el que no me había topado en años. Convenimos andar a pie en la zona accidentada. Recuerdo la estructura del hospital Juarez deshecho. ¿Cuántas personas estarán bajo los escombros? Quizá dije en voz alta. El habla de un joven de bata blanca me retornó a la vida. “Allí están mis compañeros de guardia”, contestó, “me tocó salir por las tortas, poco antes del temblor, por eso me hallo a salvo”.

Hoy revivo nuevamente el triste 19 de septiembre de 1985. Y mi pensamiento atraviesa por un hueco cada año más estrecho la barrera del tiempo para encontrar las palabras, la mirada atónita, la tez pálida, casi transparente de ese joven que no atinaba a comprender lo sucedido, y el cielo insultantemente azul y limpio, sin nubes, que se dibujaba en esa jornada mortal e indeleble.

NOTA DEL DÍA— Aunque una república no puede funcionar adecuadamente sin que sus habitantes practiquen la virtud, el civismo, o sea, el verdaderamente actuar con lealtad, patriotismo y ejemplar educación, como dijo el barón de Montesquieu en su obra El espíritu de las Leyes, ello no exime a los habitantes de su derecho propio a juzgar los actos de los funcionarios y exigir la rendición de cuentas.

Es el derecho del pueblo a criticar respecto al gobierno y no del gobierno con respecto al pueblo, lo que le da aire a los pulmones de la democracia.


Pocas horas después del movimiento telúrico que causó la pérdida de miles de vidas humanas y daños materiales en la CdMx, el 19 de septiembre de 1985, noté un hecho curioso.

En la esquina del restaurante Toks de la esquina de San Cosme con Insurgentes, casualmente saludé a un querido amigo, colega de estudios en la preparatoria, con el que no me había topado en años. Convenimos andar a pie en la zona accidentada. Recuerdo la estructura del hospital Juarez deshecho. ¿Cuántas personas estarán bajo los escombros? Quizá dije en voz alta. El habla de un joven de bata blanca me retornó a la vida. “Allí están mis compañeros de guardia”, contestó, “me tocó salir por las tortas, poco antes del temblor, por eso me hallo a salvo”.

Hoy revivo nuevamente el triste 19 de septiembre de 1985. Y mi pensamiento atraviesa por un hueco cada año más estrecho la barrera del tiempo para encontrar las palabras, la mirada atónita, la tez pálida, casi transparente de ese joven que no atinaba a comprender lo sucedido, y el cielo insultantemente azul y limpio, sin nubes, que se dibujaba en esa jornada mortal e indeleble.

NOTA DEL DÍA— Aunque una república no puede funcionar adecuadamente sin que sus habitantes practiquen la virtud, el civismo, o sea, el verdaderamente actuar con lealtad, patriotismo y ejemplar educación, como dijo el barón de Montesquieu en su obra El espíritu de las Leyes, ello no exime a los habitantes de su derecho propio a juzgar los actos de los funcionarios y exigir la rendición de cuentas.

Es el derecho del pueblo a criticar respecto al gobierno y no del gobierno con respecto al pueblo, lo que le da aire a los pulmones de la democracia.