/ lunes 25 de noviembre de 2019

Cuando mi Generala le salvó la vida a Francisco I. Madero

Me habría gustado conocer a la Generala en persona, darle un abrazo y un beso.

Decirle que su leyenda trascendió la complicidad del silencio y que importó, mucho, el haber dejado en jirones su juventud de amor, ideales y sueños de independencia y libertad en las montañas sureñas. Pero cuando ella partió hacia otra dimensión, yo era un niño y estaba “muy tiernito” para saber ciertas cosas de la vida.

Me habría gustado conversar con La Generala del tiempo en que don Francisco I. Madero fue a Yautepec a ver a Zapata, el 20 de agosto de 1911, cuando la gente del “pelón” Victoriano Huerta se encontraba en el cerro de “Las Tetillas”, esperando que Madero saliera del hotel en donde platicaba con Emiliano Zapata para “caer” sobre ellos. La Generala, enterándose de ello, inmediatamente procedió a rodear el hotel, advirtiendo que el señor Madero no saldría sino hasta que se marcharan las tropas federales, las cuales se retiraron, dejando de sitiar el hostal (a las pocas horas Madero, que parecía no haberse dado cuenta del incidente, salió rumbo a Cuernavaca y de allí a la ciudad de México).

La Generala era mi tía bisabuela, María Esperanza Chavarría Morales, nacida en Yautepec, Morelos, el 17 de diciembre de 1898, quien a la edad de 13 años se puso a las órdenes de las fuerzas maderistas de Román Castro, después de la toma de Yautepec el 1 de mayo de 1911, de acuerdo a informaciones.

Su primer combate fue en Cuautla, donde tras ocho días de lucha, la ciudad fue tomada. Participó en la batalla para sacar a las fuerzas huertistas de Cuernavaca, Morelos. Ricardo Flores Magon reseñó en el periódico Regeneración la batalla donde ella activamente participó en la defensa de Yautepec, llegando a estar al mando de decenas de hombres.

Muchos años después, en 1968, disipado el olor a pólvora de la contienda fratricida y mortal, los restos mortales de La Generala fueron trasladados hacia el panteón de Oacalco.

La carroza funeraria “detuvo su marcha en el puente del río Yautepec, en el estado de Morelos, donde por un minuto hicieron recordar que en ese lugar se había unido a las filas revolucionarias dejando su casa y su familia, siendo apenas una niña”.

Me habría gustado conocer a la Generala en persona, darle un abrazo y un beso.

Decirle que su leyenda trascendió la complicidad del silencio y que importó, mucho, el haber dejado en jirones su juventud de amor, ideales y sueños de independencia y libertad en las montañas sureñas. Pero cuando ella partió hacia otra dimensión, yo era un niño y estaba “muy tiernito” para saber ciertas cosas de la vida.

Me habría gustado conversar con La Generala del tiempo en que don Francisco I. Madero fue a Yautepec a ver a Zapata, el 20 de agosto de 1911, cuando la gente del “pelón” Victoriano Huerta se encontraba en el cerro de “Las Tetillas”, esperando que Madero saliera del hotel en donde platicaba con Emiliano Zapata para “caer” sobre ellos. La Generala, enterándose de ello, inmediatamente procedió a rodear el hotel, advirtiendo que el señor Madero no saldría sino hasta que se marcharan las tropas federales, las cuales se retiraron, dejando de sitiar el hostal (a las pocas horas Madero, que parecía no haberse dado cuenta del incidente, salió rumbo a Cuernavaca y de allí a la ciudad de México).

La Generala era mi tía bisabuela, María Esperanza Chavarría Morales, nacida en Yautepec, Morelos, el 17 de diciembre de 1898, quien a la edad de 13 años se puso a las órdenes de las fuerzas maderistas de Román Castro, después de la toma de Yautepec el 1 de mayo de 1911, de acuerdo a informaciones.

Su primer combate fue en Cuautla, donde tras ocho días de lucha, la ciudad fue tomada. Participó en la batalla para sacar a las fuerzas huertistas de Cuernavaca, Morelos. Ricardo Flores Magon reseñó en el periódico Regeneración la batalla donde ella activamente participó en la defensa de Yautepec, llegando a estar al mando de decenas de hombres.

Muchos años después, en 1968, disipado el olor a pólvora de la contienda fratricida y mortal, los restos mortales de La Generala fueron trasladados hacia el panteón de Oacalco.

La carroza funeraria “detuvo su marcha en el puente del río Yautepec, en el estado de Morelos, donde por un minuto hicieron recordar que en ese lugar se había unido a las filas revolucionarias dejando su casa y su familia, siendo apenas una niña”.